Todo comenzó cuando, en 1867, el Banco de Londres y Río de la Plata abrió una sucursal en Rosario, una ciudad muy importante por su puerto, su ferrocarril y la intensa actividad comercial que desarrollaba. El Banco de Londres también había hecho su apuesta: era el primer banco británico con oficinas en nuestro país y además, con la apertura de la sucursal rosarina, se transformó en el único banco de la provincia de Santa Fe. En las islas británicas, la entidad era manejada por G. W. Drabble y el referente local era Norberto de la Riestra quien, luego de acompañar al malogrado Juan Lavalle, se había exiliado en Londres, regresando al país convertido en un hombre de negocios. Fue ministro de Hacienda, tanto en gobiernos nacionales como bonaerenses. Y era accionista del banco.
En la vereda de enfrente, estaba Servando Florencio Bayo, que fue gobernador de Santa Fe entre 1874 y 1878, que sostenía su reputación con base en su probada honestidad, austeridad y por su transparencia en los actos de gobierno. Bayo vio el hecho extraordinario de no contar con banca propia. Y con el propósito de proteger los intereses argentinos y nacionalizar el crédito, en 1874 creó el Banco Provincial de Santa Fe, con un capital de dos millones de pesos. Confrontaba con la política de créditos de la banca inglesa, que le aseguraba una alta liquidez.
El Banco de Londres, previo acuerdo con la legislatura provincial, estaba habilitado a la emisión de moneda. Entonces Bayo, al año siguiente, sabiendo que era respaldado por el presidente Nicolás Avellaneda, logró la sanción de una ley que ordenaba la conversión a oro de todas las emisiones de papel moneda realizadas por el gobierno de la provincia. Los ingleses mantuvieron su postura.
Bayo redobló la apuesta cuando, luego de afirmar que el Banco de Londres "es una institución ruinosa a los intereses públicos, hostil y peligrosa", ordenó el cierre de la sucursal y la detención de su gerente alemán, de apellido Bahn.
Federico St John, encargado de negocios inglés, argumentó que el banco "era un súbdito inglés" y le solicitó al capitán del barco de guerra Beacon, apostado en Montevideo, que pusiese proa a Rosario y esperase instrucciones.
Bombardeen Rosario
El que tuvo que buscar una solución a un escándalo diplomático en ciernes fue Manuel Quintana, senador nacional pero además asesor legal del Banco de Londres. Quintana era un aristócrata, perteneciente a una familia patricia, con ilustres antepasados, entre los que se contaban conquistadores y guerreros de la independencia. Nacido en 1835 en la ciudad de Buenos Aires, se graduó de abogado en la Universidad de Buenos Aires y ocupó, en diversas oportunidades, bancas tanto como diputado como en la función de senador. Y, curiosamente, había sido autor de un proyecto de declarar a Rosario como capital del país. Presentado en el Congreso el 1º de julio de 1867, no prosperó, así como tres intenciones más que habían tenido el voto favorable en el Senado, pero que serían vetadas por los presidentes Bartolomé Mitre y Domingo Sarmiento.
Cuando estalló el conflicto, Quintana era senador. En un intento por cuidar las formas, renunció a su banca "por cuestiones de salud" y en junio de 1876 viajó a Londres a hablar con las autoridades del banco. Y llevó como solución aplicar la fuerza, mediante el bombardeo a la ciudad de Rosario.
En el gobierno argentino no salían de su asombro. Debió intervenir el ministro de Relaciones Exteriores argentino, Bernardo de Irigoyen, un político de renombre, de amplia trayectoria, quien había sido uno de los gestores del Acuerdo de San Nicolás. Había asumido la cartera en agosto de 1875, y en esa gestión ministerial pondría fin a las cuestiones limítrofes con Paraguay y Brasil.
Quintana le dijo a Irigoyen que la cañonera inglesa tenía la orden de retirar los caudales del banco inglés. Con una cuota de sensatez, el ministro argumentó que el Banco de Londres "era una sociedad anónima, es una persona jurídica existiendo únicamente para un fin determinado. Las personas jurídicas deben exclusivamente su existencia a la ley del país que la autoriza y por consiguiente no son ni nacionales ni extranjeras (…) no tienen derecho a la protección diplomática". Sentaba jurisprudencia en la ausencia de nacionalidad de las sociedades anónimas.
Los ánimos se calmaron y la institución inglesa cedió ante la posición argentina. Y Quintana partió a un largo viaje de dos años a Europa.
Nuevamente, Rosario
Los años pasaron. En 1893 los radicales organizaron una revolución para terminar con el régimen imperante. Estallaron movimientos en Buenos Aires, Santa Fe y San Luis. En plena crisis institucional, el presidente Sáenz Peña formó en agosto de ese año nuevo gabinete, y Manuel Quintana fue nombrado ministro del Interior. Se declaró el estado de sitio y se intervinieron las provincias donde los revolucionarios se habían hecho fuertes. Los radicales, lanzados a la lucha, se sublevaron en Tucumán, mientras Leandro Alem resistía en Rosario. El gobierno, luego de lograr la rendición de los revolucionarios, se concentró en Rosario, último foco de resistencia. Y nuevamente Quintana lanzó la amenaza de bombardear Rosario si los rebeldes no se rendían. Finalmente, Alem y los suyos depusieron las armas.
A Manuel Quintana la posibilidad de ser presidente le llegó cuando su retiro estaba cerca. Tenía 70 años y compartió binomio con José Figueroa Alcorta. Juró como presidente el 12 de octubre de 1904; el 25 de enero de 1906 debió delegar el mando en su vice. En el medio, en agosto del año anterior, había sufrido un atentado cuando el tipógrafo anarquista Salvador Planas quiso dispararle, aunque falló su arma. Quintana, retirado, moriría el 12 de marzo de 1906, cuando su intención de bombardear Rosario era historia antigua.