Tatiana Goransky es una escritora de una gran solvencia y destreza. Parecería que hablar de literatura en estos términos puede sonar un poco trivial, pero no es la intención en absoluto: no hay nada mejor que dejarse ganar por una historia bien contada. Ha ganado diferentes premios, pero paradójicamente no es tan conocida en la Argentina como debería: misterios o caprichos del mercado.
Autora de Don del agua, Fade Out y Ball boy —libro que se puede leer en exclusiva desde la plataforma Leamos.com—, acaba de publicar Quisiera amarte menos, una novela negra que podría ser considerada como una “porno venganza”. Siempre diferente, la variación de registros en sus libros se volvió una suerte de marca de estilo. Quizá esto se deba a una característica de su biografía: en el comienzo de su carrera trabajó como escritora fantasma, hacía los libros que salían con la firma de otro. Esa es una clave interesante para comprender la literatura de Tatiana Goransky porque sabe camuflarse, sabe cómo entonar distintas voces y registros. En Ball boy y, sobre todo, en Quisiera amarte menos, que está construida como una novela coral, todas esas voces entran en pugna.
Esta semana Tatiana Goransky estuvo invitada en el Experiencia Leamos y allí habló de sus novelas. Publicamos aquí las partes más salientes del encuentro.
—¿Cuál es el plan para escribir una trilogía “involuntaria” del amor?
—Efectivamente fue involuntaria. Empezó por Fade Out, que creo fue homologable a la primera etapa del amor, al enamoramiento. Después vino Quisiera amarte menos, que sale ahora en la Argentina pero ya había salido en España, y siguió con La mujer poco probable, que es la etapa más adulta del amor. No siguen a una misma pareja ni a una misma situación; de hecho, los personajes son bien distintos, la voces son bien distintas, el tono de las novelas es totalmente distintas. Pero al terminarlas me di cuenta de lo que había salido.
—Con tres novelas sobre el amor: ¿qué aprendiste de amor?
—La respuesta fácil es nada. Pero no quiero cerrar con respuestas absolutistas, que tan lejos deberían estar del amor. Pienso que este tipo amor encaja con algún tipo de visión muy obsesiva. Hablado de los personajes obsesivos de mis libros, puedo mencionar al protagonista de Ball boy, Manuel: alguien que pudo ser un gran tenista y sin embargo quería ser el mejor ball boy del mundo para darle a Roger Federer la pelota ganadora de un grand slam. Lo único que le importaba era ser perfecto en esa cosita tan chiquita. En el amor hay que entender que la perfección no existe. Cualquier sujeto muy obsesivo termina quedando un poquito por fuera de eso que conocemos por amor. Los obsesivos que dan vuelta por mis libros buscan una perfección que es imposible de encontrar y que va en contra de él mismo y también de la otra persona. O, en todo caso, de la pareja.
—Cuando en tu novela se habla de sexo, la narración es tremendamente explícita pero también hay momentos en que hay elipsis y se roza con lo alegórico. ¿Cómo se da el equilibrio entre contar y no contar?
—A mucha gente que escribe, cuando llega a las escenas sexuales, le da pánico. Hay miedo de narrar el sexo, narrar escenas explícitamente sexuales dentro de los libros. A mí no me pasa. Primero porque nunca un personaje tiene sexo como habla. Cada uno tiene su propia manera de tener sexo. No me da miedo narrar una escena de sexo, pero entiendo que a otros sí. Lo entiendo tanto como al que le tiene miedo a la página en blanco o a narrar el amor, que es tan difícil en los libros. En un punto creo que las elipsis —que yo, en realidad, podría llamar de otra manera— tienen que ver también con mi experiencia de haber trabajado haciendo reseñas de películas pornográficas…
—Eso también supone un desafío: cómo contás algo diferente en películas pornográficas que no tienen grandes variaciones entre ellas.
—Aquello que pensé que no me iba a servir para nada, al final, me ayudó a escribir este libro. Aprendí el valor del fragmento en la pornografía: la parte por el todo. En las películas que me tocaba reseñar siempre se hacía foco en un lugar donde estabas quince minutos mirando un pedazo de un cuerpo, dos cuerpos o tres cuerpos o la cantidad que fuera. No se mostraba todo, se hacían cortes y transiciones para que el ojo que estaba del otro lado pudiera sentirse un poquito más cerca de la imagen. Esos cortes y elipsis tenían que ver con una manera de mostrar y contar el sexo desde lo fragmentario. Aprendí cómo hacer para que el sexo no sea repetitivo gracias a reseñar películas porno hace más de veinte años. Por otro lado, yo siempre prefiero subescribir a sobreescribir. Estoy cansada de esa literatura que en las primeras cincuenta páginas te cuenta lo mismo por si no te quedó claro. Los libros buenos de 500 páginas son bárbaros, pero los malos son ladrillos. En la búsqueda de subescribir, aplico una poda y confío mucho en cómo el lector completa el libro.
—A Julia, un personaje de Quisiera amarte menos, se lo puede vincular con el protagonista de Ballboy. Mientras ella al principio es una mujer en situación de poder, cuando se enamora queda subyugada. Tal vez sea un sometimiento irónico, pero en un punto se emparenta con Manuel, que apenas sueña con ser un actor de reparto en la victoria de Federer.
—Es cierto que hay una idea de sometimiento. Pero no creo que el de Julia sea irónico. Puertas adentro, y mientras sean relaciones consensuadas, todavía debería poder seguir existiendo. Cualquier tipo de forma que uno le pueda dar al deseo y la concreción del deseo. El lugar que ocupa Julia es muy triste por momentos, porque tiene que ver con el amor, pero en los que tiene que ver con el sexo, esa manera de someterse no tiene nada de irónica y está bueno que siga apareciendo. Son preguntas que me hago últimamente sobre el espacio del deseo, el lugar de la fantasía. Qué les quedará a las generaciones que están creciendo con estas ideas nuevas en la intimidad. No tienen por qué tener respuesta. No las voy a responder yo ni espero que las responda nadie, pero me inquieta el lugar del deseo.