De algunos se conservan retratos, de otros meras descripciones escritas. Resulta difícil, en épocas de selfies, fotografías a toda hora e imágenes que se multiplican en diversos formatos, tener una idea cabal de cómo lucían físicamente los grandes personajes de la historia argentina.
Sin embargo, como parte de su trabajo de reconstrucción y memoria, fueron varios los historiadores que se dedicaron a dejar para la posteridad sus impresiones y descripciones de varios de ellos. También lo hicieron personas allegadas que los pudieron conocer personalmente durante sus días de gloria. Algunos elogiosos, otros francamente crueles, todos ellos brindaron un testimonio clave para recordar hasta nuestros días cómo lucían los próceres de nuestro país.
Uno de los más recordados fue, sin dudas, José de San Martín. Aunque varios distinguen otros atributos, observarlo, asegura más de uno, era magnífico. Su rostro simétrico —que la posteridad teñiría en bronce—parecía moldeado con la fuerza de un espíritu vigoroso y no pasó desapercibido.
Luego de forjar la Independencia de Perú, el Libertador se trasladó a Chile, hacia octubre de 1822. Allí asistió a diversas tertulias, donde conoció entre otras personas a María Graham.
La mujer consideró al general sumamente atractivo y dejó constancia de ello en sus memorias: "Sus ojos son obscuros y bellos, inquietos, y expresan mil cosas (…) su bella figura, sus aires de superioridad y esa suavidad de modales a que debe principalmente la autoridad que durante tanto tiempo ha ejercido, le procuran muy positivas ventajas. Comprende el inglés y habla mediocremente el francés, y no conozco otra persona con quien pueda pasarse más agradablemente una media hora".
Luego de forjar la Independencia de Perú, el Libertador se trasladó a Chile, hacia octubre de 1822. Allí asistió a diversas tertulias, donde conoció entre otras personas a María Graham. La mujer consideró al general sumamente atractivo y dejó constancia de ello en sus memorias: ‘Sus ojos son obscuros y bellos, inquietos, y expresan mil cosas’
Mientras San Martín generaba suspiros, Bernardino Rivadavia no corría con la misma suerte. El historiador Vicente Fidel López –basado en sus recuerdos de infancia- lo describió como "grotesco y muy feo".
En sus escritos afirmó que el primer jefe de estado de las Provincias Unidas del Río de la Plata "no tenía la más mínima percepción de que su figura fuera ridícula; y se exhibía con entera confianza, convencido de que poseía la admiración y las simpatías de su partido".
"Hasta aquí todo era aceptable; pero los brazos eran tan pequeños que parecían de otro cuerpo; y allí no más, a mínima distancia del pecho, sobresalía un abultado vientre, que producía el efecto material de una esfera sostenida por dos palillos, nada correctos ni derechos siquiera. Tenía los ojos redondos y abiertos al ras de las cejas (…) los labios gruesos y tendidos hacia afuera con cierto gesto de orgullo, pero benevolente y protector al mismo tiempo", apuntó López.
Sobre Juan Manuel de Rosas la mayoría de las descripciones coinciden en su notable belleza física. Hablan de un rostro "hermosamente proporcionado", ojos celestes enmarcados en "angelicales cejas", nariz aguileña y labios perfectamente delineados. Según la mayoría de las descripciones, Rosas fue una persona de tez muy blanca, cabellos rubios, estatura mediana y espaldas anchas.
Más que español, coinciden varios, daba el tipo inglés, muy valorado en la estética de la época. Además, como si con su beldad no bastara, podía ser bastante encantador. Pero Rosas no logró sostener en el tiempo todas sus "cualidades". Vencido en la Batalla de Caseros en 1852 por las tropas del Ejército Grande, siguió el camino del exilio.
Al mando de la facción victoriosa de aquel combate se encontraba Justo José de Urquiza, quien fue descripto entonces por Ángel Elías, uno de sus lugartenientes más cercanos.
"Usa muy poca barba -señaló Elías-, aunque la tiene abundante (…) su rostro no deja por eso de tener el aspecto de un guerrero (…) de una estatura regular y es más bien grueso que delgado. Su color es blanco, pero la tez de su rostro está algo ennegrecida con los soles que ha pasado en sus campañas militares y con los aires del campo en donde vive. Todas sus facciones están llenas de expresión. Su boca es pequeña y hermosamente dentada. Sus ojos son de un color claro, están llenos de fuego y vivacidad (…). Sus cabellos son negros y empiezan a separarse de su despejada frente". Uno de los aspectos físicos más destacables de Urquiza fue la perfección de su torso y hombros.
Sobre el resto de los generales patrios las crónicas destacan el atractivo de Juan Gregorio de Las Heras y Juan Lavalle. Nuevamente Vicente Fidel López, a quien debemos muchas descripciones vertidas en su obra de diez tomos Historia de la República Argentina, señaló a los Lavalle como una familia numerosa y "muy agraciada físicamente": "Las señoras eran de una belleza proverbial; y que por eso, o por la categoría que ocupaban, no sólo ejercían un influjo poderoso, sino que irradiaban y concentraban la atención de la gente de su tiempo". Toda esa perfección se hizo presente, según relatos de la época, en el rostro de Lavalle.
Otro de los grandes militares del país, José María Paz, era bastante bajo, de espaldas anchas y dueño de un mentón resueltamente masculino. Hablaba poco y solía tener el ceño fruncido de modo permanente. Nunca despertó demasiado entusiasmo entre las tropas. No compartía momentos con ellos y los obligaba a celebrar misas. Domingo Faustino Sarmiento, aun admirándolo, dijo que tenía la rarísima cualidad de hacerse impopular.
En cierto modo era complejo llegar a su entorno íntimo y la mayoría de las personas no le resultaban muy simpáticas. Así, cuando Paz conoció a Martín Miguel de Güemes -aproximadamente en 1815- no le agradó para nada.
En sus memorias refiere despectivamente a las dificultades en el habla que poseía el militar salteño: "Este demagogo, este tribuno, este orador, carecía hasta cierto punto del órgano material de la voz, pues era tan gangoso, por faltarle la campanilla, que quien no estaba acostumbrado a su trato, sufría una sensación penosa al verlo esforzarse para hacerse entender. Sin embargo (…) tenía para los gauchos tal unción en sus palabras y una elocuencia tan persuasiva que hubieran ido en derechura a hacerse matar para probarle su convencimiento y su adhesión".
Otro de los grandes militares del país, José María Paz, era bastante bajo, de espaldas anchas y dueño de un mentón resueltamente masculino. Hablaba poco y solía tener el ceño fruncido de modo permanente
Dando paso a los caudillos, se sabe por los relatos de la época que Chacho Peñaloza era de tez muy clara y ojos de un profundo azul. Se preocupaba por llevar siempre una imagen pulcra. Con montura de plata, pretal, freno y riendas del mismo metal, cabalgaba de modo cabal entre los paisanos que lo reverenciaban. Aunque durante sus últimos años de vida, el caudillo Facundo Quiroga adoptó una formalidad similar, pasó a la historia de un modo menos civilizado.
El militar norteamericano John Anthony King, que formó parte del ejército que lo enfrentó en la batalla entre unitarios y federales de La Tablada, en 1829, dejó este maravilloso pasaje en sus memorias: "Vimos a Quiroga; se había despojado de toda su ropa, menos de los calzoncillos que llevaba arremangados y atados alrededor de los muslos. Los dos, él y su caballo estaban cubiertos de sangre, y presentaban enteramente un aspecto que no podía ser considerado humano. Enfurecido con la perspectiva de la derrota, saltaba de aquí para allá, derribando con su propio sable a sus propios si veía que flaqueaban o cuidaban sus vidas (…). Desnudo como estaba, surcado por rayas de sangre de sus víctimas, parecía un verdadero demonio, dominando sobre la matanza".
Sin duda estos aspectos no son de carácter primordial, no decidieron batallas, ni marcaron rumbos. Pero abordar así a los personajes que rondan el pasado nacional nos permite visualizarlos como lo que fueron: hombres de carne y hueso.
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