Walter Lezcano nació en Goya, Corrientes, en 1979. Es escritor, editor, periodista y docente de literatura. Publicó muchos libros, entre ellos: Los wachos, Luces calientes, El resplandor de la mugre, Tirando los perros, Humo y Calle. Como contenido exclusivo de Bajalibros y Leamos, también publicó Rejas y Un millón de latitas. Lezcano es un escritor que cruza el lenguaje más sencillo, los asuntos del cuerpo, con un intenso vuelo poético. En este diálogo con Patricia Kolesnicov, editora de contenidos exclusivos de la plataforma Leamos.com, Lezcano habla de cómo llegó a la literatura, territorios y devenires, conquistas y pérdidas, los problemas de la escritura, y el lugar de la poesía, el sexo, la violencia, la belleza en su obra, y la necesidad de un arte “más allá del bien y el mal”.
Los siguientes son fragmentos de la entrevista que se puede ver completa en Experiencia.Leamos.com
--En tu literatura aparece mucho el conurbano, la calle, los personajes son muchas veces jóvenes de clase trabajadora ¿por qué?
--Hay dos instancias de necesidad: por un lado, reflejar algo que conozco, que transité toda mi vida, que todavía transito, y que también es todavía parte de un territorio desconocido: esa clase media muy baja que tiene ideales de clase media pudiente, que está muy cerca de lo ilegal, o seres humanos que se ganan la vida por fuera de los contratos civiles legales de una sociedad. Entonces, un territorio un poco virgen en la literatura –aunque de chico disfruté mucho leyendo a Jorge Asís, Enrique Medina, gente de ese palo.... Una pata es retratar cómo estos personajes, fines de siglo XX y principios del XXI siguen circulando en un país como la Argentina.
La segunda parte es ver qué puedo hacer yo con eso, cómo puedo trasladarlo, a una voz personal –aunque sea una ilusión– que no quede presa del costumbrismo, de un realismo burdo, había entonces una necesidad, una apuesta estética, pero también unas ganas de que estos personajes sigan presentes en algo la literatura argentina.
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--Porque tampoco están idealizados: tienen buenos sentimientos, malos sentimientos, comportamientos estúpidos...
--[Risas] Me costó mucho tiempo de lectura esto que decís: descubrir a [Raymond] Carver, a Mariana Enríquez, a Sara Gallardo, gente que maneja ese tipo de cuestiones, trabajar literariamente una clase, pero con una mirada que va más allá de la clase. Entonces hay una posibilidad de generar artefactos artísticos, pero con ciertos materiales. Entonces, irse, como decía Nietzsche, más allá del bien y el mal cuando uno escribe es toda una aventura. Con el tiempo te vas dando cuenta de que es un trabajo en dos sentidos: mucha reescritura y también un deslizamiento hacia la necesidad de que el arte tiene que estar por afuera de cualquier juicio. Si no, está dentro de los discursos sociales. Y yo creo que la literatura tiene que intervenir en los discursos sociales con otra perspectiva. Entonces, si uno se puede correr del juicio, la operación estética es mucho más hermosa, la creación de belleza con estos materiales, si se quieren sucios, si se quiere dejados de lado, marginados, ¿cómo puedo crear hermosura con esto?