El 17 de mayo de 1869, se presentaba ante los catedráticos del Departamento de Jurisprudencia de la Universidad de Buenos Aires, presididos por el rector, doctor Juan María Gutiérrez, un joven de elevada estatura, poblado bigote y bien cortada barba, para defender su tesis doctoral. Contaba 22 años de edad y era oficial del Ministerio de Hacienda. A mediados de 1866 había vuelto enfermo del Paraguay, tras combatir como alférez de artillería en la batalla de Tuyutí. Sus antiguos compañeros del Colegio Nacional, varios de los cuales habían compartido con él la vida de campamento y los peligros de una guerra cruenta, rememoraban con entusiasmo sus travesuras infantiles y sus gestos de coraje. De ahí que Carlos Pellegrini, contara con un devoto auditorio para el examen que, según las ordenanzas, debía ser solemne.
Previo al acto, el postulante había depositado en la secretaría ejemplares impresos del trabajo a fin de que el tribunal lo evaluara. Como casi todas las tesis de entonces, era extremadamente breve —apenas catorce páginas—, y su título, "Derecho electoral", parecía el de un escrito sólo destinado a superar un requisito académico.
Sin embargo, una afirmación categórica del estudiante tal vez provocó sonrisas y algún gesto ceñudo: sostenía que las mujeres debían gozar de paridad de derechos con los hombres respecto del voto. Téngase en cuenta que entonces sólo las islas Pitcairn, dominio británico en la Polinesia, y Australia del Sur, habían garantizado dicha facultad, y que recién en 1869, el estado norteamericano de Wyoming instauraría lo que se denominó "sufragio igual". Pero en Buenos Aires, donde se miraba con prevención a las contadas mujeres que se animaban a manifestar sus ideas por la prensa, la afirmación parecía cuanto menos osada.
Quizá explique la naturalidad con la que Pellegrini sostenía aquel postulado el hecho de que su madre, María Bevans y su tía Ana eran mujeres cultas que no vacilaban en sostener criterios propios, y que su tía abuela materna, Priscilla Bright, esposa del influyente lord Provost, había planteado varias décadas atrás el derecho al voto de su género en Inglaterra.
Una vez iniciado el examen, Pellegrini, luego de argüir que los analfabetos tenían que aprender a leer y escribir antes de inscribirse en los registros —pretensión por entonces ilusoria, ya que los comicios se ganaban a punta de pistolas empuñadas por quienes en su mayoría no sabían siquiera estampar sus firmas—, manifestó: "La cuestión de los derechos políticos de la mujer puede considerarse bajo dos fases: la faz política y la faz social. Como razón política, se alega contra el ejercicio de ese derecho su debilidad y su natural dependencia, que la convertiría en instrumento del hombre. La debilidad moral e intelectual de la mujer no es debida a su naturaleza, es puramente resultado de su educación".
Si se colocaba a la enseñanza al nivel de la que recibía el hombre, "desaparecería esa pretendida debilidad; los numerosos casos en que la mujer ha vencido esa barrera puesta por las preocupaciones sociales al desarrollo de su inteligencia muestran que está dotada de las suficientes aptitudes para entrar a formar parte de la sociedad política y encargarse del ejercicio y de la defensa de sus derechos".
En cuanto al temor de que las mujeres fuesen influidas y sirvieran de instrumento a los hombres, consideraba que el peligro en todos los casos podía ser recíproco. "Convengo en que, de todas maneras, esa influencia es perjudicial, tratándose del ejercicio de un derecho que exige completa independencia. Pero si el peligro existe y contribuyen a su existencia tanto el hombre como la mujer, ¿con qué razón, para evitarlo, se han de atacar solamente los derechos de la mujer? La única razón que hasta hoy ha existido es que, habiendo el hombre usurpado el gobierno de las sociedades, ha alejado a la mujer, más por temor que por compasión".
Y agregaba: "Hoy que la civilización ha colocado a la mujer, en cuanto a posición social, al nivel del hombre, dándole el lugar a que es acreedora por las dotes con que la adornó la naturaleza, no hay razón para no concederle el ejercicio de sus derechos políticos, desconocidos por preocupaciones que, hijas de la barbarie de otras edades, no tienen razón de ser en este siglo que ha puesto en práctica la declaración de los derechos del hombre […] Podrá alegarse su debilidad física para cumplir las cargas de la ciudadanía, y encarando la cuestión bajo el punto de vista de las conveniencias sociales, se dirá tal vez que hay peligro en arrancar a la mujer de la esfera en que la costumbre, tal vez la necesidad, la han colocado, para hacerla aparecer como actriz en una escena de agitación continua, colocándola bajo la influencia de pasiones cuyo funesto efecto en el seno de las familias tal vez tuviera que deplorar la sociedad".
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Pero había que descartar tales temores. Era necesario, "para completar el gran paso dado luego de muchos siglos mediante la Declaración de los Derechos del Hombre", incluir los de la mujer: "Hay que preparar el terreno minando las preocupaciones, hasta que caigan por su propio peso. Hay que reformar la educación de la mujer, abriéndole las puertas del templo de la ciencia y ofreciéndole campo al desarrollo de su inteligencia en todos los ramos del saber humano. Ejercitadas y robustecidas así sus fuerzas, estará en aptitud de formar parte de la sociedad política".
Después del discurso de Pellegrini, actuaron dos de sus compañeros como replicantes, y luego los catedráticos lo sometieron a diferentes preguntas que respondió con solvencia. Recibió la calificación más alta que contemplaba el reglamento: distinguido por unanimidad.
No sabemos qué reacción produjo la defensa del derecho al voto femenino entre los concurrentes al examen ni tampoco conocemos si su gesto trascendió el recinto del edificio ubicado en la actual Manzana de las Luces, pero creemos que vale la pena destacar el carácter innovador de esa parte de su tesis, reflejo del espíritu práctico y visionario de quien ocuparía los puestos más eminentes de la vida cívica argentina.
El autor es historiador, ex presidente de la Academia Nacional de la Historia.