Dos años después de la Revolución de Mayo, llega al puerto de Buenos Aires la fragata inglesa "George Canning", trayendo a bordo a un distinguido grupo de militares profesionales. Entre los más notables viajeros se encuentran Carlos María de Alvear y Balbastro, nacido en las Misiones en 1789, hijo del marino español don Diego de Alvear. Vienen de luchar con mala fortuna contra el invasor francés, ya que Napoleón ha ocupado por completo la península ibérica. Otro oficial, Francisco José de Vera, nacido en 1770 en Buenos Aires, soldado del rey en la plaza de Montevideo, tuvo destacada actuación en la lucha contra los invasores ingleses, en 1806. Se encuentra también José Matías Zapiola, nacido en Buenos Aires en l780, hijo de españoles de alcurnia, don Manuel Joaquín de Zapiola y doña María Encarnación de Lezica y Alquiza. Estudió en el Seminario de Nobles de Madrid y luego se alistó en la Armada Real, desempeñándose en 1805 como alférez de fragata en Montevideo.
Comentario del Primer Triunvirato en carta a Juan Martín de Pueyrredón: "No olvide usted, en este trance, la miserable situación de España. En la fragata inglesa Canning, que hace tres días llegó a este puerto, han venido dieciocho oficiales que, desesperados de la suerte de España, quieren salvarse y auxiliar a que se salven estos preciosos países". Se vivía, pues, en España, un clima de fin del mundo y "sálvese quien pueda". Es de suponer que la corona inglesa había corrido con los gastos, al fletar este nutrido grupo de oficiales, porque acababa de vencer a las escuadras francesa y española en Trafalgar (donde murió el almirante Nelson, idolatrado por los ingleses) por lo que se proponía concretar un sueño largamente acariciado: arrebatar a España sus ricas colonias en América. Del mismo modo que españoles y franceses, pocos años atrás, habían fomentado la revolución norteamericana, para separar a las Trece Colonias de Inglaterra y acercarla a su comercio.
En aquella legendaria fragata venía también el teniente coronel José de San Martín, nacido en Yapeyú, que había vivido en España desde los 5 hasta los 35 años, formándose como un consumado oficial hispano de amplia experiencia. Había pedido la baja para viajar a Lima, donde supuestamente debía atender intereses familiares, y auxiliar a su madre, su hermana María Elena y sus hermanos. En realidad, las dos mujeres vivían juntas en Orense, y tanto Rufino como Fermín Tadeo.los dos hermanos , combatían en Manila, Veracruz o Cataluña, por la bandera española. Cabe señalar que San Martín no tenía propiedades en Lima, pero sí la idea fija de conquistar esa ciudad, que era la capital política y económica del imperio. Ahora bien, en aquella época de grandes guerras, invasiones e imperios que chocan entre sí (el francés, el inglés, el español, Rusia, Prusia) una gran parte de la población masculina vestía uniforme y puede decirse que constituía una masa social. Se hablaba de la "masonería de los cuarteles" ya que los militares integraban una clase relativamente ilustrada que vivía la prosperidad o la pobreza según el imperio al que servían. Habían calado en ellos las ideas de la Revolución Francesa.
San Martín era un hombre de buena apariencia (sólo los militares profesionales tenían físico atlético en aquel entonces) pero no tenía en Buenos Aires familia, amigos ni conocidos. El joven (21 años) y distinguido Alvear lo llevó de la mano.Tampoco volvería nunca en su vida a Yapeyú. La revolución argentina constituía, para todos estos hombres, una tabla de salvación. También viajaban en la Canning el capitán español Francisco Chilavert, con sus hijos Martiniano y José Vicente, y el tirolés Eduardo Kailitz, Barón de Holmberg, teniente coronel de las guardias valonas, que fundaría en Buenos Aires una distinguida familia. Estos eran, sencillamente, militares en desbandada buscando un destino. Venían de Londres y no de España. Llegaban ya afiliados a distintas logias masónicas y decididos a enrolarse en las fuerzas patrióticas, en puestos destacados dada su alta formación militar y considerable experiencia. No puede decirse entonces que los llamara la añoranza del terruño o el tirón de la sangre, pues todos ellos eran perfectos europeos y no "indianos". En todo caso, al desembarcar en el cenagoso Río de la Plata, descubrieron un mundo y una patria, pero no puede decirse que fueran argentinos. Y menos el barón de Holmberg…
Era ya cosa sabida que Gran Bretaña tenía interés en apoderarse del Río de la Plata, que había invadido sin éxito en 1806 y 1807. No podía extrañar a nadie, pues, que buscara la alianza con militares profesionales ligados a Hispanoamérica como Alvear y San Martín, o ansiosos por lograr una ubicación en el mundo, como Holmberg y Chilavert. España se desmoronaba, con todo su imperio, mientras Inglaterra se alzaba dominando los mares.
Con estas líneas queremos matizar las afirmaciones de Antonio Calabrese (San Martín…¿Agente Inglés?) y de Juan Bautista Sejean (San Martín y la Tercera Invasión Inglesa) donde se describe a San Martín como un agente inglés poco menos que rentado. Más bien este operativo naval, de por sí costoso y esforzado, luce como un gran reclutamiento de oficiales de distintas nacionalidades de orientación liberal y pro-británica, que se sumaría a la obvia colaboración de Gran Bretaña con la revolución sudamericana, como lo demuestran la flota cuasi-británica que acompañó a San Martín, bordeando el Pacífico, a las órdenes de Lord Cochrane.
En lugar de "agente" se nos ocurren las palabras "alianza, socorro, ideas liberales, intereses comunes" para calificar el vínculo entre San Martín y los ingleses. Porque es indudable que, a lo largo de toda su campaña en los Andes, Lima y Buenos Aires, San Martín estuvo siempre rodeado de británicos que fueron sus principales colaboradores como Heywood, Paroissien, Miller, el comodoro Bowles, Home Popham, William Carr Beresford y Parrish Robertson (testigo de San Lorenzo) quienes en su trato con él hacían gala de una singular familiaridad.
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