"Me pasa una cosa medio extraña: no soy creyente, sin embargo tengo un respeto muy fuerte por las religiosidades populares y por todas las religiones. Y extrañamente, en cuatro de mis cinco novelas hay curas y con un rol importante. No sé por qué", dice el escritor y periodista Eduardo Blaustein en esta charla con Infobae. Su interés por el padre Francisco de Paula Castañeda (1776-1833), franciscano que jugó un importante rol en el debate de ideas antes, durante y después de la Revolución de Mayo, es también periodístico.
El padre era un transgresor, gran polemista, culto y popular a la vez, dueño de una prosa que Blaustein califica como "tan sutil, tan brillante", que hasta cuando desprecia "tiene algo de magnífico". Una pluma temible que varias veces mereció censura.
Malhablado pero erudito, entre sus célebres polémicas, en verso y en prosa, está la que sostuvo con Bernardino Rivadavia cuando éste emprendió una reforma del clero que a Castañeda lo sacó de sus casillas. Un tema que le da una interesante actualidad a este personaje, que también se las tomó con las ideas de la Revolución Francesa, con el Lavalle fusilador de Dorrego, con las montoneras y los caudillos bárbaros -antes de amigarse con algunos-, y la lista sigue.
Blaustein descubrió a Castañeda relativamente tarde, admite, porque hay que decir que nuestra historia suele concentrarse excluyentemente en un puñado de grandes héroes, privandonos de conocer más de cerca a toda otra serie de personajes importantes, polémicos, admirables…
"Cuando lo leí, me fascinó: por lo delirado, lo brillante, imaginativo, hilarante y también violento de su lenguaje y de su pensamiento", dice.
Las intensas "aventuras, pataleo, terquedades y destierros" del cura no podían sino alentar en un escritor el deseo de relatarlas en algo que acabó siendo de género impreciso, entre "crónica, biografía delirada, biografía libre, novela biográfica, biografía fantástica, novela a secas". El resultado, Las estrafalarias aventuras del Santo Padre Castañeda (Octubre, 2018) y un subtítulo que también refleja esa hibridez: "Crónica seudohistórica sobre la argentinidad".
Especialmente atractiva le resultó la gaceta que Castañeda escribió creando un personajes femenino –Doña María Retazos– que hablaba por él, en un periódico destinado a las mujeres de su época; un inesperado rasgo de modernidad.
La novela de Blaustein combina, como lo hacía Castañeda, la erudición con el lenguaje corriente, los elementos satíricos y fantásticos con la investigación histórica y un interesante conocimiento de la pampa argentina -su geografía, su flora y su fauna están muy presentes en todo el relato- y está llena de guiños al lector con el que el autor comparte sus sentimientos -a veces cambiantes– frente a las aventuras y desventuras del franciscano y hasta recomienda fragmentos musicales para la lectura de determinadas escenas, como para acompañar la película que uno ya está viendo.
Quien lea esta biografía delirada, llena de parlamentos del cura, se quedará con ganas de más Castañeda.
— Imagino que cuando empezaste a escribir este libro no te imaginabas que estaríamos de vuelta enfrascados en la discusión Iglesia versus Estado en la cual el padre Castañeda estuvo tan involucrado hace dos siglos.
— Siempre estamos en el grado cero de la historia en la Argentina. No me imaginé eso puntualmente, no, pero sí el personaje me interesaba por las proyecciones al presente de las muchas cosas que él escribe, plantea, y suceden en la época. Esto incluye el tema del rol de la Iglesia y su incidencia social, entre otras cosas.
— No tenías muy presente a este personaje, ¿cómo lo descubriste?
— Melancólico por temperamento, soy bastante amante de las cuestiones históricas, desde chico, y como periodista me gusta mucho, me emociona ver periodismo viejo, por la prosa, por las temáticas, por los abordajes, por cómo cambian las maneras, por la comparación con el presente. Desde el 60 para atrás, cualquier cosa me da melancolía y placer y curiosidad. Pero a este hombre, a pesar de ese gusto mío, lo conocí de casualidad leyendo un libro de Horacio González que se llama Historia conjetural del periodismo, que es un repaso al galope de muchos episodios históricos pasando por Sarmiento, Alberdi, el diario Crítica de Natalio Botana, etcétera. Y citaba algunos párrafos, hablaba del estilo baudeleriano del padre. Lo empecé a googlear y a medida que lo leí me fascinó, me cautivó, me recontra gustó. Aparte, estaba interesado en la genealogía de la violencia discursiva del periodismo argentino. Que la tuvo siempre, la intensidad, la cosa flamígera, la chicana, el grito, la bronca, la cosa llena de azufre.
— ¿Actualmente también?
— Sí, hay un nivel de violencia. Que aparte no es solo el periodismo clásico, es una violencia televisiva, los programas de farándula a los gritos, con botineras, que tienen violencia. Un programa donde dicen: "hay que rajar a este inútil, no puede ser que la selección…" La televisión está llena de gritos y de violencias.
— Este hombre, este cura franciscano, ¿cómo calificarlo? Yo diría que era un publicista, no sé si se usa aún esa palabra, más que un periodista. Lo suyo eran sobre todo diatribas…
— Desde nuestra época es difícil encasillarlo. Publicista es un término que se usó hasta algunas décadas atrás. Sí, publicista es un difundidor de ideas, en ese sentido, sí. Un polemista, un periodista militante, pero que uno lo respeta por lo apasionado, porque lo ve convenido y es tan intenso que subyuga. También un educador, un fundador de la educación argentina. Y periodista también, editó, no me acuerdo ya la cuenta, quince, diecisiete gacetas, no sé cuántas, a pulmón.
— Los títulos de sus gacetas que reproducís son reales, así se llamaban. El Desengañador Gauchi-político, El Despertador Teofilantrópico Místico Político…..
— Son reales, son así de largos. Y así de divertidos y loquísimos. La locura esa… una de las hipótesis es que por ahí estaba "chapa", visto a la distancia. Es parte de lo que me fascina. Una capacidad de transgresión y de creatividad, esto de inventar personajes, de hacer que se cartea con Estanislao López o con quien sea, o de crear un personaje femenino que escribe por él, me parece de una creatividad extraordinaria; son recursos que no estamos usando hoy como periodistas.
— Que un sacerdote escriba como si fuese una mujer, o varias mujeres debatiendo, es algo realmente insólito.
— Es muy divertido, es muy creativo y divertido.
— Incluso contás en el libro que hay estudiosas del rol de las mujeres en la historia que han analizado estos textos del padre Castañeda.
— Sí, sí. Porque una de las cosas originalísimas que hace es lo que hoy llamamos construcción de audiencia, interpelando a la mujer de la época, a la que se llama matrona, como intuyendo que dentro de la casa, por más recataditas que uno las puede imaginar, algún poder manejaban y poniéndolas como más sensatas en función de lo que era el caos del país, poniendo a las mujeres en un lugar más sensato, como si las mujeres fueran más maduras y pudieran compensar las barbaridades hechas por los masculinos.
— Claro, porque al padre le tocó, iba bien con su temperamento, una etapa muy movida. Después de la revolución vino la guerra civil, todo tipo de enfrentamientos e intentos de organización que fracasaban. Fue un gran caos esa etapa y me dio la impresión a mí de que a Castañeda no se lo puede encasillar claramente en esa supuesta división entre unitarios y federales. No le gusta el federalismo pero quizá por lo mismo que no le gustaba a San Martín porque parecía caótico. Tampoco se puede decir que sea totalmente unitario, ya que en un momento se enfrenta con ellos.
— Él está como en el medio de los tiros. Según transpira su prosa, sufriendo esos tiros, ese desgobierno, las crueldades de la época. Se supone que más cerca del espíritu porteño pero regañando o quejándose mucho de los liberales y sobre todo de los jacobinos e insultando en todos los idiomas a Rousseau y a los filósofos europeos de la Revolución Francesa que influyen en nuestros liberales. Al mismo tiempo hablando pestes y con mucho desprecio de la barbarie del interior y de los caudillos. Y conforme se degrada el proceso post revolucionario, cosa por la que él se muestra terriblemente dolido, apuesta un poco a la religiosidad de la sociedad, de las provincias y algún caudillo, incluyendo a Rosas a quien en su momento saluda así muy ceremoniosamente, casi obscenamente, termina yéndose para el lado de Santa Fe, de donde también será echado, recostándose finalmente en uno de esos caudillos a los que llamaba chacuacos.
— Decís en el libro que a medida que se decepciona de la Revolución, siente que en el interior hay como una reserva de la nación. Y recientemente, con el debate del aborto apareció el interior en cierta forma. Es muy esquemático, porque las divisiones no fueron tan claras, pero apareció el interior reaccionando frente a algo que parecía muy porteño.
— Sí, muy urbano.
— Muy urbano, sí.
— Sí, bueno, eso también es una proyección de la historia del libro. Esa religiosidad más fuerte, sobre todo en el Noroeste, o en algunos otros lugares del interior, sigue vigente. Uno va a una iglesia acá en la Ciudad a la hora de la misa y por ahí no hay nadie y uno va a la iglesia en Jujuy y el poder de la Iglesia y su capacidad de presión es mucho mayor que acá. Somos todavía esa Argentina, esa colonia. Y hay que acordarse siempre que Argentina comenzó a construirse del Norte para el Sur, empezando por Santiago del Estero, madre de ciudades, y no por Buenos Aires que fue la ciudad europea, europeizada posterior. Así que esa especie de partición cultural la seguimos teniendo.
— Ahora, ¿qué te pasa cuando ves, después de que te interesaste en éste periodista tan particular, que hoy resurge este debate, en el que él estuvo tan involucrado, de defender la religión contra las reformas que intentaba Rivadavia.
— A mí me pasa una cosa medio extraña, yo no soy creyente, sin embargo tengo una sensibilidad y un respeto muy fuerte por las religiosidades populares y por todas las religiones. Y extrañamente, no tengo una respuesta clara, lo tendré que ver con el analista, en cuatro de mis cinco novelas hay curas y con un rol importante. No sé por qué. Aunque yo no sea creyente, en la cuestión de la religiosidad se me atraviesan cosas que ni yo domino. De cara al presente, creo que sí, que la Iglesia no tendría que meterse con el Estado.
— De hecho ya existe esa separación. Pero tu libro muestra el protagonismo en el pasado. Este cura no es solo periodista, es un hombre de acción. La Iglesia estuvo muy implicada en todo el proceso de construcción de la nación.
— Yo creo que los curas criollos fueron, en términos muy simplificados, aparte de que había cierto resentimiento con sus colegas españoles porque tenían privilegios que los curas criollos no tenían, estaban más cerca obviamente del ideal revolucionario. Efectivamente muchos de ellos tuvieron un rol importante desde la Primera Junta también. Un papel recontra activo.
— Volviendo al tema de las mujeres, la ola feminista actual se seinte demasiado fundacional en mi opinión, como si las mujeres, digamos del 2000 hacia atrás, hubieran estado por completo negadas, o invisibilizadas como se dice. Entonces resulta gracioso esto de un cura que ya en ese momento detecta el poder que las mujeres, que aunque limitadas en sus posibilidades no están precisamente negadas, sino que alguna influencia social tienen.
— No sé si a eso hoy se lo llamaría micro poder ¿no? O un poder por ahí en el seno de la familia. Y después está, que no sé cuán cierto cuán representativo es, alguna leyenda de que cuando vinieron los ingleses a invadirnos, comillas, 1806/1807, se quedaron sorprendidos y encantados por lo sueltas que eran nuestras mujeres. Cosa rara porque uno las imagina con peinetones, yendo a misa y no mucho más. Pero evidentemente deben haber sido más sueltitas y menos pacatas de lo que uno puede imaginar 200 años después.
— Pensaba al leer el libro que nuestra historia está muy centrada en torno a cuatro o cinco grandes figuras, dejando opacados a otros personajes muy interesantes, como Castañeda. Pero también rescatás a un Ramos Mejía que no es el de la calle ni el de la localidad…
— Es el abuelo de la calle creo (risas). Era un tipo al que una mujer, adventista del siglo XIX, estadounidense, le hace una cosa elegíaca. Lo da como adventista a Ramos Mejía sin que Ramos Mejía supiera que lo era.
— Porque guardaba el sábado como día de reposo en vez del domingo.
— Sí, y por alguna otra cuestión medio luterana que en esa época todavía estaba como el horror por los católicos. Es alucinante la obra de este hombre, su estancia con los indios integrados adentro; más allá de que estaba un poco loco seguramente, y horroriza al padre Castañeda, es una historia alucinante.
— Es una pena lo poco que nuestro cine o nuestra literatura se ha ocupado de estas historias y de estos personajes. En otros países, con un tipo como este Ramos Mejía y su estancia Miraflores hubieran hecho no sé cuántas miniseries y películas.
— En Estados Unidos, el coronel Custer es un mito, y todos los delincuentes de fines del siglo XIX, los hermanos Jesse James; es toda una mitología vista por el cine clásico y en los 70 alguna cosa medio romántica de que eran unos capos, como Butch Cassidy.
— Nosotros tenemos acá una riqueza sin explotar.
— Totalmente.
— Bueno, ahora tenemos este libro que llamaste "biografía delirada", de Castañeda. Me pareció una buena definición, porque hay momentos que se va un poco al delirio, aunque a la vez el marco histórica está bastante respetado.
— Todo lo que dice el cura, te diría el 95 por ciento de lo que dice Castañeda a lo largo de la novela es la transcripción, aunque sin comillas, de lo que dejó escrito en sus gacetas, sus diarios, homilías. Lo desarmé, lo destrocé, lo hice volar por los aires y lo reedité adentro de la trama propia que tiene la novela.
— Y también rescatas a Saldías como historiador. Uno de los biógrafos de Castañeda.
— Calculo que es el primer biógrafo y de las biografías que leí es la que me resultó más llevadera. Y la más, comillas, científica a pesar de que hubo posteriores. Científica en el sentido de contextuar la época, de citar, de tirar datos rigurosos. Amena de leer. Yo lo conocía mucho a Saldías y es otro personaje más. Aparte es algo así como el primer revisionista tengo entendido. O un pre revisionista. Otro personaje interesante.
— Esos guiños al lector, al estilo de una literatura clásica, de otros siglos, "Amigo lector, vas a adentrarte en estas páginas"… Aunque lo tuyo no es tan formal, está presente a lo largo de toda la novela. ¿Eso fue deliberado?
— No sé, la verdad que no sé. A veces sale así. Y una cosa que me divirtió mucho fue ser una especie de escritor hipócrita o cambiante porque a veces me identifico plenamente, absorbo la prosa o reciclo la prosa del padre, por un lado, la juego de admirador, de "que genio el padre, tenía razón, la barbarie…"
— Después lo traicionás un poquito.
— Claro, después me traiciono y digo que no, es como que soy una especie de acomodaticio divertido a lo largo de la novela para jugar también con la cosa de que la verdad histórica o los balances de quién era, quién tenía razón, quién no tenía razón, no son tan fáciles de establecer. Porque si no me quedo mal parado cuadradamente en cualquiera de los dos extremos de civilización o barbarie y no tenía ganas de que ocurriera eso. Entre otros riesgos digamos.
— ¿Tuviste que hacer mucha investigación histórica?
— Sí, sí. Bastante lectura. Tal vez el laburo mayor no fue tanto la escritura como el armado. Porque con todo el material que tenía yo tenía que ir ubicándolo muy finamente en casilleritos y eso sí dio mucho trabajo. Más lo que uno googlea para divertirse. Suponete, hay una parte medio ridícula en la que digo que los indios intentar lanzar las jabalinas como si fueran lanzas. Para tratar de hacer una descripción física o visual más precisa me puse a ver un tutorial de lanzamiento de jabalinas. El pie se pone así, el hombro se inclina así, qué sé yo. Y me divierto con esas pavadas. Por eso digo, lo repito mucho, para mí escribir es como volver a ser un niño que se divierte, no lo tomo como un rito solemne y sufrido.
— ¿Qué cosas que dijo o hizo el padre Castañeda te provocan reflexiones respecto del presente?
— Me genera preguntas que no sé si me sé responder. El famoso debate, quién tenía más razón entonces, los unitarios, que efectivamente eran más liberales, como liberales eran los progres de hoy en el sentido positivo, los avanzados de hoy serían. No vamos a etiquetar quienes son hoy los avanzados para no meternos en problemas. Pero ¿tenían razón ellos con esta cosa medio iluminada de pensar que podían imponer un proyecto europeizante sobre el resto de un país medio medieval y justamente muy católico? ¿O tenían más razón los caudillos, que a su vez estaban llenos de matices internos? También preguntas sobre el periodismo de hoy. Me interesó mucho la violencia de la época. La violencia después de la Revolución de Mayo es desgarrante. Pero creo que tenemos una tendencia medio negadora de nuestra propia violencia a lo largo de la historia argentina. Ahí está el famoso debate de los 70 ¿no?, de cuándo se inauguró. Los Estados Unidos tienen una historia aún más cruenta que la nuestra, la Guerra de Secesión fue de una crueldad máxima, y tienen asesinatos de presidentes, y tienen asesinos seriales. Aunque esté escrito en un tono jocoso, yo creo, espero, que asome la seriedad de decir pucha, estamos como siempre condenados a esta cosa del fracaso histórico también ¿no? Que el padre se muere en Santa Fe medio perdido, llorando casi por el fracaso de la Revolución de Mayo. Y estamos ahora mismo estos días con las disparadas del dólar y demás, otra vez al borde del abismo. Todo el tiempo construyendo y destruyendo, construyendo y destruyendo.
— A propósito de nuestras divisiones, me llamó la atención el verso de Cstañeda que citás que dice: "Cedan todos los partidos / basta ya de loquear / que no es cosa de juguete / el interés general"; un llamado a la cordura.
— Sí, es de las más inocentes. De las más suaves. Las cosas que le dice a Rivadavia son fuertísimas. Y cuando está hablando con Pancho Ramírez, el entrerriano, con una altura fabulosa, o sea es a la vez un desprecio terrible pero la prosa es tan sutil, tan brillante, que ese desprecio tiene algo de magnífico digamos. Cuando dice bueno, si no quieren adorar a Dios pónganse a adorar al avestruz, al quirquincho, al yacaré, hagan una fiesta alrededor, pero crean en algo, pidiendo que no pierdan la religiosidad.
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