Las cruces del cementerio de Darwin recuerdan a los soldados argentinos caídos en Malvinas y en el monumento que abraza a las 230 cruces blancas están cincelados los 649 nombres de los héroes que dejaron su vida en la guerra de 1982. Sin embargo, pocos recuerdan a los gauchos, enterrados en las islas, prácticamente desconocidos, que vivieron en los tiempos del gobernador Luis Vernet y que también hicieron historia.
En agosto de 1829 Vernet, con el cargo de comandante político y militar bajo el brazo, se embarcó hacia las islas, con el propósito de desarrollar la colonización del archipiélago austral. Llevó a su esposa y a sus hijos. Pobló el archipiélago con colonos santafecinos, entrerrianos, cordobeses, santiagueños y bonaerenses, además de franceses, ingleses y de varios países del continente americano. Embarcó también a un grupo de tehuelches y a esclavos con la promesa de libertad luego de una década de trabajo.
Muchos de esos gauchos vivieron penurias de todo tipo, enfrentando terribles condiciones climáticas y durísimas tareas en el campo. También fueron objeto de intereses políticos y comerciales, sufriendo abusos que desembocaron en tragedias como la que protagonizó el gaucho Antonio Rivero. Este entrerriano había encabezado una rebelión en agosto de 1833 por los maltratos que sufrían los peones de parte de Mateo Brisbane y de Juan Simón, antiguos colaboradores de Vernet que no tuvieron ningún empacho en trabajar para el ocupante inglés. Rivero y sus gauchos terminarían con las vidas de Brisbane y Simón pero su revuelta sería sofocada meses más tarde cuando arribó el nuevo gobernador británico. Rivero y los suyos serían juzgados en Londres y posteriormente liberados en Montevideo.
Manuel Coronel, nacido en la provincia de Santa Fe, fue un destacado hombre de campo que llegó a las islas en 1826 en la segunda avanzada exploratoria organizada por Vernet. Participó de numerosas acciones llevadas a cabo para combatir las depredaciones de los tripulantes de buques extranjeros, llegando a abordar naves con su facón en la cintura.
Más tarde se apartaría de la revuelta organizada por su compañero Rivero, llegando a ser mediador entre los ingleses y el gaucho rebelde que, más de un siglo y medio después, sería recordado en el billete de 50 pesos argentinos.
Manuel se unió a Carmelita, esclava que formaba parte del séquito llevado por Vernet, con la que tuvo un hijo a quien bautizó con su nombre. Sus restos están enterrados desde 1841 en Puerto Luis, sede del gobierno español y luego del argentino, antes que los ingleses mudaran la población a Port Stanley (Puerto Argentino).
Darwin maravillado con el asado con cuero
Un relato del famoso naturalista inglés Charles Darwin hace referencia a dos gauchos que lo acompañaron en una de sus expediciones en las islas. Cuenta:
"Describiré a continuación una pequeña excursión que efectué alrededor de una parte de esta isla. Salí por la mañana con seis caballos y dos gauchos; estos últimos eran hombres excelentes para mis propósitos y estaban acostumbrados a salvar cualquier obstáculo con sólo sus propios medios.
"El tiempo era tempestuoso y frío, con fuertes granizadas de vez en cuando. A pesar de ello, avanzamos con bastante rapidez pero, a excepción de todo cuanto se refería a geología nada había menos interesante que nuestra jornada diaria. El terreno era siempre la misma llanura ondulada, la misma superficie cubierta de vegetación escasa y débil y de unos pocos matorrales muy pequeños, todo ello asentado sobre un suelo turboso y blando.
"En los valles, se veían en algunos puntos pequeñas bandadas de gansos salvajes, y el terreno era tan blando en todas partes que la agachadiza podía alimentarse con facilidad. Aparte de estos dos, son pocas las aves que viven allí.
"Tuvimos algunas dificultades para cruzar los picos rugosos y estériles de una cadena de montañas de casi 2.000 pies de altura, formada por rocas de cuarzo. Por la parte del sur llegamos a la zona más indicada para ganado cimarrón; sin embargo, no encontramos muchos ejemplares, puesto que últimamente habían sido objeto de repetidas cacerías.
"Por la tarde encontramos un pequeño rebaño. Uno de mis compañeros, llamado Santiago, de inmediato escogió una vaca gorda, a la que tiró sus boleadoras. Estas le dieron en las patas pero como no consiguieron enroscarse, el animal se escapó. A galope tendido, Santiago tiró el sombrero al suelo para indicar el lugar donde habían quedado las boleadoras, desenroscó su lazo y, después de una persecución agotadora, consiguió enlazar de nuevo a la vaca, atrapándola por los cuernos.
"El otro gaucho había continuado la marcha conduciendo a los demás caballos, y por lo tanto Santiago tuvo cierta dificultad en matar a la furiosa bestia. Consiguió arrastrarla hasta un espacio llano, aprovechando las ocasiones en que el animal se lanzaba contra él; cuando la vaca no avanzaba, mi caballo, que estaba adiestrado para ello, se le acercaba y con el pecho le daba un violento empujón. De cualquier manera, una vez en terreno llano, no parece tarea fácil para un hombre matar a un animal loco de terror. Y no lo sería si el caballo, al quedar libre, sin el jinete, no aprendiera pronto, por su propia seguridad, a sostener el lazo tirante; de forma que si la vaca o el buey se mueve hacia delante, el caballo avanza exactamente en la misma dirección; o bien permanece quieto, inclinándose hacia el lado opuesto a donde está el animal. Este caballo, no obstante, era muy joven y no se mantenía firme tirando del lazo, sino que iba cediendo a los embates de la vaca.
"Fue admirable ver la destreza con que Santiago logró situarse tras el animal, hasta que consiguió por fin darle el golpe fatal en el tendón principal de la pata trasera, después de lo cual, sin gran dificultad, clavó su cuchillo en la parte superior de la espina dorsal de la vaca, que se desplomó como fulminada por un rayo.
"Cortó entonces algunos pedazos de carne, con la piel pero sin huesos, en suficiente cantidad para nuestra expedición.
Nos dirigimos luego hacia el punto que habíamos escogido para pernoctar, y cenamos 'carne con cuero', o sea carne asada con la piel. Es tan superior al buey común como lo es la carne de venado con respecto a la de carnero. Sobre las brasas se asa un gran pedazo circular de la espalda, de forma que la piel quede expuesta directamente al fuego y haga las veces de sartén, con lo cual se consigue que no se pierda ni una gota del jugo. Si aquella noche hubiese cenado con nosotros algún digno concejal, sin duda la 'carne con cuero' pronto se habría hecho famosa en Londres".
En su relato Darwin, hace referencia a los gauchos Santiago López y Manuel Coronel, quienes compartieron con el científico una cabalgata por el interior de Malvinas en el año 1834.
Los paisanos eran parte del escaso grupo sobreviviente que había traído Vernet ocho años antes y que permanecieron durante la ocupación inglesa.
Los que no regresaron a sus pagos
Además de Manuel Coronel, hay otros argentinos que no volvieron al continente. Es el caso del gaucho correntino José María Arguello, quien llegó a las islas en la nave Amelia, durante la segunda "gran oleada" de gauchos en 1853, esta vez desde Montevideo y entreverado con numerosos gauchos orientales enviados por el comerciante inglés Samuel Lafone.
Esta operación ganadera en gran escala, originó luego la Falklands Islands Company, empresa que aún existe, y que tuviera un papel determinante en el desarrollo económico de las islas. Arguello está enterrado en Darwin desde 1867, cerca del cementerio militar donde otros correntinos dejaron su vida en 1982.
Hay más gauchos que descansan en distintos sitios de Malvinas.
En el cementerio de Stanley (Puerto Argentino) yace Fermín Escalante, santafesino que, de acuerdo a los archivos de las islas, murió en 1871 a los 82 años de edad, siendo uno de los más longevos y que fuera censado ya en 1852.
En ese mismo sitio está enterrado Félix García, un gaucho proveniente de algún lugar de la Patagonia. También allí descansa Celestino Zapata, joven entrerriano que llegó a Malvinas en 1855 con esposa e hijos y con trabajo asegurado, pero que fuera abandonado por su inescrupuloso empleador sin pagarle el sueldo prometido. Celestino murió de desnutrición y al momento de su temprana partida de este mundo, su única posesión era su poncho.
Las historias de los gauchos y las de sus esposas e hijos, hablan de desarraigo, pobreza, tristeza y enfermedades, pero también de coraje y orgullo de paisanos.
El legado rioplatense está allí. Los magníficos corrales de piedra y la toponimia criolla aún subsisten. La presencia de estos jinetes legendarios se adivina entre los cerros.
* Marcelo Beccaceci es autor del libro Gauchos de Malvinas (editorial South World).
SEGUÍ LEYENDO: