Adulterio, abortos y abusos en un escandaloso juicio virreinal en la Buenos Aires del 1700

El expediente de este proceso, abundante en denuncias de mujeres víctimas de malos tratos, desmiente algunas ideas hechas acerca de la condición femenina en la sociedad de entonces

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Corría el año 1784 y un gran escándalo sacudió a la capital del Virreinato. Los vecinos de la ciudad de Buenos Aires no salían de su asombro, no tanto por lo ocurrido como por la evidencia pública. El comportamiento en cuanto al orden moral y las buenas costumbres no era algo que desvelara la conciencia de los porteños. Pero el lugar del hecho y las circunstancias hicieron imposible ocultar lo acontecido. Fue el Virrey, Marqués de Loreto, perteneciente a la nobleza española, quien dio curso a la denuncia presentada por una mujer por trato indebido, adulterio y acceso carnal -según el vocabulario de la época-, delitos todos en los que habría incurrido el Sargento de la Asamblea de Infantería, encargado y responsable de la administración de la Casa de Residencia y Hospicio de Pobres.

La ciudad recientemente elevada a capital del Virreinato del Río de la Plata parecía estar llamada más al silencio y al recato, a los rezos y a las plegarias, que a escándalos de orden sexual que impactarían incluso hoy. Pero las apariencias engañan. La idea que en general ha transmitido la historiografía de nuestro país y que de la que hoy se siguen haciendo eco con ligereza muchos divulgadores con aires doctorales es que por aquellos años la sexualidad era vivida como algo oculto, reprimido y vergonzante. Nada más alejado de la realidad. Tampoco era un "destape". Ni un extremo ni el otro.

Bajo similar equívoco conceptual, se afirma que las mujeres vivían sometidas y encerradas bajo siete llaves en sus casas, dominadas y ninguneadas por los hombres, que hacían de ellas un objeto inanimado; herencia maldita que la mujer moderna seguiría padeciendo hoy como recurrencia de aquellos tiempos. Nada más inexacto y pueril. Lo llamativo del caso de que aquí se trata, lo que seguramente sorprende al moderno lector, es que las autoridades hayan tomado el asunto en sus manos e investigado los hechos a partir de una denuncia formulada por mujeres, indígenas, mestizas y mulatas.

En marzo de 1784, el Virrey Loreto, recién asumido, recibió esta acusación por inconducta, abusos, malos tratos, abortos, abandono y asesinato de bebés, adulterio y otras atrocidades contra el sargento Francisco Calbete, español de treinta y cinco años. En el Archivo General de la Nación se encuentra el legajo del proceso judicial abierto al funcionario.

El Virrey, Marqués de Loreto
El Virrey, Marqués de Loreto

Previo a la investigación, el sargento Calbete fue separado preventivamente de su cargo y derivado a la cárcel del Ejército, en la Ranchería, hoy Manzana de las Luces. Al efecto, el Virrey nombró al capitán Alfonso Sotoca y al escribano Pedro del Castillo al frente de la sumaria y los interrogatorios. Pero antes aclaremos algunas cosas.

La Casa de Residencia y Hospicio de Pobres había sido creada por Juan José de Vertiz y Salcedo en su primera gestión como Gobernador, antes de ser nombrado Virrey. El funcionario pertenecía a una generación de políticos asociados al proyecto iluminista del rey español Carlos III, cabal representante del Despotismo Ilustrado, esto es, una Monarquía que procuraba modernizar la Nación desde el centro del Estado. "Todo para el pueblo sin el pueblo" era la consigna. En Buenos Aires Vértiz implementó una serie de reformas en esa dirección. Empedró algunas calles para volverlas transitables y obligó a los vecinos a hacer veredas e iluminar el frente de sus casas. Fundó un Teatro. Creó el Real Colegio de San Carlos. También el Protomedicato para ejercer un control sobre la práctica ilegal de la medicina. Expulsó de los arrabales a vagos y malhechores. Creó la Casa de Niños Expósitos donde eran llevados los niños de la calle y los recién nacidos abandonados, algo tristemente común en aquel villorrio. Finalmente fundó la Residencia centro de la narración que nos convoca y espacio al que iban las mujeres "en estado de calle" -según el eufemismo actual-, las que habían delinquido y las prostitutas, numerosas por aquellos años. En la Residencia, bajo la dirección de Calbete, indígenas, mestizas y mulatas fueron abusadas y maltratadas por ese oscuro personaje.

Carlos III de España, déspota ilustrado
Carlos III de España, déspota ilustrado

Creado el tribunal pesquisador, fueron declarando a lo largo del mes de marzo, abril y mayo las mujeres damnificadas. El expediente es extenso y reiterativo de manera que haré una selección de las declaraciones, en algunos casos textuales y en otro actualizando el modo de expresión para hacerlo más comprensible.

La primera en declarar fue la mestiza Dionisia Silva, presa en la Residencia, quien afirmó estar encinta de Calbete y cercana al parto. Reconoció haber sido tratada con privilegio: le daba la mejor comida, las llaves de la Residencia para que ella saliera y entrara como y cuando quisiera, un mondadientes de oro y un relicario con cadena de plata. Aseguró que una noche fue tomada por sorpresa por el Sargento en los pasillos de la Residencia y ya no pudo evitar su acecho. Bajo la amenaza de que nada de lo ocurrido lo confesara al sacerdote de la Concepción que visitaba regularmente la Residencia, pues todo lo que ella dijera él se enteraría, quedó presa de un silencio forzado.

Inmediatamente después declara Tenera Núñez, de treinta años, moradora de la Residencia por haber sido abandonada por su marido. Afirma que Calbete tuvo trato ilícito con las "chinas" Agustina, Pascuala, Chavela y Tadea, que las tres primeras le constan, pues se quedaban algunas noches en el cuarto del Sargento. Y que otras noches se quedaban de a dos con él…

Que la Agustina parió una vez en la casa del sargento Leyba, del cuerpo de Dragones. Todas las "chinas" tuvieron un hijo con él menos la Chavela que tuvo dos. Todos los niños fueron entregados a la Casa de Niños Expósitos. Manifiesta que la suegra de Leyba era la partera. Revela algo más doloroso: cansada esta mujer de enviar niños a los Expósitos remitió el último a Calbete. Éste, entonces, con el niño en brazos marchó esa noche por las calles dejándolo en los terrenos aledaños a los Expósitos. Murió.

Otras declarantes afirman que el acusado golpeaba a la china Tadea. Chavela, china pampa de treinta seis años declara también, pero niega absolutamente todo. Pascuala, de veinte años, hija de un cacique pampa, niega trato ilícito con Calbete aunque estuvo en su cuarto barriendo, ordenando, peinándolo también, pero no se quedó ninguna noche. Declara Tadea y niega los hechos, pero los jueces le advierten que está bajo juramento, que tenga cuidado pues hay declaraciones que afirman lo contrario. Entonces, balbucea: es cierto me quedé a dormir con él cuando estaba enfermo, le hacía el puchero y lo peinaba, pero no tuve trato ilícito.

Otra china de origen correntino de veintidós años, Catalina García, amplía las acusaciones: afirma que la Pascuala y Tadea iban al cuarto y que se quedaban con él por las noches. Se decía en la Residencia que vivía amancebado con las dos y también con dos mujeres que ya no estaban en el Hospicio y que le habían contado que mantuvieron trato ilícito con el Sargento. Con lo dicho, Calbete acumula seis mujeres en su harén colonial. ¡Y habrá más! Catalina cuenta situaciones picantes. Que el sargento mantenía trato ilícito en el Refectorio (comedor) sobre las mesas y que ella vio en el cuarto de lana, frente al Refectorio, como dos chinas desnudas de la cintura para arriba trabajaban mientras el Sargento permanecía allí, observándolas. María Rosa Cavero, veinticinco años, de Soriano, Uruguay, afirma haber tenido "acto carnal" (textual). Una larga fila de declarantes mujeres son coincidentes en afirmar que hubo embarazos en la Residencia por haber visto "elevados los vientres" de algunas chinas.

María Teresa Godoy, de veinticinco años, manifestó que estando fuera de la Residencia cuidando guanacos vio por la ventana a la Dionisia Silva en el cuarto de Calbete acostada en el suelo y él en el catre, ella quitarse la ropa y meterse en la cama a tener trato carnal. Como todo lo actuado por el Sargento era público, María Teresa afirma que Calbete amenazaba diciendo que él era noble como el Virrey y cuidado con lo que confesaran al sacerdote pues él se enteraba de todo.

María Liberata Arroyo, tucumana de 25 años, afirma que la Dionisia Silva, amancebada con Calbete, ejercía un poder despótico sobre el resto de las residentes, potestad que le daba la relación adulterina, pero resulta que un día Calbete la vio confesarse y cuando le preguntó que había contado, Dionisia se negó a decirle. Al otro día la castigó pues se había enterado de que confesó en su contra. Ella le respondió que si el sacerdote había revelado sus secretos ya no iría a confesarse más.

Interrogado el sargento Leyba acerca de si en su casa se habían realizado nacimientos o practicado abortos, niega absolutamente todo. En la sumaria realizada se carea a distintas chinas entre sí. El careo más doloroso es cuando Chavela niega haber tenido trato carnal con Calbete pero María Mercedes la contradice, enojada, pues Chavela le contó del hijo que había tenido con el Sargento y que, como nadie en la vecindad lo quería, a la noche siguiente había muerto.

Seguidamente declara Antonia Cabrera de Balverde de cincuenta y cuatro años que no era residente en la Casa pero iba a visitar a su comadre. Ella afirma que vio a una mulatilla, Antonia Rosa y a otra china que no identifica, tener tráfico carnal con Calbete y agrega, inquietante, que, estando Calbete en un calabozo, dos presas "se habían viciado en tropezar unas con otras¨ (lesbianismo) y el Sargento no las separó, parecía disfrutar.

Los dos jueces actuantes revelan con sus preguntas incisivas una extraordinaria voluntad por alcanzar la verdad e impartir justicia, sin medir la condición social de las declarantes. Azorados por lo ocurrido en la Residencia, visitan la Casa de Niños Expósitos donde hallan a una criatura "en estado calamitoso -según su descripción-, pésimamente vestido con una camisa y un pañal viejo y flema que echaba por la boca, el pobrecillo murió a los quince días." Era uno de los tantos niños de Calbete.

Los interrogatorios continúan y día a día Calbete está más comprometido. Declara Inés Pereyra, la hija de la responsable de ciertas labores de la Residencia. Asegura que Calbete les advirtió, a ella y a su madre, que en nada del gobierno de la casa debían meterse. Pues una "casa gobernada por mujeres nunca estaba buena", razón por la cual no se involucraron. Descaradamente el Sargento le dijo a Inés "que aunque le fueran con cuentos al Virrey, él no haría caso pues valía más una mentira de él que cuentos de otros", agregando que a las china pampas se las llevaba a su cuarto cuando quería y el tiempo que se le antojaba. Narra con detalles el método de "seducción" del Sargento. Elegía alguna interna de muy buena presencia, que por supuesto estaba al tanto del asunto, y le daba las llaves del Refectorio y "cuando ellas entraban allí las agarraba sobre las mesas".

Se suceden un sinnúmero de declaraciones, en una de las tantas se acusa a una mujer conocida como la Petrona de suministrar unas yerbas para abortar, y la declarante María Josefa de Lara narra que cuando la Petrona volvía de algún "trabajo" lo hacía llorando y le decía que Calbete era un mal hombre. También que se hacía atender como un Rey en el Refectorio y que en otra oportunidad acosó tanto a una reclusa que la puso en una celda y finalmente murió.

Uno de los Jueces, Alfonso Sotoca, concurre a la cárcel de la Ranchería a interrogar a Calbete. Como se puede imaginar el lector, éste niega todo e incluso afirma desconocer la causa por la cual se halla detenido. Pide que se le nombre un abogado defensor. Sotoca, dueño de una paciencia china, pregunta y repregunta, pero nada, el detenido no admite abortos, muertes, ni mal trato, ni siquiera haber tenido relaciones sexuales con las presas y afirma que las declaraciones de la empleadas están cargadas de odio pues son sus enemigas. Sotoca le dice que eso no es cierto, dándole una vez más valor a las palabras de las mujeres, pues él obligaba a las indias a desobedecer a las empleadas. El Sargento en cambio las acusa de dejar entrar hombres a la prisión que seguramente son los responsables de los embarazos. Que efectivamente hubo partos, pero no los denunció para evitar escándalos. Que no son de él los niños. Sotoca le informa que hay acusaciones muy claras, sin embargo Calbete vuelve a negar y afirma que las empleadas dejaban salir a las chinas y seguro se embarazaban afuera. "Jamás ninguna china entró a mi cuarto ni las dejé salir de la Residencia". Sotoca le dice que hay denuncias de que las dejaba salir de noche con escándalo del pueblo al verlas andar por las calles solas y visitar a algunos soldados de la guardia. Finalmente, lo interroga acerca de si empleó a su servicio a una mulatilla muy bonita que siempre estaba con él e incluso que se escondía en su cuarto. Burlándose, Calbete le dice: "Que jamás he tenido en mi cuarto una mulatilla bonita, ni fea, ni gorda". Una a una niega todas las acusaciones que han hecho las mujeres, sin embargo en un momento, repreguntado por tratos ilícitos con la Dionisia y sus partos, acorralado con tantas declaraciones y pruebas, reconoce que "tropezó" con ella en trato carnal sólo una vez pero no es responsable de embarazo alguno pues la relación "fue entre puertas" (sic). Niega también que amenazara a las internas respecto de lo que confesaban al sacerdote de la Concepción. Finalmente se carea al Sargento con las chinas que lo acusan y frente a él repiten lo denunciado en su momento.

Como nota final, digamos que fue nombrado abogado defensor del Sargento el doctor Juan Giménez Gálvez. ¿En qué basó su defensa este señor? En que las declarantes estaban condenadas a prisión por el crimen de incontinencia (prostitución), que esa falta, en mujeres, las constituye en personas despreciables, por lo tanto la condición de las testigos es recusable porque son indias o mulatas, consiguientemente, personas viles. Y acusa a Sotoca de mal desempeño.

En vano, porque Calbete fue preso. Por orden del Virrey Loreto del 27 de mayo de 1785, le fueron embargados parte de su sueldo para mantener al niño Vicente identificado como uno de sus hijos y que se hallaba en la Casa de Niños Expósitos.

Como se ve no eran las mujeres en aquellos años un cero a la izquierda, ni siquiera las indias, mestizas y mulatas. Entre ayer y hoy algo ha pasado. Será motivo de otra nota.

El autor es director de un secundario para adultos. Historiador. Autor de "El Perón liberal", "El retroprogresismo", "La gestión escolar en tiempos de libertad".

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