La primera misión espiritual que Victoria Montero le encomendó a José López Rega fue una escalada a Los Tres Cerros. Sucedió a mediados de la década del '50. Hacía pocos años que López había llegado a la Casa de su Maestra, ubicada en la esquina de la calle Rivadavia 1593, en Paso de los Libres, Corrientes.
La zona de Los Tres Cerros estaba envuelta en el misterio. Nadie entendía cómo, a 75 metros sobre el nivel del mar, en una planicie donde pastaban vacas y se cultivaba arroz, emergían tres cerros dispuestos en forma de arco. Los tres únicos cerros de la provincia de Corrientes.
En la casa de Victoria, existían distintas teorías para explicar el enigma. La más habitual afirmaba que los Tres Cerros era uno de los vértices de un triángulo magnético conformado por los morros que nacían de la boca del mar en Torres, al sur del Brasil, y las montañas que rodeaban la ciudad de Salta.
La Madre Victoria envió a López Rega y al resto de los "hermanos" de la Casa a que subieran hasta la punta del cerro en busca de energía. El viaje tenía una impronta que sumía a los expedicionarios en un extraño clima, en el que se mezclaba la mística, el optimismo y la expectativa.
Salieron a la ruta en colectivo, atravesaron los esteros del río Miriñay y muy pronto quedaron abstraídos ante la visión del Nazareno, el más alto de los tres cerros, que se elevaba hasta una altura de 179 metros.
Empezaron a escalarlo. Al llegar a la cima, algunos se sentaron a orar por la salud de algún familiar y otros se quedaron quietos, con la esperanza de recibir las vibraciones de la Fuerza Superior que les permitiera alcanzar una visión paranormal o un sueño trascendente. Así permanecieron varias horas.
Luego empezaron a descender en silencio por la ladera, rodeada de vacas.
Como siempre ocurría este tipo de ceremonias, el que no había tenido visiones definidas ni había sentido nada en particular atribuía esa carencia a un deficiente crecimiento espiritual y se comprometía a ser más constante en sus ejercicios.
Pero de pronto, un miembro de la expedición que se había desviado y recorría solo el primer cerro, alertó al resto con gritos: había encontrado una piedra grande, grande como un avión de pequeño porte, pero fracturada en partes. Incluso se veía la forma de las alas. Uno de ellos tocó una de las piedras y vio que tenía vetas amarillas y de un verde muy claro, como una piedra preciosa, y todos empezaron a cargar fragmentos y bajaron el cerro para llevarlos a la casa de Victoria y relatar la experiencia. En un clima de alegría y bondad, las repartieron entre hermanos y vecinos.
López Rega llegó a la casa de Victoria Montero en la Navidad de 1951. Tenía 36 años. Era policía, (custodiaba la residencia presidencial de la calle Aguero, donde vivían Juan Domingo Perón y Evita), y tenía devoción por el canto lírico. Incluso participaba en en el programa "La matinée de Luis Solá", que emitía Radio Mitre, junto a otros cómicos, recitadores criollos y artistas de sobrada popularidad.
López Rega llegaba a la emisora con su impecable uniforme policial y en su columna explicaba los dramas de una ópera, su historia y, también, desde un enfoque técnico, relataba las acrobacias que debían realizar los tenores para llevar su voz a los máximos agudos.
Después, él mismo cantaba una o dos canciones, acompañado por Jiménez, el guitarrista estable de la radio, que entonces estaba ubicada en la calle Arenales.
López Rega había sido admitido en el programa por el director de la radio José María Villone, quien durante el tercer gobierno peronista se haría cargo de la Secretaría de Prensa y Difusión.
Fue Villone junto a su esposa "Buba" quienes, enterados de su apetencia espiritual por lo desconocido, de su inquietud por comprender las dimensiones de una Naturaleza invisible a los ojos, le hablaron por primera vez de Victoria Montero.
Todos los hermanos que frecuentaban la Casa estaban convencidos de que la Madre Victoria no sólo tenía el poder de despertar los centros internos de sus discípulos sino que también percibía el nivel de espiritualidad por el que estaban atravesando. No hacía falta que mirara a los ojos para saber qué sucedía en su interior. Su percepción no tenía fronteras.
López se sentó en una silla frente a ella.
-Usted no está aquí por nada. Yo lo estaba esperando -dijo su Maestra, y prosiguió-. Usted todavía no ha despertado su conciencia como servidor del Sepor. Su conciencia todavía duerme. Ya encontrará su propia ley, no se impaciente. Es un proceso largo. Feliz de usted si prosigue el camino del espíritu. Esta es su familia, López. Aquí estamos todos hermanados desde hace mucho tiempo. Recuerde siempre esto: el espíritu es todo. No se preocupe si su mente no asimila estas enseñanzas. Su ser Intimo todavía está guardado y usted mismo se ocupará de encontrarlo.
Luego, Victoria lo envió a la habitación para que se recostara y meditara sobre lo que conversaron. Pero antes le advirtió:
-Si usted trabaja su espíritu podrá entrar en armonía con el Universo y se convertirá en un ser puro. Sus fuerzas ocultas serán una bendición para los demás. Pero nunca deberá abusar de sus poderes porque producirá mucho daño. Será una maldición para todos y también para usted. Ahora vaya.
Un sueño invencible lo sepultó. Al despertar fue hacia el comedor de la casa. Todos los hermanos estaban de pie haciendo un circulo alrededor de la mesa, con las manos entrelazadas. Esperaban que Victoria iniciara la ceremonia. Ella no aparecía hasta que no percibiera que las vibraciones del Eter estaban en armonía con las corrientes astrales y planetarias.
Después de aquella Navidad, López continuó visitando la casa de su Madre Espiritual. Acumulaba francos en su servicio policial o simulaba enfermedades para viajar a Paso de los Libres en tren o en micro, por la ruta 14, que por entonces era un camino de tierra. Llegaba con la valija repleta de libros que lo acercaban al misticismo esotérico cristiano, y se encerraba en la habitación del fondo, o se sentaba bajo la higuera y meditaba acerca de sus acciones en el mundo. Esperaba que la iniciación cambiara el curso de su vida y le diera una confianza sobre sí y una autoridad sobre los demás que nunca había tenido.
Con el paso de los años, López fue ganándose el aprecio de los miembros de la Casa. Sus esfuerzos por progresar en las lecturas, su serenidad para transmitir los conocimientos y la calidez con la que trataba a los otros hermanos, fueron distinguiéndolo del resto. Él decía que no tenía otro interés que servir a la humanidad y andar descalzo.
Cuando visité Pasó de los Libres en busca de los rastros esotéricos de López Rega, la Casa se había transformado en una fábrica de helados, pero los espacios donde se habían desarrollado las historias permanecían casi intactos.
Caminé por el patio en el que López, por orden de Victoria, había recogido a un bebé que acababa de golpear su cabeza contra un cordón de cemento y, en medio de la desesperación de la madre, no reaccionaba. Tras unos pases mágicos, con su cara hacia el cielo invocando a las Fuerzas Superiores, López trajo al bebé un rato después, jugando con una rama que había arrancado del árbol.
También estaba la habitación, al lado del comedor, donde Victoria realizaba su guardia espiritual, atendiendo las posibilidades que ofrecía la rotación cósmica casi hasta el alba. Allí, sentada en su sillón de mimbre, con su vestido de lino blanco, y un rosario que guardaba en el pliegue de la falda, escuchaba las experiencias interiores de sus discípulos.
Los diálogos eran infinitos como el mismo Universo, y provocaban en los hermanos sensaciones tan sublimes que algunos, en su dicha, se preguntaban si todavía seguían siendo ellos mismos o eran parte de otra realidad.
También pude ver la habitación del fondo de la Casa, donde López Rega se había encerrado a terminar de su libro "Conocimientos Espirituales", en el que relata su primer encuentro con su Maestra Espiritual, reproducido en las líneas de arriba de este artículo.
López había iniciado "Conocimientos espirituales" en el verano del '57 en una playa de Pinhal, en Osorio, en el sur de Brasil, hospedado por un matrimonio alemán. Se había propuesto transmitir en el libro sus conocimientos para aquellos iniciados que buscan el camino de la Verdad. Fueron meses arduos de escritura, y apuró el final para entregárselo a Victoria en las celebraciones de Pascua.
Sentada en su sillón, mientras Victoria recorría el texto con los ojos. López exclamó:
-He visto la Verdad, Madre
-¿Y entonces para qué escribe? -preguntó Victoria- Ya es hora de que empiece a ser usted mismo. Ni Jesús ni Buda ni Sócrates escribieron. ¿Usted quiere escribir? Hágalo. Pero debe ser usted mismo el que debe empezar a escribir y no copiar lo que ya hicieron otros. ¿Está de acuerdo con lo que le digo?
López dijo que sí y Victoria rompió el texto en dos.
Victoria Montero le había abierto las puertas de esa casa a cualquier que se acercara en busca de comida u hospedaje, aunque pocas veces ella salía de la Casa en los 30 años que la habitó hasta el día de su muerte. A su casa solían llegar mendigos, soldados del Regimiento de Artillería, peregrinos, pastores, el comisario del pueblo, Miguel Najdorf a jugar al ajedrez con Victoria, la propia Eva Perón la visitó en la Casa, cuando se inauguró el puente internacional que une Paso de los Libres con Uruguayana, el 22 de mayo de 1947.
Todos tenían la puerta abierta para hospedarse y conversar con ella. Sin embargo, la única persona que Victoria Montero echó de la Casa fue López Rega.
El primer desajuste en la relación de la Maestra y el discípulo había sucedido en 1966, cuando López Rega le pidió autorización para ir a España para trabajar como asistente de Isabel Perón.
Victoria no se la concedió.
-Usted no ha sido preparado para eso. No vaya. No tiene que ir –le dijo.
López Rega no hizo caso. Los hermanos de la Casa quedaron conmovidos por su determinación. En 15 años de trabajo espiritual pudo haber esquivado algún consejo, pero jamás había desobedecido una orden de Victoria.
-Éste acá no vuelve más -le oyeron decir a la Maestra Espiritual-. Algunos entendieron que la sentencia respondía a una decisión suya. Otros, a una decisión de López, que elegía otro camino.
Pero López Rega volvió a la Casa cinco años y medio después. Cuando acompañaba a Isabel en un regreso a Buenos Aires, se enteró que Victoria Montero estaba muy mal de salud. Por entonces vivía en la cama. Hacía meses que no se levantaba. Durante 18 años había ocultado que tenía una fístula cancerosa en la mama. Victoria había rechazado siempre la visita de los médicos. Decía que debía soportar ese estado porque su cuerpo estaba absorbiendo todos los males de la humanidad.
Una medianoche de fines de diciembre de 1971, López Rega volvió a la Casa. Hacía justo 20 años que había entrado por primera vez a esa casa en busca de una guía que lo llevara por el camino de la Divinidad. Entonces era joven, vivía atribulado por la muerte de su madre, sufría el derrumbe de su matrimonio y se sentía poseído por los deseos de Verdad.
Victoria le pareció un monstruo.
Tenía el pecho, la nariz, la boca, los pómulos, toda la cara carcomida por la enfermedad. López Rega se arrodilló ante ella y le pidió perdón por haber abandonado la Casa para involucrarse en la tarea política. Intentó explicarle el profundo sentido de su misión, pero ella no lo aceptó.
-¿Para qué pide perdón? Usted no debería haberse ido.
-El General me necesitaba a su lado, Madre.
-Perón no lo necesita, porque usted no fue preparado para la política. No sabe nada. Y yo tampoco lo necesito. Váyase, López. Usted nos engañó a todos. Nos abandonó. No pertenece más a la Casa. Ya no lo precisamos. Váyase.
López Rega tomó su mano y empezó a llorar sobre su cuerpo.
-Váyase -volvió a repetir Victoria.
Con los ojos llorosos, López Rega abandonó el dormitorio ante la vista de los hermanos, incómodos testigos de lo que había sucedido. Victoria había acogido a mendigos, soldados, delincuentes, prostitutas, pero a López lo había echado.
El secretario de Isabel permaneció solo en el patio, sollozando en la oscuridad, y luego se fue, definitivamente.
Victoria Montero moriría cuatro meses después, el 27 de abril de 1972.
A López Rega entonces lo esperaba el regreso de Perón, el ministerio de Bienestar Social y la Triple A.
*Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA). Su último libro publicado es "López Rega, el peronismo y la Triple A". Ed. Sudamericana.
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