En 1991, Sandra Contreras, Marcela Zanin y la recordada Adriana Astutti fundaron una editorial independiente con el nombre de la protagonista del cuento “El Aleph”, de Jorge Luis Borges. Desde entonces y con cada título publicado, Beatriz Viterbo Editora se convirtió en sinónimo de vanguardia y erudición.
César Aira, Sylvia Molloy, Daniel Guebel, Sergio Bizzio, Damián Tabarovsky y Lucía Puenzo, son algunos de los autores que han publicado, además de las obras de teatro póstumas de Manuel Puig y la obra completa de Norah Lange.
Ahora, la editorial publica tres nuevos títulos: un ensayo de Nora Domínguez —doctora en Letras y especialista en Teoría Literaria y en Estudios de Género— que inaugura la colección SGQ, la novela con la que Fernando Chulak obtuvo el premio Gombrowicz y el nuevo libro del escritor ecuatoriano nacido en Londres, Salvador Izquierdo.
Dice Diamela Eltit: “Nora Domínguez, construye, deconstruye y reconstruye los rostros de la mujer mediante la puesta en escena de un viaje cultural intenso y fascinante. Los continuos desplazamientos entre teoría, literatura, performance, cine, fotografía, capturan rostros que concurren hasta el texto para conformar un relato en constante expansión. A través de sucesivos y múltiples desplazamientos, la ruta crítica emprendida por la autora, permite el ingreso apolíticas, poéticas, simulacros, dominaciones, impresos en uno de los espacios físicos más examinados y vigilados por el conjunto de los sistemas sociales como es la fisonomía de las mujeres. El revés del rostro, es un libro elaborado con una asombrosa maestría. Creativo. Inaugural”.
Dice Ariana Harwicz: “La novela de Fernando Chulak, Tilde, tilde, cruz, es original porque sigue la tradición de las narraciones de verdades encubiertas y de los contra-relatos. Eso es un clásico: disfrazar de vivos a los muertos, fotografiarlos, hacerlos vivir en el relato fingido de su día a día. Esa simulación es la escritura misma”.
Durante una residencia en Vancouver, un artista del cuerpo intercala narración y catálogo. Las performances, la vida y las excentricidades del arte de acción del siglo XX, recolectadas por el narrador de Una comunidad abstracta, provocan el efecto de una brillante simetría entre la tarea de la ficción y la de la historia del arte.
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