Sadae Kasaoka tenía 12 años y estaba sola en su casa cuando vio una luz brillante iluminar el cielo de su ciudad. Segundos después, los cristales de las ventanas estallaron en mil pedazos y ella cayó al suelo, empujada por la onda expansiva.
El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, Estados Unidos había soltado una bomba atómica sobre Hiroshima, acción que significaría la rendición de Japón y el fin de la segunda guerra mundial.
Mientras Estados Unidos y Corea del Norte coquetean con la posibilidad de una guerra nuclear, la sobreviviente japonesa expone en detalle su crónica del horror y advierte a las generaciones más jóvenes sobre los peligros de olvidar lo que pasó.
Con 85 años y a pesar de haber dejado una cicatriz indeleble en su alma, Sadae Kasaoka le hace frente a su peor pesadilla y revive con congoja una y otra vez lo que sucedió esa mañana de agosto en que el mundo cambió para siempre. Su objetivo es que su historia sirva de aprendizaje en un mundo en que la amenaza nuclear no es más que un fantasma hollywoodense, imposible de convertirse en realidad.
Cuando la bomba apodada "Little Boy" detonó sobre Hiroshima (que en ese entonces tenía unos 350,000 habitantes) se cree que la temperatura del suelo en el epicentro se ubicó entre los 3 mil o 4 mil grados centígrados. Unas 70 mil personas murieron automáticamente. En total, se cree que unas 140 mil personas murieron como resultado directo e indirecto de la explosión.
"Esta es mi familia, cuando todos estaban vivos" comenta Kasaoka mientras da comienzo a la primera imagen de su presentación. "Como pueden ver, yo era muy bonita," dice entre risas.
En 1945, la vida en Japón ya era difícil para la población en general y la familia de Kasaoka no era la excepción. Su hermano mayor ya había muerto en la guerra y su hermano menor había sido evacuado a Kobe para evitar los peligros de los bombardeos. Muchos niños eran evacuados a templos budistas alrededor del país, a veces a ciudades que no conocían.
"En mi casa eramos cuatro personas: mis padres, mi abuela y yo." Y a pesar de que estaba sólo en el primer año de la secundaria, el gobierno japonés decía que los niños de su edad no tenían que estudiar sino trabajar. "Eramos considerados mano de obra. Los de los años superiores se dedicaban a trabajar en las plantas militares, mientras que los más jóvenes se dedicaban a la agricultura y a la demolición de casas para evitar que se propagaran los incendios por bombardeos."
La noche anterior, la alarma por bombardeos aéreos había sonado en la ciudad, probablemente porque EEUU había enviado un vuelo de reconocimiento, pero por la mañana el alerta había sido levantado y los habitantes de la ciudad fueron a sus trabajos y al colegio.
Ese día, sin embargo, era su día libre y había decidido quedarse en su casa mientras que sus padres habían ido a trabajar en la demolición de una propiedad.
"Era un día con el cielo despejado, soleado. Lavé los platos y la ropa y al entrar a casa, a las 8:15 de la mañana, vi una luz muy hermosa, de un color muy brillante parecido al del sol naciente mezclado con un poco de naranja."
Fue entonces que la ventana estalló en mil pedazos y el cuerpo de Kasaoka fue empujado por la devastadora onda expansiva. "Seguramente me desmayé. Cuando entendí lo que había pasado y toqué mi cabeza, había sangre."
Junto a su abuela, Kasaoka corrió al refugio contra bombardeos. Recuerda a sus vecinos del barrio confundidos, sin poder entender el poder destructor de la bomba atómica. Su tío fue el primero en llegar al refugio pasadas las nueve de la mañana.
"Su cuerpo era completamente rosa. La cara, sus brazos… era como si un durazno muy maduro recién pelado. Se le había caído la piel."
Al describir la situación, los otros vecinos abandonaron el refugio y salieron a buscar a sus hijos. "Yo estaba muy preocupada, pero con mi abuela de 90 años no podía hacer nada."
Casualmente ese día su hermano menor había dejado su colegio de Kobe para visitar a su familia y, a pesar de que estaba cerca de la estación de tren de Hiroshima, no fue alcanzado por la explosión por lo que pudo llegar a su casa para estar con su hermana.
"Fue entonces que tuvimos noticias de que mi padre estaba vivo y lo iban a traer a casa en un remolque."
"Mi padre estaba totalmente quemado, su cuerpo era de color negro y sus ojos parecían sobresalírse. Sus labios estaban totalmente quemados y se habían vuelto hacia afuera. Parecía como si le hubieran pintado pintado el cuerpo con pintura negra. Al escuchar su voz preguntando por mi madre comprendí que era él."
Cuando Kasaoka intentó tocar a su padre, la piel negra y quemada se desprendió fácilmente.
"Tenía un olor muy fuerte y venían muchas moscas por él. Creo que el color tan rojo de su carne era debido a la radiación. Estaba quemado hasta lo más profundo."
"FANTASMAS"
Mientras su padre agonizaba, Kasaoka cuenta fue a la huerta de su casa a buscar tomates para darle de comer. Pero mientras intentaba desenterrarlos, alzó la vista y vio una procesión de "fantasmas" que caminaban por la calle. Su descripción, acompañada por una ilustración que aparece en la pantalla, da escalofríos.
"Tenían colores blancos o grises, con los cabellos levantados y los brazos alzados. De sus brazos colgaba algo que parecían trapos, pero en realidad era piel. Eran victimas que se habían quemado." La piel se les había desprendido y se dirigían a un hospital del ejército japonés, buscando atención médica. La película blanca que los cubría eran cenizas o polvo de la explosión.
Su padre, mientras tanto, empeoró. "Lo único que se podía hacer era apantallarlo," y describe que en sus heridas había gusanos y larvas ya que las moscas usaban su cuerpo como alimento. "Fue algo impensable."
Su padre murió el 8 de agosto, dos días después del bombardeo. Sin embargo, la cantidad de muertos era tal que no había lugar para incinerar su cuerpo en la morgue. La única opción que tuvo su familia fue hacer una hoguera en la plaza, cerca de su casa, y quemarlo allí. A pesar de aferrarse a la esperanza de encontrar a su madre viva, Kasaoka prontó supo que había sufrido un destino peor que el de su padre.
"Mi hermano fue a buscar a mi madre en una isla que está cerca de Hiroshima. Ahí encontró una lista con su nombre y recibió un pequeño sobre de papel en color negro. Dentro de él había un poco de huesos junto con arena y cabello."
El contenido del sobre eran los supuestos restos de su madre, que supuestamente había muerto instantáneamente con la explosión.
"Nadie sabe si realmente lo era, pero en ese momento mi hermano y yo comprendimos que habíamos perdido a ambos padres."
La vida posterior a la bomba fue muy dura. Kasaoka cuenta sobre "una lluvia negra" que bañó a la región noroeste tras la explosión y que contenía material radiactivo. "Aquellas personas que se mojaron con ella o las que utilizaban agua del río o del pozo también fueron afectadas, incluso sin haber estado en Hiroshima."
Tras el bombardeo y con apenas 12 años, se vio obligada a abandonar sus estudios y hacer lo que fuera para conseguir dinero. Eventualmente Kasaoka se casó con un hombre que también había sobrevivido a la explosión. Sin embargo, su exposición a la radiación mientras buscaba a sus familiares en el epicentro de la ciudad hizo que desarrollara cáncer en la medula espinal y falleciera a los 35 años.
ACTIVISMO
Kasaoka se refiere a la bomba atómica como "la mole del mal" y asegura que no posee rencor contra EEUU, ya que muchos ciudadanos norteamericanos asistieron en la reconstrucción de la ciudad con donaciones.
"Al conocer a estas personas y lo que hicieron, mi sentimiento cambio. El odio no fue contra Estados Unidos, sino contra la bomba."
Eventualmente, Kasaoka se convirtió en una fuerte activista en contra de la proliferación de armas atómicas y la guerra, argumentando que como sobreviviente tiene la responsabilidad de transmitir su experiencia a las generaciones más jóvenes.
"Hay muchos que no entienden este peligro, es por esto que quiero transmitir lo que viví a todo el mundo y concientizar a la juventud, a la que siempre le digo que venga a Hiroshima con otros ojos y los sienta," explica.
Kasaoka concluye que "somos ricos materialmente y estamos muy acostumbrados a la paz, pero siempre recuerdo a los profesores sobre la importancia de educar."
"No entiendo mucho de política," admite. "Pero espero que los políticos se esfuercen por concientizar a la gente".