Con frecuencia se duda del rigor histórico de la Biblia -entre otras cosas por afirmaciones como que "los días de Isaac fueron 180 años" (Gen 35:28)- hasta que, de pronto, un hallazgo arqueológico viene a confirmar aquello que parecía mito.
Lo primero a tener en cuenta es que, los hechos de la vida de José fueron puestos por escrito un milenio después de ocurridos, advierte el profesor e historiador Sergio Prudencstein, especialista en Medio Oriente. Lo que hoy conocemos como Antiguo Testamento, varios libros reunidos, fue un encargo del rey Josías a sus consejeros y escribas. Estamos en el siglo VII antes de Cristo (el reinado de Josías va del 639 al 608 a.C.), muchas centurias después de ocurridos los hechos que allí se plasman. La transmisión oral bien puede haber sacrificado el rigor histórico. Por otra parte, la finalidad de esta sistematización es didáctica. "Es muy importante tener en cuenta eso porque si no, nos vamos a la literalidad, y eso implica problemas", dice Prudencstein.
Aún así, señala, la arqueología ha confirmado muchas veces lo que parecía ser sólo una fábula edificante.
¿Es ese el caso de José, aquel joven pastor de ovejas, hijo de Jacob, nieto de Isaac, que, según el Génesis, primer libro del Antiguo Testamento, tras sufrir una larga serie de desgracias -como ser vendido por sus propios hermanos a traficantes de esclavos y luego injustamente encarcelado- llegó a ser un prominente funcionario egipcio, un verdadero organizador estatal? Una vida de novela. ¿Una historia real?
Con la guía del profesor Prudencstein vamos a comparar lo que dicen las huellas históricas con el relato del Génesis.
En los años 1990, el arqueólogo austríaco Manfred Bietak confirmó que un área en excavación desde fines del siglo XIX, en el Delta del Nilo, era Avaris, una ciudad sepultada debajo de otra (Pi-Ramsés), y que había sido la capital de Egipto durante el dominio hicso. Un hallazgo que ofreció muchas pruebas de la presencia de los hebreos y cananeos en Egipto.
Allí, entre muchas cosas, apareció la tumba de un rico señor que, según la interesante tesis del egiptólogo británico David Rohl, podría ser la de José. El sepulcro estaba vacío y la Biblia dice que Moisés, al huir de Egipto, se llevó los huesos de José, tal como éste se lo había pedido a sus hijos. "Dios os visitará [para llevarlos a la tierra de Abraham], y haréis llevar de aquí mis huesos", dice la Biblia y agrega: "Murió José a la edad de ciento diez años, lo embalsamaron y lo pusieron en un ataúd en Egipto" (*).
Aunque en la tumba no estaba el muerto, sí se halló su estatua: según la reconstrucción del rostro, no se trataba de un egipcio. Y vestía una túnica de colores… Para que se entienda la importancia de este detalle, hay que ir al relato bíblico, al momento en que José era un joven de 17 años, despreocupado y feliz, que vivía con sus padres y hermanos en Canaán (Palestina). Un relato que, dice Prudencstein, es una verdadera novela dentro de la Biblia y que revela un gran trabajo literario. Aquí la resumiremos, pero vale la pena leerla completa. Está en los capítulos finales del Génesis, del 35 al 50.
Jacob (a quien Dios rebautizó Israel) tenía 12 hijos (las futuras 12 tribus de Israel), de cuatro esposas distintas.
José y Benjamín, los menores, eran hijos de Raquel. "Israel amaba a José más que a todos sus hijos porque lo había tenido en su vejez y le hizo una túnica de diversos colores", dice la Biblia cuyos personajes, como se ve, son muy humanos, en sus pasiones y debilidades. Este obsequio especial va a desatar los celos y la tragedia.
Los diez medio-hermanos de José lo detestaban. No sólo por ser el mimado del padre, sino porque era distinto a ellos. Soñador e ingenuo, se quedaba en casa mientras los demás hacían el trabajo duro. A veces, era un poco el "alcahuete" de Jacob: lo informaba de si sus hermanos trabajaban o no. Con inocencia, les contaba sueños que tenía por las noches y por los que "ellos llegaron a aborrecerlo más todavía". "Estábamos atando manojos en medio del campo y mi manojo se levantaba y se quedaba derecho, y vuestros manojos estaban alrededor y se inclinaban ante el mío", les dijo José un día.
Ya podemos imaginar como lo tomaron los diez grandotes. "¿Reinarás tú sobre nosotros, o dominarás sobre nosotros?"
Un día los hermanos de José se alejaron bastante de la casa con el rebaño. Jacob le pidió a José que los fuera a buscar. Desde el valle de Hebrón partió el muchacho y tuvo que alejarse unos 30 kilómetros, hasta Dotán, sobre la ruta de las caravanas a Egipto.
"¡Ahí viene el soñador!", fue el comentario sarcástico de uno de sus hermanos cuando, a la distancia, lo reconoció por su túnica de colores. "Matémoslo y echémoslo en una cisterna", fue la malévola propuesta.
Rubén, el mayor de todos, era también el menos malo, aceptó lo de la cisterna pero le salvó la vida. "No lo matemos. No derraméis sangre", les pidió.
Ya podemos imaginar el horror, la angustia de José al ver que sus propios hermanos se le venían encima, lo despojaban del hermoso traje que su padre le había regalado y lo arrojaban a un pozo seco en medio del desierto. Para colmo, luego se sentaron a comer allí mismo, indiferentes a los ruegos del muchacho que por entonces tenía tan sólo 17 años. En eso, vieron "una compañía de ismaelitas" que viajaban hacia Egipto "con camellos cargados de aromas, bálsamo y mirra".
"Vendamoslo a los ismaelitas, pero no le pongamos las manos encima, porque es nuestro hermano, nuestra propia carne", fue la sugerencia de Judá.
Lo vendieron, dice la Biblia, "por veinte piezas de plata".
La intención de Rubén, que se había alejado un poco, era sacar luego a José del pozo y devolverlo a su padre, pero cuando volvió ya era tarde. Entonces, se rasgó la ropa, en señal de vergüenza por lo ocurrido. Poco después, Jacob haría lo mismo, pero por dolor, al enterarse, por sus hijos, de que José había sido devorado por alguna "mala bestia". Para dar credibilidad a esta historia, mancharon con sangre de cordero la túnica de colores de su infeliz hermano, y se la llevaron al padre diciendo que la habían encontrado en el camino.
Entretanto, ya en Egipto, José era vendido a Potifar, capitán de la guardia del faraón.
"Pero Jehová estaba con José que llegó a ser un hombre próspero", advierte la Biblia. El muchacho era trabajador y muy inteligente; le cayó en gracia a Potifar que lo elevó al puesto de mayordomo. El problema era que el joven también le caía -demasiado- bien a la esposa de Potifar que, en ausencia del marido, intentaba seducir a José, que era "de hermoso semblante". Él no quería traicionar la confianza de su patrón. Ella insistía. Hasta que un día lo tomó de la ropa y le dijo "duerme conmigo". Él huyó, pero su manto quedó en el piso, en los aposentos de la dama.
"El siervo hebreo que nos trajiste vino a mí para deshonrarnos", le mintió la despechada al marido, que le creyó e hizo arrestar a su mayordomo "infiel".
Pero, como de costumbre, José se hacía querer. "El jefe de la cárcel puso en manos de José el cuidado de todos los presos", dice la Biblia, lo que anticipa las cualidades organizativas del futuro visir. Estaba preso, pero casi era el alcaide de la prisión.
Así conoce José a dos funcionarios del palacio real caídos en desgracia: el copero -sommelier- y el panadero del faraón quienes, por delitos que la Biblia no precisa, fueron a dar con sus huesos a la cárcel. Un día que José los ve especialmente atribulados, ellos le cuentan que tuvieron sueños extraños. El ahora administrador de prisiones les explica el significado de lo soñado, augurándole al copero la libertad y la restitución en su cargo y al pobre panadero la horca.
Al que iba a ser liberado, José le pide que se acuerde de él cuando vuelva a palacio y que interceda ante el faraón por su caso, "porque fui raptado de la tierra de los hebreos y nada he hecho para que me pusieran en la cárcel".
Todo sucedió como lo había interpretado él, pero, una vez liberado, "el jefe de los coperos no se acordó de José".
Pasaron dos años más, aunque no dice el relato cuánto tiempo llevaba ya el pobre en la cárcel.
Se produce entonces el famoso sueño del faraón: siete vacas gordas pastan tranquilamente a orillas del Nilo cuando del río surgen otras siete vacas, pero éstas son flaquísimas, piel y huesos, y devoran a las vacas gordas. Se despierta el faraón intranquilo pero se vuelve a dormir y a soñar. Esta vez son siete espigas "llenas y hermosas", pero de la misma caña crecen otras siete, "menudas y quemadas por el viento del este", que se devoraban a las siete espigas gruesas.
Recién al ser testigo de la impotencia de "todos los magos de Egipto" y de "todos sus sabios" para explicarle al faraón el significado de su sueño, se acordó el ingrato copero de José.
Lo sacaron de la cárcel, cuenta la Biblia, "se afeitó, mudó sus vestidos y vino ante el faraón". Humilde, José le aclara al rey: "No está en mí [interpretar los sueños]; Dios será el que dé respuesta propicia al faraón". Y luego da su veredicto: ""El sueño del faraón es uno y el mismo". Tanto las vacas como las espigas representan años, explicó. "Lo que Dios va a hacer, lo ha mostrado al faraón. Vienen siete años de gran abundancia en toda la tierra de Egipto. Tras ellos seguirán siete años de hambre (…) el hambre consumirá la tierra. (…) Y que el faraón haya tenido el sueño dos veces significa que la cosa es firme de parte de Dios y que Dios se apresura a hacerla".
A continuación, José le dijo al faraón lo que debía hacer: poner gobernadores en todo Egipto que, durante estos siete años de abundancia, recojan y almacenen la quinta parte de la cosecha. El faraón dijo entonces algo que años después un jefe revolucionario francés diría de Napoleón: que el que propuso el plan venga a ejecutarlo. "Tú estarás sobre mi casa y por tu palabra se gobernará todo mi pueblo; solamente en el trono seré yo mayor que tú", le dijo a José, dándole su anillo. Lo casó con una egipcia. Y así pasó el hijo de Jacob de pastorcillo a virrey.
Tenía 30 años José cuando se convirtió en el hombre más poderoso de Egipto después del faraón. En los siete años siguientes, recorrió todo el país organizando las reservas para los años de vacas flacas que implacablemente llegaron. Cuando el hambre cundió, José abrió los graneros. Pero la hambruna se extendió a otros pueblos que vivían también del trigo egipcio, ya que no eran agricultores.
Era el caso de Jacob y su familia. Entonces el padre de José envió a sus diez hijos a buscar víveres a aquella región. Cuando llegaron a Egipto, no reconocieron a su hermano detrás de las lujosas ropas de aquel visir ante el cual, como alguna vez lo soñó José, se postraron.
El sí los reconoció, pero decidió darles una lección. No era venganza porque no había rencor en su ánimo. Los acusó de ser espías y les exigió traer al hermanito menor, Benjamín, como prueba de su honestidad, mientras uno de ellos quedaba en Egipto en calidad de rehén. Ellos comprendieron que esto era un castigo divino: "Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba y no lo escuchamos; por eso ha venido sobre nosotros esta angustia".
A Jacob le costó mucho desprenderse de Benjamín y enviarlo a Egipto, para cumplir con el extraño requerimiento de aquel poderoso señor que los tenía en sus manos, pero finalmente se resignó a hacerlo porque el hambre era atroz.
José tuvo que hacer un gran esfuerzo para disimular su alegría al ver a su hermano menor. Y ya no lo dejó partir más. Resumiendo un poco la historia, se dio a conocer ante su familia: "Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios (…) … no os entristezcáis (…) porque para salvar vidas me envió Dios delante de vosotros".
Los mandó entonces a buscar a su anciano padre, Jacob. Y el faraón le dijo a José: "En lo mejor de la tierra haz habitar a tu padre y a tus hermanos; que habiten en la tierra de Gosén" (Delta del Nilo).
Para cuando la familia de José se instaló en Egipto ya habían transcurrido dos años de vacas flacas. En los siguiente cinco, el dinero de los egipcios se acabó, y entonces José les hizo pagar el grano con ganado. Y, cuando se acabó el ganado, con tierras. "Entonces compró José para el faraón toda la tierra de Egipto (…) y al pueblo lo hizo pasar a las ciudades".
Inicialmente se pensó que José era un hicso, ese pueblo que durante un tiempo invadió o migró hacia Egipto y se volvió dominante durante varios siglos, hasta que su salida de aquel reino sea posiblemente el Éxodo bíblico, pero ahí ya estaríamos en tiempos de Moisés.
No es una hipótesis a descartar. Entre hicsos y hebreos el lazo no es del todo claro. Algunos dicen que son lo mismo; otros que los hebreos pueden ser una rama de los hicsos que a su vez eran nómades que, empujados por el imperio de Hammurabi (Babilonia), en un momento dado inician un movimiento hacia Egipto, de migración, de invasión o un poco de ambas cosas. "Manetón, citado por Flavio Josefo, dice que hicsos y hebreos si no eran lo mismo por lo menos estaban emparentados", acota Prudencstein.
Ahora bien, a partir del descubrimiento de Avaris, el egiptólogo David Rohl, dice que las evidencias del paso de José por Egipto hay que buscarlas un poco antes de los hicsos, bajo el reinado del faraón Amenemhat III, de la 12a dinastía.
Veamos cuáles son sus fundamentos. La fertilidad de las tierras egipcias depende de las crecidas o desbordes del Nilo cuyas aguas al retirarse dejan una capa de limo muy fértil para la siembra y cultivo de grano. El egiptólogo Karl Richard Lepsius estudió estas crecidas del Nilo durante el reinado de Amenemhat III y descubrió que por siete -siete- años la crecida del río fue de 17 metros cuando el promedio era de 12 metros. Esto implicaría una mayor capa de limo y una mayor fertilidad. Hasta que las crecidas superaron los 20 metros, es decir, verdaderas inundaciones que tardaban en reabsorberse e impedían sembrar. De lo que deduce varios años de malas cosechas.
Otro indicio que destaca Rohl es el hecho de que José, para comparecer ante el faraón, se afeita. Si el rey hubiese sido un hicso -que llevaban barba hirsuta- no le hubiese molestado que José también tuviese una.
El faraón da por esposa a José, dice la Biblia, a la hija de un sacerdote de Heliópolis llamado Potifera. En Heliópolis se adoraba al dios Ra, mientras que los hicsos adoraban a Set.
En los inicios del largo reinado de Amenemhat III, el poder del faraón no estaba tan consolidado como lo estará al final. Por el contrario, los nomarcas, jefes locales, territoriales, tenían mucho poder y controlaban grandes zonas del territorio. Pero este poder local aparecerá totalmente diluido al final del reinado de este faraón, algo que coincide con la operación de concentración de recursos y tierras que llevó a cabo José, como visir, en beneficio del faraón, según relata la Biblia. La única tierra que el faraón no compró fue la de los sacerdotes. No solo eso, también "puso por ley hasta hoy sobre la tierra de Egipto que se diera al Faraón la quinta parte de las cosechas", dice el Génesis.
El relato bíblico coincide con el gran poder acumulado por Amenemhat III que lo convirtió en el más poderoso de la 12a dinastía. Bajo el reinado de este faraón se construyó además un edificio muy original llamado el laberinto, del cual quedan sólo ruinas, que Herodoto dice haber visto y que "excede toda ponderación". Para David Rohl ese pudo haber sido el edificio que usaba José para su masiva distribución de granos. Se empieza a construir en el año 15 del reinado del faraón lo que coincide con los primeros años de "vacas gordas" o grandes crecidas. ¿Por qué un laberinto? Tal vez para evitar robos en los graneros.
El laberinto se encuentra además cerca del lago Moeris (Qarum), unido al Nilo por un canal artificial, llamado Canal de José (Bar Yusuf), una obra destinada seguramente a aliviar las crecidas del Nilo desagotando hacia el lago.
En la zona en la cual se asentaron los hermanos de José, cuyos descendientes, según la Biblia, "llegaron a ser muy numerosos", es donde se encontró la ciudad de Avaris y en ella muchas construcciones, objetos y hasta restos humanos de origen no egipcio, sino sirio o cananeo. Se halló también una casa más importante que las demás, en cuyo jardín está el sepulcro que David Rohl cree es el de José, por las razones ya explicadas.
Si Rohl tiene razón, la presencia de José en Egipto es anterior al periodo de dominio hicso (1650-1500), ya que Amenemhat III reinó entre 1844 y 1802 antes de Cristo.
Una dificultad para aceptar la muy seductora hipótesis de Rohl -nos advierte Prudencstein- es que José era el nieto de Isaac, hijo de Abraham. Su historia debe ser cronológicamente posterior a la de los patriarcas. Existen entonces grandes posibilidades de que la historia de José fuera concebida a partir de la descripción de un contexto muy específico, ubicado después de los episodios vividos por los patriarcas. Su relato deriva de las biografías de Abraham, Isaac y Jacob. Considerando a su vez que muchos caudillos hicsos tuvieron nombres similares a los de estos patriarcas y que aparecen en ciertos objetos hallados en Avaris, deberíamos concluir que el relato de José sólo podría desarrollarse dentro de esta misma cronología.
Entonces, ¿era o no José el señor rico no egipcio que habitaba esa casa de Avaris y cuya estatua vestía una túnica de colores? Tal vez fuese "otro" asiático migrado a Egipto, ya que hubo una constante llegada de gentes del desierto atraídas por la fertilidad del valle del Nilo y la riqueza de una civilización superior.
La concepción de acumulación estatal y redistribución en tiempos de vacas flacas bien puede haber sido ya conocida al llegar José, en una época en la que el hambre acechaba constantemente al hombre.
Hambrunas hubo siempre, señala el profesor Sergio Prudencstein. De hecho, los tres Períodos Intermedios de la cronología de la historia egipcia son de grandes hambrunas. La estela del rey Unis muestra unos relieves de beduinos famélicos, a los que se les ven las costillas.
Otra cosa a tener en cuenta, explica Prudencstein, es que con frecuencia la Biblia hace una compresión de varios hechos que efectivamente ocurrieron para que encajen todos en la biografía de un solo personaje. "Hubo un buen editor que hizo la historia más sencilla, pero no quiere decir que todas esas cosas no ocurrieron en el contexto de los antiguos hebreos", agrega.
De hecho, el "editor" de tiempos de Josías cometió varios anacronismos en el relato de José. Uno es la misma venta de José como esclavo, porque no existía un mercado de esclavos por entonces. Eso surge recién en la era helénica-greco-romana (justamente más cercana a la del rey Josías). En tiempos de José, los esclavos extranjeros no se compraban sino que se capturaban en guerras y batallas: eran los vencidos. Los obreros que construían las pirámides eran ciudadanos comunes que, a modo de pago de impuestos, cumplían con una cantidad determinada de trabajo para el Estado, que a su vez los mantenía.
Otro anacronismo, sigue explicando Prudencstein, es la mención a las monedas, que no existían por entonces. Las primeras monedas son del siglo VI y se encuentran en Lidia, así como en la época de Alejandro Magno aparecen las primeras acuñadas con valor internacional.
Finalmente, y puesto que el rey Josías hizo poner por escrito la extraordinaria vida de José con fines edificantes, destaquemos el mensaje de esta historia, más allá de su trama fascinante: en la suerte o en la desgracia, José es siempre el mismo. En el fondo de un pozo o en un rico carruaje ante cuyo paso todos deben postrarse, en un calabozo olvidado del mundo o en lo más alto del poder, él sigue siendo el mismo. No lo cambian los cargos ni las distinciones. Humilde, confiando en Dios aun en los momentos más desesperados, sereno y sin rencores.
(*) Todas las citas bíblicas de este artículo están tomadas de la Santa Biblia, versión Reina Valera 1995, Edición de Estudio. Sociedades Bíblicas Unidas.