El día que los revolucionarios venezolanos quisieron linchar a Perón

Fue en 1958, durante su exilio, mientras negociaba un acuerdo electoral con Frondizi. Perón se refugió durante cuatro días en la embajada dominicana en Caracas, con centenares de personas que la rodeaban. Lo acusaban de complicidad con el régimen que acababa de caer. Su vida corrió riesgo. Hasta que Estados Unidos gestionó un avión y lo sacó del país. Lo acompañaban Isabel, John Wiliam Cooke y Guillermo Patricio Kelly. Los detalles.

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Peron refugiado en la embajada
Peron refugiado en la embajada dominicana muestra el titular del diario El Nacional

Perón consiguió ingresar en la embajada de República Dominicana el 23 de enero de 1958, el mismo día en que cayó el gobierno del dictador Marcos Pérez Jiménez.

Entró a la residencia con el tableteo de las ametralladoras de fondo, luego de que México y España les cerraran las puertas de sus embajadas. Ya había sido tomado el Palacio presidencial y el aeropuerto era tierra de nadie. Perón no se podía fugar.

En medio de la revolución que derribó al gobierno venezolano, también quedó comprometida la seguridad de Rogelio Julio Frigerio, el enviado de Arturo Frondizi, para cerrar el pacto con Perón para las elecciones del 23 de febrero en la Argentina.

Perón ingresó a la embajada con su entonces novia Isabel y dos perros caniches, y otros colaboradores que fueron entrando como pudieron. Había más de mil personas alrededor de los portones con voluntad la voluntad de ingresar.

Disturbios en Venezuela, el 23
Disturbios en Venezuela, el 23 de enero de 1958, el día de la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez.

También acompañaban a Perón el dirigente nacionalista y Guillermo Patricio Kelly y su Delegado, peronista de izquierda, John William Cooke.
Kelly había sido acusado por formar parte de sistema represivo del régimen depuesto. Como uno de los "asesores de la Seguridad Nacional".

La acusación también comprometía a Perón.

El 26 de enero el diario "El Nacional" tituló: "Perón dirigió la represión contra el pueblo venezolano".

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En 1957, como jefe del Comando Superior Peronista, en esa etapa de su exilio en Venezuela, Perón continuó su prédica a favor de la violencia contra la dictadura del General Aramburu, que lo había desalojado del poder en septiembre de 1955.

Perón creía que había que organizar la lucha integral por todos los medios, y, sumado a un plan de insurrección, el gobierno podría caer. Ésa era la línea, la "línea Caracas", que bajaba a su delegado, el ex diputado John William Cooke, a través de una correspondencia permanente que circulaba por conductos clandestinos.

En marzo de 1957 Cooke escapaba de la cárcel de Río Gallegos, junto al ex diputado Héctor Cámpora, el empresario Jorge Antonio, los sindicalistas Gomis y Espejo, y el dirigente nacionalista Guillermo Patricio Kelly, el mentor de la fuga.

"El pueblo tiene que hacer guerra de guerrillas, que en la resistencia se caracteriza por la suma de todas las acciones –recomendaba Perón a Cooke-. La suma de pequeñas violencias cometidas cuando nadie nos ve y nadie puede reprimirnos representa en su conjunto una gran violencia por la suma de partes. Debemos organizarnos concienzudamente en la clandestinidad. Instruir y preparar a nuestra gente para los fines que nos proponemos, agruparnos en organizaciones disciplinadas y bien encuadradas por dirigentes capaces, audaces, y decididos, que sean respetados y obedecidos por la masa, planificar minuciosamente la acción y preparar adecuadamente la ejecución mediante ejercitaciones permanentes" –escribía el líder exiliado en una carta reproducida en primer tomo de "Correspondencia Perón-Cooke", págs. 11-13 y 17 (Ed. Granica).

María Estela Martínez de Perón
María Estela Martínez de Perón junto al Delegado de Perón John William Cooke y los colaboradores Americo Barrios y Ramón Landajo.

Perón vivía de prestado en un departamento del edificio "JosMary", sobre la avenida Andrés Bello. Estaba con Isabel, a la que había conocido en un balneario de Panamá en la Navidad del '55, "…", Roberto "Martincho" Martínez, su anfitrión, y el mayor Pablo Vicente, que llegó sin un centavo a Caracas y dormía en el sofá-cama del living. Había formado parte de la rebelión del junio del '56 y se había salvado de ser fusilado.

Sus colaboradores Isaac Gilaberte y Ramón Landajo-, que los que había compartido un departamento en Panamá, se alojaron en una pensión. Su custodia personal era el ex suboficial Andrés López, que había cuidado de la seguridad en la residencia presidencial. Por las tardes acompañaba a Perón si salía a dar algún paseo. Ése era su equipo en Caracas.

Perón mantenía su rutina militar: se levantaba a las seis, se estiraba el pelo con gomina perfumada, y escribía.

Perón en el exilio, 1957.
Perón en el exilio, 1957.

Intentaba moverse sin dinero y mantener con dignidad su delgado fajo de billetes que guardaba en el bolsillo trasero de su pantalón. En Caracas, agregó un capítulo más a su libro "La fuerza es el derecho de las bestias", escrito en Panamá. Lo tituló La realidad a un año de tiranía.

Perón también fue víctima de un atentado en Caracas. El 25 de mayo de 1957, su Opel Kapitan quedó estropeado por la explosión de una bomba.

Para entonces todas las bases de poder del peronismo habían sido arrasadas. El partido proscripto, los gremios intervenidos, los dirigentes perseguidos y presos, y las cárceles desbordadas de presos políticos. La mención pública a "Perón" y "Evita" estaba prohibida por decreto.

Desde su exilio obligado, Perón quería volver ingobernable al país, pero la capacidad de acción de Cooke, al que designó jefe de la "División Operaciones" del Comando Superior Peronista, era limitada. Los miembros de sus "comandos clandestinos" no tenían experiencia armada; a menudo resultaban detenidos en las tareas de planificación.

De hecho, el mayor volumen de las acciones de la resistencia contra la dictadura de Aramburu estaba fuera del control de Cooke.

Juan Perón junto a John
Juan Perón junto a John William Cooke

Las protagonizaban grupos sin dirección de mando, que realizaban sabotajes industriales, o colocaban "caños" contra vías del ferrocarril o empresas públicas. Eran espontáneas.

Perón también fue víctima de un atentado en Caracas. El 25 de mayo de 1957, su Opel Kapitan quedó estropeado por la explosión de una bomba. Su chofer Gilaberte no sufrió heridas de consideración. La detonación voló la tapa del motor pero no afectó el interior del vehículo.

Perón acusó a funcionarios de la embajada argentina en Caracas, a la que caracterizaba como "una cueva de pistoleros", dispuestos a terminar con su vida. El día del atentado, el consejero Barragán voló hacia Buenos Aires. El escritor Tomás Eloy Martínez señaló a un agente de la inteligencia militar argentina. (La Nación, 28 de julio-2 de agosto de 2002).

Perón con su novia Isabel
Perón con su novia Isabel y la actriz Sabina Olmos, detrás. Gilaberte. 1957.

La expectativa por el "Operativo Belfast" 

En su correspondencia con Cooke, Perón mantenía latente la posibilidad de hacer pie en algún negocio que le permitiera sostener la insurrección armada.

Pero maldecía la falta de dinero para ejecutar los planes.

"Yo puedo asegurarle que, si dispongo del tiempo y de la tranquilidad necesaria, en poco tiempo tendremos el dinero suficiente para dotar abundantemente a las necesidades que se presenten. Estoy en realización de algunos negocios que nos permitirán no esperar más. Debemos comprar las armas y hacer llegar todos los elementos a través de las fronteras, mantener las relaciones en el país en el que estamos, donde podemos conseguir mucha ayuda, pero hay que vincularse y trabajar, y finalmente la necesidad de tener yo cierta tranquilidad para poder pensar las cosas (…)
Hace poco perdimos una partida de armas que me ofrecieron porque no teníamos la plata necesaria para pagarlas –continúa Perón en el primer tomo de "Correspondencia…", págs.. 185-186-, pero espero poder, en el futuro, conseguir una similar. En Brasil hemos contratado para que las armas sean entregadas en territorio argentino y ellos corren con todo lo referente al contrabando. Naturalmente cobran caro pero tenemos más posibilidades de obtener dinero que aquí, en la cantidad necesaria", le escribió a Cooke.

“Perón aspiraba que 1957 se convirtiera en “la tumba de los tiranos”. Y el “Operativo Belfast” que prometía Kelly podría ser el detonante, la mecha que encendiera la insurrección popular”.

Uno de los colaboradores de Cooke era Kelly. Ambos habían vivido juntos la experiencia de la cárcel -los dos se habían fugado-, y los unía la sangre irlandesa.

Ideológicamente eran distintos: Kelly era antisemita y anticomunista y, justamente, entendía a Perón como el último retén para salvar a América Latina del comunismo. "Sin Perón, el continente se va a comunizar", preveía. Cooke, en cambio, observaba a Perón como un revolucionario en transformación hacia la izquierda, un deseo que expresaría con mayor convicción después de la revolución cubana de enero de 1959, como reflejó en sus cartas publicadas en el segundo tomo de "Correspondencia…".

Perón y su chofer y
Perón y su chofer y colaborador, Isaac Gilaberte en el comedor del departamento en Venezuela.

Aún desde posicionamientos distantes, los dos comulgaban con Perón.
Entonces, parados a mediados de 1957, Cooke presentó a Kelly como un hombre clave para el desarrollo de la "línea Caracas". Kelly era un hombre de acción. Le explicó a Perón que en la resistencia había conseguido 37 ametralladoras en el mercado negro, que imprimió panfletos, que interfirió radios con sus directivas.

Cooke creía más en la eficacia operativa de Kelly que en su propios "comandos clandestinos".

Perón también se entusiasmó con el relato.

Le escribió a Cooke.

"El trabajo de Kelly, excelente: él sabe bien cómo se hacen los líos y cómo se saca provecho de ellos. Hay que dejarlo hacer, es un elemento de inapreciable valor para estos casos y estoy seguro que será de ayuda extraordinaria en los momentos que, según mi opinión, se aproximan".

Perón aspiraba que 1957 se convirtiera en "la tumba de los tiranos". Y el "Operativo Belfast" que prometía Kelly podría ser el detonante, la mecha que encendiera la insurrección popular. A Cooke el plan lo seducía, pero advertía riesgos si no se reunía a la gente adecuada.

En cualquier caso, para su ejecución, necesitaba la aprobación de Caracas.

La línea Caracas: política y/o violencia

Perón no sólo debía atender la cuestión insurreccional por canales clandestinos. También debía dar respuestas a las masas que conducía, con sus mensajes públicos.

Cuando el General Aramburu convocó a elecciones constituyentes para reformar la Constitución de 1949, Perón primero llamó a la abstención, y luego decidió el voto en blanco.

Y el voto en blanco ganó.

Obtuvo el 24,3%, apenas una décima más que de la UCR del Pueblo (liderada por Ricardo Balbín), 24,2%, y seguido muy cerca de la UCR Intransigente (dirigida por Arturo Frondizi), que alcanzó el 21,2%.

A casi dos años del golpe de Estado que lo había barrido del poder, impedido de regresar al país, proscripto como candidato, Perón observaba cómo su electorado se erosionaba. Con el voto en blanco había retenido bastante menos que aquel 62% de las elecciones presidenciales de 1951, que le permitió acceder al segundo mandato.

Pese a los arrestos de obreros y dirigentes, del estado de sitio y las intervenciones militares, los sindicatos era la única estructura institucional del peronismo que había sobrevivido a la Revolución Libertadora.

Perón advertía además que Frondizi radicalizaba su crítica a la Revolución Libertadora -de hecho, se levantaría de su banca e impugnaría las sesiones de la Asamblea Constituyente-, y se proyectaba como una opción válida para un peronismo proscripto en las elecciones presidenciales del 23 de febrero de 1958.

Prometía "amplia amnistía para los delitos políticos" y restablecimiento de la CGT. Seducía a las masas y a los gremios.

Perón comenzó a dudar sobre la viabilidad de la metodología violenta. Si quería ser "el gran elector de las elecciones", debía negociar un acuerdo con Frondizi. No podía quedar afuera de la elección.

Había otro factor imprescindible para el análisis.

Los sindicatos, que no se habían levantado en su defensa en el golpe de Estado del '55, se reorganizaban en torno a "Las 62 Organizaciones Peronistas". Y aunque celebraran en silencio las acciones de los "comandos clandestinos" de Cooke, no tenían relación orgánica con ellos. "Las 62" no adherían a los llamados a la "huelga revolucionaria". Las dos huelgas generales que convocaron en los últimos meses de 1957 fueron en reclamo de mejoras salariales y contra la legislación laboral.

Perón no podía mantenerse distante de ellos.

Pese a los arrestos de obreros y dirigentes, del estado de sitio y las intervenciones militares, los sindicatos era la única estructura institucional del peronismo que había sobrevivido a la Revolución Libertadora.

Los gremios no dejarían de ser peronistas, pero ya eran más autónomos de su Líder.

Los hechos fueron conduciendo a Perón hacia una encrucijada: continuar con el llamado al caos –con la instrumentación del "Operativo Belfast"- o negociar un acuerdo con Frondizi para no perder influencia sobre las masas.
Perón mantuvo las dos opciones abiertas.

En la carta del 1° de septiembre de 1957 dejó traslucir dudas a Cooke sobre Kelly, pero mantenía la confianza. Era apenas una voz de alerta.

"Me parece muy bueno todo lo que me dice a este respecto. Hay que tener cuidado con Kelly que es un gran muchacho pero necesita que, de cuando en cuando, le tiren un poco de la cola. Es un hombre demasiado útil para exponerlo inútilmente pero estoy seguro que si él dirige, todo saldrá bien porque posee lo necesario para la empresa arriesgada. Habrá que apreciar oportunamente si la conveniencia es directamente proporcional al éxito que pueda obtenerse", escribió. ("Perón Cooke. Correspondencia", pág. 325, tomo 1).

Sin embargo, en otra carta a su ex canciller Hipólito Paz, a la semana siguiente, frente a la posibilidad de acordar con Frondizi, Perón anticipaba que se mantendría "esperando sin decir que no, pero tampoco sin decir que sí. El tiempo suele ser en política un auxiliar valioso cuando se lo juega en la incertidumbre de los enemigos". (Véase "Memorias", Hipólito Jesús Paz, pág 313, Ed Planeta)

Estas eran sus dos cartas: el caos o el acuerdo.

Sin embargo, en medio de la encrucijada, la situación política en Venezuela alteró todos sus planes. Ahora debía salvar su vida.

Kelly sale de la penumbra

Mientras la Corte Suprema chilena se resolvía su extradición a la Argentina por la fuga de la cárcel de Río Gallegos, Kelly volvió a fugarse. El suceso fue tapa de todos los diarios de Latinoamérica.

El periodista Gabriel García Márquez relató la fuga y escribió un retrato sobre el personaje en su artículo "Kelly sale de la penumbra".

Se iniciaba así:

"Entre la multitud que se doraba al sol en la playa de Las Caracas, el domingo 19 de enero, nadie reconoció a Patricio Kelly, el líder de la Alianza Revolucionaria Argentina, que en septiembre de año pasado se fugó disfrazado de mujer de la penitenciaría de Chile. Después del baño, vestido con un negro traje de alpaca demasiado bien hecho, demasiado intachable para pasar inadvertido, bailó por espacio de tres horas con la dama que lo acompañó durante todo el domingo".

Y cerraba así: "Parece inteligente, astuto, tenaz y capaz de aplicar sus defectos y todas sus virtudes en un solo instante y en las circunstancias más disímiles: en una maniobra política, en una cita de amor, en una partida de poker o en una entrevista de prensa. Los duros meses en prisión, una vida política intensa y precoz, no han dejado huellas visibles en su rostro. Tiene la edad que representa: 38 años. Se comprende que las mujeres lo admiren por las mismas razones porque admiraron a Humphrey Bogart".

Retrato de Guillermo Patricio Kelly
Retrato de Guillermo Patricio Kelly

A poco de llegar a Caracas, Kelly fue convocado por Perón. El jefe de la Seguridad Nacional venezolana Pedro Estrada le había informado a Perón que detuvo a un hombre que tenía la misión de matarlo por orden del gobierno argentino y, por efecto dominó, provocar la caída del gobierno local, comandado por el dictador Marcos Pérez Jiménez. El detenido era nicaragüense.

Perón, que gozaba de todas las comodidades políticas con el régimen, delegó a Kelly la tarea de interrogarlo con sigilo.

Kelly lo sacó de la prisión y lo llevó a Tamanaco, un hotel de cinco estrellas. Lo interrogó, lo grabó, y lo mantuvo ocho días secuestrado. Luego le llevó sus conclusiones a Perón. "El plan contra su vida era real".

Pocos días después, mientras el régimen de Pérez Jiménez se caía, trascendió que Kelly trabajaba para su policía secreta y los asesoraba en la represión de opositores.

Los estudiantes de la Universidad Central lo identificaron con las torturas del aparato represivo. Y denunciaron que había montado su "cueva" de seguridad e inteligencia en el edificio "Riverside", sobre la Avenida Principal Bello Monte.

Una conversación con Kelly en el lobby del hotel

Le pedí una entrevista a Kelly para conocer su versión sobre las acusaciones. Y también para hablar del "Operativo Belfast", mencionado por Perón y Cooke en la correspondencia. Nunca había encontrado una línea sobre tema en la bibliografía académica ni periodística.

Era el 2003. Habían pasado 45 años de los sucesos de Venezuela.
Kelly aceptó una conversación. Me citó en el lobby del Hotel Hyatt de Recoleta. Llegó un poco más tarde, mirando para distintos lados, con la intención de captar todo el escenario. Se sentó. Me pidió el celular y también que le sacara la batería y lo dejara apoyado en la mesa. No habría anotadores, ni micrófonos, ni nada. Ése era el acuerdo: una conversación. Como a menudo sucede con los hombres de inteligencia, siempre se empieza hablando de otra cosa, en forma amable, social.

La variedad de temas puede reunir anécdotas largas, de las que a veces se pierde el hilo, y en las que se dan por supuesto el conocimiento de nombres, de historias. Es una charla que puede durar media hora o cincuenta minutos, y no se sabe bien para dónde va, pero hay un acuerdo tácito de que es el camino correcto.

Es un tiempo de estudio que se toma el entrevistado para ver quién es la persona que tiene enfrente, qué tiene ganas de decirle, o de inventarle. Es un encuentro en el que entrevistado arriba sólo para saber si tiene que enterarse de algo. Lo gana sólo esa curiosidad.

En el caso de Kelly recuerdo que fue una conversación larga, por momentos alborotada, en la que intentaba retener mentalmente algo que me sirviera para los dos temas que motivaron el encuentro: las torturas y el "Operativo Belfast".

Pero a medida que transcurrían el tiempo de charla dudaba de que me pudiera llevar algo.

Recuerdo que cuando salí del hotel ya era de noche y retuve pocas cosas. Que el detenido se llamaba Chaubol Urbina; que respondía a las órdenes de Quaranta, que era el jefe de la SIDE; que Urbina había tenido la oportunidad de matar a Perón cuando ingresaba a hotel Washington pero no disparó. Y que toda esta información la obtuvo sin torturarlo.

"Me hice pasar por su asesor legal, lo puse en una suite con manicura. A la noche le daba pollo con crema. Todo fue de buenas maneras".

Del "Operativo Belfast", Kelly no quiso hablar. Aún sigue siendo una intriga para la historia del peronismo, o al menos para mí.

Perón también fue puesto en la mira de los revolucionarios que bajaban de los cerros. Querían lincharlo a él y a todos los argentinos que lo acompañaban. Incluso a Isabel.

La Embajada

Sector de la embajada de
Sector de la embajada de Republica Dominicana en Caracas donde se refugio Peron por cuatro dias

El 23 de enero de 1958 cayó el gobierno de Pérez Jiménez. Tres días después el diario "El Nacional" tituló: "Perón dirigió la represión contra el pueblo venezolano". Kelly fue señalado como uno de los "asesores de torturas de la Seguridad Nacional". Perón también fue puesto en la mira de los revolucionarios que bajaban de los cerros. Querían lincharlo a él y a todos los argentinos que lo acompañaban. Incluso a Isabel.

Perón se había transformado en uno de los enemigos del pueblo venezolano, justo cuando debía definir su posición frente a las elecciones presidenciales en la Argentina.

Estaba negociando el pacto con Frondizi

El 3 de enero de 1958 el enviado del titular de la UCRI, Rogelio Julio Frigerio, había llegado a Caracas y regresó a Buenos Aires con una larga lista de condiciones de Perón para el acuerdo.

A cambio de su apoyo, y de suspender sus directivas a favor de la violencia, Perón reclamaba la legalización del peronismo, el levantamiento de su proscripción y la convocatoria a elecciones libres en dos años. Cuando Frigerio volvió otra vez a Caracas y el pacto estaba listo para la firma, cayó la dictadura venezolana.

“Nadie identificado con el régimen o con Perón podría salir vivo de Venezuela. Esa fue la orden de los revolucionarios”.

Fue el 23 de enero.

El dictador Pérez Jiménez escapó a República Dominicana con el avión de la presidencia. En el apuro perdió en el aeropuerto una valija con millones de dólares. El edificio de la Seguridad Nacional había sido tomado. La ciudad estaba sin policías. El jefe de Seguridad Nacional, Pedro Estrada, logró volar hacia Washington. Las fuerzas revolucionarias ya dominaban el Palacio Miraflores; el contralmirante Wolfgang Larrázabal quedó a cargo de la Junta de Gobierno.

Los insurrectos fueron a buscar a Perón, que abandonó su domicilio y se trasladó a la "cueva" de Kelly en el edificio Riverside. Allí lo esperaba Cooke. Perón no pudo entrar: el edificio ya estaba rodeado. Decidió refugiarse en la casa de un matrimonio argentino. En ningún momento se desprendió de su portafolio ni de su metralleta Mauser.

Sus colaboradores comenzaron a recorrer embajadas en busca de asilo para Perón. España lo rechazó. México también. El aeropuerto era tierra de nadie. Perón no se podía escapar. En la calle había incendios, saqueos, ahorcados, tiroteos. Nadie identificado con el régimen o con Perón podría salir vivo de Venezuela. Esa fue la orden de los revolucionarios.

Perón consiguió refugio en la embajada de República Dominicana el 23 de enero. Entró a la residencia con el tableteo de las ametralladoras de fondo. Lo acompañaba su novia Isabel y sus perros caniches "Canela" y "Negrita" –que el suboficial Andrés López había recuperado y trasladado desde Argentina-. Otros colaboradores -Gilaberte, Ramón Landajo, Américo Barrios- fueron entrando como pudieron. Ya no había protocolo. También se refugiaron Cooke y Kelly. El mayor Pablo Vicente no pudo ingresar. Estuvo a punto de morir linchado cuando intentó recuperar pertenencias de Perón en medio de la revolución. Fue detenido por el nuevo gobierno.

Cooke, sentado en uno de los escalones de la piscina, se negó a entregar su arma. Si la multitud rompía los portones, pensaba dar combate. “Mataremos a unos cuantos y después veremos…”, dijo.

Había más de mil personas zamarreando los portones de la embajada. Pedían la cabeza de Perón. Y la de Kelly.

Posiblemente, en su exilio errante, el líder justicialista había imaginado morir pobre y olvidado, como San Martín o Rosas, pero en su fatalismo quizá nunca hubiese pensado en la posibilidad de ser víctima de un linchamiento por la venganza de otro pueblo.

Adentro de la embajada su custodio, el suboficial López, lo culpaba a Kelly por haber arrastrado a esta locura por sus desbordes. Perón se mantenía en silencio.Entendía que un conductor debía avanzar con lo bueno y lo malo. Si elegía sólo a los buenos, se quedaba con tres o cuatros y no iría a ningún lado.

El nuevo gobierno revolucionario exigió a la embajada dominicana que obligara a Perón a desarmar a sus colaboradores. Cooke, sentado en uno de los escalones de la piscina, se negó a entregar su arma. Si la multitud rompía los portones, pensaba dar combate.

"Mataremos a unos cuantos y después veremos…", dijo.

En medio del caos ingresó en la embajada una cédula de notificación de la tipográfica que había impreso "Los Vendepatrias", el último libro de Perón. Le reclamaban una deuda impaga. Habían embargado su cuenta bancaria. Pero ese mes, tras sucesivos retiros de fondos, no alcanzaba a cubrir el saldo de 39.000 bolívares que reclamaba la tipográfica.

Después de dos días de encierro, la embajada seguía rodeada y Perón bajo riesgo. El clima revolucionario no se atenuaba.

Kelly seguía siendo objeto de comentarios. "Por culpa de éste, nos van a matar a todos", lo acusaban. Lo responsabilizaban de la sed de venganza de los revolucionarios.

John William Cooke junto a
John William Cooke junto a Perón

Alguien propuso que se votara si Kelly debía retirarse. Kelly dijo que se iría solo.

Pidió un poco de dinero –sólo Cooke le arrimó lo poco que tenía-, un sombrero y anteojos oscuros. Cuando salió de la embajada y se mezcló entre la multitud, nadie lo reconoció.

El 27 de enero, al cuarto día de refugio, intercedió Estados Unidos para rescatar a Perón (Kelly, en el lobby del hotel, me había comentado que ése había sido el resultado de su gestión con dos agentes de la CIA que encontró en Caracas).

Estados Unidos negoció con la Junta de Gobierno venezolana que se despejara la zona para facilitar su salida hacia República Dominicana.
Pero el salvoconducto era sólo para él.El resto debería continuar refugiado en la embajada.

Perón desconfió, pidió garantías. Temió una trampa. El embajador dominicano Rafael Bonelly Fondeur lo acompañó hasta la escalerilla del avión militar, que dispuso el gobierno.

Cuando la nave tomó vuelo, a Perón lo escoltaban dos aviones norteamericanos. El dictador Rafael Leónidas Trujillo le concedió hospedaje provisorio en el hotel Jaragua, con vista al mar Caribe y dispuso dos edecanes a su servicio.

Perón continuó su exilio.

El autor es periodista e historiador (UBA) Su último libro es "Primavera Sangrienta. Un país a punto de explotar. Argentina 1970-1973. Guerrilla, presos políticos y represión ilegal"(Sudamericana) En Twitter: @mlarraquy

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