El fusilamiento de Manuel Dorrego en 1828, por órdenes de Juan Galo Lavalle, modificó el escenario político de entonces y marcó un hito desafortunado en el pasado nacional. Pero el episodio, además de su enorme relevancia histórica, tuvo también un impacto trascendental entre las familias de estos dos personajes de la historia local, en especial en las hijas de ambos.
Dorrego se convirtió en gobernador de Buenos Aires el 13 de agosto de 1827, aunque años antes había ocupado ese puesto de modo interino. Desde un primer momento llevó a cabo acciones populares, lo que le hizo ganar el apoyo entre las clases desposeídas. A modo de ejemplo, colocó precios máximos a alimentos de primera necesidad como la carne.
Por entonces –y desde 1825- el país se encontraba en guerra con Brasil. La disputa era por el actual territorio uruguayo. Dorrego intentó hacer frente al conflicto, hasta que se vio superado por las dificultades económicas. Entonces buscó la paz: pactó finalmente con el enemigo, lo que derivó finalmente en la independencia uruguaya.
Mientras esto sucedía, en el campo de batalla el Ejército argentino no daba tregua. Todo parecía favorecerlo: había vencido en las Misiones Orientales y existían rumores de una posible sublevación interna en Brasil.
Pero los soldados argentinos enfrentaban prácticamente solos al coloso tropical. Llevaban meses hambrientos y sin recursos. Sin embargo, incluso en esas condiciones adversas, lo vencían.
Hasta que la noticia del tratado de paz enfureció a las tropas y, consecuentemente, el 1 de diciembre de 1828 Lavalle –miembro del Ejército- se sublevó y terminó ajusticiando a Dorrego en el pueblo bonaerense de Navarro.
Pocos meses más tarde, el general victorioso comenzó a sentirse atormentado por esta decisión. Con los años la carga no haría más que incrementarse de una manera insoportable.
Félix Frías, quien se convertiría en secretario de Lavalle y con el tiempo en cónsul, dejó entrever ese remordimiento cuando brindó detalles del primer encuentro que tuvieron en su diario personal.
El 1 de diciembre de 1828 Lavalle –miembro del Ejército- se sublevó y terminó ajusticiando a Dorrego en el pueblo bonaerense de Navarro. Pocos meses más tarde, el general victorioso comenzó a sentirse atormentado por esta decisión. Con los años la carga no haría más que incrementarse de una manera insoportable
"Acabo de tener una conversación con el General Lavalle –escribió en junio de 1839- sobre los planes de la Revolución (…). Hablando del pasado me dijo: ¿quién no ha cometido errores? Yo el mayor, uno inmenso que ha traído todas las calamidades de la Patria, pero le protesto a Ud. que sacrifiqué a Dorrego con la intención más sana; y que este sacrificio me fue tanto más costoso cuanto que yo quería a Dorrego, yo lo quería, y tenía para mí cualidades muy recomen¬dables. Yo lo confieso, yo me arrepiento a la par de mi Patria".
Lavalle dejó de lado la vida pública durante un largo tiempo y buscó refugio en Montevideo. Pero el gobierno de terror impuesto por Juan Manuel de Rosas lo instó a regresar.
Entonces el general organizó una pequeña hueste y recorrió parte del país para enfrentar a las fuerzas federales. Durante aquellas correrías regresó a Navarro.
"Lavalle y yo —refiere uno de sus lugartenientes, Tomás de Iriarte— nos alojamos en la misma habitación en que once años antes había decretado la muerte del desgraciado Dorrego; allí estaba la misma mesa sobre la que escribió la terrible cuanto injusta sentencia".
Fue esa una tarde de confesiones: "Me hicieron cometer un crimen: yo era muy joven entonces —dijo el general—, no tenía reflexión, y creí de veras que hacía un servicio a la causa pública".
Lavalle dejó de lado la vida pública durante un largo tiempo y buscó refugio en Montevideo. Pero el gobierno de terror impuesto por Juan Manuel de Rosas lo instó a regresar
Horas de lamento que concluyeron con una revelación impactante de Lavalle: "General Iriarte, yo tengo un cáncer que me devora".
LOS LAVALLE
Lavalle prefirió siempre a la patria. En más de una ocasión la puso por sobre su familia. Tenía cuatro hijos: Hortensia, Augusto, Juan y Dolores, a quienes Mariquita Sánchez de Thompson describió como "cuatro bellos ángeles".
Para enfrentar a Rosas, el general debió dejar a sus herederos en Montevideo. Aquel momento fue muy difícil. La pequeña Dolores lo abrazó rogando que no se fuera; él la calmó y le prometió un caballo de regalo. Luego le dio un beso y se alejó.
No quería mirar hacia atrás, hasta que un "¡Adiós, tata!", pronunciado por el pequeño Augusto, lo obligó a darse vuelta. Observó entonces por última vez a sus criaturas alzando las manitos. Lo despedían para siempre con inocente entusiasmo. No volverían a verlo.
Dolores tenía diez años cuando su padre murió. Luego de casarse con Joaquín Lavalle, su primo, se trasladó a la Argentina. Desde entonces tuvo una vida social muy activa. Entre otras actividades salientes, se vinculó con espacios de beneficencia, sentó las bases del Hospital Santa Lucía de Buenos Aires y fundó la filial argentina de la Cruz Roja, institución de la que fue la primera presidenta.
Gracias a la incansable tarea de Dolores Lavalle el Archivo General de la Nación conserva la mayoría de la correspondencia del general
En 1876, cuando Nicolás Avellaneda inauguró el ferrocarril en Tucumán, la mujer fue parte de la comitiva. Se encontraba allí Domingo Faustino Sarmiento, quien dijo una palabras en su honor: "¡Señoras matronas de Tucumán! ¡Os prevengo que entre vosotros se encuentra el único vástago del ilustre mártir, el héroe de las leyendas de la Independencia: doña Dolores Lavalle, presidenta de la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires!"
Dolores nunca dejó de trabajar por reivindicar la figura de su padre. Incluso donó muchas de las pertenencias de éste al Estado para asegurarse de que las futuras generaciones no lo olvidaran. Gracias a la incansable tarea de ella, por ejemplo, el Archivo General de la Nación conserva la mayoría de la correspondencia del general.
De esa colección se destacan, entre otros, los intercambios románticos con Dolores Correa, su esposa. Con un "mis cenizas te abrazarán", Lavalle manifestó a su mujer la aspiración de ser enterrados juntos.
Cuando la esposa del general falleció, en 1872, la hija cumplió el deseo de su padre. En 1926 murió la propia Dolores y la familia decidió que los tres descansaran juntos en una tumba del Cementerio de Recoleta.
LAS DORREGO
Lavalle pudo concretar su voluntad final de descansar junto a los restos de su esposa pero nunca logró cumplir uno de los deseos que lo persiguió para aliviar su culpa: velar por el futuro y el bienestar de Dorrego, el hombre al que había fusilado.
Es que a, pesar de haber alcanzado una fortuna considerable en sus mejores años, el "Mártir de Navarro" dejó a su familia un patrimonio reducido, lleno de deudas. Su esposa, Ángela Baudrix, y sus dos hijas –Isabel y Angelita- sobrevivieron como costureras para el Ejército. Hasta que en 1845 Juan Manuel de Rosas finalmente les otorgó una pensión que les correspondía y les había negado durante años.
Con el tiempo la figura de Dorrego pasó al olvido y perdió relevancia, aunque la recuperó en los últimos años. Sin embargo, para su hija mayor, Isabel, siempre estuvo presente. La mujer nunca formó familia y sobrevivió tanto a su madre como a su hermana. Tenía solo doce años cuando murió su padre y, afectadísima por la falta de su progenitor, nunca abandonó el luto.
Vivía sola, pero cada 13 de diciembre, el aniversario del fusilamiento de padre, era visitada por parientes y amigos. Protagonizaba entonces un extraño ritual. Sentada en el sillón principal, con todos a su alrededor, un criado le acercaba una bandeja de plata y, sobre ésta, la cabeza de un gallo. En ese momento, año a año la mujer exclamaba: "¡Es la cabeza de Lavalle!". Entonces, los presentes callaban.
Isabel Dorrego protagonizaba entonces un extraño ritual. Sentada en el sillón principal, con todos a su alrededor, un criado le acercaba una bandeja de plata y, sobre ésta, la cabeza de un gallo. En ese momento, año a año la mujer exclamaba: “¡Es la cabeza de Lavalle!”. Entonces, los presentes callaban
Señala el historiador Daniel Balmaceda que la costumbre se llevó a cabo durante medio siglo en la casona de Chile al 785, donde vivía la mujer. Isabel Inés Dorrego Baudrix murió el 3 de marzo de 1888, a los 72 años.
Lamentablemente, las vidas de las hijas de Lavalle y Dorrego se forjaron a la sombra de un trágico error, sobre el que no tuvieron responsabilidad alguna pero con el que cargaron siempre. Cada una, a su modo.
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