El 2 de diciembre de 1918 estalló una huelga en los talleres metalúrgicos de Pedro Vasena e Hijos a raíz del despido de un grupo de obreros.
Esta fábrica era un verdadero emporio metalúrgico que tenía dos plantas, una en Amancio Alcorta y Pepirí, en Nueva Pompeya, y otra en Cochabamba y La Rioja. Era la obra de Pedro Vasena, un italiano que vino al país con 13 años de edad y que con esfuerzo, trabajo e inteligencia logró fundar en 1870 este establecimiento que se dedicaba, entonces, a la fundición de columnas de hierro, y que sirvieron para la construcción del Mercado de Abasto, de puentes y hasta de gasoductos en diversos lugares del país. También fue una de las empresas que por años fabricó los clásicos buzones cilíndricos que ubicaban en las esquinas.
Pedro Vasena falleció en 1916 y lo sucedió su hijo Alfredo. La fábrica se caracterizaba por sus malas condiciones de trabajo, por largas jornadas laborales y por mostrarse contraria a cualquier actividad gremial.
Los reclamos por mejoras no tardaron en llegar. Ese diciembre de 1918 los 2500 obreros comenzaron una huelga. Pedían una jornada de 8 horas y como los salarios reales habían disminuido, solicitaron un aumento del 20% en los superiores a los cinco pesos; un incremento del 30% en los sueldos menores a los cinco pesos; un aumento del 50% de las horas extras, y que no se tomasen represalias.
La fábrica no respondió y el clima comenzó a enrarecerse. El 1 de enero de 1919 un carrero hirió de un tiro a un huelguista que pretendía convencerlo de plegarse. Otros respondieron, y se sumaron los rompehuelgas que habían sido contratados por la Asociación del Trabajo, una organización conservadora cuya cabeza era Joaquín S. De Anchorena.
Se desata el infierno
El 7 de enero, cinco carros cargados pretendieron salir del predio de Amancio Alcorta. Cuando los huelguistas quisieron detenerlos, intervino la policía, generándose un tiroteo. Un obrero de 18 años que estaba en el patio de su casa tomando mate murió de un tiro en el pecho.
Al día siguiente, los enfrentamientos se generalizaron ya que al accionar policial, se sumaron tropas del Ejército y civiles de la Liga Patriótica y del Comité Pro Argentinidad que, armados con armas cortas y largas, patrullaban la ciudad y disparaban sobre todo lo que consideraban sospechoso. Hasta lo vieron a uno de los Vasena, Emilio, armado con un Winchester. Esa jornada dejó un saldo de 4 muertos y 35 heridos.
El 9, un multitudinario cortejo copó la calle Corrientes. Llevaban al cementerio de la Chacarita los cuatro muertos. Cuando la multitud transitaba por Corrientes y Yatay, vieron que una iglesia había sido asaltada, y los altares y bancos eran quemados en la calle. En ese momento, un grupo policial comenzó a disparar, logrando un desbande general. Sin embargo, unos 300 obreros llegaron al cementerio, pero cuando estaban colocando los féretros en las fosas, un batallón de soldados los dispersó.
¿Perón ametralló obreros?
Ese mismo día, a las 13, dos carros llegaron a Vasena -que estaba rodeada por mujeres y niños- y sus conductores se solidarizaron con los huelguistas. Sin embargo, un grupo de soldados, policías y rompehuelgas -que también estaban armados- provocaron un tiroteo. Los soldados abrieron fuego contra los trabajadores, obedeciendo órdenes de su superior, el teniente Juan Domingo Perón, que por ese tiempo revistaba en el Arsenal de Buenos Aires.
Los historiadores Milcíades Peña y Osvaldo Bayer aseguraron que Perón estuvo al frente de un pelotón que ametralló obreros. Jacinto Oddone relata que cuando el 1 de mayo de 1947 los trabajadores metalúrgicos hicieron un homenaje en el lugar, concurrió Perón como presidente. Admitió haber estado, pero al día siguiente de ocurrido estos hechos.
Luego del tiroteo con los soldados un grupo de huelguistas, provistos de bidones con combustible, comenzaron a prender fuego los portones de la fábrica. Cuando llegaron los bomberos, hubo otro intercambio de disparos. A un fotógrafo de la revista Caras y Caretas que estaba registrando el hecho le quitaron la cámara, las placas de fotos que había tomado y los pocos pesos que llevaba encima.
A esta altura, los tiroteos se habían generalizado por toda la ciudad y eran comunes los casos de transeúntes baleados o gente inocente detenida. En ese día 9, los hospitales porteños recibieron 39 muertos y 120 heridos.
El general Luis J. Dellepiane, a cargo de la Policía, fue reemplazado por el ministro de Guerra, Elpidio González. Dellepiane les había dicho a sus oficiales: "Señores, si en el plazo de 48 horas no se restablece la normalidad y la situación se agrava, emplazo la artillería en la plaza Congreso y hago atronar con los cañones de la ciudad. Va a ser un escarmiento tan ejemplar que por cincuenta años nadie osará alzarse para perturbar la vida y la tranquilidad pública".
Paro general
Mientras tanto, los gremios anunciaron un paro general de actividades y la ciudad se paralizó. Dejaron de funcionar los trenes, el subterráneo, muchos de los tranvías fueron abandonados en la calle y fueron asaltados.
Había piquetes en diversas esquinas de la ciudad, donde eran habituales los tiroteos entre huelguistas y tropas de línea. Carros eran volcados y levantaban el adoquinado para improvisar barricadas. Los vecinos eran palpados o en muchos casos confundidos con agitadores. Los excesos abundaron.
El día 10, un millar de jóvenes radicales marcharon en apoyo del gobierno, mientras que bandas que los diarios de la época señalan como anarquistas atacaron el Departamento Central de Policía y el Correo Central.
Cuando Vasena comunicó que aceptaba respetar el petitorio obrero, se levantó la huelga. Sin embargo, los anarquistas llamaron a un paro por tiempo indeterminado para condenar la represión estatal. Y pidieron la libertad de Simón Radowitzky, el asesino del jefe de Policía Ramón Falcón, y de todos los presos por cuestiones sociales. "A las iras populares no es posible ponerles plazo", decían.
Los diarios opinaban que "el derecho de petición es justo; pero el de imposición que los ácratas propalan, no puede aceptarse de ningún modo". La culpa era del extranjero que importaba ideas anti argentinas.
El día 11 continuaron los tiroteos, los saqueos a armerías y el ataque a edificios públicos. En una reunión llevada adelante en Casa de Gobierno entre el presidente Hipólito Yrigoyen, Alfredo Vasena y un grupo de delegados obreros, se firmó un acta mediante la cual el empresario aceptaba cumplir con los reclamos obreros y el gobierno ordenaría liberar a todos los detenidos con la promesa de tomar represalias.
El 12, los obreros regresaron al trabajo y si bien volvió a funcionar el transporte, no corrían los tranvías 22 y 74 que recorrían La Boca y Barracas, porque los tiroteos en esos barrios continuaban. La ciudad era un verdadero desastre de basura y carros quemados. El periodismo criticó la falta de previsión del Intendente Municipal que "nunca estuvo a la altura de su misión", en cuanto a la limpieza y al orden.
Los que se llevaron todos los laureles fueron los médicos y enfermeras de la Asistencia Pública, quienes durante esa semana no dieron abasto en la atención de las víctimas.
Complot internacional
El gobierno, que no conseguía restablecer el orden, anunció el descubrimiento de un complot para derrocar al presidente y reemplazarlo por un soviet maximalista, al mejor estilo de la Revolución Rusa de 1917. Anunciaron la detención del jefe de la conspiración, el periodista ruso Pinie Wald, un socialista judío que se las arreglaba como carpintero.
Wald fue detenido junto a su novia y otras personas, y todas fueron torturadas en la comisaría 7ª para que confesasen lo que en realidad era un invento de la policía.
Lo dramático fue que policías y miembros de la Liga Patriótica se dirigieron a aquellos barrios donde se concentraba el mayor número de judíos y por dos días se sucedieron todo tipo de excesos: golpizas en plena vía pública, jinetes que arrastraban a hombres desnudos, corte de barbas, judíos recién llegados al país que eran muertos por no saber la letra del Himno, casos de violaciones, configuraron lo qué pasó a la historia como el mayor progrom en América Latina. "Viva la Patria, mueran los maximalistas y todos los extranjeros", vociferaban policías y soldados.
Fue en estos oscuros días que se originaría una frase que quedaría grabada en el decir popular. "Yo argentino", que era lo que se apuraban a contestar los que iban a ser atacados.
El día 15 los presos detenidos a raíz de la huelga fueron liberados. Nunca se supo el número exacto de muertos y no hubo una investigación de los hechos.
Actualmente, donde se erigían los Talleres Vasena, hay una plaza. La fábrica fue demolida a mediados de los años 30 y desde el 14 de julio de 1940 es un paseo público. En un primer momento se la quiso bautizar como Mártires de la Semana Trágica pero finalmente le quedó Martín Fierro.
De aquellos trágicos sucesos sólo están en pie un par de muros, que quedaron como testigos silenciosos de lo que nunca debió haber ocurrido.