A fines del siglo XVIII y principios del XIX las fiestas religiosas constituían un espacio de fuerte vinculación social en el país. Por entonces, la vida civil y la religiosa estaban sumamente relacionadas. A su vez, la fe se vivía de un modo más tangible y cotidiano. Desde esta óptica, repasar las costumbres de Semana Santa durante aquellos días puede convertirse en un viaje fascinante.
Según las crónicas de la época, hacia fines del virreinato Buenos Aires contaba sólo con siete parroquias. Los barrios a las que pertenecían vivían en constante rivalidad, algo que también se trasladaba al ámbito religioso. Los distintos vecindarios competían, por ejemplo, a través de procesiones y espectáculos en el marco de cada celebración.
Al respecto, Mariquita Sánchez de Thompson menciona en sus memorias el caso de una dama muy ingeniosa, que logró opacar a otras colectividades desde su propio barrio.
"En La Merced -señala- había una señora de gran imaginación que tenía las ideas más originales, más graciosas, para estos casos. Y un año se preparó con el mayor sigilo la misa de resurrección. Arreglaron una armazón para formar una nube. ¿Hecha de qué?, me dirán. De algodón teñido de celeste mezclado con blanco y salpicado de estrellas de esmalte; ya podrás pensar, a las doce del día, la ilusión completa de esto. Dentro de esta nube venía un niño muy lindo vestido de ángel, que tenía una voz lindísima y a tiempo del Gloria se descolgó (…) cantando el Gloria y echando flores y versos y, del mismo modos lo volvieron a subir. Juzga el miedo del pobre muchacho, la sorpresa del auditorio, la satisfacción de los inventores y la conversación que este hecho dejaría en el pueblo".
Cabe destacar que estas fiestas permitían la participación de todas las clases sociales, sin dejar de respetar las estrictas jerarquías de entonces. Al igual que en el resto de América Latina, los rituales llevados a cabo fueron introducidos, en gran medida, por los conquistadores españoles.
Llegando la Cuaresma cada familia compraba bulas de indulgencias -documentos que otorgan perdón por los pecados- para los vivos y los muertos. Con estos escritos en mano, el segundo domingo de Cuaresma, se realizaba la "procesión de la bula", mediante las que se exhibían estos documentos al resto del pueblo.
Al igual que en el resto de América Latina, los rituales llevados a cabo fueron introducidos, en gran medida, por los conquistadores españoles
Por entonces se habían dejado de lado las antiguas "procesiones de sangre", durante las que diversos hombres con el rostro cubierto transitaban la ciudad autoflagelándose. Entre otras cosas, en aquellas caminatas lastimaban sus espaldas desnudas utilizando látigos con puntas de vidrio.
En la Buenos Aires del virreinato, durante los cuarenta días previos a Semana Santa se comía solo pescado. "Después vino otra bula -señala Sánchez de Thompson- para comer carne cuatro días en la semana. Esta bula se pagaba según la fortuna de cada uno. La cabeza de la familia pagaba doce o veinte pesos o más; para los individuos de la familia, menos, y para los criados menos aún. Hasta que vino el permiso que se goza ahora, para sólo los viernes".
Como parte de la preparación para la Pascua, cada día los párrocos tomaban examen a los fieles sobre la doctrina cristina y entregaban un papel a aquellos que respondían correctamente.
"Algunas veces -explica Sánchez- se divertían los examinadores en poner en apuros con sus preguntas. Una vez se le ocurrió a uno preguntar a una señora vieja, que parecía muy resuelta y muy instruida: ¿dónde estaba Dios antes de hacer el mundo? Y ella, sin cortarse, dijo: que en un monte cortando leña, para quemar a los curiosos que lo quisieran saber. Esta respuesta fue el objeto de conversación por muchos días en todo el pueblo".
Luego de aprobar esta evaluación anual, los fieles podían confesarse. Entonces se les daba otro papel que decía "confesión" y posteriormente lograban comulgar.
Como parte de la preparación para la Pascua, cada día los párrocos tomaban examen a los fieles sobre la doctrina cristina y entregaban un papel a aquellos que respondían correctamente
Una de las misas más populares era que se realizaba en la actual Plaza de Mayo. Delante de los arcos del Cabildo se improvisaba un altar y las mujeres concurrían con alfombras sobre las que se ubicaban. Alrededor, los hombres formaban un círculo escuchando el sermón sobre sus caballos.
Además, cada día se pronunciaban sermones en las iglesias. Llamativamente, las mujeres debían escucharlos de rodillas mientras los hombres permanecían sentados.
Por aquellos tiempos, el Jueves Santo constituía un día de gran gala; todos vestían sus mejores trajes y lujos. Nadie permanecía en el hogar, por lo que las calles se llenaban de gente. Por costumbre, debían visitarse las siete iglesias durante la jornada. Además, las banderas de los barcos pertenecientes a naciones católicas eran mantenidas a media asta hasta el sábado.
El Viernes Santo era un día de recogimiento, solemne y de penitencia. Pero la actividad no cesaba. Todos se agolpaban en las iglesias y las plazas eran ocupadas por los fieles desde la mañana. El hacinamiento era tal que solían ocurrir desgracias.
La siguiente jornada se caracterizaba por la "quema de Judas". Esta costumbre seguía vigente en 1821 y fue retratada en las memorias del inglés George Love, quien vivió algunos años en Buenos Aires.
"En medio de la calle -escribió- se cuelgan muñecos de trapo rellenos de cohetes y combustibles. En la noche del sábado se le prenden fuego y don Judas estalla entre los gritos de la multitud".
Por aquellos tiempos, el Jueves Santo constituía un día de gran gala; todos vestían sus mejores trajes y lujos. Nadie permanecía en el hogar, por lo que las calles se llenaban de gente
El ayuno se cumplía sin excepciones a lo largo de toda la celebración, por lo que llegado Sábado Santo se preparaban ostentosas cenas pero las familias debían esperar hasta la medianoche para disfrutarlas. Posteriormente asistían a misa de Resurrección, que tenía lugar a las tres o cuatro de la mañana y de allí se iniciaban las procesiones más importantes, con lo que se daba fin a la celebración.
Para comprender de modo profundo estas costumbres se debe tener en cuenta que la religión constituía un fuerte pilar cultural por entonces y no se reservaba sólo al ámbito privado. La fe se vivía de un modo mucho más masivo, cotidiano y multitudinario que en la actualidad, y atravesaba la identidad misma del pueblo.
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