Hoy es el último día de la Feria de Editores Independientes y en pocas semanas se realiza una nueva edición del Festival Filba: octubre es un mes para vivir la literatura a pleno y desde Leamos.com te recomendamos diez autores para descubrir y redescubir para empezar leer.
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En este territorio de la edición artesanal, tanto el libro como las artes y los oficios del libro todavía conservan una ética. Reinstalar la fascinación por lo cotidiano, por las cosas del mundo, nos permite algo que hoy resulta lejano: ser los dueños de nuestros medios de producción y creación. Eric Schierloh sostiene que la escritura es una práctica diferente a la de la literatura en el contexto de la industria editorial actual, y está más cerca, en cambio, de la llamada edición artesanal, es decir, de la producción y manufactura de sus soportes materiales. Esta concepción ampliada de la escritura conduce, inevitablemente, a repensar el sistema industrial de publicación, los roles de escritorxs y de autorxs, la dimensión problemática del trabajo con las palabras, su diseminación digital, el acceso a la cultura y, por fin, el libro como dispositivo, instrumento y posibilidad de autogestión editorial. La escritura aumentada, como testimonio de una acción en torno a la edición y publicación de libros hechos a mano, se vuelve un libro ineludible: por un lado, al momento de repensar las prácticas inherentes al campo de la edición; luego, como revisión del concepto de escritura; y, finalmente, para imaginar nuevos futuros posibles.
Dice Federico Lorenz: “Malvinas es un territorio político, cultural y emotivo tan intenso como áspero. Son tan fuertes las sensaciones que genera como la existencia misma del archipiélago. Es una causa nacional, la herida de una guerra, la perplejidad de algunos, el orgullo de otros, la dictadura, la democracia, el territorio irredento, los sobrevivientes y los muertos, sus familiares. En 1998, Carlos Gamerro combinó esos y otros elementos en una novela formidable: Las Islas. Recuerdo haberla leído con fascinación y envidia. Fascinación, por una ficción sólida que sin embargo dejaba aflorar todos los matices que el tema tiene. Envidia, porque las armas de la literatura tronaban allí donde la investigación apenas había enviado unas avanzadas. Desde el final de la guerra, en 1982, numerosas producciones culturales –películas, obras de teatro, novelas– han dado cuenta de la presencia del tema entre los argentinos. Las Islas es probablemente la obra literaria que la ha abordado con mayor complejidad. La producción ensayística de Gamerro sobre el tema no se detuvo. Leerla es una invitación a descentrarnos, a pensar creativamente y –en ese proceso– disfrutar de la calidad de su escritura y de su imaginación provocativa”.
“Nunca nada era como lo imaginábamos”, se dice al principio de Frenesí, de José María Brindisi. Y es cierto, la imaginación es el primer realismo. Pero los personajes de Frenesí adolecen no solo de juventud sino de cierta irrealidad; y encima les toca el fin del siglo veinte, esos años en que los sociólogos sólo se animaron a bautizar con una X a toda una generación. Estar en un living con una televisión por horas o viajar por el mundo es lo mismo, drogarse o no, traicionarse o no, también. En 1956, Allen Ginsberg publica Howl (Aullido) donde reza aquello de “He visto las mejores cabezas de mi generación destruidas por la locura, famélicas de...”. Medio siglo después, en la otra punta de América, Brindisi publicaba esta novela breve y hacía su propio ajuste de cuentas y réquiem generacional. Los jóvenes de Frenesí tal vez no eran tan distintos de los beatniks, la canción era la misma, pero la Historia era otra.
Dos amigos, algunas sustancias y un intento de independencia. En esta novela de iniciación y con un ritmo vertiginoso y que no da respiro, Juan Ruocco nos cuenta una historia de amistad en la Argentina de los años 2000, y cómo llega a madurar alguien que no está seguro de querer hacerlo.
Una nena desobediente que espera conocer a su príncipe azul de izquierda; el miedo que siente una mujer que puede perderlo todo, aún sus tesoros más preciados; un amor roto y la secreta planificación de la venganza; la ropa de los otros y una forma rara de entrar en sus vidas; incompatibilidades que se resuelven comprando vestidos; el minucioso surgimiento de una idea y la escalofriante descripción de un crimen imperfecto; la espera de un resultado que lo cambia todo y la expectativa infantil de que la fiesta, la libertad y lo excepcional resuelvan los problemas y presenten un final feliz. En los cuentos de Las chicas malas no transpiran las voces de las protagonistas se escuchan de forma nítida, mujeres fuera de los estereotipos, con pensamientos ácidos, sórdidos y contradictorios, voces íntimas y libres, monólogos privados y confesiones públicas en un inquietante péndulo que va del despotismo a la fragilidad, del amor al desprecio, del control al caos y de la palabra al silencio.”
¿Qué significado cabe encontrar hoy en las distopías, cuando las pesadillas del siglo XX parecen haberse materializado entre nosotros? Es poco lo que dicen chapucerías tecnófobas y humanistas como Black Mirror, y por suerte no es ese el camino que eligió Flor Canosa en Pulpa, su primera novela de ciencia ficción. Flor prefirió escarbar en el corazón oscuro del género y sacar a la luz los horrores del cuerpo y el estado, o, mejor, el terror del estado que ha colonizado los cuerpos y su dolor, sus secreciones, sus emociones. Todo sin miedos, sin resabios, sin atavismos de un sujeto ya perimido, porque Pulpa es una novela viva, vibrante y jugosa, atravesada por nervios, vísceras y temblores, por orgasmos: porno o postporno duro, en la mejor tradición de J.G.Ballard y David Cronenberg. Electrodos y squirt, los suburbios en ruinas de la red y una mesa de autopsias. Quienes ya leyeron Lolas y Bolas encontrarán un nuevo registro para su autora, pero Pulpa comparte con las novelas que la precedieron el vértigo de una narración overdrive y una capacidad asombrosa para delinear mundos –interiores, exteriores– con pocas palabras. Y el mundo que despliegan estas páginas nos interpela: inaugura la gran autopsia del presente y traza sus cartografías terminales, habla de lo que nos espera a la vuelta de la esquina con un logradísimo equilibrio entre extrañeza y familiaridad. El libro llega a su fin, pasamos la última página, creemos cerrarlo pero de pronto entendemos que ese mundo de horrores está en realidad allí afuera, cada vez más claro, cada vez más cerca.
Dice Federico Falco: “Con un lenguaje tan poético como preciso, con una maestría calma, llena de detalles y capas que se superponen hasta lograr una profundidad asombrosa, Santiago Craig relata estas ocho historias de personajes obsesionados por el paso del tiempo, de recuerdos míticos que se transforman en fantasmas, de hombres que necesitan controlar al menos algo, aunque sea sólo cavar un pozo en la arena para después meterse adentro. La cotidiana desesperación de estos mundos los acerca a veces al fantástico, o al absurdo. Y sin embargo, sus habitantes en ningún momento son otra cosa más que seres humanos navegando en el caos de la vida, encontrándose y desencontrándose en una casa demasiado grande, reconociéndose unos a otros por el olor que llevan impregnado en el pelo. A veces es el olor del cansancio y el jabón blanco de la pobreza digna. Otras veces, es el olor de una tarta de atún, de un cuerpo amado, de la familia que supieron construirse bajo la tormenta”.
Dice Fabio Morábito: “Nunca dejé de necesitar toda la vida de Raskolnikov, confiesa Cristian De Nápoli, que establece con los libros una relación voraz, pero no ciega. Raskolnikov pedirá siempre más páginas que las que le dio Dostoievski y el lector se las proveerá de la única manera a su alcance: a través de otros libros, de otras vidas conocidas en otras páginas. Por eso, nunca terminamos un libro. Y éste, de De Nápoli, que abre muchas puertas y clausura otras con un estilo personalísimo, apasionante e irreverente, no es una excepción. Un libro sobre los libros de alguien que lee cada página como la condensación de un sinnúmero de libros”.
Con un manejo preciso de diferentes recursos narrativos, abordados desde el policial, el género negro y ciertos componentes de la crónica, Juan Carrá escribe seis relatos que descubren el vínculo entre civiles y el terrorismo de estado durante la última dictadura cívico militar. Dijo Miguel Molfino: “De las cosas que solemos merecer con verdadera justicia, la muerte se lleva todos los premios. Algo de esto nos dice Juan Carrá en éste, su nuevo libro de cuentos”.
Gabriela Mistral comenzó a desarrollar su vida espiritual a muy temprana edad con la Biblia. A través de diversas lecturas, incorporó aspectos del budismo, el hinduismo y el judaísmo, además de una gran cantidad de temas ocultistas y esotéricos. Esa búsqueda mística y religiosa es uno de los aspectos más desconocidos de toda su vida y obra, pero es donde reside la sensibilidad que hay en su prosa y la fuente de inspiración de su poesía. La selección de esta antología, realizada por Diego del Pozo, reúne discursos, columnas y entrevistas en los que Mistral habla del cristianismo con sentido social, de su preocupación por el porvenir de las religiones y por el abandono de la espiritualidad. Además, contiene una segunda parte con escritos místicos provenientes de cuadernos íntimos, plagados de anotaciones en prosa, versos y poemas, que, a modo de mantras personales o aforismos espirituales, la conectaron con la belleza y su fe en la humanidad.