María tenía prohibida la entrada al frigorífico. La habían echado después de la huelga y no la querían ver ni cerca. Sin embargo, aquella mañana del 17 de octubre estaba dispuesta a entrar, como después decían los peronistas: caiga quien caiga y cueste lo que cueste.
El coronel Juan Domingo Perón llevaba cinco días detenido, primero en la isla Martín García y después en el Hospital Militar. Cipriano Reyes, jefe del Partido Laborista y referente de Perón estaba "guardado" en el campo de un amigo en Magdalena, para evitar que lo detuvieran.
La mayoría de los delegados de los frigoríficos Swift y Armour de Berisso habían sido capturados en varias redadas por la policía en los últimos días y los tenían incomunicados en una dependencia de la Prefectura, en el puerto.
María había zafado por ser mujer. Aunque esa mujer fuera la mano derecha de Cipriano Reyes y Perón confiara en ella al punto de delegarle personalmente más de una tarea. María había quedado sin trabajo por ser una de las obreras más combativas del Swift.
Esa mañana del 17 de octubre, sin saber que la fecha sería un parteaguas de la historia argentina, ella tenía apenas el apoyo de algunos hombres y varias mujeres bravas como ella. María tenía miedo, pero se había convencido de que la única manera de liberar a Perón era yendo en masa a Buenos Aires. Tenía miedo de que lo mataran.
-Lo tienen en el Hospital Militar y ahí le ponen una inyección y listo – decía María, inquieta, belicosa.
Los obreros de los frigoríficos la conocían y confiaban en ella. Por eso tenía que ir y hablarles, convencerlos de que salieran. Pero ni siquiera podía entrar. Entonces se le ocurrió una idea.
-Vos, Vicente, agarrá a cuatro o cinco hombres y hacés el que te peleás en la puerta del Swift. Agárrense a las piñas – le dijo a su marido.
La maniobra de distracción dio resultado. Los dos vigilantes de la puerta abandonaron el puesto para ver qué pasaba y María se mandó para adentro.
-¡Lo van a matar a Perón, ¿qué están esperando?! – iba diciendo, sección por sección -. ¡Tenemos que ir a Buenos Aires!
-Pero, ¿y los delegados? – preguntó uno de los obreros.
-Los delegados están todos en cana, ¡vamos, vamos! – le gritó María.
Unos minutos después, una marea de obreros empezó a salir del frigorífico. Al frente de todos iba la mujer a la que todos -incluido el mismísimo Perón – llamaban simplemente María.
Su nombre completo era Natalia María Bernabitti de Roldán, tenía 37 años y -aunque su historia haya quedado opacada por la sombra de Cipriano Reyes– fue la mujer que "hizo" el 17 de octubre de 1945 en Berisso.
Hambre en el campo y en la ciudad
En su casa del Barrio Obrero de Berisso, Dora Roldán revive la historia para Infobae. Es una mujer baja pero enérgica, amante de la música, y una activa militante social, peronista de cabeza y de corazón. Es la hija de María y en 1945 tenía 14 años. Sus recuerdos son vívidos y su testimonio es de primera mano porque por entonces -como no tenía con quién dejarla – su madre la llevaba a todas partes.
Cuenta que la familia –María, Vicente y sus tres hijos– llegó a Berisso en 1933, cuando ella tenía apenas dos años. Venían del campo, donde iban de estancia en estancia trabajando en las cosechas.
-Mi papá cosechaba y mi mamá, con otras mujeres, preparaba la comida para todos. Íbamos donde hubiera trabajo. Por eso mis hermanos y yo nacimos los tres en pueblos distintos – dice.
Su madre le contaba que habían decidido dejar el campo e ir a trabajar a los frigoríficos después de ver morir a un chico de hambre en una estancia cerca de Vedia sin que nadie pudiera ayudarlo. María pensaba que trabajando con la carne las cosas iban a mejorar, pero la realidad que encontraron con Vicente en Berisso fue muy diferente a la que habían tejido en sus ilusiones.
-Los frigoríficos en esa época sacrificaban mucho a la gente. A los rusos que habían venido escapando de la guerra los ponían en fila y agarraban a los más altos, los más grandotes, para trabajar. A los otros los sacaban con una manguera con agua, a los manguerazos, para que se fueran. A los grandotes les podían sacar más el jugo. A los hombres los podían meter en las cámaras frigoríficas. Les daban un cuarto de alcohol fino y los metían, con unas ropitas blancas, así nomás. Y muchos salían derecho al cementerio. Todo eso lo vio mi mamá, pero claro, lo vio una vez que estaba en una fábrica – cuenta.
Los obreros –hombres y mujeres- trabajaban con contratos por tres meses y después los despedían. Vicente trabajaba en la playa, donde mataban a los animales que llegaban en trenes y en camiones. Tenía que arrastrar medias reses hasta la sección donde se hacía la carne picada.
Los obreros estaban identificados por números y se anotaba en un cartel cuántos kilos había cargado cada hombre. Si no alcanzaban un piso, los suspendían. María trabajaba en la picada, despostando las medias reses. Los hombres ganaban 7 centavos por hora; las mujeres, menos. Apenas si les alcanzaba para sobrevivir y dormir bajo un mal techo. Carne no comían, salvo cuando María o Vicente podían robar un churrasco del frigorífico, a riesgo de perder el trabajo.
-Entonces vivíamos en un conventillo con mis hermanos mayores, en la calle Nueva York, acá en Berisso. Una pieza grande de madera, enfrente una cocinita chiquitita y en la punta una pileta grande donde había que hacer cola para lavar. El baño era a la turca, había que hacer cola también para ir. La dueña del conventillo nos tenía volando. Me acuerdo de que una vez toqué una planta, y la mujer me pegó con una varita en la mano y mi mamá la vio. Mi mamá, que era brava, la encaró y le dio flor de revolcada, parecían dos perros bulldog. Le pegó una paliza bárbara a la turca – recuerda Dora.
Cuando el trabajo se cortaba los echaban del conventillo porque no podían pagar y tenían que buscarse otro techo. Para comer se las rebuscaban como podían. Cosechaban fruta de los árboles de la costa y Vicente pescaba anguilas que –dice Dora– tienen el mismo gusto que la merluza, y se metía en el río para pescar sábalos, que cocinaba con ajo y perejil, envueltos en un papel.
Dora y sus hermanos crecieron haciendo esa vida y nada parecía que pudiera cambiarla.
-Pero entonces se produjo el golpe del GOU y conocimos a Perón. Mis primeros zapatos los tuve en 1943, nunca había tenido otra cosa que un par de zapatillas – dice.
Perón fue, precisamente, quien lideró el Grupo de Oficiales Unidos (GOU) que estuvo detrás del golpe del 4 de junio de 1943 que destituyó al catamarqueño Ramón Castillo y terminó con la llamada Década Infame. El coronel Perón, en poco tiempo era secretario de Trabajo y Previsión Social, luego sumaría los cargos de ministro de Guerra y de vicepresidente de la Nación.
Perón, Cipriano y María
Para entonces, mientras Vicente trabajaba en la playa del Armour, donde ya era delegado de la sección, María seguía trozando carne en la Picada del Frigorífico Swift, donde se distinguía por su carácter combativo.
Fue Cipriano Reyes -líder del Partido Laborista, plataforma de despegue político de peró – quien le propuso que fuera delegada gremial y María aceptó sin dudar, apoyada por sus compañeras.
-Perón venía al Sindicato de la Carne a dar instrucciones y hablaba con la gente y les decía que tenía derechos, un lugar en la Tierra, que eran alguien. Yo lo vi y lo escuché varias veces, porque iba con mi mamá a todas partes – cuenta Dora.
También recuerda viajes a Buenos Aires para ir a ver al coronel a la Secretaría de Trabajo y Previsión Social.
-Mi mamá juntaba a las mujeres en una bañadera, como se les decía en aquel tiempo a los colectivos, y lo íbamos a ver. Era la única mujer sindicalista en ese momento, porque tenía una oratoria muy especial, que le venía de mi abuelo, que era un hombre que había venido de Italia porque lo corrió Mussolini – dice.
El coronel la respetaba porque era una organizadora nata, reconocida por los trabajadores de los frigoríficos y por la comunidad, pero también porque no tenía pelos en la lengua a la hora de exigir. No sólo hablaba de las condiciones de trabajo sino de dejar de vivir en conventillos
Dora recuerda uno de esos diálogos de María con Perón.
-Coronel, porque nosotros vivimos en un conventillo, no tenemos dónde bañarnos – le dijo María.
-Bueno, María, ya va a haber un baño – contestó Perón.
-No queremos baños, queremos casas, coronel.
Días después, Perón llegó a Berisso.
-Vino con una bandera grande. Había estado averiguando qué se podía hacer. En la calle 18 había un campo grande, largo, lisito, donde se hacían carreras de cuadreras. Puso la bandera ahí y empezaron a construir el Barrio Obrero – dice Dora.
A los tiros con las hordas comunistas
El incipiente armado de Perón y Cipriano Reyes en Berisso no sólo era resistido por las patronales de los frigoríficos sino también por el Partido Comunista que tenía una inserción nada desdeñable en los frigoríficos.
-Acá un señor llamado José Peter, era comunista, un tipo muy inteligente y muy luchador, pero con ideas de Rusia. Y nosotros éramos fanáticos peronistas, como lo seguimos siendo, porque el peronismo no es una política, no es un partido, el peronismo es un sentimiento agradecido a un hombre que nos dio todo -cuenta Dora.
Peter había armado un sindicato, la Federación de Obreros de la Industria de la Carne, y organizaba a la gente en los barrios. Dora recuerda que los comunistas no eran pocos entre sus vecinos y que en los frigoríficos también eran fuertes, y que eso preocupaba a Cipriano Reyes y a Perón. El enfrentamiento se iba agudizando y explotó cuando los comunistas organizaron un gran acto en el Cine Victoria, el más grande de Berisso.
Fermín Chávez y Carlino cuentan la historia de otra manera, les echan toda la culpa a los comunistas, pero no es así -relata Dora-. Yo vi cómo se preparó todo. Perón vino con dos autos uno o dos días antes del acto y trajo revólveres y cajas con balas. Cipriano estaba enfermo, así que no fue a esa reunión, pero sí estaban cuatro de sus hermanos. Perón reunió a mi mamá, a otra gente de Berisso, a mi viejo, les mostró los revólveres y les habló.
Casi 75 años después, en su casa del Barrio Obrero, Dora recuerda lo que les dijo Perón:
-Mañana no tiene que hablar Peter -dijo el coronel-. Tenemos que romperles el acto. Pero tiren para asustar, para dispersar, no tiren al cuerpo, no hagan macanas…
Dora le dice a Infobae que es como si todavía lo estuviera viendo a Perón, que cuando dijo "no hagan macanas" abrió los brazos en un gesto y entrecerró los ojos para enfatizar.
Vicente iba a agarrar uno de los revólveres, pero María lo tomó de la manga y lo frenó:
-Dejá, Vicente, vos te venís conmigo, ¡qué vas a hacer con un revólver si no sabés tirar!
Lo que nadie sabía es que había un infiltrado en la reunión que dio aviso a Peter. Al día siguiente, cuando se apostaron en el bar frente al cine, los estaban esperando. Los que iban a sorprender resultaron sorprendidos por una lluvia de balas. Dos hermanos de Cipriano Reyes, Doralio y Tito, resultaron heridos. Doralio murió al día siguiente y Tito sobrevivió seis meses con una bala incrustada en la columna.
-Fue muy feo todo -dice Dora -, pero, eso sí, el acto no se hizo.
Dos días después, Perón vino a La Plata para el entierro de Doralio. En un momento llamó aparte a María y habló con ella.
-¿Qué te dijo? -le preguntó Vicente después, delante de Dora.
-Que no dijera que él había estado el día antes, que tenemos que decir que las hordas comunistas hirieron y mataron a uno de nuestros compañeros.
"Vaya y que le pague Perón"
El peronismo terminó de hacerse fuerte en Berisso con la huelga de tres meses a mediados de 1945. Dora recuerda que fue el propio Juan Domingo Perón quien la fogoneó.
-Vino a una reunión en Berisso y dijo: "No puede ser que ganen 7 centavos la hora, vamos a hacer una huelga". Duró tres meses la huelga, pero había un pueblo solidario. Me acuerdo de que desde los mataderos nos mandaban camiones con bofe, con patas, otra gente mandaba bolsas de harina, de yerba. Mi mamá, con las otras mujeres, hacía paquetes y los repartían. Así bancamos esos tres meses – dice.
Además del hambre, los huelguistas y sus familias debieron enfrentar a muchos obreros –sobre todo extranjeros– que querían ir a trabajar. Se organizaron para hacerlo.
-A los rusos, que habían venido de la guerra, no les interesaba el sindicalismo, ellos iban a trabajar. Caminaban por la calle Montevideo a la madrugada para entrar a los frigoríficos. Yo vi cómo mi viejo y otros, con los cuchillos filosos de las carneadas, los hacían volver. Nunca lastimaron a nadie y a muchos los terminaron convenciendo – relata Dora.
Dora también se refiere a las mujeres que no querían hacer huelga.
-También había que frenar a las carneras. Mi mamá y otras mujeres las agarraban, les bajaban los calzones y les llenaban el culo de brea. Entonces se tenían que volver a sus casas.
La huelga se ganó y las condiciones de trabajo en los frigoríficos mejoraron de manera notable, pero a María, identificada como una de las cabecillas, la dejaron sin trabajo.
-La echaron enseguida. Me acuerdo de que vino a mi casa con un papel amarillo en la mano y le dijo a mi papá: "Me echaron a la mierda, Vicente. Me dijeron: 'Vaya y que le pague Perón'" – cuenta su hija-. Pero como triunfó la huelga, los obreros empezaron a ganar mucho más. Tanto, que mi mamá no necesitaba trabajar porque a mi papá le alcanzaba para mantener la casa. Por primera vez empezamos a vivir bien. Y entonces lo metieron preso a Perón.
Berisso se moviliza por Perón
El 12 de octubre de 1945 Berisso amaneció con la noticia de que Perón estaba preso y el sindicato clausurado. En pocas horas, casi todos los delegados de los frigoríficos fueron detenidos por la policía; los que escaparon a la redada debieron esconderse. Así y todo, empezó a organizarse la resistencia.
-Nos reuníamos en distintas casas, porque había unos empresarios radicales que tenían un corralón, los Bassani, muy ricos, que les pagaron a unos policías con moto con sidecar para que tiraran gases lacrimógenos en las reuniones. Mi mamá se avivó y les dijo a las mujeres que cortaran sábanas o lo que tuvieran para contrarrestar los gases. Y nos reuníamos en casas distintas. A los hombres que enganchaban los metían presos, no en la comisaría sino en la Prefectura del puerto, para desbaratar la unión – cuenta Dora.
En la mañana del miércoles 17, la decisión estaba tomada: hay que marchar a Buenos Aires para liberar a Perón. Dora dice que María estaba obsesionada por la idea de que lo iban a matar con una inyección en el Hospital Militar.
-Tenemos que ir todos a Buenos Aires – arengaba.
Dora la recuerda esa mañana, enérgica, decidida.
-No tenía miedo. Ya la habían metido presa varias veces. Cuando venía a casa alguna otra mujer a cocinar y a cuidarnos, yo ya sabía que la habían llevado presa – dice.
Los obreros de Swift convocados por María se unieron a otras columnas que marchaban hacia el Puente de Los Talas, en dirección a La Plata.
-Venía gente en carros de los montes, de las quintas y se subían a los camiones. O venían en la marcha. En Montevideo y Río de Janeiro los Bassani con sus policías quisieron frenarnos, y vi que mi papá y algunos hombres devolvían los gases. Al final pasamos la barrera. Después nos pararon en el Puente Roma. Otra bandita, y otra en la calle 122, pero más débil. Pero al final llegamos a La Plata. Un grupo dobló por la calle 1 y fue a la estación para subirse a los trenes que iban a Buenos Aires; otros fuimos, con mi mamá, a la Plaza San Martín, frente a la Casa de Gobierno.
Rosas policiales para María
La Plaza San Martín estaba colmada de gente, la mayoría venida de los suburbios y las localidades cercanas a La Plata. Los oradores gritaban que había que ir a Buenos Aires a defender a Perón. María fue la tercera en hablar.
-No sabés como habló. Habló de Perón, de la gente, del hambre de los chicos. Nunca más que un chico no coma, nunca más, decía. Y la gente gritaba y aplaudía. Era tremenda hablando – dice Dora.
También recuerda un gesto que, dice, nunca va a poder olvidar.
-Era octubre y en la plaza había unas rosas, unas rosas diferentes, con una hoja gorda, pocas espinas, tallo gordo, color bordó. Estaba lleno de policías, pero no pasó nada, vieron tanta gente… Yo estaba jugando ahí con la sobrina de Cipriano Reyes, Teté. Ya estábamos ahí. Entonces un policía me dice: "Qué lindo que habla esa señora", y yo le dije "es mi mamá". Y el policía cortó unas rosas de esas para que se las diera– cuenta orgullosa.
Cuando terminó de hablar, María buscó a su hija y le dijo que se iba a Buenos Aires, pero que ella y los otros chicos tenían que volverse a Berisso con una señora más grande que estaba con ellos. Dora vio alejarse a su madre y subir a un camión para ir a "liberar a Perón".
Lo demás es historia conocida
María Bernabitti murió el 6 de julio de 1989. Fue una de las principales impulsoras de la campaña por el voto femenino durante el primer gobierno de Perón. Siguió siendo amiga de Cipriano Reyes, aunque el dirigente laborista de distanció del peronismo. Hasta la muerte de María, Cipriano solía visitarla y Dora recuerda que era inevitable que repitieran el mismo diálogo:
-Perón me traicionó, María– decía Reyes.
-Dejate de embromar, Cipriano. Con todo lo que Perón hizo por nosotros y vos seguís con esas pavadas – era la invariable respuesta.
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