Se escapaba de las concentraciones porque decía que quería ser libre. No soportaba el encierro. Tampoco le interesaba el dinero. Sólo quería jugar al fútbol. Gambetear, desbordar, frenar, hacer una diagonal. Llegar al gol.
Fue campeón con Defensores de Belgrano en la Primera "C" en 1972, cuando vivía en la villa del Bajo Belgrano. Tenía 18 años. Al año siguiente lo compró Huracán, y fue campeón con Huracán, dirigido por César Menotti. Y seguía viviendo en la villa de Bajo Belgrano. Y jugó el Mundial '74 en Alemania, y fue campeón del mundo con la Selección argentina en 1978.
Antes del debut, la dictadura militar le tiró la casa abajo en la villa del Bajo Belgrano y forzó a su familia a abandonar el lugar donde vivían desde hacía casi dos décadas.
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Su hermana Ema, en entrevista con Infobae, relata: "Llegamos a la villa desde Santiago del Estero en el año 60. René tenía siete años. En ese momento había poca gente. Agarramos una esquina y nos metimos. Éramos cuatro hermanos y mi mamá. Nuestros padres estaban separados, pero papá nos hizo una pieza comedor, cocina y baño. Mi hermano Carlos era jugador, empezó a jugar en Excursionistas. Trabajaba en un taller frente a casa. Los que saben dicen que era mejor que René. La villa era muy humilde, nos conocíamos todos. La señora Amalia y su marido nos cuidaba cuando mi mamá iba a trabajar. Era una época de unión, no había drogas. René se levantaba y empezaba a pelotear, se entreveraba con los grandes, nunca jugaba con chicos de su edad. Después empezó a trabajar de cadete en una farmacia. Una vez fue a Uruguay con una selección infantil y empezó a jugar en Excursionistas y después en Defensores de Belgrano".
Olga, su mujer de toda la vida, lo conoció en la villa de Bajo Belgrano: "Vivía a dos cuadras de mi casa. Yo tenía 12 años pero casi no me dejaban salir. René, en cambio, estaba todo el día en la calle. Lo conocí en la canchita de vóley, jugando en la cancha de la escuela 'Estrella de Belén'. Él estudiaba el primario a la noche. Entregaba pedidos de una farmacia y también trabajaba en una carnicería. Ya estaba en Defensores del Belgrano. Él era cuatro años más grande que yo".
Dos meses después de que Huracán obtuviera el título de campeón metropolitano, el club le dio un departamento en la calle Uspallata, en Parque Patricios. Quería sacarlo de la villa.
"Nos mudamos en noviembre de 1973 –recuerda Olga, su esposa-, pero casi siempre volvíamos a la villa. Yo estaba casi todo el día en la casa de mi mamá, además el año siguiente quedé embarazada. No nos acostumbrábamos a estar lejos de nuestras familias".
Houseman tampoco se habituaba a las concentraciones.
En agosto de 1973, el técnico de la selección nacional, Enrique Omar Sívori, lo desafectó del plantel por indisciplina.
Houseman se escapó del predio de Luz y Fuerza, en Castelar, donde entrenaban. Saltó desde su habitación en el primer piso, tomó un taxi, y se fue.
Después de algunas averiguaciones lo encontraron en la villa de Bajo Belgrano. "No aguantaba más el encierro. Yo estoy acostumbrado a estar en la calle", explicaría.
Ese mismo año Huracán ganó su primer campeonato después de 45 años.
A Menotti también le costó adaptar a Houseman a las rigideces del fútbol profesional. En una oportunidad, el día previo a un partido de Huracán, Houseman le pidió al técnico un permiso especial para salir de la concentración y hacer un trámite. Y dado que el goleador no aparecía fueron a buscarlo a la villa. Lo buscaron y lo encontraron. Houseman estaba en la cancha en la que había jugado toda la vida, en Ramsay y La Pampa, el "estadio villero", como le gustaba llamarlo. Se había sentado en el banco de suplentes de su equipo. Enseguida le aclaró a Menotti que no pensaba entrar a jugar. Sólo estaba mirando.
"René no quería desprenderse de la villa –afirma su hermana Ema-. La villa era todo para él. Ahí estaban todos sus amigos. Me acuerdo que Menotti nos llevó por avenida del Libertador, cerca de Obras Sanitarias para que René comprara una casa, para que viviéramos todos. Creo que todavía era soltero. Fuimos, buscamos, miramos y quedó en la nada. A la villa no la iba a dejar. Y en el departamento de Parque Patricios no estuvo mucho. Al poco tiempo vino a otro de Monroe y Dragones, a dos cuadras de la villa".
El nuevo técnico, Vladislao Cap convocaría a Houseman otra vez para la Selección argentina. Tenía 21 años cuando jugó en el Mundial '74 en Alemania. Hizo tres goles. El más recordado fue contra Italia. Sería una de las revelaciones de un equipo que pronto fue olvidado.
Gol contra Italia en el Mundial '74
Houseman fue uno de los pocos que continuó en la Selección. Menotti volvió a convocarlo. Era una de sus apuestas para el Mundial '78.
Pocas semanas antes del debut contra Hungría, concentrado en la Fundación Natalio Salvatori, en José C. Paz, Houseman se enteraría que su familia era obligada a abandonar la villa del Bajo Belgrano.
"Venían con la topadora para tirarte la casa y un camión para llevarte con tus cosas. Te cargaban arriba y te tenías que ir", recuerda Ema, que debió irse con el resto de la familia Houseman.
Pronto, las topadoras arrasaron con las once manzanas de la villa.
La Historia del Bajo
En la trama urbana de Buenos Aires del siglo XIX, el Bajo creció como tierra de desechos del Alto Belgrano. Era el territorio marginal, de la basura, del pantano. El ferrocarril y la barranca separaban los dos mundos; el de los salones y los clubes, y el de las calles inundables, donde moraba el pobre.
La basura se quemaba al aire libre, en el Bajo, sobre la calle La Pampa.
La villa se instaló en la década del ´20, cuando algunos changarines levantaron las primeras casillas. 30 años después, a consecuencia de la instalación paulatina de migrantes del interior y de países vecinos, la villa ya era un rectángulo de once manzanas.
Desde entonces, mientras algunas áreas del Estado se preocupaban por la salud y la promoción social de los vecinos, otras agencias planificaban fórmulas para expulsarlos del lugar, mediante la coerción, expulsión violenta o incendios intencionales.
En 1966, durante el gobierno del general Onganía, se firmó el decreto de erradicación de todas las villas de Buenos Aires. Bajo Belgrano ya estaba en la mira, como tantas otras.
Se calculaba que por entonces vivían 100.000 personas en las villas porteñas, con un crecimiento anual estimado en el 20 por ciento.
El gobierno militar ofreció a los pobladores la mudanza a Núcleos Habitacionales Transitorios (NHT) –de este modo se denominaban a los "habitáculos" de 13 metros cuadrados-, mientras el Fondo Nacional de Viviendas apuraba la construcción de conjuntos habitacionales para la instalación definitiva.
Presentaban el traslado como una propuesta "civilizatoria", de "reeducación".
Las organizaciones villeras rechazaron la propuesta, pero miles de ellos fueron forzados a aceptarla: se erradicaron seis villas y se crearon 17 NHT, que empezaron a poblarse. Sin embargo, en cinco años de gobierno de Onganía, ningún complejo de viviendas había sido terminado.
Ya desde la década del '60 los curas y los equipos pastorales estaban en las villas. Planteaban transformar "las villas en barrios obreros", a favor de la radicación y respeto a la pertenencia cultural y la cercanía con sus fuentes de trabajo. Y mientras en los distintos militares se continuaba con la política de expulsión, otras agencias estatales promovían mejorar en la infraestructura de servicio. En 1971 la villa de Bajo Belgrano resistió el desalojo. Adujeron que eran un barrio obrero y no una "villa de emergencia".
Cuando el peronismo asumió el tercer gobierno, se anunció la construcción de 500.000 viviendas y también se persuadió a los villeros a mudarse a otros conjuntos habitacionales –como "Ejército de los Andes", en Ciudadela, luego conocido como "Fuerte Apache", o los monoblocks del Complejo Villa Lugano, planificado en 1969 y ya en proceso de final de obra-.
Pero los conflictos entre los planes de erradicación y los de promoción social persistieron. Las villas ya eran un territorio de militancia activa, con organizaciones, delegados, asambleas, curas, alfabetizadores y profesionales de distintas disciplinas que trabajaban en proyectos de urbanización, de acuerdo a la voluntad de los vecinos. En el entramado de las villas se reproducía no sólo la encrucijada de la expulsión o la permanencia, sino la tensión política que vivía el país.
La violencia estatal no tardó en desencadenarse.
En una manifestación frente al Ministerio de Bienestar Social de López Rega –que promovía la erradicación-, el militante del movimiento villero peronista Alberto Chejolán fue asesinado por la policía con un tiro de Ithaca desde dos metros. Fue el 25 de marzo de 1974. El padre Carlos Mugica participó de su sepelio en la Villa 31 de Retiro junto a miles de vecinos.
Pocas semanas después lo matarían a él.
Con el golpe de 1976 se impidió cualquier tipo de diálogo o negociación con el Estado.
Para entonces, un censo reflejaba que en las villas de Buenos Aires vivían 213.823 personas.
La dictadura prohibió nuevos asentamientos e incluso las construcciones o reformas y la compra y venta de viviendas dentro de las villas. Fue una etapa de congelamiento. Y enseguida se anunciaron los desalojos y las demoliciones.
Las topadoras municipales fueron el instrumento para la erradicación de villas.
En agosto de 1976 comenzaron a barrer con algunas casillas de la villa 1.1.14.
La dictadura estimaba que las villas estaban "reñidas con las necesidades materiales y espirituales de la vida humana y contrarias a la salud de la población".
Se forzó a los pobladores a regresar a sus provincias o países de origen, o trasladarse a algún terreno propio en el Gran Buenos Aires, si lo tenían. Por la caída de la actividad económica y la desmedida inflación, la población en villas creció un 30% en el primer año de gobierno de Videla. Ya eran alrededor de 280 mil personas las que vivían en las villas porteñas.
Una campaña de propaganda estatal –que encontró eco en la prensa- presentó a las villas como un gueto intolerable, conformado por seres que se marginaban de la sociedad manera voluntaria, migrantes, extranjeros, indocumentados. La dictadura no veía a los asentamientos como el resultado del déficit de vivienda, sino como producto de la indolencia, el delito y la haraganería.
En 1977 comenzaron a partir trenes desde la estación Retiro con vecinos de las villas. Los expulsaban a Bolivia, donde, se decía, tendrían mejor vida.
Los primeros desalojos de villas porteñas se consumaron sobre tierras de mayor potencial de inversión, las de zona norte y centro de la ciudad.
Los habitantes de la Villa 31, la de Colegiales y del Bajo Belgrano comenzaron a ser obligados a abandonar sus casas. Desde la oficina de la Comisión Municipal de la Vivienda se entregaban los plazos perentorios. Las villas ya estaban vigiladas por la Gendarmería y otras fuerzas de seguridad.
La villa del Bajo Belgrano era una de las más preciadas para el desalojo: eran once hectáreas, rodeadas de parques, lagos, el campo hípico y el de golf. Óptima para desarrollos inmobiliarios y residencias.
René me decía que si él tuviera más plata se hubiera comprado toda la villa para seguir estando con sus amigos de toda la vida
La expulsión resultó traumática para los vecinos. Ya no había ningún tipo de protección social.
Un documento de la pastoral de curas villeros de 1978 da cuenta de cortes de luz o falta de recolección de residuos como fórmula de hostigamiento en las villas. Incluso se desarmaban las casillas o se demolían casas y dejaban a las familias a la intemperie, sin que se les permitiera retirar chapas, ladrillos o maderas. En otros casos, los camiones de la Dirección de Limpieza municipal cargaban sus pertenencias y muebles y los trasladaban a algún terreno del Gran Buenos Aires que habían comprado en cuotas.
Quienes no tenían terrenos eran desalojados y trasladados provisoriamente a campos abiertos. El informe pastoral reveló que 300 o 400 familias fueron traídas de las "villas céntricas" en camiones de basura y las ubicaron en la cancha de fútbol de la villa de Bajo Flores, a modo transitorio, con un plazo de tres meses para abandonar el predio. Podían levantar casillas pero no viviendas de material. La lluvia inundaba el terreno.
Por su parte, en la "villa" de Colegiales el informe pastoral dio cuenta de que "el encargado municipal de los realojamientos ostenta armas, que hay vecinos que fueron golpeados, insultados, gritados…".
La demolición del Bajo Belgrano
En 1978, a punto de debutar contra Hungría en el Mundial, los hermanos y la mamá de René Houseman vivían en Blanco Encalada 904, en su intersección con Dragones.
René se había mudado a una cuadra a un departamento de Dragones y Monroe, con su esposa Olga y Diego, su hijo.
Por entonces, en el Bajo Belgrano había 298 familias, casi 1.000 personas, que se abastecían de almacenes y panaderías, tenían bares, comercios, un circuito comercial propio.
Pocas semanas antes del Mundial llegaron las topadoras al barrio.
Ema lo recuerda así:
"Nos avisaron que nos teníamos que ir. Pusieron la topadora en la puerta de la casa y nos obligaron a irnos. Te ponían un camión, te cargaban tus cosas, y te ibas. Los sacaron a todos. Te tiraban el rancho y aún así, mucha gente se quedaba. Todos los días se hacían despedidas. Tiraban las casas y quedaban los pisos y se hacían asados de despedidas. René lo sufrió mucho. Me decía que si él tuviera más plata se hubiera comprado toda la villa para seguir estando con sus amigos de toda la vida. Algunos fueron a Bolvia, otros volvieron a Santiago. Yo fui un tiempo al departamento de René y después René le compró a mi mamá un terreno en Hurlingham y construimos la casa. En nuestra manzana ahora está la embajada rusa. En la otra manzana hay torres. Si vos no te querías ir, tenías la topadora detrás tuyo –recuerda Ema-. La villa tenía una pared, estaba todo cerrado para que nadie la viera. El día de su velatorio –Houseman murió el 22 de marzo de este año-, vinieron un montón de amigos del Bajo. Incluso santiagueños, porque a René le gustaba juntarse con los santiagueños. Uno que le decían 'El Vilcha' Suárez, estaba Zarlega, lo querían mucho", indica su hermana.
"Durante el Mundial, toda la villa del Bajo Belgrano quedó lisa. Tiraron todo. Vinieron los camiones y se llevaron a la gente", recuerda Olga. La zona es hoy una de las mejor cotizadas de la ciudad de Buenos Aires.
En junio de 1978, René Houseman hizo el quinto gol contra Perú y Argentina salió campeón del mundo.
*Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA). Su último libro es "Primavera Sangrienta. Argentina 1970-1973. Un país a punto de explotar. Guerrilla, presos políticos y represión ilegal". Ed. Sudamericana.
Bibliografía:
-Oscar Oslak. Merecer la ciudad. Los pobres y el derecho al espacio urbano. Editorial de la Universidad de Tres de Febrero, ed. Ampliada, 2017.
-Eduardo Blaustein. Prohibido vivir aquí. Una historia de los planes de erradicación de villas de la última dictadura. Comisión Municipal de la Vivienda.
-Federico Topet – Pablo Wildau. Yo soy El Loco. Biografía autorizada de René Houseman. Ed. Librofutbol.com
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