El nombramiento de John William Cooke como delegado y sucesor de Perón en 1956, poco después del golpe de Estado del 55, había generado celos y rivalidades. Constantemente otros referentes trataban de "puentearlo" buscando un contacto directo con el jefe exiliado para desautorizar a la conducción táctica.
Los avatares de este proceso están reflejados en la correspondencia entre ambos hombres, Perón y Cooke, publicada en dos tomos que son un verdadero clásico del arte de la conducción, además de que reconstruyen el pensamiento de una época.
Se reproducen aquí algunos breves párrafos a modo de ejemplo, tomados del tomo 1 y que reflejan en particular la preocupación de Perón por evitar que Cooke fuese devorado por las internas. Intenso en los primeros años, el intercambio epistolar (de 1956 a 1966) se vuelve esporádico hacia el final, cuando ya la relación entre ambos hombres ha cambiado de carácter. Al comienzo, van y vienen con gran asiduidad caracterizaciones de la etapa, informes sobre el estado de la organización de la resistencia, planes y, del lado de Perón, muchos consejos para el ejercicio de la jefatura, extraídos de su larga experiencia como conductor.
Inevitablemente, la descripción de Perón de las que deben ser las cualidades de un jefe, en especial su disposición al sacrificio, produce nostalgia en contraste con los bajos estándares de la política actual.
A continuación, una muestra:
De Perón a Cooke
12 de junio de 1956
Mi querido compañero y amigo:
Contesto su comunicación del 20 de mayo próximo pasado y le agradezco su amable recuerdo y sus saludos. Agrego a ello mi admiración a su espíritu de sacrificio y a la clarividencia de sus juicios, dos condiciones que hacen a los hombres dignos de ser seguidos.
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El tiempo trabaja para nosotros. ¿A qué pretender abreviar inútilmente este tiempo que no es favorable, para reemplazarlo con acciones aleatorias?
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De Cooke a Perón
Junio 5 de 1957
Mi querido Jefe:
Por Catella nos enteramos de los detalles del criminal atentado contra Ud. Se imaginará que pasamos un 25 de Mayo angustiado, pendientes de los cables que llegaban de las agencias noticiosas, hasta que al atardecer confirmamos que no había sufrido daños. Lo felicito por su comunicado y declaraciones, que leí en los diarios de Caracas.
Estos actos de desesperación son síntoma del estado espiritual que viven los gorilas. Pero no nos hace ninguna gracia que ese paroxismo se exprese en tentativas contra su vida.
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La gente está perfectamente unida en el objetivo: vuelta de Perón. Quien se aparte del ¡PERÓN O MUERTE! sabe que merecerá el repudio "del común" (como decían los españoles). De ahí que nadie se aparte de la declamación intransigente, por más blanda que sea su conducta o más aviesos sus propósitos.
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En síntesis, que comparto sus puntos de vista sobre el peligro de apresurarnos y creo que su razonamiento no deja lugar a réplicas. Los que están en algún Comando clandestino tienen una visión a menudo parcializada y viven un poco el ambiente de ese círculo. Usted, que tiene una visión más amplia, debe componer un difícil rompecabezas con la información que recibe, sin contar además con que ésta suele venir magnificada. Yo soy partidario de continuar organizándonos. En esta etapa y circunstancias soy un maniático con un solo tema: la organización.
Lagomarsino nos envía un informe muy detallado de los grupos que están actuando en Capital y Gran Buenos Aires y me dice: "Entiendo que las cosas todavía están verdes".
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De Perón a Cooke
Caracas, 21 de junio de 1957
Mi querido amigo:
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El hombre necesita ser mandado, pero nadie le reconocerá semejante cosa y menos aun que usted sea el hombre indicado para hacerlo. Se pueden congeniar las dos cosas. Mandandolo sin que él se dé cuenta que se lo hace. De todos modos lo que usted necesita de él es la obediencia, no el reconocimiento. Por eso las directivas mías a los comandos de exiliados tratan de presentar el problema en forma que no tenga usted ningún inconveniente, trabajando en mi nombre, como División Operaciones adelantada, y ordenando lo que sea necesario sin que nadie pueda objetar nada. Eso y su buen tino permitirán aun favorecer la zona de transición entre mi dirección y la suya.
Lo primero que tiene que hacer es decir a algunos "boludos" de amigos, que siempre en estos casos se dedican a ser más papistas que el Papa y que son los que se empeñan en peleas inútiles y aun perjudiciales, contra los que murmuran contra su jefatura. Lo que usted necesita es que le obedezcan, no que lo amen.
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Yo, desde aquí, aunque quisiera, no podría hacerlo. Para conducir operaciones, se necesita estar en el teatro de operaciones o muy próximo a él, cosa que, desgraciadamente, yo no puedo hacer en las actuales circunstancias. Pero usted podrá invocar, de la mejor manera, como para que se lo "perdonen", mi nombre y mi orden.
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No debe olvidar que usted, en esta tarea, es una especie de Padre Eterno, que ha de dar la bendición a todos por igual y que, si se embandera en la lucha parcial de los pequeños bandos, termina por perder a uno de ellos y eso no debe ser. Hay que arreglarlos a todos, porque todos sirven para algo, todo es cuestión de encontrarlo.
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En política no conviene decir nunca cosas irreparables en lo que se refiere a las formas de ejecución. Lo irreparable debe ser siempre lo que se dice y se hace para los objetivos y la misión. En eso sí hay que ser intransigente y para poderlo realizar hay que ser transigente en lo demás, por lo menos en apariencia.
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Como en este momento usted será el centro y el blanco de todas las miradas debe mantener una conducta política y seguir una conducta privada. En ambas cosas ha de ser intachable, por lo menos en lo que se ve. (…) Cuando uno comienza a perfilarse como jefe, ha de ajustar todo con el sacrificio. No hacer lo que le gusta sino lo que debe. De lo contrario, es mejor no intentar la empresa. En cada uno de los hombres que maneje, tendrá un censor implacable que, si bien no le dirá nada, cada paso en falso pesará, no solo en ellos sino en todos. La murmuración de los demás es peor que la lucha contra el más implacable de los enemigos porque contra ella no hay remedio. (…)
Disculpe que yo le diga estas cosas. Puedo ser su padre y me anima el deseo sincero de que usted triunfe. (…) Después que usted se haya impuesto podrá hacer algunas macanas y se las perdonarán, porque todos los hombres hacemos macanas, pero antes no. (…) El sacrificio, cuando se hace por propia voluntad es más duro y más difícil que cuando lo imponen las circunstancias, aunque los beneficios son mayores.
[Tomado de Perón – Cooke. Correspondencia – Ediciones Papiro, 1972]
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