Compartimos fragmentos de cuatro libros de la poeta y ensayista Tamara Kamenszain, a modo de homenaje, para continuar leyendo y celebrando su obra.
El libro de los divanes (Adriana Hidalgo)
Dice María Moreno: “Tamara Kamenszain ha escrito entre divanes sus libros de poesía. En cada uno ha corregido un poco la novela de su vida y dicho en voz alta borradores de poemas donde la voz del analista quizás haya imaginado una metáfora o simplemente no impedido su creación. Como que el psicoanálisis, la literatura, la teoría y la política son la materia poética de Tamara Kamenszain, materia que no la hace recibirse porque nadie tuvo nunca un diploma de poeta, como tampoco de lector y escritor: en la escritura son todos estudiantes crónicos.”
A mi primer analista yo lo había soñado
sentado toda la noche en el living de la casa de mis
padres
será que yo a ustedes los cuido había interpretado él
y fue ahí cuando lo adopté
porque si de verdad quería cuidarme si elegía ser
un sereno nocturno para apaciguar la respiración de
la familia
lo iba a dejar hacer no me importaba
cambia de madre por un hombre maternal.
(Fragmento del Capítulo 1)
Una intimidad inofensiva. Los que escriben con lo que hay (Eterna Cadencia)
En este libro, Kamenszain analiza la poesía y la narrativa actual a partir del concepto de intimidad. En un recorrido por la vida de autores como Washington Cucurto, Félix Bruzzone, Mario Levrero o Alejando Zambra, entre otros, desentraña la lógica de una nueva intimidad “inofensiva” que no intenta profundizar los contenidos pero tampoco vaciarlos, en la que se opera como si ciertos conflictos culturales o conceptos –como los de militancia, memoria o testimonio en la obra de Félix Bruzzone, por ejemplo– hubieran sido superados y por lo tanto no existiese ya ninguna “voluntad reivindicativa”.
El término extimidad, tal como lo concibe Lacan, representa a lo más próximo (“en ti más que tú”) que al mismo tiempo hace su aparición en el exterior. Se trata de una formulación paradojal que da cuenta del modo de ser del sujeto: lo más íntimo habita afuera, como un cuerpo extraño, produciendo una “fractura constitutiva de la intimidad” difícil de aceptar para el mismo sujeto ya que se trata de “un real que habita en lo simbólico. [...] Ahora bien, frente a la irrupción de las redes sociales, se comenzó a utilizar el término extimidad para dar cuenta de la novedad que significa exponer la propia intimidad en las vitrinas globales de la web. Más allá de que este eficaz oxímoron señale la paradoja de lo íntimo en lo público, sería deseable que se tomara en cuenta aquí lo que hay de éxtimo en la índole misma de esta nueva intimidad expuesta. De no ser así, caería, de nuevo, en devolver el oxímoron a su raíz binaria. Si, en cambio, convenimos en que, en lugar de velarlo, en el arte de hoy se está intentando exponer ese real, podremos suponer que esa exposición ya propone un nuevo uso de lo que antes se velaba.”
(Fragmento de “Quién soy”, capítulo II)
El libro de Tamar (Eterna cadencia)
Un poema compuesto por cinco letras, una fecha y un dibujo desencadenará un viaje al pasado, para rescatar una historia de amor atravesada por lecturas compartidas, discusiones literarias, viajes, exilios, hijos, desencuentros. De la mano de la pareja Kamenszain-Libertella se van sumando a este relato las voces de otras parejas de escritores, Ludmer-Piglia, Kristeva-Sollers, Plath-Hughes, dando así cuerpo a una escritura tan luminosa como conmovedora que se vuelve bitácora generacional o libro de amor.
Hacía rato que el hechizo lenguajero que nos había mantenido unidos se venía resquebrajando. Dos escritores que durante veinticinco años se habían amado bajo la invocación de la literatura (con todos los distintos sentidos que esa palabra fue tomando a lo largo de dos décadas) empezaban a protagonizar, casi sin darse cuenta, una crisis que los terminaría separando. El interlocutor de siempre, aquel cómplice incondicional que militaba codo a codo en las filas de le lo que nosotros en la década del setenta dábamos en llamar, bajo esa misma complicidad, “la escritura”, ya empezaba incluso a dejar de entender lo que el otro le quería decir cuando aludía a ese término. Yo, por ejemplo, me sentía en ese momento completamente Tamara, es decir, una mujer separada que no podía detenerse a leer entre líneas los avatares de aquella neonata que terminó llamando Tamar por el préstamo que sus padres tomaron a cuenta de otras Escrituras. Mientras, mi ex, empeñado en mantenerse protegido bajo el velo de la ficción, decía emerger de un sueño que a mí me sonaba más literario que real.
(Fragmento de “Marta Marat”)
Chicas en tiempos suspendidos (Eterna Cadencia)
Poetisa es una palabra dulce que dejamos de lado porque nos avergonzaba y sin embargo y sin embargo ahora vuelve en un pañuelo que nuestras antepasadas se ataron a la garganta de sus líricas roncas. Poetas y poetisas, chicas y abuelas se reencuentran en este libro en el que son las protagonistas de una suerte de carrera de postas sin principio ni final. El testigo pasa de mano en mano: de Delmira Agustini a Juana Bignozzi y luego a Cecilia Pavón y a Celeste Diéguez, entre tantas otras, para construir una historia revisitada que se pregunta: ¿la Storni o Alfonsina? Con un pie suspendido en el ensayo y otro en la poesía, Tamara Kamenszain explora ambos géneros tomando de cada uno aquello que más la interpela.
Mi madre también prefería / que la llamara por el apellido / decía que en su trabajo tenía que mostrarse dura / para poder lidiar con los hombres.
Por eso ella con su dureza performática / –traje sastre, cigarrillo, whisky a la vuelta del trabajo– / me recuerda en algo a Juana Bignozzi.
Experta en tratar con vates / la poetisa de armas tomar / los enfrentaba cuando todavía nadie / se había animado a hacerlo.
Les tiraba versos de comadrita como estos: / “No hablo de la soledad del alma / esas son cosas de poeta / llamo soledad a cenar sola en mi ciudad”.
O estos otros donde la rima es una humorada: / “Mientras mis colegas escriben los grandes versos de la poesía argentina / yo hiervo chauchas ballina”.
A Juana sí que le hubiera gustado / confundirse como una más / entre las chicas de pañuelo verde / en esa Plaza de abuelas militantes / por la que ella hubiera avanzado / exhibiendo un cartel que dijera / “nadie sabe que una mujer que ha entrado en la vejez vuelve a sentir”.
(Parte III, Chicas, Poema 15)
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