El auto transitaba por la ruta que une El Marquesado con la ciudad de San Juan. Al volante iba el capitán del Ejército Luis Sarmiento. Sorpresivamente, se le puso a la par otro automóvil, ocupado por dos personas. Uno de ellos le efectuó varios disparos a quemarropa. "Acordate de Penina" le gritaron. Era el 23 de julio de 1932 y el asesinato de Sarmiento, de 37 años, sería una de las consecuencias del ojo por ojo por el primer fusilado y desaparecido luego del golpe que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen el 6 de septiembre de 1930.
Joaquín Penina Sucarrats había nacido en Gironela, un municipio catalán de Berguedá, el 1 de mayo de 1905. Ya sea para eludir el servicio militar o por cuestiones políticas —no se sabe la razón concreta— Penina, a las 20 años de edad, dejó España y se radicó en la ciudad de Rosario. Los libros realizados por Fernando Quesada (El primer anarquista fusilado en Argentina) y Aldo Oliva (El fusilamiento de Penina) contribuyeron a dar luz a la tragedia que el joven catalán protagonizaría.
Rubio, de mediana estatura, se ganaba la vida como albañil, colocando mosaicos y baldosas. Militaba en la Federación Obrera Regional Argentina. En el altillo que alquilaba en la calle Salta 1581 había logrado armar una pequeña biblioteca, muchos de aquellos ejemplares de contenido anarquista los vendía a compañeros a bajo precio o bien los prestaba.
Cuando, el sábado 6 de septiembre de 1930, el general Félix Uriburu derrocó a Hipólito Yrigoyen, Uriburu aplicó la censura en los diarios, anuló el Congreso, intervino las universidades mientras que la temible oficina de Orden Político, a cargo de Leopoldo Lugones (h), le era funcional para el encarcelamiento y la tortura de los opositores. Ni el derrocado Yrigoyen se salvó; anciano y enfermo, fue recluido en el penal de Martín García. Pero lo que nadie imaginaba que también habría fusilamientos sumarios, a través de la ley marcial, que establecía: "Todo individuo que sea sorprendido infraganti delito, contra la seguridad y bienes de los habitantes, o que atente contra los servicios y seguridad públicas, será pasado por las armas sin forma alguna de proceso".
El 9 de septiembre por la mañana detuvieron a Penina en la pieza que alquilaba. Lo acompañaba el carpintero Victorio Constantini, con quien compartía la vivienda, y el azar quiso que a los pocos minutos se sumara otro amigo, el catalán Pablo Porta. Se los acusaba de imprimir y difundir propaganda anarquista contra Uriburu. Según los acusadores la prueba del delito estaba a la vista, un mimeógrafo, de propiedad de Penina. Pero vanos fueron los intentos de explicarles a los policías que hacía dos meses que el aparato no funcionaba.
Antes de que se lo llevaran, Penina alcanzó a tomar un par de galletas marineras y una fruta, para sobrellevar las horas que estuviera detenido, confiado en que sería puesto en libertad. Ya había estado preso en 1928, cuando participó de una marcha por la liberación de Sacco y Vanzetti, y sabía lo que le esperaba.
Fueron alojados en una celda de Orden Social, cuyo jefe era Marcelino Colombé, quien los interrogó. Como jefe de investigaciones de la policía se desempeñaba Félix V. de la Fuente. Fue el teniente coronel Rodolfo Lebrero, a cargo de la policía, el que les comunicó que, en vista de las acusaciones que pesaban sobre ellos, serían fusilados. Tan armada estaba la trama que un diario local, La Capital, publicaría en su edición del día siguiente la noticia que tres anarquistas habían sido pasados por las armas cuando aún el hecho no había ocurrido. La fuente citada es la propia policía.
Con la complicidad de personal policial subalterno, dejaron a Constantini que se fuera; Porta también fue liberado, pero ya habían decidido la suerte de Penina. A las 22.30 lo subieron esposado a un camión, en el que iba el subteniente Jorge Rodríguez, que justo esa noche era el oficial de guardia. Fue gracias a él que, por el agobio de los remordimientos o por quitarse responsabilidad, que se pudieron conocer los detalles de las últimas horas del militante anarquista.
Lebrero le había dado la orden al joven subteniente de fusilar a Penina. Rodríguez estaba acompañado por un suboficial, tres soldados y un empleado de investigaciones. Delante y detrás del camión iban dos automóviles, ocupados por el mayor Carlos Riccheri, el capitán Luis Sarmiento y otros funcionarios policiales.
Una vez que partieron de la comisaría, tomaron hacia el barrio de Pueblo Nuevo. A los trescientos metros de haber cruzado el puente sobre el Saladillo, el camión se detuvo y condujeron a Penina hacia la barranca del río. Ahí descendieron.
Se improvisó un pelotón de fusilamiento. Fue el subteniente Rodríguez quien dio la orden a los soldados de disparar sus revólveres Colt. Penina, sorprendido, atinó a gritar: "Viva la anarquía". En una primera andanada no se desplomó sino que quedó doblado, y entonces los soldados continuaron disparando. Rodríguez ordenó el alto el fuego. Una vez caído, aún con vida, el subteniente le dio el tiro de gracia. Debió hacerlo dos veces porque el primero lo erró. Alguien murmuró: "Fue un valiente hasta último momento". Había recibido siete disparos.
En sus bolsillos aún guardaba las galletas marineras. También hallaron un giro por cinco pesetas que iba a enviarle a su hermano Juan, que moriría en 1938 durante la guerra civil española. Subieron el cuerpo a una ambulancia y lo llevaron al cementerio de La Piedad. En un cajón de pino, cuatro conscriptos lo enterraron como NN en el solar 2 fosa 450. Hubo una investigación, se identificaron responsables pero no hubo condenas. Los policías admitieron haber detenido a las tres personas "en averiguación de antecedentes" pero que el día 10 a las 22 horas habían sido liberadas.
Sus compañeros, Constantini y Porta, volvieron a sus países, Italia y España. Fue por el testimonio de Porta que en el pueblo natal de Penina se enteraron de lo ocurrido. En 1932, cuando asesinaron a Sarmiento, el teniente coronel Lebrero fue cambiado de destino, intuyendo que podría correr la misma suerte. En 1943 sería nombrado interventor de Río Negro y fallecería, anciano, en 1972, jactándose de haber combatido a las mafias de Rosario.
El de Penina fue el primer fusilamiento, pero no sería el único. También enfrentaron a un pelotón, en diversas circunstancias, los hermanos Gatti en el patio de la comisaría de Avellaneda, Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó en la Penitenciaría Nacional, entre otros.
La humilde pieza que habitaba Penina fue vaciada por los policías. Se quedaron con los 600 pesos que el anarquista debía enviar a editoriales para cancelar deudas, y los libros y los panfletos fueron quemados. También corrieron la suerte de las llamas, en 1977, la tirada completa del libro El Fusilamiento de Penina, de Aldo Oliva. Por alguna razón, se salvó un ejemplar, que sirvió para que la obra se reeditase y evitar así que Penina fuese fusilado dos veces.