En 1958, ya cinco veces campeón mundial de Fórmula 1 –récord recién batido 45 años después por Michael Schumacher–, la serenidad y la sangre fría de Juan Manuel Fangio (1911–1995) fueron analizados por médicos deportólogos que llegaron a una conclusión asombrosa: sentado ante el volante antes de largar, y a 300 kilómetros por hora tenía las mismas pulsaciones: ¡60 por minuto! Más que humano: casi un robot…
Por eso no se alteró aquella noche, domingo 23 de febrero de 1958, cuando sintió la presión de una pistola en su espalda y estas palabras:
–Disculpe, Juan, me va a tener que acompañar…
Sucedió en el hall del hotel Lincoln de La Habana, mientras El Quíntuple hablaba con sus mecánicos y su gran rival inglés Stirling Moss, que hizo un leve movimiento y oyó:
–¡Cuidado! Si se vuelve a mover, le disparo.
La cosa iba en serio.
Un año antes, Fangio y otros grandes campeones de medio mundo habían corrido el Grand Prix de Cuba para autos sport: 90 vueltas, algo más de 500 kilómetros. Y se había impuesto la lógica: primero El Chueco, con Maserati, a 160 kilómetros por hora (promedio), luego de una durísima lucha con el marqués de Portago.
Por eso, la edición 1958 no deparaba cambio ni sorpresa alguna, salvo la lava hirviente política y subterránea. Por un lado, el grotesco dictador y criminal Fulgencio Batista, títere de los Estados Unidos y de la protegida mafia que había encontrado la isla ideal para sus negocios, que necesitaba mostrarle al mundo que ese largo lagarto verde con ojos de piedra y agua, como la describió el poeta Nicolás Guillén, era una sucursal del Paraíso terrenal. Por otro lado, la insurrección en marcha liderada por Fidel Castro y sus barbudos, que ya dominaban Sierra Maestra y no tardarían en caer sobre La Habana en la última noche de 1959.
Intereses opuestos. Agua y aceite. Para Batista, propaganda. Para Fidel, necesidad de demostrar que los días de Batista tenían plazo fijo. Por eso, cuando la punta de la pistola le presionó las costillas, y ajeno tanto a Batista como a Fidel, Fangio sonrió y le preguntó a ese joven de saco de cuero, alto y moreno:
–¿Qué quiere que haga?
Y obedeció. Lo llevaron hasta un Plymouth negro que se alejó, acelerador contra la tabla, por la calle Virtudes, mientras otros dos autos cubrían la fuga.
El de la chaqueta y la 45 dijo:
–Si nos descubren, estamos muertos.
Fangio, lógica pura, sangre de pato, le previno:
–Deme una gorra y unos anteojos… Pueden reconocerme por la pelada…
Pero no había tales adminículos. Secuestro amateur. Más corazón que cerebro.
Después de una larga recorrida, cambio de auto y de casa. Entraron por la escalera de incendio. En un cuarto había una mujer con un chico. En el otro, un hombre herido. Un par de horas después, otro auto y otra casa (Fangio, siempre a cara descubierta): el nuevo refugio estaba en el barrio El Vedado, la zona aristocrática de La Habana.
Le pidieron disculpas en todos los tonos. Una mujer le preparó papas fritas a caballo. Durmió en una buena cama, y profundamente: nada alteró sus 60 pulsaciones.
Al otro día, Faustino Pérez, uno de los jefes de la Operación Fangio, le acercó los diarios, pero el Chueco no quiso leerlos ni ver la carrera por televisión:
–No puedo aguantar el ruido de los motores y no estar allí…
Y no ganar, claro.
Pero nadie ganó. Apenas en la sexta vuelta la Ferrari número 54 del piloto cubano Alberto García Fuentes hizo un extraño giro, salió de la pista, cayó sobre la multitud. Gritos, pánico, fuego. Seis muertos, cuarenta heridos, Grand Prix de Cuba 1958 suspendido.
Poco antes de ser liberado, y después de su cabalgata por autos y casas, Fangio le dijo a Manuel Uziel, otro de los jóvenes secuestradores:
–Señores, tal vez me hicieron un favor. No puedo menos que agradecerles…
Y no fue mera cortesía. La Maserati 450 con la que debía correr, propiedad de un norteamericano, y a pesar de haber marcado el mejor tiempo en las pruebas del 22 de febrero, saltaba en un bache, se elevaba, y al caer rebotaba de cordón a cordón. Y no era un problema de amortiguadores, como creyeron los mecánicos: había una diferencia de cinco centímetros en la trocha, entre las ruedas. Un desequilibrio que pudo ser fatal.
Veinticuatro horas antes del secuestro, un grupo rebelde, para reforzar el Operativo Fangio, asaltó el Banco Nacional de Cuba… pero sin robar un peso: le prendieron fuego a millones de cheques.
Sin embargo, el Operativo Liberación no fue fácil: ¿cómo evitar que los esbirros de Batista lo asesinaran y culparan del crimen a Fidel y su gente? Alguien sugirió abandonarlo en una iglesia. Pero una vez más, Fangio resolvió el problema:
–Llamen al embajador argentino y llévenme a la embajada. El hombre es primo del Che Guevara…
Y así, pasadas apenas 27 horas desde el instante de la pistola entre las costillas, y mientras la prensa mundial seguía dedicando páginas enteras al caso, El Chueco volvió a su terruño. Desde entonces, la habitación 810 del Hotel Lincoln donde debió alojarse Fangio antes del secuestro lleva su nombre.
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Y como nobleza obliga, en cada entrevista repitió:
–Me trataron muy bien. Nunca me vendaron los ojos. Cien veces me pidieron disculpas. Me parecieron macanudos. Les dije a los rebeldes que si me habían secuestrado por una buena causa, yo estaba de acuerdo.
En cuanto al grupo del Movimiento Guerrillero 26 de Julio, jamás dejaron de invitarlo, lo saludaron cuando cumplió 80 años, y cada mensaje lo firmaron como "sus amigos los secuestradores".
Más tarde, en la puerta del Hotel Lincoln instalaron una placa de bronce que dice así: "En la noche del 23-2-58, en este mismo lugar, fue secuestrado por un comando del Movimiento 26 de Julio, dirigido por Oscar Lucero, el cinco veces campeón de automovilismo Juan Manuel Fangio. Ello significó un duro golpe propagandístico contra la tiranía batistiana y un importante estímulo para las fuerzas revolucionarias"
A pesar de recibir invitaciones año tras año para volver a Cuba, Fangio recién recaló por tercera y última vez en 1981 como presidente de Mercedes Benz para concretar la venta de unos camiones para el gobierno.
El grupo del operativo corrió diversa suerte. Faustino Pérez, el jefe, ocupó varios cargos en el gobierno revolucionario. Oscar Lucero y Blanca Niubi fueron torturados y asesinados por la policía de Batista. Arnold Rodríguez sobrevivió, y en 1992 fue invitado de honor a la inauguración del Museo Fangio en Balcarce. Fidel Castro interrumpió una reunión internacional para reunirse con él en ese 1981 y pedirle disculpas por el episodio de 1958.
Y por fin, Arnol Rodríguez Camps, otro de los miembros del comando, murió a los 80 años el jueves 10 de noviembre de 2011. Luego del triunfo revolucionario de 1959 se hizo muy amigo de Fangio, ocupó cargos en la cancillería y el ministerio de Comercio exterior cubanos, y su cuerpo fue cremado, como última voluntad, en una ceremonia militar.
En 1999 se estrenó el film "Operación Fangio", coproducción argentina, española y cubana dirigida por Alberto Lecchi y Darío Grandinetti encarnando al Quíntuple.
Hasta su último día de vida, y a pesar de los ríos de sangre y tinta que escribió la revolución cubana desde aquel 31 de diciembre de 1959 hasta hoy, pasados sesenta años del secuestro, Juan Manuel Fangio jamás pronunció una palabra a favor y o en contra de ese episodio histórico. Silencio de caballero…