"Nuestros muertos son las únicas víctimas olvidadas de un conflicto que creíamos superado; queremos que ellos ocupen el lugar que les corresponde en la historia", dice Silvia Ibarzábal que se muestra decepcionada con el gobierno de Mauricio Macri, del que esperaban que restableciera un equilibrio en la mirada estatal sobre los años 70 luego de una etapa en la que el kirchnerismo llevó la parcialidad al punto de prohibir los homenajes a las víctimas de la guerrilla.
Pero nada de esto ha ocurrido y Silvia Ibarzábal se indigna al recordar que el asesino de su padre está homenajeado en el Parque de la Memoria -al igual que los asaltantes de otros cuarteles en plena democracia, como el de Formosa-, mientras que las víctimas del terror de las organizaciones armadas ni siquiera están oficialmente registradas. "¡Eso es insultante! Es muy doloroso para nosotros. No corresponde", dice.
No hay un dolor peor que el otro
Ella cuenta que se ha reunido con víctimas "de la otra parte" y con "combatientes del otro lado". "No hay un dolor peor que el otro -sostiene-. Debe ser tremendo no poder enterrar a un hijo". Pero espera un reconocimiento hacia las víctimas de los atentados de la guerrilla, tanto por parte del Estado como de las organizaciones defensoras de los derechos humanos, que nunca se han acercado.
Su padre, Jorge Ibarzábal, era oriundo de Pehuajó, provincia de Buenos Aires, y tenía 46 años cuando fue secuestrado. Fue ascendido post mortem al grado de coronel. En el cuartel de Azul había dos regimientos. Su padre era jefe del Grupo de Artillería Blindado 1 y el coronel Camilo Arturo Gay, muerto en el ataque -"asesinado", precisa Silvia- era el jefe del Regimiento de Caballería Blindado 10. En el asalto, también murió la esposa de Gay, Nilda Cazaux, y un soldado conscripto, Daniel González, que estaba de guardia y fue asesinado por los guerrilleros al entrar al cuartel.
"La autoría intelectual del asalto fue de Roberto Santucho", el jefe del ERP, dice Silvia Ibarzábal. Al frente del operativo estaba Enrique Gorriarán Merlo quien, ante la imposibilidad de tomar el cuartel, se fuga. Exactamente lo mismo que haría 15 años después en el asalto al regimiento de la Tablada, en 1989, también en plena democracia.
El ataque al cuartel de Azul duró toda la noche, recuerda Silvia. ¿Cómo pudieron los guerrilleros retirarse llevándose incluso a sus heridos? Alguien debió facilitar o proteger esa retirada.
— Desearía que me cuente lo que recuerda de aquel momento.
— Yo recuerdo todo porque ya era grandecita. Nosotros vivíamos enfrente a la unidad militar. Y lo que recuerdo es que fue un ataque que duró toda la noche. Muy sangriento, muy violento. Fue cerca de las 12 de la noche. Tuvimos que bajar las persianas, tirarnos al piso, por pedido de mi papá.
— ¿Usted estaba durmiendo?
— Estábamos con unos amigos en mi casa. El que estaba durmiendo era mi hermano, que era chiquito, tenía 10 años. Entonces lo que hizo mi papá fue levantarlo de la cama y ponerlo en el piso para protegerlo. Bajó rápido las persianas y cruzó a la unidad militar para reunirse con el otro jefe, porque allí había dos cuarteles. El otro jefe vivía adentro del cuartel.
— Gay…
— Sí, el coronel (Camilo Arturo) Gay, ascendido después a General. Se ponen de acuerdo para salir, organizarse con respecto al ataque, y ahí es asesinado -iba a decir muerto, pero no- el coronel Gay. Y a mi papá le dicen que convenza a la familia de Gay para que se entregue, porque si no los iban a matar a todos. La familia es transportada hasta la herrería. Y a mi papá lo esposan y se lo llevan.
— ¿Qué pasó luego?
— Bueno, los recuerdos que tengo son tan vívidos porque son cosas que no se pueden olvidar… como el poder de fuego que tenían. La unidad militar fue atacada por alrededor de 240 erpianos. La atacó el ERP. Ingresan aproximadamente 140 y el resto queda afuera como apoyo. Todos vestidos de militares, con camiones pintados como los del ejército, de noche, lo cual crea una gran confusión. El último tiroteo -ya era de día – se produce cuando los militares van a rescatar a la familia de Gay secuestrada en la herrería. Ahí estaban la esposa y los dos hijos, un amigo, y algunos heridos, suboficiales y soldados. Dos guerrilleros quedan en la herrería con los rehenes, uno de apellido Carrara y otro Altera. Pedían jueces, diputados y periodistas para asegurarse… garantías. Nada de eso hubo, el Jefe del Estado Mayor -en ese momento era (Leandro Enrique) Anaya- da la orden de ingresar para liberar a la familia, y Altera apunta a los Gay y dispara. En el tiroteo, él también es herido y muerto; el otro solamente herido. Ahí muere la señora de Gay. Para ingresar a la unidad habían matado a un soldado que estaba de guardia, que se llamaba Daniel González.
— Una muerte gratuita.
— No era necesario matar al soldado con semejante poder de fuego y de número. Ellos querían llevarse las armas y no pudieron, y se llevaron a mi papá por el cual no querían dinero. No negociaron dinero nunca. Lo que querían era canjearlo por erpianos que estaban detenidos legalmente por anteriores operaciones militares. El año anterior habían atacado el Comando de Sanidad del Ejército donde mataron al coronel Duarte Hardoy. Tenían gente detenida que querían canjear, como (Hernán) Invernizzi, que facilitó el acceso a Sanidad -hoy no sé dónde está pero hasta hace unos años estaba en la Defensoría del Pueblo [N.de la R: como Director de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Defensoría en Capital]; otro era (Eduardo) Anguita, también detenido por el asalto a Sanidad. Ellos estaban en la lista de la gente que el ERP quería canjear.
Esperábamos lo peor, y lo peor era que lo mataran. Pero no evaluamos que había algo peor aun y era el secuestro durante 300 días exactamente
— ¿En qué momento se enteran usted y sus hermanos de lo sucedido con su padre?
— Mi mamá va a dar sangre para la señora de Gay, que fue internada rápidamente, pero cuando llega ya había fallecido, y al volver nos dice que mi papá estaba secuestrado. Nosotros esperábamos lo peor, y lo peor era que nos dijera que lo mataron. Pero no evaluamos que había algo peor aun y era el secuestro durante 300 días exactamente.
— Diez meses.
— Exactos. Lo secuestraron el 19 de enero, lo mataron el 19 de noviembre.
— ¿Ustedes saben qué pasó con él en ese tiempo?
— No sabemos dónde estuvo detenido. Las condiciones deben haber sido tremendas porque él tenía un peso espantoso cuando lo mataron. Creo que pesaba 35 kilos. Hubo un empresario que estuvo secuestrado con él un par de meses y cuando lo liberan se comunica con nosotros. Estuvieron un par de meses detenidos en unos jaulones, que a veces eran para seis secuestrados. Les sacaban el reloj cuando los metían en esos pozos para que no tuvieran noción del tiempo.
— Su muerte se produce en un traslado.
— Lo estaban llevando de una cárcel del pueblo a otra dentro de un armario metálico arriba de un rastrojero. Hay un control de ruta -me refiero a un pedido de documentos- y se produce un tiroteo. Y uno de ellos, Sergio Dicovsky, antes de huir abre el armario metálico y lo mata. Le da tres tiros. Él estaba esposado, tenía los ojos vendados. Le da tres tiros. Le dispara con una Magnum 357. Esto que estoy diciendo es un dato que da un civil que vio la escena.
— La hija de Gay, que fue testigo de la muerte de su madre, se suicida un tiempo después.
— Patricia. Tras muchos intentos, porque no podía superar la pérdida, son duelos que no se terminan de hacer.
— ¿Cómo ha actuado el Estado con respecto a ustedes? ¿Ha habido un reconocimiento?
— No, ni antes, ni ahora. Inicialmente, a través de los compañeros de él, de sus amigos, estábamos muy contenidos. Pero después se entró en una situación de violencia impresionante, con lo cual no se dio ese reconocimiento. O yo no lo recuerdo, porque hemos vivido mucho tiempo en estado de shock, dicen los terapeutas. Después, cuando llega la democracia, y vienen los juicios a los militares, se empieza a revisar todo ese proceso.
— ¿Y no hubo ningún tipo de reconocimiento por parte del Estado a las víctimas de la guerrilla?
— No, no, no. Nunca se nos acercaron los organismos de derechos humanos. En el momento de hacer el relevamiento para el número del libro "Nunca Más" a nosotros no nos contaron. Siempre hubo un relato sesgado. Aún hoy.
— ¿Ni siquiera hacia los civiles hubo un reconocimiento?
— No, ni siquiera hacia esas personas, hacia los otros soldados, como los de Manchalá, los de Formosa, o Paula Lambruschini. O la gente que murió cuando colocaron la bomba en el comedor de la Policía Federal. Pueden haber sido recordados dentro de la institución, pero de hecho durante el gobierno kirchnerista estos homenajes se prohibieron.
— Desde las organizaciones armadas, los guerrilleros hoy integrados a la vida civil y política, ¿hubo algún gesto alguna vez?
— Yo tengo trato con alguno, como con Luis Labraña – con el cual me llevo muy bien. Lo que creo es que todos están convencidos de lo que han sido. También tuve trato con un montonero de apellido Leis [N.de la R: Héctor Leis, fallecido en 2014]. Él escribió que asumía su condición de guerrillero, que no se arrepentía porque había sido llevado por los apasionamientos de la época, pero que sí lamentaba el dolor causado. Eso lo he escuchado de algunos, pero son muy pocos. La realidad es que nuestros muertos no cayeron de forma accidental. Son las únicas víctimas olvidadas de un conflicto que creíamos que estaba superado. Si usted se fija, han sido reconocidas o recordadas hasta las víctimas de 1955. Es decir que estas víctimas son retiradas de la historia oficial con total premeditación. Porque decir que ha habido víctimas antes de 1976 es reconocer que ha habido victimarios.
— ¿Tienen un registro de cuántas son esas víctimas?
— Aproximadamente, 2000 víctimas fatales. Sin contar los heridos. Y siguen apareciendo.
— Militares y civiles.
— Militares, policías, empresarios, sindicalistas, jueces, filósofos, niños….
— ¿Ustedes están organizados?
— Tenemos una asociación, AfaVitA, donde damos difusión de la historia completa y trabajamos por la concordia política. Es decir, una mirada superadora del pasado sin que ésto signifique olvidar lo que pasó.
— El asalto del que estamos hablando tuvo también un impacto político muy grave porque sucedió bajo un gobierno que había asumido tres meses antes y había triunfado con el 62 por ciento de los votos. Era un desafío absoluto a la democracia.
— Exactamente. Al ser Perón militar y usar su uniforme, las generaciones más jóvenes pueden llegar a creer que era un gobierno de militares. Este ataque desata uno de los discursos más enérgicos de Perón. Dos discursos en realidad. Uno dirigido al pueblo y otro a la unidad de Azul, en el que se refiere a los guerrilleros como un reducido grupo de psicópatas al que hay que ir eliminando uno a uno por el bien de la República. También me gustaría decir que Bidegain -que era el gobernador de Buenos Aires- estaba en Azul porque su familia era de allí. Perón lo saca del cargo porque considera que hay complicidad de él con otros funcionarios en el ataque.
— ¿Cree que es fundada esa acusación?
— Yo lo que puedo decir es que durante el ataque se pidió el cierre de las rutas de salida de Azul y no se cerraron. A lo mejor eso es un detalle, pero no lo sé.
— El ataque duró toda una noche. Hubo tiempo para hacer un bloqueo de las rutas. Lo llamativo es que el jefe del ataque, Enrique Gorriarán Merlo logra escapar, y lo hace sin dar la orden de retirada a los demás. Y años después hace lo mismo en el asalto a La Tablada, en 1989.
— El autor ideológico fue Santucho, y el que comanda la operación es Gorriarán Merlo que, es cierto, hizo lo mismo que en La Tablada. Es llamativo. Por eso le digo que en Azul no cerraron las rutas: todos se escaparon. Además, en esos camiones, pintados de verde oliva, ellos cargaban a sus heridos y a sus muertos y se los llevaban. No dejaron a nadie, excepto a Altera y Carrara que quedaron en la herrería.
— ¿Qué siente hoy, al recordar todo eso?
— Creo que hay una deuda para con las víctimas y que sería un justo acto hacer un relevamiento de las víctimas del terror en Argentina. Ya que se hizo tanto para un lado, que se haga para el otro. Ese relevamiento puede ser hecho por gente notable, gente que haya tenido una visión completa u objetiva de esto.
— Por lo menos que quede un registro para la historia.
— Es importante para nosotros. Que nuestros muertos ocupen el lugar que les corresponde en nuestra historia.
— ¿Esperaban que a partir de 2015, con el nuevo gobierno, hubiera un cambio en esto?
— Sí, absolutamente. Pero por ahora no. ¡El que mató a mi papá está homenajeado en el Parque de la Memoria! ¡Eso es insultante! Es muy doloroso para nosotros. No corresponde. Yo me he reunido con gente de la otra parte, con víctimas de la otra parte, y combatientes del otro lado. Tengo trato con todos, porque hay que salvar la historia. No hay un dolor peor que el otro. Debe ser tremendo no poder enterrar a un hijo. Debe ser tremendo.