El 11 de abril de 1870 caía asesinado a manos de una partida de forajidos el gobernador de Entre Ríos, don Justo José de Urquiza. Detrás de este crimen estaba su segundo, Ricardo López Jordán.
La orden, al parecer, era detenerlo y enviarlo al extranjero sin embargo la impericia o la alevosía de los sicarios ocasionó la muerte del notable caudillo, responsable político de la organización institucional del país.
La historiografía no se pone de acuerdo respecto de las intenciones y de la trama del crimen. De modo que intentaremos una aproximación al asunto como también su proyección política en los años venideros.
La batalla de Caseros en febrero de 1852 instaló a Urquiza como el nuevo referente nacional. Inmediatamente convocó a los gobernadores a San Nicolás donde se resolvió la realización de un Congreso Constituyente en Santa Fe. Resultado: la Constitución de 1853.
No fue fácil. Más bien todo lo contrario.
La primera disidencia contra la unidad nacional la planteó Domingo Faustino Sarmiento, quien en carta a Juan Bautista Alberdi le advirtió su oposición al proyecto. Disentía con el espíritu del momento, esto es, con la idea de: ni vencedores ni vencidos. Por el contrario pugnaba por voltear a los gobernadores de provincia que se habían llamado a silencio durante los años de la dictadura rosista, esa conducta era intolerable para el sanjuanino. Había que "notificarles su separación y sacar a estos carcomas del palo que están royendo".
Inmediatamente la provincia de Buenos Aires se apartó de la Confederación. Diez años nos mantuvimos de ese modo. La batalla de Pavón, en setiembre de 1861, le dio el definitivo triunfo a Buenos Aires y la nación se constituyó.
En Entre Ríos, aunque también en el resto de las provincias interiores, se levantó un manto de sospechas por la actitud de Urquiza en dicha batalla. Es que el entrerriano, sin avisar ni decir ni mu, se fue a su casa, abandonó el terreno de la guerra y se marchó; adujo hallarse enfermo cediéndole el triunfo a Bartolomé Mitre.
Allí comenzaron las broncas entrerrianas con Urquiza. Luego crecieron por su posición frente a la Guerra del Paraguay. Su apoyo a Mitre y a la conflagración multiplicó el malestar en un sector del partido federal.
También la política parroquial enervó los ánimos. Las camadas de jóvenes políticos recién salidos del Colegio de Concepción del Uruguay con hambre de realizaciones veían cerrado el camino a los cargos públicos pues el caudillo los ocupaba con sus amigos. Ese malestar estaba, cuando se produjo el crimen.
Pero la razón última del magnicidio fue otra. Importa repasarla.
¿Qué había pasado? En las elecciones de 1868 Urquiza había intentado la proeza de repetir. No pudo ser. Un provinciano neto y puro como él no podía alcanzar la presidencia en un clima de porteñismo acérrimo, promovido por el mitrismo desde el poder. Tampoco Mitre pudo colocar a su hombre. Tanto era el rechazo que su presidencia había generado. La grieta entre los dos contendientes de los últimos quince años nos empujaba a un oscuro abismo del que nos apartó la repentina y oportuna candidatura de Domingo Faustino Sarmiento, quien con el apoyo del Ejército y de don Adolfo Alsina alcanzó el premio mayor para el cual el sanjuanino creía estar hecho desde siempre.
Al doctor ¨Yo¨ como comenzaban a llamarlo le gustaba repetir la idea: provinciano en Buenos Aires y porteño en las provincias.
La presidencia de Sarmiento fue un giro hacia el interior.
Elegido Presidente quedo a merced de las pullas y agresiones de Mitre, quien indignado con su antiguo partidario y amigo inició desde su diario, La Nación Argentina, un ataque frontal contra el Presidente.
Hizo pública la carta que el sanjuanino le enviara inmediatamente del triunfo de Pavón: "No deje cicatrizar la herida de Pavón. Urquiza debe desaparecer de la escena, cueste lo que cueste. Southampton o la horca". Hizo esta revelación porque Mitre ya intuía lo que iba a pasar, esto es, un acuerdo de Sarmiento con Urquiza.
El primer paso lo dio el entrerriano quien le obsequió a Sarmiento "el bastón que usara en el ejercicio de la primera magistratura y un gorro de dormir, interpretado como un presagio de que puede tener un sueño tranquilo, pues ninguna amenaza le vendrá del litoral".
Los flirteos fueron públicos. Al menos en los ambientes políticos se sospechaba que algo se estaba organizando entre estas dos fuerzas. Esto desesperaba al mitrismo tanto como al federalismo ultra de Entre Ríos.
Un posible acuerdo fortalecía a Sarmiento y a la nueva tendencia del gobierno central y era una nueva "traición" de Urquiza que el federalismo entrerriano ya no podía procesar.
El Ministro del Interior, Dalmacio Vélez Sarsfield le escribió a Urquiza:
"Debo decirle, general, alguna cosa reservada. Por lo que he oído, V.E. no debe estar sin una buena guardia en su casa".
En otra carta, un tal Pedro Larrosa, desde Rosario le informa al entrerriano:
"Por un amigo que asistió en Buenos Aires a sesión de masones donde se trató del viaje del Presidente a Entre Ríos, sosteniéndose la idea de que si el Presidente buscaba la alianza de las provincias que iba a visitar para echarse en sus brazos y emanciparse del dominio de Buenos Aires, debían ponerse a todo trance los medios necesarios para evitarlo. Entre los varios propuestos, fue uno, convulsionar las provincias que creían afectas a Sarmiento especialmente la de Entre Ríos. Deshacerse por todos los medios posibles de V.E. En caso que fallara esto o que no pudiera practicarse, al regreso de Sarmiento a Buenos Aires con cualquier pretexto, se le declaraba loco, y previo un reconocimiento de médicos, se lo encerraría en el Hospicio de San Buenaventura".
Lo de San Buenaventura en el caso de Sarmiento hubiera sido una trámite sencillo.
Finalmente el día llegó. El 3 de febrero de 1870, Sarmiento descendió del buque Pavón en el puerto de Concepción del Uruguay y recorrió las filas de militares ataviados de rojo punzó.
Más allá de las chicanas de ocasión y de la picaresca criolla, lo cierto fue que luego de las sucesivas entrevistas que ambos hombres mantuvieron, Sarmiento manifestó que ahora se sentía Presidente de todos los argentinos. Una etapa sangrienta se cerraba por voluntad de estos dos hombres. Sin embargo el abrazo del entrerriano con Sarmiento no fue perdonado ni por unos ni por otros de los ultras de la grieta.
La evidente simpatía con que el revisionismo histórico (Fermín Chávez, José M. Rosa, Ortega Peña y Luis Duhalde) por poner algunos ejemplos, ha mirado el crimen de Urquiza arrastra hasta nuestros días la idea del asesinato como resolución de los conflictos políticos.
Crímenes más cercanos a nosotros como el de José Rucci, José Alonso o el general Pedro Aramburu, perpetrados por bandas subversivas que se arrogaron una visión histórica revisionista revelan el grado de descomposición moral y ética de un sector de nuestra sociedad y el daño ocasionado por una visión histórica que hurgaba en el pasado para justificar su ingobernable violencia presente.
Inmediatamente del magnicidio José Hernández le envió una desgraciada carta a López Jordán reivindicada por el revisionismo:
"En la lucha en que usted se halla comprometido no hay sino una sola salida, un solo término, una disyuntiva forzosa: o la derrota, o un cambio general de situación en la República. Cualquier opinión contraria a esto, será un error político grave, que lo detendrá a usted en su marcha, para perderlo al fin.
"Urquiza, era el gobernador tirano de Entre Ríos, pero era más que todo el Jefe Traidor del Gran Partido Federal, y su muerte mil veces merecida, es una justicia tremenda y ejemplar del partido otras tantas veces sacrificado y vendido por él.
"La reacción del partido, debía por lo tanto iniciarse por un acto de moral pública, como era el justo castigo del Jefe Traidor. Opino pues que para no empequeñecer su movimiento, debe usted tomar esa reacción como punto de mira política".
Si le adicionamos que en su alocución como nuevo gobernador López Jordán afirmó:
"No puedo pensar en una tumba cuando veo ante mis ojos los hermosos horizontes de los pueblos libres y felices".
El crimen pareciera haber sido el objetivo, ¿no deseado?
Las intenciones del crimen
Distintos autores, estudiosos del tema, no han llegado a una conclusión univoca.
¿Buscaban matarlo? ¿O se trató de la impericia de los asaltantes del Palacio San José frente a la resistencia del caudillo entrerriano?
Esto último piensa el notable historiador Isidoro Ruiz Moreno quien hace un año público una magnifica biografía del caudillo. La historiadora Beatriz Bosh deja planteada la duda de esta siniestra trama cuando afirma que este acuerdo genera alarma en los círculos porteños observando que el diario de Mitre hablaba de pacto inmoral. Finalmente para no citar a todos, el historiador cordobés Alfredo Terzaga en su notable biografía del general Julio A. Roca instala la idea de que en el crimen algo ha tenido que ver el mitrismo. Sin pruebas, naturalmente, observa como confusa y sibilina la conducta política del Jefe de la partida de asesinos, Simón Luengo, que no obstante su urquicismo conocido, algunos años antes había participado de un golpe de estado contra el gobernador Mateo Luque de Córdoba, donde estuvo la mano de don Bartolo.
En fin como en casi todos los crímenes políticos hay distintas miradas lo inadmisible, en todo caso, es su justificación