La Historia argentina es muy rica en hechos y personajes heroicos y son incontables las anécdotas curiosas que podemos enumerar; sin embargo, algunas veces ciertos episodios quedan en un segundo plano o sólo dentro del ámbito de las mal llamadas "historias mínimas" o "historias locales". Es el caso de la sublevación de los prisioneros realistas confinados en una de las Provincias Unidas.
Hace 200 años, el 8 de Febrero de 1819, en la ciudad de San Luis, se produjo un hecho que tendrá fuertes repercusiones con una curiosa singularidad histórica: es el lugar de encuentro de personajes de la talla del futuro caudillo riojano Juan Facundo Quiroga, su posterior enemigo y víctima Juan Pascual Pringles -en esa época un joven alférez-, el fogoso Bernardo de Monteagudo y el Mayor Vicente Dupuy, teniente gobernador de San Luis. Con el protagonismo de las milicias y el pueblo mismo de la ciudad, jugará cada uno de ellos un papel fundamental durante el alzamiento, represión y posterior juzgamiento de los sublevados, contando hasta con la actuación secundaria del mismísimo José de San Martín.
El escenario de los hechos
San Luis era en 1819 un pueblo de 4000 almas bajo el mando del teniente gobernador Vicente Dupuy, porteño, puesto en el cargo por San Martín en 1814. La función que le tocaba a la ciudad en esos años era la de presidio: "la ciudad por cárcel" era la fórmula por la que los prisioneros de guerra y los opositores políticos eran confinados en los límites urbanos, "gozando" de una libertad vigilada. Así los puntanos alojaron a los prisioneros realistas de las batallas de Chacabuco y Maipú, sobre todo oficiales de alta graduación y reconocidos opositores a la revolución, llegando a contar con una población de confinados de casi 300 hombres que interactuaban con la población en un clima de respeto y concordia.
De los prisioneros
El más destacado era el ex Gobernador de Chile, Casimiro Marcó del Pont, que luego de Chacabuco fue detenido y enviado a San Luis junto a algunos de sus oficiales, entre ellos, el general Bernedo. Allí habitaron una casa a una cuadra de la Plaza Mayor. A éstos se sumaron los oficiales derrotados en Maipú, el mismísimo brigadier Ordóñez, su Jefe de Estado Mayor, Primo de Rivera, y los coroneles Morgado y Rodríguez. También siete tenientes coroneles: Morla, Laprida, Bez, Latorre, Giménez, Navia y Bagona, que arribaron a San Luis el 12 de junio de 1818, junto a otros oficiales de diversa jerarquía y tropa en general.
La superpoblación de prisioneros y confinados desbordó la capacidad de edificios públicos por lo que Dupuy los alojó en viviendas no oficiales y casas de familia, incluso la propia, conviviendo ambos bandos sin mayores problemas hasta el caliente febrero de 1819…
Los días previos
La convivencia se vio perturbada con la llegada de Bernardo de Monteagudo, quien había tenido problemas en Chile, por lo que San Martín dispuso un cambio de aires para el díscolo patriota. Éste, al notar la relajación de las normas carcelarias, convenció al gobernador Dupuy de que era necesario restringirlas un poco por el bien de la disciplina. Quizá, según especulan algunos autores, la motivación de Monteagudo fuese una niña de la sociedad puntana en la que había puesto sus ojos y por cuyos favores también competía uno de los oficiales prisioneros. Sea cual fuere la causa, las condiciones se endurecieron con un "toque de queda" y se suspendieron las reuniones sociales y las tertulias, lo que precipitó planes que ya venían urdiendo los confinados.
En la noche del domingo 7, en casa de Ordóñez, se efectúa la reunión final y se ultiman los detalles de la operación, basados en los informes precisos del cocinero del Gobernador, el marino español José Pérez.
"!A matar bichos!"
El día 8, cerca de las 8 de la mañana se reúnen en la Casa de los Oficiales unos 40 efectivos que habían sido convocados en secreto. Muchos ignoran el plan, pero son conminados con duras palabras por Carretero, el líder del movimiento: "Señores, vamos a la huerta, (…) los bichos que vamos a matar para dentro de dos horas ser libres, tengo asegurado todos los puntos precisos, y el que se vaya de aquí o no siga, lo asesino".
En el posterior sumario a los sobrevivientes, casi todos invocarán esta orden de Carretero, aduciendo que fueron obligados a participar pues sus vidas corrían peligro.
Luego del desayuno de pan, queso y aguardiente, todo está listo. Se reciben los informes del cocinero Pepe de que todo estaba normal en el Cuartel y la Casa de Dupuy, no habiendo signos de que se hubiera filtrado la conjura.
El plan era atacar simultáneamente cuatro objetivos: primero, tomar la Gobernación y detener a Dupuy; segundo, copar la Cárcel, liberar a 52 montoneros y sumarlos al movimiento; el tercer objetivo era el Cuartel de Milicias para apoderarse de las armas; y el cuarto, detener a Monteagudo.
Armados solamente con cuchillos y garrote, los sublevados se pusieron en marcha.
El ataque a Dupuy
Entre las 8 y las 9 de la mañana los oficiales realistas, Morgado, Morla y Carretero se anuncian en casa de Dupuy quien, extrañado por la hora de la visita y por haber estado con ellos la noche anterior jugando a las cartas como de costumbre, les concede permiso para entrar; mientras tanto, Ordoñez, Primo de Rivera y Burguillo reducían al ordenanza Ledesma y cerraban la puerta de entrada. Dupuy se encontraba acompañado por el médico confinado José María Gómez y su secretario, el capitán Juan Manuel Riveros. Luego de intercambiar palabras amistosas Carretero sorpresivamente extrajo un puñal de entre sus ropas y atacó a Dupuy diciendo: "So pícaro, éstos son los momentos en que debe usted expirar, toda la América está perdida y de ésta no se escapa usted." Al mismo tiempo, el médico Gómez escapó por una ventana y el secretario Riveros fue herido de muerte por la espalda por Burguillo. Auqnue Dupuy pudo detener el primer golpe con el brazo, quedó en manos de los 6 conjurados que le propinaron una fuerte golpiza.
El médico Gómez una vez en las calles y montado en su mula alertó a los gritos a la población sobre el atentado que sufría Dupuy, advirtiendo que los godos lo iban a matar….
El pueblo en las calles: ¡maten Godos!
El pueblo reunido en las calles rodeaba la casa del Gobernador. Adentro, los conjurados entraron en pánico, al notar que la turba saltaba por las paredes, pidiendo por su vida unos y por municiones otros. Dupuy ofreció mediar, bajo condición de salir. Una vez en el patio, el pueblo cargó lleno de furor contra los realistas. El coronel Primo de Rivera se suicidó con una carabina, y el mismo Dupuy se encargó de ultimar al coronel Morgado, mientras eran degollados a manos de la población Ordóñez, Burguillo, Carretero y Morla al grito de "¡Maten godos, maten godos!"
El ataque al Cuartel. ¡Facundo!
La partida destinada a atacar el Cuartel, se presentó con intrepidez, sorprendiendo a la guardia, pero la tropa dispuso una defensa a la vez que ya corría la alarma dada por el médico. A pesar de haberse munido de armas, los conspiradores fueron atacados por el pueblo y muertos con éstas en la mano. Las otras dos partidas, destinadas a la cárcel y a prender a Monteagudo, fueron sorprendidas en las calles y sacrificadas por la gente.
En la defensa se destacó alguien que estaba alojado como "demorado" hasta regularizar sus papeles de tránsito: ni más ni menos que el riojano Juan Facundo Quiroga, quien enterado de la revuelta y sin vacilar un instante corrió al Cuartel, donde le fue cerrado el paso por un centinela español a quien convenció de que él también era prisionero. Quiroga buscó armas en la cuadra, sin suerte, recogiendo un asta (cuerno o chifle) y abriéndose paso, derribó al centinela cerrando el camino a todo el que intentaba pasar, siendo decisiva su acción pese a lo precario de su armamento.
Con las milicias en las calles al mando del ayudante mayor José Becerra, secundado por Juan Pascual Pringles, la tranquilidad volvió en dos horas.
El saldo fue de 32 sublevados muertos (23 oficiales y 9 confinados políticos), mientras 2 hombres fallecieron en la defensa, el secretario Riveros y el soldado José Benito Ferreyra.
Posteriormente se detuvo a 15 sospechosos de participación, entre ellos, los que se salvaron de morir en las calles y se refugiaron en casas de familia, y los oficiales de más alta graduación, Marcó del Pont y Bernedo, pues lógicamente se pensó que eran las cabezas del movimiento; aunque luego se demostraría que desconocían absolutamente los planes.
El sumario. Juicio, ejecuciones y perdón por amor
Se inició un juicio sumario con Bernardo de Monteagudo como fiscal y Dupuy como ejecutor de sentencia. El 14 de febrero se condenó a muerte por fusilamiento a 8 conjurados, en la Plaza Mayor, a la vista de toda la población y del resto de los confinados. Previamente, el día 11, había sido fusilado el cocinero Pérez.
Un solo participante fue amnistiado: Juan Ruiz Ordóñez, un joven teniente de 17 años, sobrino del General Ordóñez, que pidió clemencia a Dupuy por carta, logrando que se suspendiera su ejecución. Monteagudo propone que el general San Martín, que estaba en viaje rumbo a San Luis, decidiera la suerte de Ordóñez.
Al llegar San Martín, al alférez Ordóñez comparece ante él con gruesas cadenas en la cintura y pies, semidesnudo. Condolido, el General ordenó liberarlo de sus cadenas y entabló con él una animada conversación sobre los sucesos del día 8, prometiéndole el indulto que aprobó el Director Supremo Pueyrredon junto a todo lo actuado.
Fueron así satisfechas las fuertes presiones de la respetable familia Pringles: una de sus hijas, Melchora, estaba enamorada de Ordóñez y más tarde contraería matrimonio con él. Estas demandas fueron apoyadas por Monteagudo, influido en especial por Margarita, hermana de Melchora.
El Directorio también otorgó condecoraciones a los héroes de ese convulsionado episodio, cuando en el caliente y sangriento San Luis de febrero de 1819, se cruzaron los caminos de varios protagonistas destacados de nuestra historia.
El autor es historiador y miembro de la Academia Nacional Sanmartiniana
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