A 45 años de la masacre de Ezeiza: "Les ruego a los peronistas que no hagan uso de las armas"

Fue el pedido desesperado del cineasta Leonardo Favio desde el palco a la multitud, en medio de la balacera. Fue el preámbulo de la renuncia de Cámpora."Perón la tenía en mente desde el principio, porque siempre quiso ser presidente", afirma el ex ministro del Interior Esteban Righi

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Era un día de regocijo.
Era un día de regocijo. Había banderas de gremios, de JP, de FAR y Montoneros, de municipios

Era un día de regocijo. La gente caminaba por la autopista Riccheri. Llegaban grupos del conurbano, del interior del país. Había banderas de gremios, de JP, de FAR y Montoneros, de municipios. Un helicóptero de la organización se acercaba al palco, armado sobre un puente de la autopista, para supervisar los desplazamientos de la multitud.

El palco era custodiado por la Juventud Sindical y SMATA, identificados con brazaletes.

Al mediodía se calculaba que había casi medio millón de personas. El cineasta Leonardo Favio desde el micrófono arengaba sobre el peronismo y la vuelta de Perón. Convocaba a cantar con paz y armonía.

La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires tocaba la marcha peronista. El General estaba en vuelo, junto al presidente Cámpora. Faltaba poco más de una hora para que la nave aterrizara. Perón les hablaría a millones de peronistas, desde una cabina blindada, en su segundo y definitivo retorno.  La Columna Sur de Montoneros bordeaba la parte de atrás del palco, con la intención de colocarse en el frente. En un momento, Favio le pidió a la gente que estaba arriba de los árboles que se bajara, que era peligroso. Poco después, a las 14.35, se escuchó una descarga de ametralladoras contra la Columna Sur. Querían frenar su avance. Desde el palco también comenzaron a disparar, y también desde el Hogar Escuela, ubicado a 300 metros. Allí se produjo el desbande: hubo fuego cruzado, corridas, autos que se desplazaban por el pasto en velocidad.

Favio estaba cuerpo a tierra, pero no soltaba el micrófono. Pedía paz.

El coronel Jorge Osinde en
El coronel Jorge Osinde en el palco de Ezeiza

A las 15.20 los tiros cesaron. Se veía un automóvil en llamas. Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social llevaban heridos y levantaban militantes dispersos y los trasladaban al Hotel Internacional del Aeropuerto.

Sus habitaciones se habían transformado en un improvisado centro de interrogatorios y torturas.

En el palco se escucharon disparos aislados. Los músicos se habían bajado. A las 16.15, Favio volvió a pedir que se bajaran de los árboles, que se bajaran de inmediato, porque entre las ramas había francotiradores. 20 minutos después, algunos custodios se internaron en la zona arbolada del bosque, a 100 metros del palco, a desalojarlo. Comenzó otro tiroteo.

A las 16.55 Favio dio una orden desesperada por los altavoces: "Les ruego a los peronistas que no hagan uso de las armas".

Después se informó que Perón había aterrizado en la base aérea de Morón.

El acto en Ezeiza se suspendía. No habría fiesta. El cuerpo orgánico del peronismo estallaba en pedazos. Quedaban 13 muertos y una cantidad indeterminada de heridos.

Ezeiza era la primera expresión de violencia interna.

La jornada terminó con 13
La jornada terminó con 13 muertos y una cantidad indeterminada de heridos

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Ezeiza había dejado tres datos políticos:

* A partir de ese día, en el peronismo, se estaba de un lado o del otro y no había lugar para los matices.

* Cámpora no pudo presentarse como el hombre que había traído a Perón al país, con su victoria.

*Montoneros no pudo exhibir su poder de movilización frente a su Líder, para lograr su bendición. Nunca sucedería.

Al contrario: al día siguiente, el 21 de junio, Perón marcó los límites por cadena nacional: "…los que ingenuamente piensan que pueden copar nuestro Movimiento o tomar el poder que el pueblo ha reconquistado se equivocan… Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales, que por ese camino van mal".

Los acontecimientos del 20 de junio de 1973 en Ezeiza pueden interpretarse como una consecuencia irreversible de la propia victoria de Cámpora. Como la consumación, o el estallido, de un enfrentamiento interno del peronismo, gestado en los meses previos.

Hubo fuego cruzado, corridas y
Hubo fuego cruzado, corridas y autos que se desplazaban por el pasto en velocidad

Perón no podía ser candidato a Presidente.

Había rechazado la cláusula electoral impuesta por el general Lanusse, que lo obligaba a residir en el país antes del 25 de agosto de 1972.

No lo hizo. Perón necesitaba una distancia en su enfrentamiento con las Fuerzas Armadas. Entendía que el mando estratégico no debía estar jamás en el campo táctico de las operaciones. Era un conductor. Tenía a la guerrilla que actuaba en su nombre para desgastar a Lanusse. Perón quizá no hubiese resistido participar de la campaña y el acto electoral con las Fuerzas Armadas en el poder.

Necesitaba una instancia intermedia. Ese fue el rol de Héctor Cámpora.
El 17 de noviembre de 1972 Perón regresó al país y nominó a su Delegado como candidato presidencial. El congreso justicialista lo avaló por disciplina, pero no sin sobresaltos.

El peronismo era entonces un magma abierto proclive a la incorporación vertiginosa de distintos sectores -de la izquierda tradicional, de la disidente, del nacionalismo, del cristianismo- pero la disputa interna estaba signada por el aparato gremial y político –los ortodoxos- y la "nueva estrella del Movimiento", representada por la Tendencia Revolucionaria, cauce en el que abrevaba la Juventud Peronista y Montoneros, que habían contado con el aliento de Perón, desde el secuestro y crimen de Aramburu.

El conflicto entre las últimas líneas mayoritarias del peronismo permaneció latente. La candidatura presidencial no resultaba ajena en la disputa. Antonio Cafiero era el dirigente preferido por los gremios. Cámpora, por la Tendencia.

Perón eligió a por este último. Su opción provocó la reacción gremial. "Ahora se pudre todo…", presagió el jefe de la CGT José Ignacio Rucci, a modo de preaviso.

Sin embargo, hasta entonces, la lucha interna del peronismo se manifestaba con acusaciones verbales o atentados aislados.

Pocos imaginaban que ya se estaba incubando el germen de la violencia que abriría paso a la etapa más desgarradora de su historia.

Los acontecimientos de Ezeiza sería la primera revelación de esa disputa.
La figura de Cámpora representaba una garantía de lealtad para Perón. Y aunque nunca había avalado en forma expresa la lucha armada, también lo era para la izquierda peronista y Montoneros. Cámpora les hablaba a ellos cuando en sus discursos de campaña mencionaba a "los mártires que cayeron en la lucha por el retorno de Perón", en referencia a los presos fusilados en la base de Trelew en 1972.

Con los gremios a disgusto de su candidato –organizaban actos y movilizaciones propias- Cámpora obtuvo el 49,59% de los votos.

Héctor Cámpora y Juan Domingo
Héctor Cámpora y Juan Domingo Perón

Desde ese día, 11 de marzo de 1973, Perón empezó a mostrarse molesto y distante con Cámpora, y también con la Tendencia Revolucionaria. Temía que el caudal de movilizaciones de la Tendencia se representara en el futuro gobierno.

Por eso tomó con desprecio la larga lista de ministros y funcionarios que solicitó la conducción montonera, y que el presidente electo le trasladó a Puerta de Hierro.

Perón ya no los quería, o los quería disciplinados, subordinados a su jefatura.

En abril de 1973, en sus "Instrucciones", desde Madrid, Perón dio el primer "grito de alarma" por la "infiltración" de "elementos disolventes empeñados en entorpecer o hacer naufragar el propósito justicialista de unidad nacional".

Ese mismo mes, despidió a su delegado juvenil Rodolfo Galimberti, que había llamado a las "milicias populares peronistas". No bastó la aclaración de Galimberti, que el llamado a las milicias era para "el control del precios".
Tampoco esperaba Perón que en la transición de la entrega del poder, de Lanusse a Cámpora, la guerrilla multiplicara sus acciones: continuaron la toma de pueblos, los robos a bancos, los secuestros a empresarios. No eran acciones exclusivas del ERP u otras organizaciones guerrilleras no peronistas. El 4 de abril, Montoneros mató a un jefe de inteligencia del III Cuerpo de Ejército en Córdoba, el coronel Héctor Iribarren.

Perón suponía que con el peronismo en el poder la guerrilla desaparecería. Lo entendía como una ley natural: "…desaparecidas las causas, deben desaparecer sus efectos", decía. (Clarín 15/3/73).

Cámpora era más cauto. Sólo esperaba una tregua.

Entonces, para José López Rega, que convivía con el matrimonio Perón en Puerta de Hierro desde 1966, la preocupación era menos la guerrilla que Cámpora. O el "camporismo".

Se lo transmitió al secretario del Movimiento, Juan Manuel Abal Medina en un restaurante de Madrid:

"Es una vergüenza que todo el poder quede concentrado en su familia –le dijo-. Llega al gobierno por nosotros y deja afuera a todos los que luchamos por el retorno de Perón. No vamos a permitir que él actué por su cuenta".

Parecía una petición conjunta con Isabel, que se plegó a sus prevenciones en silencio.

López e Isabel no querían quedar afuera de nuevo poder que se gestaba en torno al presidente Cámpora.

¿Esta era también era la opinión de Perón?

O mejor dicho: ¿qué quería Perón de Cámpora, después de la victoria? ¿Cuál era su plan, mientras preparaba el retorno al país?

"Si tengo que estar a lo que le dijo a Cámpora, Perón no quería ser presidente. Pero dicho 'a lo Perón', que era un gran ambiguo. A cada uno le decía una cosa distinta. No estaba claro si Cámpora pensaba ser presidente por cuatro años, pero su renuncia no estaba pactada. Creo que la renuncia de Cámpora, en cambio, Perón la tenía en mente desde el principio, porque siempre quiso ser presidente. O bien la adquirió por influencia de su núcleo más íntimo, o por cómo se fueron dando los hechos. Perón tenía, a mi juicio, la imagen vieja de la Argentina. 20 años provocan una distorsión enorme de cómo está el país. Él creía que volvía y todo se tranquilizaba. Lo que le reclamábamos era que fuera claro. Que dijera 'Acepto ser presidente'", afirmó el ex ministro del Interior de Cámpora, Esteban Righi, en una entrevista con el autor de este artículo para el libro Primavera Sangrienta.

López Rega obtuvo un lugar en el gabinete. Perón lo colocó en el Ministerio de Bienestar Social, pese a que Cámpora había propuesto a Isabel.

El 25 de mayo de 1973, Cámpora asumió su gobierno, y los presos políticos salieron sin indulto ni amnistía, producto de la presión popular frente a la cárcel de Villa Devoto.

El Congreso sancionaría la ley de amnistía dos días después. 

Si bien la liberación de los presos no había sido prolija –Perón se imputó el percance a Cámpora por "no haberlo podido manejar"-, más le preocupó el descontrol inicial de su gestión.

En los primeros días se ocuparon 180 dependencias estatales -66 en Capital Federal, 114 en el interior-, tanto por sectores de la Tendencia como por la ortodoxia peronista. Las tomas –en muchos casos por críticas a la continuidad de funcionarios de la dictadura, otras por reivindicaciones salariales-, expresaban las dificultades de Cámpora para gestionar la disputa interna.

El protocolo y la conspiración

Desde Madrid, Perón entreveía un progresivo caos social e institucional. Se disgustó. Y ese disgusto se advirtió cuando Cámpora se decidió a viajar a Madrid para acompañar el regreso de Perón para el 20 de junio. Para entonces ya estaba en marcha la conspiración interna contra su gobierno, gestada por López Rega con grupos ortodoxos afines, y los gremios, que también sacaban boletos para su caída.

Perón no participó de la cena de gala que le ofreció el General Franco a Cámpora. Despreció cualquier protocolo. En una oportunidad recibió a Cámpora en Puerta de Hierro en pijama, por un supuesto desajuste de agenda.

Cámpora aspiraba a compartir un regreso triunfal de Perón al país, y si era posible con un acto en el balcón de la Casa Rosada, frente a miles de peronistas.

Perón, en cambio, tomaba distancia institucional del presidente argentino.
La maniobra comenzó a ejecutarse cuando tomaron el control del acto de retorno, con la conformación de la "Comisión Organizadora".

López Rega puso al servicio las estructuras del Ministerio. Y a ella se sumaron grupos que habían sido desplazados de la campaña –los gremios y las agrupaciones ortodoxas-, que querían romper la alianza implícita de Cámpora con la Tendencia.

El secretario de Deportes y Turismo del Ministerio de Bienestar Social, coronel de inteligencia (re) Jorge Osinde, coordinó a los grupos de seguridad que controlaron el acto. El Hotel Internacional del Aeropuerto de Ezeiza fue utilizado como centro de operaciones. Allí, cuando la balacera se desató, trasladarían detenidos, los interrogarían y torturarían. Las ambulancias del Ministerio transportaron armas. Los estuches de los instrumentos de la Orquesta Filarmónica que actuó en el palco, ocultaron ametralladoras.

La Policía Federal no participó de la seguridad. La Comisión Organizadora argumentó que el peronismo "no podía ser custodiado por quienes lo persiguieron hasta hace dos meses". No hubo seguridad de Estado.

En un momento, después de los tiroteos, Favio llegó hasta el Hotel Internacional. Entró a la habitación 108 y se encontró con un grupo de torturados. Pidió un médico para ellos. Les propuso un pacto a los torturadores: si dejaban de golpear a los detenidos, él se olvidaría para siempre de sus caras. Y se llevó el nombre de los ocho torturados.

Al día siguiente, Perón, por cadena nacional, dejó definitivamente claro que abandonaba sus discursos de "socialismo nacional" de los tiempos de Lanusse: "No hay nuevos rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideología. Somos lo que las veinte verdades peronistas dicen. No es gritando 'la vida por Perón' que se hace patria sino manteniendo el credo por cual luchamos Los viejos peronistas lo sabemos. Tampoco lo ignoran nuestros muchachos que levantan banderas revolucionarias".

Ya no era el Perón de las cintas magnetofónicas, de las cartas. Era el Perón real que se presentaba por primera vez en el país.

La CGT, en sintonía con el discurso de Perón, aseguró en un comunicado que defendería "a cualquier precio y en cualquier terreno la doctrina peronista".

El martes 26 de junio, Clarín publicó una solicitada de FAR y Montoneros. Era un texto de una página. Allí levantaron sus acusaciones:

"…un puñado de asesinos con brazaletes del Ministerio de Bienestar Social, Concentración Nacional Universitaria (CNU) y Comando de Organización, desde el palco y desde los bosques, con armas largas, masacró al pueblo con el sucio objetivo de impedir el ferviente deseo del General Perón y de 4 millones de compañeros de reencontrarse definitivamente".

El 21 de junio, en la reunión de gabinete en la Casa Rosada se intentó determinar las causas y los culpables de los hechos. El secretario del Movimiento, Abal Medina, pidió a Cámpora que responsabilizara a López Rega y a Osinde de la masacre. Ambos funcionarios estaban presentes en la sala de situación. Cámpora se preocupó por las posibles consecuencias:
-¿Cómo vamos a hacer eso con el General? Nos va a echar a todos –dijo.

"Después de Ezeiza, hubo dos reuniones de gabinete. –refiere Esteban Righi-. En esas dos reuniones a Osinde le va horrible. Y Cámpora va a Gaspar Campos a contarle a Perón. Y cuando Cámpora regresa y no trae la renuncia de Osinde…. No sé qué podía hacer o qué dijo, pero no podía ser que no viniera con la renuncia de Osinde después de semejante "performance" en Ezeiza. Y ahí yo pensé: esto está todo claro. El problema ahora es cómo nos vamos. Si por la ventana o por la puerta. Ezeiza fue el disparador", indica.

Cinco días después de los acontecimientos de Ezeiza, el lunes 25 de junio, Perón visitó el Ministerio de Bienestar Social. Acompañado por López Rega recorrió los pasillos, las oficinas, saludó empleados, le mostraron planes de viviendas, cuestiones previsionales. Así fue recorriendo, piso por piso.

Fue un aval explicito a López Rega.

Perón nunca visitaría a Cámpora en la Casa Rosada.

Incluso una reunión de gabinete se realizó en el domicilio de Perón, en Vicente López.

Fue el miércoles 4 de julio.

Ese día se selló la suerte de Cámpora.

Esteban Righi fue uno de los testigos.

-¿Fue espontánea la renuncia de Cámpora o ya tenía en mente renunciar ese día?

-El 4 de julio fuimos a Gaspar Campos a una reunión de gabinete con Perón. Incluso yo tenía un conflicto con Gelbard (ministro de Economía) sobre telecomunicaciones, y no me acuerdo qué resolvió Perón. Estábamos todos alrededor de él, en la pieza de Perón en el primer piso. Después él se queda y todos los ministros bajamos. Y abajo, López Rega plantea cuál va a ser el rol de Perón en este gobierno. Y entonces Cámpora le contesta que estando el General en el país él único rol posible era ser Presidente de la república.

-¿Y eso por qué lo dice?

-Porque lo creía. "Lo único que falta", dice Cámpora, "es que lo diga él". Como diciéndole a López Rega, si es un apriete tuyo no. Si me lo dice Perón, sí. Entonces ahí se acuerda que suban a ver a Perón. Y van Cámpora, Solano Lima y Taiana.

-¿Isabel estaba ahí?

-Isabel estaba.

-¿Y qué rol tuvo? ¿Presionaba, cómo López Rega?

-Sí, Isabel sí, presionaba…pero con un rol menor. Tengo una pésima opinión de Isabel, decía cualquier disparate. López era un intrigante interesante. Era una bestia pero se movía bien en los palacios. La cosa palaciega la hacía bien. Isabel no tenía ninguna virtud.

-En esa pregunta de López Rega a Cámpora, sobre el rol de Perón en el Gobierno, había un plan previo, una intencionalidad?

-Que ellos presionaban no tengo ninguna duda. Para mí lo que ahí se discute era: "Estos tipos se van empujados a tomatazos o salen por la puerta grande". Esta era la pelea entre López, Isabel y compañía contra nosotros (el "camporismo"). Perón estaba flotando en las nubes. Venía del paro cardíaco y entonces, cuando subieron Cámpora, Lima y Taiana, Perón les dijo que sí, que si había que sacrificarse por el país él se sacrificaba. Y ahí se terminó la reunión. No me sorprendió. Yo tenía claro que nos íbamos del gobierno. Aunque Perón no te iba a decir nunca lo que quería.

Al día siguiente, la prensa dio cuenta de las deliberaciones de la reunión de gabinete, pero no informó sobre la renuncia de Cámpora.

Se haría pública una semana más tarde.

La balacera de Ezeiza se había llevado puesta su Presidencia.

*Marcelo Larraquy es periodista e historiador. Su último libro es "Primavera Sangrienta. Argentina 1970-1973. Un país a punto de explotar. Guerrilla, presos políticos y represión ilegal". Ed. Sudamericana

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