"Era conmovedor ver cuánto amor y cuánta solicitud Perón derramaba sobre esos caniches bandidos. Reemplazaba su rol de abuelo sin nietos con un contacto con ellos permanente, que era de una ternura sin límites. Sus brazos se parecían a cuchas voladoras. Y lo eran ya que, como me confió, en ellos los albergaba incluso para que durmiesen".
El texto anterior pertenece a las memorias del escritor Bruno Passarelli volcadas en 'El Tango, los Perros, Gardel y Perón' sobre una visita que hiciera al domicilio de Juan Domingo Perón durante su exilio en Madrid, en 1969.
Y no debería resultar extraño. Es sabido su amor incondicional hacia los perros, pasión que compartía con Eva Duarte, no así —dicen— con María Estela Martínez. Lo que pocos saben es que la pasión de Perón por los animales no terminaba en sus perros. Desde que asumió su vida política tomó el legado de Ignacio Albarracín —el primer defensor de los derechos animales en Argentina— e impulsó, en 1954, la Ley de Protección Animal (14.346), aún vigente.
En su vida los perros fueron muy importantes: pasó su infancia al lado de los ovejeros y mestizos; y durante su etapa política lo hizo con tres generaciones de caniches. Perón vio morir a cinco, uno de ellos quedó clavado en su corazón, y otros dos lo sobrevivieron.
“Algunos suelen educar a los perros como si fueran hombres. Hay que dejarlos que sean perros. No contagiarles cosas de hombres; les hace mal”
Bill de Celedonia y la historia de los perros de Perón
Sin necesidad de buscar explicaciones, Juan Domingo simplemente amaba a los perros. Durante la primera parte de su vida vivió con los ovejeros que su familia tenía en la Patagonia y algunos mestizos. Bill de Celedonia da cuenta de ese amor.
Aquel era el pseudónimo que Perón había elegido para escribir los pensamientos que antecedieron sus presidencias. Cuando le preguntaron sobre el por qué de esa elección dijo: "Por un perro". Bill de Celedonia, de quien solía destacar su nobleza y lealtad, había sido uno de aquellos ovejeros.
“Mis mejores amigos eran los perros (…) que han dejado en mi cuerpo un recuerdo indeleble: un quiste hidatídico, calcificado en el hígado”, del libro ‘Los Perritos bandidos’ de Silvia Urich.
Cuando se convirtió en presidente llegaron a su vida los famosos caniches: Tinolita, de pelaje negro, llegó de los Estados Unidos y fue la consentida de Evita; Monito, que se convirtió en el malcriado de Perón, había nacido en Inglaterra y llegó a Buenos Aires de la mano del armador italiano Alberto Dodero con el peculiar nombre de Bull de Neish.
De ellos nacieron, en 1955, Negrita y Canela, un macho de pelaje marrón por el que el General tenía enorme debilidad. "Llevó tan lejos su fidelidad que dejó a la hija y a la nieta para que me cuidaran", había dicho Perón sobre Tinola y Puchi tras la muerte de Canela.
"Con ellos su paciencia era infinita. En medio del asunto más serio su expresión se distendía cuando los perritos aparecían saltando y ladrando, aunque los ladridos impidieran atender la conversación, cuenta la escritora Silvia Urich en Los perritos bandidos, el libro que recorre la historia del proteccionismo de animales en Argentina.
Se dice que en alguna que otra reunión entre el General y algún invitado, el primero se distraía —o demostraba desinterés— con el jugueteo de sus perros a los que admiraba cada vez que festejaban el ingreso de alguna visita o hacían de las suyas sin respetar protocolos ni cuestiones sociales.
De la muerte de Evita al exilio: la vida de un hombre y sus perros
Tinolita era la consentida de Evita y sufrió su pronta partida. Dijeron quienes estuvieron cerca por ésos días que la perra se veía angustiada y que recién la llegada de Canela, tres años después, cambió su humor.
Para pena del General la muerte había llegado a su vida: tras la pérdida de Evita, en 1952, siguió la de su madre en 1953 y la de su hermano Mario, en 1955. El desolado hombre volcaba su amor y buscaba consuelo en sus perros, desde entonces su única familia.
Tras la muerte de Eva los caniches quedaron al cuidado de Nelly Rivas, la estudiante que pertenecía a la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y que pasaba aquellos días en la residencia presidencial.
Con el golpe de 1955 llegó el exilio. Perón partió primero a Paraguay, luego siguió su rumbo por Panamá, Nicaragua, Venezuela, República Dominicana y finalmente España. Salió de Buenos Aires sin sus perros, pero sus íntimos configuraron distintos operativos secretos para que se reencontrara con ellos.
Según trascendió por esos días, Perón le habría enviado una carta a Rivas para que se los llevara a Paraguay. "Cuidame los perritos y cuando vayas a Asunción me los llevás a todos. Los quiero mucho a esos perritos bandidos", le habría escrito el líder político.
Una versión cuenta que Rivas no atendió el pedido y que avisó que sólo irían los cachorros y no de Tinolita y Monito. Otra afirma que fue Andrés López, militar a cargo del destacamento de la Residencia presidencial, quien quedó a cargo de los perros, pero que perdió de vista a los padres y que viajó con las crías.
El esperado reencuentro se produjo cuando Perón se trasladó a Caracas y López —que también debió exiliarse en 1956, no sin buscarles cuidadores—fue testigo. Así lo contó: "Llegamos al departamento [donde estaba Perón], entreabrimos un poquito la puerta y metimos los dos perritos (…) Nunca había visto al General con lágrimas en los ojos… Me dio un abrazo, me lo agradeció e inmediatamente mandó a [Isaac] Gilaberte [su chófer] para que buscara una peluquería que los pusiera en condiciones".
Tras al exilio, Perón estuvo varios meses lejos de sus perros, pero sus íntimos configuraron distintos operativos secretos para que se reencontrara con ellos.
En 1958 la crisis política de Venezuela provocó otro exilio. Partió a República Dominicana. "A los pocos días de nuestro arribo llegaban —contó un ex secretario— Roberto Galán y Olga (esposa del locutor) que rescataron en Caracas algunas de las pertenencias de Perón (…) También eran los custodios de los perros Canela, Negrita y sus cachorros, a quien en la noche de la revolución entregamos para que cuidaran".
Algunos historiadores perdieron los rastros del árbol genealógico de los caniches o le restaron importancia. Recién en 1964 un artículo de la revista Primera Plana avisa que en Madrid Perón vivía con tres caniches en su residencia "17 de Octubre", en Puerta de Hierro, y en 1965 una entrevista lograda por el renombrado Esteban Peicovich (falleció mientras se escribía esta nota) develó sus nombres.
"Vuelvo a las 19. Juego con los perritos, que me entretienen mucho. Canela ya tiene diez años, es el abuelo. Es un exiliado como yo y me ha seguido en todas. Tinola, la madre, tiene seis, y Puchi, la hija, dos. Son grandes amigos míos. Canela, por ejemplo, es auténticamente un perro. Algunos suelen educar a los perros como si fueran hombres. Hay que dejarlos que sean perros. No contagiarles cosas de hombres; les hace mal", contó Perón al cronista tras 10 años de exilio.
“La ternura de un perro es inalcanzable para el ser humano”
Canela, el favorito de Perón, murió en 1966. Aparentemente le costó aceptar su muerte y tras unos días de duelo decidió enterrarlo debajo de un algarrobo en la quinta "17 de Octubre" en Puerta de Hierro. El hombre que corría de los exilios visitaba cada día la tumba donde descansaba su gran amigo y hasta allí llegaba con sus otros perros y alguna que otra visita.
El 26 de marzo de 1970 llegó la nieta de Canela y la bautizó como Canelita. Ella junto a Puchi, un macho nacido en 1963, compartieron los últimos años del exilio de Perón en España y fueron quienes lo acompañaron en su regreso definitivo a Argentina el 20 de junio de 1973.
En ese regreso del exilio Perón usó dos aviones. En uno viajó él acompañado de políticos, deportistas, intelectuales y artistas; en el otro volaban algunos muebles de la casa y sus perros junto a los patos y pavos que habitaban en la quinta de Puerta de Hierro.
Ya en Argentina, Perón se instaló con Canelita —que heredó el pelaje de su abuelo Canela— y Puchi que debió ser operada de las neoplasias mamaria traídas de España. La operación fue exitosa.
Puchi y Canelita sobrevivieron al General, que los dejó definitivamente el 1 de julio de 1974 tras un infarto. Puchi llegó a los 17 años y Canelita a los 13.
Canela, el mejor amigo de Perón
A todos los amó, pero por él tenía debilidad. "Canela ya tiene diez años, es el abuelo. Es un exiliado como yo y me ha seguido en todas", había contado Juan Domingo Perón en una entrevista cuando estaba por terminar la década de 1960.
Y para Perón, Canela era el amigo que lo acompañó en sus días grises. Nació en 1955 tras la unión de Tonalita y Monito, los perros que compartieron su vida junto a Evita y de los que no supo qué pasó después de que Nelly Rivas se los llevara.
Canela murió en 1966 y, después de unos días de dolor, Perón lo enterró bajo la sombra de un algarrobo en el verde y amplio jardín de la quinta 17 de Octubre en Puerta de Hierro, España. En su honor hizo una placa que decía: "Canela. El mejor y más fiel de los amigos". Eso representó en su vida.
Y no lo ocultó. "Pocos años después, cuando la quinta se convirtió en la Meca de los argentinos, Perón solía pasear junto a ocasionales visitantes por ese parque (…) Algunos sospechaban que cuando un dirigente había perdido su confianza, el General hacía coincidir caminata y conversación para, frente a la tumba de Canela, deslizar al pasar: 'Este es el único que realmente me fue leal. El único que realmente me quiso'". (Cita: "Los perritos Bandidos", Silvia Urich).
Nunca se supo si Perón tuvo predilección por los caniches o si llegaron gracias a Eva, pero sobre la raza dijo: "Aunque no son los ovejeros de mi infancia, me parecen maravillosos. Los caniches suelen emplearse para la caza de agua. Son nadadores habilísimos. Pero jamás los he trastornado con esos menesteres. No me gusta matar animales".
El repudio ante la crueldad contra los animales también lo expresó en referencia a las corridas de toros, a las que fue invitado cuando vivía Evita y durante su exilio en España.
"Yo soy partidario de los toros. No voy porque paso un mal momento en la plaza. En mi sensibilidad paisana no entra eso de maltratar animales. Creo que el hombre que maltrata un animal es de malos sentimientos. Y si hace eso puede llegar a maltratar a otro hombre (…) No voy a la plaza para no desear que maten al torero", dijo a aquel periodista en Madrid.
Perón, el hombre que amaba también a otros animales
Como se mencionó al inicio de esta nota, Perón impulsó la sanción de la Ley de Protección de los Animales. Pese a haber intentando darles a sus amados animales una ley penal que los protegiera desde que inició su mandato, en 1946, recién lo logró en 1954 aunque no como pretendía.
Apenas llegó al poder propuso ampliar y mejorar la Ley 2786, conocida como la ley Sarmiento, que contó con el trabajo del proteccionista Ignacio Albarracín. Pero sus intentos no tuvieron el visto bueno de quienes veían en los animales algún interés económico.
En 1947, precisamente el 10 de marzo, presentó en el Congreso el primer proyecto para modificar la mencionada Ley 2786. Proponía actualizar las penas y que se crease un órgano de aplicación y que donde no se pudiera crearlo que fuera la Policía la que actuara en defensa de los animales.
El tratamiento de ese proyecto fue en el Senado, pero cayó en Diputados.
El 18 de abril de 1951 arremetió: volvió a presentar un nuevo proyecto para impedir espectáculos crueles con animales, especialmente las corridas de toros. Fue en España donde declaró abiertamente que no le gustaba que mataran ni torturasen animales y se negó de lleno a que esa actividad —que la propia Evita calificó frente a toreros y taurinos como "una barbarie"— llegara a Argentina. Tampoco prosperó.
Finalmente, en 1953, le encomendó a Antonio Benítez, diputado y presidente de la Cámara Baja, que buscara el consenso que hiciera falta para aprobar una ley penal que protegiera a los animales en todo el territorio argentino. Así lo hizo.
El proyecto de Benítez proponía una ley penal nacional que sancionara con tres años de prisión, como pena máxima, a toda aquella persona que maltratase y/o torturase a un animal. Además, pedía ampliar la pena en casos de reincidencia. La idea no fue aceptada en el Congreso y el castigo, finalmente, se bajó a un año porque los legisladores consideraron que debían equipar el maltrato o tortura que sufriera un animal al daño que se efectuara sobre cosas muebles y que, por lo tanto, las penas debían ser iguales.
Pese a los malestares de los legisladores, tras meses de debate, el 27 de Septiembre de 1954 la propuesta fue aprobada en el Senado y quedó promulgada en noviembre como Ley 14346 de Protección de los Animales.
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