Facundo Quiroga, la leyenda del caudillo que fue enterrado de pie

En un nuevo aniversario de su muerte, tres pequeñas historias que revelan aspectos casi desconocidos del político y militar argentino: su ludopatía, la relación con su caballo Moro y el curioso recorrido de sus huesos

Guardar
Facundo Quiroga, en el clásico cuadro
Facundo Quiroga, en el clásico cuadro de Alfonso Fermepin

El general Quiroga quiso entrar en la sombra

llevando seis o siete degollados de escolta

Jorge Luis Borges ("El general Quiroga va en coche al muere")

Si bien todos sabemos que Facundo Quiroga murió de un tiro en la cara, una enfermedad invalidante carcomía las articulaciones del general, que le impedía montar. De allí esta galera que lo condujo "al muere", como relata Borges en su poema. De haber podido andar a caballo, es muy probable que hubiese escapado de esa trampa mortal.

Después de la derrota de Oncativo, aunque Juan Manuel de Rosas astutamente la hizo pasar como una victoria, y durante su permanencia en Buenos Aires, se agravaron las dos afecciones que hostigaban a Quiroga: la ludomanía y el reuma. Ninguna de las dos lo abandonaría hasta Barranca Yaco. Con la primera no le fue tan mal, gastó y ganó fortunas, pero el balance debe haber sido positivo porque en poco le cambió el ritmo de vida. Dicen que el hombre era supersticioso, que nada hacía los días 13 y que creía o hacía creer que su famoso caballo Moro podía ver el futuro y que solo a él se lo confiaba. Sus soldados estaban convencidos de estos poderes y antes de iniciar una batalla, el Moro y Quiroga sostenían largos diálogos que la tropa contemplaba en reverencial silencio. Hasta antes de partir, en el que sería su último viaje, Quiroga le reclamó a Estanislao López la devolución de su Moro, extraviado después de Oncativo. Estanislao le dio larga al asunto y al final el general y Moro nunca se volvieron a ver. Quizás el Moro le hubiese advertido sobre su aciago destino.

Si bien fue afortunado en el juego, con el reuma la historia fue distinta, ya que durante la batalla de Rodeo de Medio, el estado físico de Quiroga era tan lamentable que debió contentarse con ver el combate desde una carreta. El comandante Aresti, jefe de la caballería unitaria, pasó varias veces frente a él sin reconocerlo. Tal era su decadencia que nadie identificaba al Tigre de los Llanos con ese viejo tullido. De haberlo hecho, quizás otra hubiese sido la historia, de la misma forma que una casual boleada terminó con la carrera del general Paz.

"Mi salud sigue en una alternativa cruel. Los ratos de despejo no compensan los del decaimiento y destemplanza que sufro; sin embargo yo pugno contra los males y no desmayo si del todo no me abandonan las fuerzas", le escribió a Rosas, quien, pocos días después de su partida, le envió una fórmula casera para el reumatismo, preparado con base en ajo machacado, polvo dulce de mercurio y aceite para frotarse sobre las articulaciones doloridas. No tuvo oportunidad de usarla porque, para entonces, todos sus males se habían curado con una bala que le entró al cráneo por la órbita izquierda. Facundo perdió la última partida jugando mano a mano con la muerte.

Félix Luna sostenía que Quiroga podía haber sido la figura del país: el hombre hablaba de Constitución y organización nacional, su figura tenía relieve político en todo el territorio de la Confederación, a punto tal de competir en prestigio con el mismísimo Restaurador, pero los Reinafé (cuyo nombre original era Queenfaith) se cobraron antiguas deudas en un oscuro paraje de Córdoba.

Fueron tantos los avisos de la partida que lo acechaban que solamente una persona enceguecida por la soberbia podía negarse a creer que nadie se atrevería a ultimarlo. Murió por una bala certera, tan certera como los rencores que había generado, tan certera como su orgullo indomable.

Sobre huesos y tumbas

Aun después de muerto, los huesos maltrechos de Facundo Quiroga continuaron conjurando su historia de gloria. De la capilla ardiente de Sinsacate fueron a reposar al cementerio de la catedral de Córdoba y finalmente, a pedido de su esposa, terminaron en la cripta de la Iglesia San Francisco y, por último, una bóveda en el Cementerio de la Recoleta bajo la imagen de la Dolorosa, la estatua que su yerno, el barón Demarchi, había encargado a su amigo, el escultor Tartarini. En este rincón recoleto una leyenda fue tomando cuerpo: El Tigre había sido enterrado de pie, siguiendo una vieja tradición de los caballeros castellanos.

 

Hace 10 años, el arquitecto y arqueólogo argentino Daniel Schávelzón, Jorge Alfonsín y quien escribe quisieron develar este misterio. ¿El general Quiroga estaba de pie? En realidad en esta tumba no había un ataúd del general, ni de pie ni acostado. ¿Dónde estaba el general? Schávelzón, valiéndose de un eco sonar, buscó tras las paredes asimétricas de esta tumba y con el permiso de la familia se perforó una pared donde se descubrió un esplendido ataúd de bronce. De pie, como le corresponde a un macho argentino que se presenta ante el Creador.

Hasta allí seguimos la sombra del general, porque la familia no permitió examinar el contenido del sarcófago. Por pedido de sus descendientes, finalmente el brigadier Quiroga no espera más de pie. Desdiciendo el poema de Borges, aunque siga siendo inmortal y un fantasma, ese hombre que supo poner retemblor en las lanzas que lo siguieron en las batallas y entreveros donde se ganó la fama que aún hoy lo persigue como una sombra.

LEA MÁS

______

Vea más notas en Cultura

Guardar