"Deben ser los gorilas, deben ser", popularizó La Revista Dislocada, que se emitía los domingos al mediodía por Radio Splendid. Todo había comenzado con la película Mogambo, estrenada en Argentina en 1954, que cuenta una historia desarrollada en África, donde el amor de un cazador que organiza safaris es disputado por Ava Gardner y Grace Kelly, en medio de una búsqueda de diamantes. En una de las secuencias, en la que el grupo se interna en la selva, les llama la atención ruidos extraños. Alguien explica: "Son los gorilas". Y de ahí en más, el ingenio popular comenzó a asociar a lo que hacían y decían los antiperonistas con esos animales. Así comenzaron a llamar a los opositores, a un régimen al que le habían puesto fecha de vencimiento.
Fue hace 63 años, cuando un lluvioso viernes 16 de septiembre estalló la revolución, cuyos conspiradores la llamaron "Libertadora". Entre los militares completados no existía un criterio uniforme. En el Ejército sus principales jefes eran leales, y solo un puñado impulsaba la sublevación. La Marina sería la fuerza más opositora, mientras que la Aeronáutica mantenía una conducta un tanto dubitativa.
La cabeza del golpe fue Eduardo Lonardi, de 54 años, un general retirado que sabía que estaba muy enfermo. Había tratado a Perón cuando este le pasó la posta de la agregaduría militar en Chile en 1938, y que terminaría con Lonardi expulsado de ese país a causa de una operación de espionaje armada burdamente por Perón. No obstante los resquemores, Lonardi llegaría al generalato durante el Gobierno peronista. En 1951 pasó a retiro porque fue el primero que se animó a advertirle a Perón que el Ejército no toleraría una candidatura de su esposa.
Los conspiradores tuvieron a su favor la desorientación del peronismo, que no encontraba señales claras y concretas de su líder. El conflicto con la Iglesia, la marcha del Corpus Christi de junio, la quema de la bandera, la ola de violencia parecía ser el caldo de cultivo en el que mejor se movían los antiperonistas, alarmados cuando se enteraron que la CGT le había solicitado al ministro de Guerra armas para que pueblo pudiese defender al gobierno.
Y como si todo esto no fuera suficiente, la tarde del 31 de agosto, el Presidente lanzó una violenta diatriba, indignado por el incomprensible bombardeo a la Plaza de Mayo, ocurrido el 16 de junio, y que causara centenares de víctimas: "Hemos de restablecer la tranquilidad entre el gobierno, sus instituciones y el pueblo, por la acción del gobierno, las instituciones y el pueblo mismo. La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización ¡es contestar a una acción violenta con otra más violenta! ¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos!". Sería la última vez que hablara desde los balcones de la Casa Rosada y el 7 de septiembre, la última vez que lo hiciera públicamente. Fue una reunión con sindicatos donde explicó que había hecho todo lo posible para lograr la pacificación del país.
Los hechos parecieron precipitarse cuando, en Córdoba, el general Dalmiro Videla Balaguer, comprometido en el movimiento, creyó haber sido descubierto. Dejó su puesto en Río Cuarto y fue a esconderse a la ciudad de Córdoba, lo que alertó a los servicios de inteligencia de que algo grave estaba por ocurrir. El día 15 Lonardi, confundido entre los pasajeros de un micro, llegó a la ciudad de Córdoba. Al día siguiente, acompañado por el coronel Osorio Arana y otros oficiales, y bajo el lema "Cristo Vence", que le daba al movimiento insurreccional el tinte de una cruzada religiosa, desató un movimiento revolucionario que, primero, tomó la Escuela de Artillería, luego, la de Infantería y la de Tropas Aerotransportadas. Y sus pares de la Marina hacían oír su grito de guerra bombardeando la destilería Eva Perón de Mar del Plata.
Los insurrectos habían impresionado con la iniciativa tomada, pero su situación era por demás endeble, debido a la gran cantidad de efectivos que se mantenían leales al gobierno. Tres días después, la situación no daba ganador a ninguno de los dos bandos.
Inexplicablemente desde la Casa Rosada no se emitían señales sobre qué hacer ni los medios de comunicación, monopolizados por el gobierno, daban una pista al respecto. Hasta que al mediodía del 19, luego de conferenciar con el general Franklin Lucero, Perón enviaría una nota comunicando su renuncia: "Si mi espíritu de luchador me impulsa a la pelea, mi patriotismo y mi amor al pueblo me inducen a todo renunciamiento personal".
Exilio
Sin embargo, a las 21 horas de ese mismo día, como lo cuenta Gambini en su Historia del Peronismo, Perón citó a Olivos a los principales generales. Les explicó que la suya no era una renuncia porque no estaba dirigida al Congreso, sino al ejército y al pueblo, y que si este no la aceptaba, continuaría en la presidencia. Y los amenazó con abrir los arsenales para armar a la gente. Fue el general Manni el que le comunicó que su renuncia ya había sido aceptada y que no había más que pudiera hacer.
A las 2 de la mañana del día 20, Perón tomó la decisión de irse. Le indicó a su mayordomo Atilio Renzi que le preparase un bolso con ropa y un maletín con dinero en efectivo, en el que introdujo dos millones de pesos y 70 mil dólares. A las 8 de la mañana, en medio de una lluvia torrencial, en un auto acompañado por el jefe de la custodia, comisario Zambrano y los mayores Renner y Cialceta, se dirigió a la embajada paraguaya, ubicada en Viamonte al 1800.
Había armado un operativo distracción. En Aeroparque había hecho preparar un avión adornado con banderas argentinas y paraguayas y lo hizo despegar para que se creyese que él iba en el vuelo. Minutos después, cuando el avión aterrizó en El Palomar, descubrieron el ardid.
¿Fue realmente cierto que desde una ventana del edificio de Viamonte y Callao (que en la década del 70 sería la sede del Batallón de Inteligencia 601) había una persona apostada en los pisos superiores esperando la orden de dispararle a Perón antes de que ingresase a la legación extranjera? Nada ocurrió y Perón pudo formalizar su pedido de asilo. El embajador paraguayo Juan Chávez, que en ese momento estaba en su domicilio en el barrio de Belgrano, resolvió alojarlo en la cañonera Paraguay, para su mejor seguridad. Estaba anclada a una distancia prudencial de la costa, cercana a la dársena D de Puerto Nuevo. Hacía días que esa embarcación esperaba ingresar a dique seco, para su reparación.
Los días siguientes fueron de incontables reuniones con Lonardi y otros jefes para lograr un salvoconducto del ex Presidente. Algunos no deseaban tenerlo a Perón exiliado en América Latina y habrían tratado de persuadir al Paraguay en ese sentido. Hasta se había barajado mandarlo a Suiza. Pero, finalmente, el gobierno paraguayo le abrió las puertas de su país.
Perón se alojaba en el camarote del capitán César Cortese y comía habitualmente con la tripulación. La embarcación era custodiada, a una distancia prudencial, por buques de guerra argentinos.
Nelly
A bordo de la cañonera, pasaba parte de su tiempo en la redacción de un borrador de sus memorias acerca de los hechos que habían llevado al fin de su gobierno. Y aparentemente escribía cartas. En 1953, el ex presidente, con 58 años, había iniciado un romance con Nélida Haydee Rivas, una adolescente de 14 años que militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios. Comenzó cuidándole los perritos para luego pasar a ocupar una de las habitaciones de Evita. La mañana que partió hacia la embajada paraguaya le dejó a la chica —ella ignoraba que recién lo volvería a ver fugazmente en diciembre de 1973— algunas joyas y dinero.
Días después, le escribiría: "Querida Nenita: Lo que más extraño es a la Nena y a los perritos les decía hoy a los muchachos paraguayos. Estoy muy triste al ver caer tantos afanes y tantos sacrificios. Los trabajadores y los pobres recién ahora comenzarán a saber quién era Perón. Sin embargo no me arrepiento de haber renunciado a la guerra civil; hubieran muerto muchachos y se habría destruido el país.
Nenita: quédate tranquila, con lo que te dejé podrás vivir un tiempo. En cuanto llegue, te mandaré buscar y así los dos solos haremos una vida tranquila donde sea. Estoy muy cansado y necesito un tiempo tranquilo. Sé que lo lograré. Sos lo único que tengo y lo único querido que me queda. Te imaginarás que te recuerdo todo el día.
Cuidame los perritos y cuando vayas a Asunción del Paraguay, me los llevás a todos. Los quiero mucho a esos bandidos…
Me olvidé, pero, decile a Ponce que te lleve a tu casa todas las motonetas que estaban en la residencia… son para vos y, cuando vayas a Paraguay, las llevás así andamos juntos. Un gran beso de tu papi. Juan Perón".
¿Qué medio usaría para viajar al Paraguay?
Remontar el río Paraná para llegar a Asunción era peligroso, no para Perón sino para las nuevas autoridades que temían posibles insurrecciones de fuertes enclaves peronistas, como era el caso de la ciudad de Rosario. Para desgracia de Perón, que no le gustaba volar, quedaba el avión como la posibilidad más segura. Sin embargo, el presidente derrocado asentía todo lo que le indicaban.
Stroessner había enviado a un DC 3. Pero la idea de trasladarlo hasta un aeropuerto no entusiasmaba a nadie. Hasta que la solución llegó: el dictador paraguayo envió un hidroavión, al mando de Leo Novak, su piloto personal. La máquina acuatizaría cerca de la cañonera.
El 3 de octubre, un Perón entre cansado y taciturno fue trasladado en una lancha a motor hacia el hidroavión, que se bamboleaba a raíz del fuerte oleaje. Estuvo a punto de caer al agua cuando subía por la escalerilla del avión, pero fue sujetado a tiempo por el nuevo canciller argentino, Mario Amadeo.
No sin dificultad el hidroavión pudo despegar, luego de luchar con fuertes vientos en contra. Hasta estuvo por rozar la punta de un mástil de una embarcación. Mientras voló sobre territorio argentino, lo hizo escoltado por dos aviones de la Fuerza Aérea Argentina y, después, por dos naves paraguayas. En una de ellas viajaba como piloto el propio Stroessner. A las 16.45 horas Perón aterrizaba en Asunción. Comenzaba un exilio de 17 años.
En 1972, Juan Perón regresaría al país. Ya como presidente visitaría el Paraguay el 6 de junio de 1974 y en el puerto de Asunción, en la recepción que se le preparó, estaba la vieja cañonera, rindiéndole homenaje.
En diciembre de 1973 mantendría un corto encuentro con Nelly, una señora casada con dos hijos. El anciano líder le preguntó si necesitaba algo, "porque, como tu comprendes, que ésta es la última vez que nos vemos". El General moriría el 1º de julio de 1974 y Nelly, el 28 de agosto de 2012. Tal vez, desde algún lugar aún alguien murmure: "Deben ser los gorilas, deben ser".
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