Juan Larrea y los orígenes de la corrupción en la patria naciente

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Juan Larrea era un comerciante de origen catalán, quien a los 28 años contaba con una importante fortuna personal. En la ciudad de Buenos Aires, la capital del virreinato y el contrabando, Larrea había hallado el lugar adecuado para incrementar su patrimonio, pero sus prácticas no siempre eran lícitas.

En 1806 fue uno de los fundadores del Regimiento de Voluntarios de Cataluña, de lucida actuación durante las invasiones inglesas. Terminado el conflicto, adhirió a las ideas de Martín de Álzaga, que buscaba un nuevo vínculo con la metrópolis. Las guerras napoleónicas habían cambiado las relaciones comerciales con España, que había perdido el dominio de los mares a manos de Inglaterra.

En 1809 participó del movimiento armado dirigido por Álzaga. El fracaso del golpe hizo que Juan Larrea fuese destituido de su cargo de síndico del consulado y sufrió el primer destierro de los muchos que jalonaron su existencia. El castigo no fue muy severo, ya que el mismo año fue repuesto en la sindicatura.

Convencido de la necesidad de una nueva estructura económico-social, Larrea adhirió a la sociedad secreta en la que militaban personajes como Belgrano, Castelli y Rodríguez Peña. Reunidos en la jabonería de Vieytes, los integrantes de la logia barajaban opciones de organización, que iban desde el carlotismo (quizás la posibilidad menos traumática) hasta la independencia absoluta, que implicaba el crimen de lesa majestad penado con la muerte… Para evitar tal castigo, surgía la necesidad de contar con la máscara de Fernando VII.

Si bien Larrea no asistió al Cabildo del 22 de mayo, figura entre los nominados a la Primera Junta. La influencia de Martín de Álzaga había logrado ubicar a Mariano Moreno (su abogado) como secretario, y a Juan Larrea y Domingo Matheu entre los miembros de la Junta, a pesar de ser españoles. Pronto Larrea se convirtió en el consejero económico de Mariano Moreno, a cuyo bando adhirió desde un primer momento, en oposición a Cornelio Saavedra. El voto de Larrea resultó decisivo para la ejecución de los rebeldes en Córdoba, que incluía el fusilamiento de Liniers. También participó en la expulsión del ex virrey Cisneros, aprovechando para enviar mercaderías de su propiedad (sin pagar flete) en la misma nave que llevaba al ex virrey de vuelta a España. Saavedra lo acusó de aprovechar su posición en el gobierno para hacer negocios en beneficio propio.

Desaparecido Moreno, Saavedra saldó cuentas y, en abril de 1811, Larrea fue destituido y enviado preso a Luján primero y luego a San Juan, donde permaneció hasta 1812, cuando asumió el Segundo Triunvirato. En la oportunidad, mediante un "oficio reservadísimo" Larrea propuso adquirir en Estados Unidos 20 mil fusiles, a razón de una onza de plata sellada por arma (un precio excesivo, vale aclarar).

El encargado de este negocio no era otro que su socio, William Porter White, un inescrupuloso marino de origen norteamericano. Juan José Paso se opuso desde primer momento a esta maniobra, que implicaba un importante pago en metálico. Sin embargo, dicho contrato fue aprobado.

Juan Larrea
Juan Larrea

Después de participar en la Asamblea del Año XIII como representante de Córdoba (ciudad en la que no había vivido) reemplazó al triunviro José Julián Pérez. Sin Álzaga ni Moreno, Larrea unió su destino político a Posadas y Alvear, dentro de la logia Lautaro. Su lealtad fue premiada con el Ministerio de Hacienda durante el directorio del primero.

Sabiendo que mientras los españoles contasen con superioridad naval en el Río de la Plata los negocios porteños estarían en peligro, promovió la conformación de una flota que debía concretarse a la brevedad, "sin detenerse en los precios", para atacar Montevideo. El encargado de conformarla era su socio Pio White. Al frente fue colocado Guillermo Brown.

La rendición de dicha plaza por el bloqueo y una maniobra, a la que por lo menos deberíamos llamar "aviesa", de Carlos María de Alvear, logró la caída de Montevideo y así evitó que los españoles dispusiesen de un puerto para atacar Buenos Aires. Montevideo fue vaciada de sus cañones y pertenencias, a pesar de las protestas de Artigas.

Durante su gestión, Larrea se dedicó a proveer de armas a los ejércitos de la patria, aunque existieron rumores de sobreprecio y negocios turbios. A la caída de Alvear, Larrea fue procesado por nueve cargos de "excesos en la administración pública", entre los que figura la venta de tres corbetas (la Neptuno, Belfast y Agradable) cuyo valor original había sido de 62 mil pesos, pero que Larrea había vendido por solo 30 mil pesos, a un tal señor Lorenzo. Sentenciado por estos "excesos administrativos", Larrea debió expatriarse y le secuestraron bienes por 82 mil pesos que le debía a la Aduana. (Para tener una idea de la envergadura de tamaña deuda, un terreno sobre la Plaza de Mayo, la zona más requerida de la ciudad, valía entre 15 mil y 20 mil pesos).

Durante su exilio Larrea vivió en Burdeos, donde reinició una activa vida comercial. Como la suerte no lo acompañó en los negocios, pasó a Montevideo y, después de la ley del olvido en 1822, volvió a Buenos Aires. Con su hermano Ramón, fundó una empresa de navíos para negociar con Francia.

Vicente López, quien lo conoció personalmente, afirmaba que Larrea se había "enredado en todas las travesuras políticas del Río de la Plata".

En 1828, el gobernador Dorrego lo nombró cónsul de las Provincias Unidas en Burdeos, período en el que Larrea gestionó y obtuvo el reconocimiento de Francia de la independencia de las Provincias Unidas.

Por razones particulares, Larrea volvió a Buenos Aires después de haber rehecho su fortuna. Lo que desconocía entonces era que el nuevo hombre fuerte del país sería Juan Manuel de Rosas, quien no lo tenía en alta estima, vaya uno a saber por qué razones…

En primer lugar, lo obligó a dimitir de su puesto consular y cargó a su almacén naval con multas e impuestos, a punto tal que, en 1847, abatido por las deudas, el único supérstite de la Primera Junta decidió poner fin a sus días, cortándose el cuello con una navaja de afeitar.

Los diarios de la época no se hicieron eco de su muerte. Enterrado en el Cementerio de la Recoleta, sus restos se han perdido.

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