Leyendo la genealogía de José Ignacio Thames descubrimos que era hijo de un emigrado asturiano que se radicó en Tucumán a mediados del siglo XVIII, se integró a la sociedad tucumana y se relacionó con las tradicionales familias criollas de la época.
El estudio genealógico familiar se transporta hasta los tatarabuelos del prócer, todos asturianos. Notamos que los Thames estaban emparentados con otra tradicional familia tucumana: los Colombres. Ambos procedían de la misma región de Asturias, y también los Lamadrid. José Ignacio mantuvo, durante su vida, una excelente relación con otros próceres tucumanos: su primo, el luego obispo José Eusebio Colombres, y el general Gregorio Aráoz de Lamadrid, de quien Thames sería consejero cuando este ocupara la primera magistratura tucumana.
Nacido en San Miguel de Tucumán, donde aprendió sus primeras letras, seguramente en la escuela franciscana del pueblo, José Ignacio Thames cursó luego sus estudios en la Universidad de Córdoba, donde se doctorara y ordenara sacerdote. El libro José Ignacio Thames: el presidente olvidado del Congreso de Tucumán. Genealogía, Biografía & Iconografía, describe con vívido detalle cómo era la pintoresca ceremonia de graduación de los universitarios en la "Docta", hacia el siglo XVIII, lo cual lleva al lector a esbozar más de una sonrisa al comparar la pompa y el beato con las actuales colaciones de grado universitarias.
De regreso al noroeste, se desempeñó ejemplarmente como cura en diversos destinos, hasta su muerte.
Adhirió desde temprano a la gesta de 1810. Fue canónigo de la Catedral de Salta, en dignidad de chantre. Es decir, que para aquella época era una personalidad relevante en el gobierno de la diócesis salteña, ya que conformaba el Cabildo Eclesiástico. En 1816 su provincia natal lo eligió diputado al Congreso de Tucumán. Fue el único diputado tucumano que integró el Congreso desde su instalación, el 24 de marzo de 1816, pues su diploma no fue objetado, luego de las escandalosas elecciones para congresales que se celebraron en dicha provincia.
El 9 de julio de ese año aprobó y firmó el acta de la declaración de la independencia y presidió las sesiones del cuerpo durante el mes de agosto de 1816, mes en el cual fue elegido por la unanimidad de sus pares. Es decir, que si la independencia se hubiera declarado durante ese mes, el Congreso hubiera estado presidido por José Ignacio Thames.
Fue un hombre desprendido y desinteresado, que cumplió honrosamente su mandato como congresal. En su mandato buscó siempre la concordia entre sus colegas y las provincias que representaban. No tenía una personalidad polémica ni generadora de discordias o rispideces. Respaldó la propuesta belgraniana de instaurar en el Plata una monarquía constitucional de raíces incaicas, a la que apoyó con un novedoso argumento legal, argüido en defensa de nuestros pueblos originarios. Se mantuvo alejado de las pasiones políticas que, desde entonces, empezaban a dividir a los argentinos.
Un capítulo del libro realiza un estudio minucioso sobre las sesiones secretas que mantuvo el Congreso de Tucumán durante el mes de agosto de 1816, durante la presidencia de Thames. El propio autor compulsó personalmente el Libro de Sesiones Secretas del Congreso, que se resguarda en el Archivo General de la Nación, reliquia que tuvo en sus manos. Entonces, se transcriben cada una de las actas celebradas durante ese mes, se registran las presencias o las ausencias de los distintos congresales, así como los nuevos diputados que se incorporaron al cuerpo en ese lapso. En términos sencillos, se explica la situación político-militar e internacional reinante en la época, para que el lector comprenda la magnitud de los problemas que tuvieron que sobrellevar los diputados al poco tiempo de declararnos independientes. En el libro se enfatizan los enormes esfuerzos del Congreso por mantener la unidad y la integridad del país, así como las gestiones que se realizaron ante el caudillo oriental José Gervasio Artigas, para que enviara diputados y se reincorporara a las Provincias Unidas. Merecen también mencionarse los interesantes debates trabados en torno a cómo abordar la invasión portuguesa a la Banda Oriental, que el Congreso intentó conjurar por todos los medios.
Ello echa por tierra las versiones difundidas por algunos autores revisionistas, quienes responsabilizan, sin ningún fundamento, al Congreso de Tucumán, por haber "entregado la Banda Oriental" al invasor portugués o por haber abandonado a Artigas a su suerte. Nada más alejado de la realidad, de acuerdo con los documentos que revela este libro.
El libro también recorre la pueblerina Tucumán de 1816. Nos transporta a cómo era la ciudad que albergó a los congresales: sus mejoras edilicias, el alumbrado público, la acequia que construía el gobernador Bernabé Aráoz para llevar agua potable al poblado. Como nota de color, aporta que, para esa época, y en vísperas del funcionamiento del Congreso, un visionario emprendedor decidió instalar el primer café en la ciudad, con un novedoso juego de billares para divertimento de los parroquianos.
Al año siguiente, Thames se trasladó con los demás congresales a Buenos Aires, donde continuó desempeñando sus funciones. Hacia fines de 1818, estimando que correspondía renovar la representación tucumana en el Congreso, presentó espontáneamente su renuncia, sin buscar perpetuarse en una banca, o recibir más honores o recompensas que las de ver a su patria independiente. A su regreso a Tucumán, se le confiaron importantes funciones legislativas, consultivas y eclesiásticas, que desempeñó con el mismo patriotismo y la dedicación que lo caracterizaban.
José Ignacio Thames falleció en su ciudad natal, el 9 de febrero de 1832, a los 71 años. Su primo José Eusebio Colombres firmó el certificado de defunción. Sólo tenía una casa, que donó a sus sobrinos. Su única pertenencia que ha llegado a nosotros es un bastón que se conserva en el Museo Histórico Nacional, el cual ha sido vergonzosamente profanado al habérsele sustraído, en los más de 110 años de guarda, su empuñadura de oro. Este bastón nunca ha sido exhibido al público y en todo ese tiempo ha descansado en los depósitos de ese museo.
Por esos motivos y para evitar mayores males a ese histórico bastón, el autor del libro ha iniciado una campaña para conseguir que esta única pertenencia de Thames sea reintegrada a donde debería estar: el Museo de la Casa Histórica de la Independencia Argentina, en el San Miguel de Tucumán natal del prócer.
No existe constancia de que se le hubieran practicado a Thames ningún tipo de honras fúnebres, en homenaje a haber sido uno de los signatarios de la Declaración de la Independencia. Sus restos fueron sepultados en el antiguo cementerio de la catedral tucumana; hoy desaparecido por la construcción del nuevo templo y de una playa de estacionamiento. Por lo cual, el lugar del descanso eterno de José Ignacio Thames se ha perdido para siempre, ya que nadie se tomó el trabajo de identificarlo antes de levantar el actual edificio. Triste fin para un prócer tan abnegado.