Es posible que John Patrick Egan haya tenido 48 horas extra de vida en el operativo de Montoneros para abreviar sus días. Su secuestro, realizado el 26 de febrero de 1975, estaba previsto en realidad para el 24; ese lunes, sin embargo, los guerrilleros Hugo Baretta y Hugo Figueroa murieron en un tiroteo contra la policía cuando se dirigían hacia la casa del cónsul honorario de los Estados Unidos en Córdoba.
Las 48 horas que la guerrilla peronista estableció como plazo para que se cumplieran sus demandas antes de matar a Egan comenzaron a contarse, así, dos días más tarde, y se terminaron el 28 de febrero con un tiro en la frente del hombre.
La autopsia estimó que había muerto a las 20, poco antes de haber sido hallado. "Egan fue asesinado por un disparo de arma de 9 milímetros con bala hueca. Apoyaron el cañón del arma sobre el párpado derecho. Había un orificio de entrada pero no uno de salida, dado que el proyectil se alojó en el hueso mastoides en la cavidad craneal", se lee en uno de los documentos desclasificados en 2019.
Más de 300 páginas de cables, notas manuscritas y hasta artículos de prensa local que reconstruyen esos dos días revelan la falla de seguridad que permitió el secuestro y exploran las discusiones sobre lo que se hizo —y lo que no se hizo— para salvar la vida de Egan. Aunque en abril el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) había secuestrado a un agregado estadounidense en Córdoba, Alfred Laun (devuelto a las 15 horas, herido), las autoridades provinciales habían dejado al agente administrativo sin custodia.
El oficial de seguridad regional George Beckett habló con la esposa de Egan la mañana siguiente al secuestro: "La señora dijo que cuando advirtieron las ausencia de guardias ellos (o ella) hablaron con cuatro personas diferentes en el gobierno provincial", destacó uno de los documentos. La última vez lo había hecho preocupada porque había festejos públicos de carnaval y ellos seguían solos. Pero no llamó a la embajada en Buenos Aires: "Su esposo dijo que no era necesario".
Tres días después del hallazgo del cadáver, en Washington DC se realizó una reunión de 50 personas de diferentes departamentos; dos días más tarde, por pedido de los oficiales de la Agencia de Información (USIA, un organismo que existió hasta 1999). Un informe resumió el encuentro: redactado por "un joven oficial nuevo que no entendió algunos de nuestros puntos" —según advirtió Frank Ortiz, funcionario a cargo de Argentina, Paraguay y Uruguay, al embajador en Buenos Aires, Robert C. Hill— comunicó "una idea del tono de las conversaciones aquí".
Era un tono crítico, tanto del gobierno de Isabel Perón como del manejo de las circunstancias. Uno de los funcionarios de USIA, Frank Chiancone, expresó que la agencia "sintió que quizá se podría haber hecho algo más por Egan" y que "la embajada se había opuesto a cualquier negociación".
En una carta a Robert Barber, el Subdirector de USIA en Seguridad, el oficial de Asuntos Públicos Hugh Woodward detalló todo los pasos desde el envío instantáneo de un equipo especial —encabezado por el cónsul general, George Huey— a Córdoba. "¿Qué más se podría haber hecho? En cuanto a la creencia de Chiancone, seamos francos: Egan estaba muerto desde el momento en que se lo llevaron. Las exigencias de los montoneros no se podían cumplir, y ellos lo sabían. No había qué negociar en verdad".
El secuestro
Egan, nacido en Montana, había llegado a Córdoba en 1955 como ejecutivo de la empresa Kaiser, parte de la expansión automotriz allí. Se había jubilado en 1968 y desde 1972 era cónsul honorario. Eso significa que no era un diplomático de carrera; apenas un agente que asesoraba a la población de su zona de residencia sobre las visas para los Estados Unidos. Según los cables, la embajada en Buenos Aires le pagaba los gastos de la casa y un salario de USD 3.400 anuales.
"Es improbable que los guerrilleros hayan leído una novela reciente cuyo escenario era, precisamente, la Argentina. Graham Greene decidió imaginarse un secuestro inútil", aludió The Buenos Aires Herald al best seller El cónsul honorario, en la cual un grupo insurgente "torpemente secuestra a una persona que no tenía la suficiente importancia como para servir para pieza de negociación". Los montoneros debían entender el error de imitar al arte: "Un cónsul honorario no es un diplomático".
La operación había comenzado el viernes 24 cuando un joven, que se presentó como ingeniero agrónomo, tocó el timbre en la casa de Egan en General Paz 3399, del barrio de Villa Belgrano. Preguntó qué documentación necesitaba para solicitar la visa.
Cuando regresó, a las 19 del miércoles 26, lo acompañaban otros dos hombres y una mujer. La esposa del cónsul, Cyrila Leonart, abrió la puerta y habló cinco minutos con ellos, hasta que sacaron las armas —no había custodio, había sido asignado a otras tareas— y empezaron a gritar "Dame la plata, dame la plata, la plata".
"Me dijeron que buscaban a John", relató luego la mujer. La llevaron hasta el dormitorio, junto con la mucama; seguían exigiendo dinero. "Les pedí que por favor no se llevaran a mi esposo, que podían quedarse con todo lo que quisieran, y comenzaron a echarme éter a la cara. Cuando me di cuenta de lo que pasaba dejé caer la cabeza, deben haber pensado que me había desmayado".
Pero, apenas la dieron por dormida y la dejaron, Leonart escapó por una ventana a una casa vecina, donde llamó a la policía. "Les daré todo el dinero que tengo" y "Por favor hagan que venga alguien", la citan las notas manuscritas de la embajada, donde llamó a 19:15. Habló con Wilbur Hitchcock, subjefe de la misión.
Cuando el personal de la comisaría recorrió los 800 metros hasta la casa, todo había terminado. Egan no había logrado tomar el arma calibre 32 que le había proporcionado la embajada, que quedó en su escritorio. Tampoco llegaría a mudarse a la casa que construía con su esposa, a cinco cuadras. "Pintaron 'Montoneros' por toda la casa, con aerosoles", agregó Leonart.
En el secuestro se usaron dos vehículos: la pickup en la que se llevaron al cónsul honorario, una Ford color crema, y un Renault 12. Otras dos personas permanecieron fuera de la casa, en un vehículo de apoyo.
Sin custodia
En Buenos Aires Hitchcock corrió a buscar a Mabel Comparach, hermana de la esposa de Egan, para incluirla en el vuelo del task force que saldría hacia Córdoba. La mujer, que vivía en Perú, había visitado a su familia y llevaba un mensaje de ellos para los diplomáticos: "¡Y justo ayer traje a la embajada una carta de ellos para denunciar que no tenían custodia policial!".
Raúl Lacabanne, el interventor federal de Córdoba —donde casi un año antes había sucedido el Navarrazo— explicaría luego, cuando Egan ya estuviera sepultado en el cementerio San Jerónimo, que no había policía en la agencia consular porque "el domingo anterior habían matado a uno que era de la misma comisaría", y que para dar con los asesinos se había reunido a todo el personal.
En el momento, el encargado de seguridad estadounidense notó la anomalía: "Beckett dijo que el acuerdo con el Ministerio del Interior cubría Córdoba", señaló un cable; "En los archivos de la oficina de seguridad hay una copia del acuerdo que cubre la asignación de custodios para Egan", confirmó otro.
Pronto los diplomáticos conocerían el mismo trato. El 18 de marzo de 1975 Huey envió un memo a Hill con un resumen de las actividades que el equipo especial de la embajada realizó en Córdoba. Al llegar, en la madrugada del 28 de febrero, en el aeropuerto los esperaban "cinco policías en un único vehículo, uno común de cuatro puertas", observó. "Luego de varias llamadas" llegaron otros dos móviles policiales.
Todos partieron hacia la casa de los Egan. La policía dejó el equipaje en el pasillo de entrada y se fue; cuando el cónsul general lo descubrió, no podía creerlo."La policía provincial desapareció", informó un cable. Huey todavía no había sacado "el tema de la falta de custodia en la residencia de Egan".
Volvió a llamar para que le enviaran autos que los trasladaran con seguridad; le enviaron otro sedán que los dejó en el destacamento de la policía federal, donde les informaron que no había vehículos para ellos. El cónsul general alquiló dos autos; la policía ofreció dos choferes y dos guardias.
48 horas exactas
Los mensajes de alerta al Departamento de Estado se enviaron a las 20:30 y 20:45; la primera teleconferencia, a continuación, acordó la formación del grupo que viajaría a Córdoba. El segundo de Huey fue Arthur Diggle, quien reemplazaba al agregado de defensa; también dirigieron Beckett y el enlace de la policía federal con la embajada, Eduardo Parra.
Mientras se buscaba cómo avisarle a uno de los hermanos de Egan, James, en Fresno, California, a la 1 de la madrugada sonó el teléfono en la redacción de La Voz del Interior: "Una llamada anónima de montoneros, dicen que emitirán un comunicado por la mañana. No harán nada con Egan (no lo liberarán) hasta que 'aparezcan' seis guerrilleros montoneros capturados en Tucumán", informó un cable.
Eran cuatro, en realidad. Lo detalló el comunicado que Montoneros dejó en el bar La Recova:
"Gustavo Natalio Stenfern, de nuestra organización, secuestrado en el mes de octubre en Buenos Aires; Luis Silva, dirigente nacional del Movimiento Villero Peronista, secuestrado en febrero en Buenos Aires; 3) Chango Díaz, dirigente de ATULP [Asociación de Trabajadores de la Universidad de La Plata] y de la Juventud Trabajadora Peronista, secuestrado por el ejército en Tucumán, en el mes de febrero; Pedro Medina, de nuestra organización, maestro rural de Simoca, secuestrado en febrero en Tucumán por el ejército".
La noticia era mala. Montoneros no podía ignorar que esas personas habían sido víctimas de la represión ilegal y que, aun si el gobierno de Isabel Perón eliminaba la prohibición de hablar sobre los guerrilleros en los medios, no había cómo mostrarlos. No había a quién mostrar.
El canciller Alberto Vignes dijo a Hill que existía una denuncia sobre el secuestro de Sternfern y Silva; la policía eludió al tema: "No hay información". Hill tradujo el eufemismo para Washington DC: "Esto sin duda significa que ambos fueron asesinados por una de las organizaciones para policiales, como la Triple A". Sobre Medina y Díaz, las diligencias del embajador ante el ejército que operaba en Tucumán y la policia local fueron igualmente vanas: "Los dos no —repito: no— están entre los detenidos".
La última carta del cónsul honorario, que sus secuestradores le dictaron, agregaba un quinto nombre: Toso. Escribió Egan:
Señor embajador:
Como sabe, me encuentro en la cárcel del pueblo en la ciudad de Córdoba. Mi mujer vive en la incertidumbre y quisiera vivir tranquila. Usted sabe perfectamente las condiciones de mi libertad. Los montoneros que se encuentran desaparecidos son Silva, Díaz, Medina, Toso y Stenfern que fueron secuestrados en los últimos meses por las fuerzas policiales del gobierno y por el ejército. Creo que usted tiene suficiente poder como para solicitar al gobierno argentino y al ejército que cumplan con el pedido de los montoneros. Si estas personas no están muertas por favor utilice su influencia para hacer que las liberen.
En este momento mi vida está en sus manos, las de Isabel Martínez y el amable ejército.
John T. Egan
Agente consular de los Estados Unidos
Se trataría de José Toso, quien aparece en otro cable que cita una demanda ampliada: la aparición con vida y su presentación a los medios de comunicación de, también, "Toso, Bárbara Ramírez y Juan Carlos Carullo".
En todo caso, los diplomáticos conocieron, antes que ese detalle, el rumor de la aparición del cadáver. Los montoneros mataron a Egan al cumplirse el plazo, exactamente. Cuando Vignes le mostró la carta a Hill, era "demasiado tarde para que se pudiera actuar, aunque los gobiernos de Estados Unidos y de Argentina estaban decididos a no acceder a las demandas de la guerrilla". Eso, sin embargo, no era así.
"Estábamos a unos 15 segundos de abrir fuego"
El cadáver fue arrojado desde una pickup cerrada en la calle Lamónica, del barrio Centroamérica, a 100 metros de la ruta 9, después de las 21. Estaba envuelto en una bandera que decía "Montoneros, Viva Perón". Lo acompañaba un periódico con la noticia de la muerte de los guerrilleros Baretta y Figueroa. Una bolsa de plástico le cubría la cabeza; llevaba la misma ropa que en el momento del secuestro.
A las 22:35 la policía llegó a General Paz 3399. Un oficial le dijo a Comparach "que Egan había aparecido, pero no que estaba muerto", destacó Huey; a él le tocó aclararle que su cuñado era un cuerpo en la morgue del hospital San Roque. No fue el peor momento de su noche: cuando llegó a la casa, el cónsul general se encontró con que "la familia estaba consternada, pero nadie le había dicho a la esposa de Egan que él estaba muerto".
La mujer dormía sobre un sillón, en la sala. Cuando recibió a Huey parecía creer que su esposo estaba vivo. "Le di la mala noticia tan delicadamente como pude, pero ella se puso histérica. Antes le había dicho a la familia que era aconsejable contar con la presencia de un médico, y había uno. Sin embargo, no fue de mucha ayuda, y pasó una hora de trauma antes de que lograse que ella tomara un tranquilizante".
En la madrugada lo esperaba una sorpresa más. Salió, con Beckett, camino al hotel, a la 1:30, por una llamada que le avisó sobre la presencia de Lacabanne, que lo esperaba. "A dos cuadras pasamos un automóvil estacionado en la oscuridad, con cuatro hombres", escribió en un telegrama. El auto comenzó a seguirlos por una calle de tierra.
"Aumentamos la velocidad, y lo mismo hizo el auto detrás de nosotros. En un momento nos movíamos a 120 kilómetros por hora. Según Beckett, estábamos a unos 15 segundos de abrir fuego contra el vehículo cuando llegamos a una intersección asfaltada donde había un jeep policial rojo con cuatro policías". Llegaron al hotel y se encontraron con Lacabanne y el ministro de Bienestar Social cordobés, Guillermo Canilo Abid, quienes ofrecieron sus condolencias y se quejaron de que "tenían muy poco personal para manejar todos estos problemas que enfrentaban".
A la mañana siguiente, Leonart seguía en estado de shock. "Quería que embalsamaran el cuerpo. Quería demorar el entierro hasta que llegaran los tres hermanos y la hija de Egan, [Susan] Sirokman, de los Estados Unidos", informó Huey. Pero cada hora que pasaba daba más tiempo a las organizaciones que quisieran planificar un ataque.
Hill consultó a Washington DC: "Se tiene la impresión de que tratan de juntar tantos de nosotros como se pueda para producir un tiroteo en la iglesia. El cónsul general dijo que bajo ninguna circunstancia las esposas debían concurrir, si se toma la decisión de asistir". Habló luego con Vignes, quien le "aseguró" que el gobierno argentino brindaría "la máxima seguridad para el funeral" y le prometió la presencia del III Cuerpo de Ejército y la policía cordobesa.
"No obstante, Vignes destacó que Córdoba es 'una provincia convulsionada' y que habrá riesgos". Si Hill asistía, sería "imposible garantizar su seguridad". El Departamento de Estado prefirió que Hill no fuera. Se decidió que Egan sería enterrado a más tardar el domingo 2 de marzo a las 10 de la mañana.
Disputas en Buenos Aires y Washington DC
En la reunión de 50 funcionarios que evaluó los hechos, días más tarde, en los Estados Unidos, se manifestó confusión sobre la política ante secuestros: ¿se negociaba o no se negociaba?
"Estados Unidos accederá a negociaciones", aclaró el memo; pero "no en lugar del gobierno local". En todo caso, en esa instancia "realmente no teníamos nada para negociar", advertirían luego otros documentos que discutieron las críticas a la labor de los diplomáticos en Buenos Aires.
La demanda era para el gobierno argentino, que se negó a "considerar cualquiera de las alternativas que ofrecieron los Estados Unidos". Se sugirió que en el futuro "en circunstancias similares" se hiciera reserva "del derecho de tratar de contactar a los terroristas directamente", registró el documento. "Sería una medida extrema pero estaría justificada por la necesidad de superar el primer límite de tiempo crítico. Podría ser no más que un llamamiento: 'No hagan nada y hablemos'".
Hubo que explicar por qué Hill no había obtenido "cualquier información oficial del gobierno de Argentina sobre el estado de los prisioneros", lo cual hubiera forzado a los montoneros a dar más tiempo. "¿Podrían haber sido arrestados con documentos falsos, y por ende podría ser que los funcionarios ignorasen sus nombres verdaderos?", se preguntó, sin ironía. La misión de Buenos Aires dio cuenta de las particularidades de la represión en el final del gobierno de Isabel.
Los estadounidenses se quejaron de la completa negativa de los argentinos a negociar. "El gobierno argentino no tiene canales de comunicación con los Montoneros. El ministro del Interior [Alberto Rocamora] agregó que, incluso si tuvieran tal canal, no lo emplearían, dado que hacerlo equivaldría a abrir el diálogo con los terroristas", señaló un telegrama. La embajada propuso que "presentaran a otros prisioneros o dieran difusión a la causa montonera a cambio de la libertad de Egan"; Rocamora se negó a esa y otras sugerencias.
Días más tarde, cuando leyeron sobre la liberación de un funcionario judicial bonaerense secuestrado por los montoneros a cambio de la libertad de un guerrillero, que apareció vivo en Perú, los estadounidenses se molestaron. Robert Ingersoll, Subsecretario de Estado, escribió a Hill: "Estamos muy perturbados por lo que aparentemente parece ser un contraste desconcertante en el enfoque de las autoridades argentinas en este caso con las posiciones que adoptaron en el caso Egan".
Lo que menos le importaba al funcionario era denunciar que eso evidenciaba "el punto que los montoneros trataban de probar": que el gobierno apañaba la represión ilegal y los detenidos que se pidieron a cambio de Egan no estaban vivos.
"Debido a las dificultades que tenemos para reconstruir la posición del gobierno", Ingersoll ordenó a Hill que "comunique nuestra preocupación al más alto nivel del gobierno argentino" y dejara más allá de cualquier duda que Isabel era "responsable por la seguridad de los estadounidenses en Argentina". Para la Casa Blanca sería difícil "aceptar cualquier señal de que la consideración y la preocupación del gobierno argentino por nuestros ciudadanos en Argentina es en cualquier proporción menor a la que muestra por otros". Era menester "una explicación para la discrepancia desconcertante" entre los casos.
Hill tuvo que ocuparse también de otras cuestiones, como el envío de coronas fúnebres (una de Ford, otra de Kissinger, una tercera de él mismo y una cuarta del personal de la embajada), el pago de USD 500 por los gastos del funeral que realizó la Casa Bespontin, el reclamo del certificado de defunción, la asignación de una pensión del 45% del salario de Egan a su viuda, la comunicación de los mensajes de condolencias de familiares y amigos desde los Estados Unidos. También decidió que no se reemplazaría a Egan y no habría más agencia consular en Córdoba.
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