Luciano Lutereau, Trinidad Avaria y una guía para repensar las nuevas formas de la paternidad

En el ensayo Crianza para padres cansados, que es contenido exclusivo de la plataforma Leamos.com, los psicoanalistas abordan diferentes estrategias para recuperar la palabra entre padres e hijos

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En el ensayo Crianza para padres cansados, que es contenido exclusivo de la plataforma Leamos.com, los psicoanalistas abordan diferentes estrategias para recuperar la palabra entre padres e hijos

“Probablemente hoy en día no exista una tarea más difícil en este mundo que la de criar un niño”. Esto es lo que dicen Luciano Lutereau y Trinidad Avaria en el ensayo Crianza para padres cansados (IndieLibros), que puede leerse en forma exclusiva en la plataforma Leamos.com. ¿Cómo lidiar con las exigencias del presente y, a la vez, atender con cuidado a los chicos? ¿Cómo escucharlos? ¿Cómo corrernos del lugar de hijos a la hora de ser padres? ¿Cómo no criar desde la culpa ni sentir culpa por la manera de criar? Estos son algunos de los interrogantes que los autores se preguntan.

En el marco del ciclo Experiencia Leamos, Lutereau y Avaria hablaron con Patricio Zunini, Lutereau y Avaria hablaron del ensayo. El encuentro puede verse completo en el sitio de Experiencia Leamos. Publicamos aquí las partes más salientes.

"Crianza para padres cansados", de
"Crianza para padres cansados", de Luciano Lutereau y Trinidad Avaria (IndieLibros) se puede leer en forma exclusiva en Leamos.com

No hay tarea más difícil que la de criar un hijo

Trinidad Avaria: Cuando escribimos eso todavía no llegaba el coronavirus; hoy todavía es más actual. A veces, uno tiende a pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero en la época de mis papás, la crianza se hacía entre todos. Los niños y niñas no eran sólo responsabilidad de sus familias sino que pertenecían a un barrio, a un colegio, a un jardín infantil, a una escuela. Había distintas instancias de encuentro. Con el debilitamiento del tejido social, la responsabilidad de criar un niño termina siendo algo muy puesto en las familias, especialmente en las madres. Con poco oxígeno exterior, con poca comunidad sosteniendo, con padres y madres que continuamente pensamos que lo hacemos muy mal, que tendemos a criar desde una posición más bien reparadora de lo que fue nuestra propia infancia o nuestra propia experiencia de hijos.

» Nunca se ha escrito más sobre crianza y nunca hemos estado más perdidos. Eso convierte nuestra labor un poco agobiante. Ya de por sí la demanda de un niño es insoportable. (Me van a permitir decir un montón de cosas que quizá mañana me crucifiquen). Esta es una época donde no es fácil inspirar y, si le sumamos la pandemia y la cancelación del mundo exterior, creo que hemos vivido el hastío de la familia.

» La familia no basta. Necesitamos un mundo exterior, el encuentro con otro, la terceridad. Si no, el hogar se termina convirtiendo en algo más parecido a una hoguera.

Luciano Lutereau: Las referencias al cansancio en el título del libro remiten a una situación muy cotidiana, que es que cuando uno se encuentra con otra persona y nos preguntamos “¿Qué tal, cómo estás?”, la mayoría de las veces uno dice “cansado”. El cansancio se volvió algo muy propio de nuestro estilo de vida. Quizá no tenga que ver con la cantidad de cosas que hacemos —aunque sin dudas hacemos un montón de cosas—, sino que tiene que ver con una cuestión cuantitativa. Hacemos las cosas cumpliendo, las hacemos en función de tener que pasar a otra cosa, las hacemos rápido. La poca gratificación que tenemos en lo que hacemos es lo que hace que genere un efecto de arrastre y siempre estemos con la lengua afuera, ansiosos de lo que tenemos que hacer antes de que termine el día.

» La crianza, justamente, es una actividad en la que uno no elige la cantidad de tiempo que le va a dedicar. La crianza es un trabajo continuo, una demanda continua, y esa demanda continua supone una evaluación permanente. La aparición o multiplicación de los libros de crianza, que mencionaba Trini recién, va de la mano de que nuestras participaciones públicas son cada vez menores. En cierta medida dejamos de realizarnos en el espacio laboral, dejamos de realizarnos públicamente, hay cierto declive de nuestras identificaciones simbólicas en el espacio colectivo y cada vez nuestros roles parentales se vuelven mucho más amplios.

» Un amigo publicista me decía que una buena publicidad es la que está pensada para un niño de cinco años. Para vender un teléfono, hay que vendérselo a un adulto como si fuera un niño de cinco años, lo cual muestra muy claro que el niño se volvió en el ideal del consumidor. Está puesto de alguna forma en el centro de las encuestas de satisfacción. Esto implica una modificación de los modelos de crianza tradicionales —que podríamos llamar disciplinarios— a modelos más actuales que se centran en la gratificación. Y en estos modelos basados en la gratificación se encuentra por momentos un problema, que es la inversión de los roles parentales. El hijo deviene evaluador de la figura parental. La relación entre padre e hijo puede ser progresivamente más igualitaria, pero nunca va a ser simétrica, y hoy muchas veces el poder queda del lado del hijo. Esto implica, en última instancia, que le toca a los hijos emitir distintos enunciados acerca de si los padres lo están haciendo bien o mal.

Trinidad Avaria y Luciano Lutereau
Trinidad Avaria y Luciano Lutereau

Una generación de padres que no han dejado de ser hijos

Trinidad Avaria: Hay un capítulo del libro que nos resultó muy interesante de escribir, que se llama “Los abuelos ya no (mal)crían a nuestros hijos”. Ahí recordábamos la figura de nuestros abuelos donde uno iba a pasar una tarde o un día con ellos y ellos no eran abuelos preocupados de criar —porque había padres que estaban preocupados de criar—, sino de malcriar. Uno podía comer las galletas que no podía comer en la casa, dormir un poco más tarde, quedarse viendo tele, jugando con los primos. Bueno, ya no. Hoy día los abuelos aparecen como aquella figura de autoridad, como una especie de patriarca o matriarca al que se sigue acudiendo incluso simbólicamente como “Le voy a decir a tu abuela”.

» Tiene que ver con muchas cosas, pero en un lugar simbólico, hoy los padres están en una generación bisagra que aún tiene el temor de sentirse abandonada por sus padres y de desagradar en la forma de crianza. Recuerdo a una paciente que había tenido una bebé y todo lo primero de esa bebé —el primer baño, la primera comida— se lo hacía hacer a la madre. Por un lado tenía el temor de hacerlo mal, pero por otro lado todavía seguía funcionando que ella no pudiera tolerar que la madre le dijera: “Así no se hace”. La intervención fue: “Esa primera vez no vuelve, ¿seguro que eso es lo que le quieres entregar a tu mamá?”. Hay una serie de confusiones entre no poder tolerar que no estén de acuerdo con las cosas que hacemos como adulto, y de no poder tolerar el odio y la agresión de los hijos cuando uno los reta o castiga. Entonces se terceriza esta parte de la crianza. No solamente a los abuelos; muchas veces es a la profesora e incluso en otros niños.

Luciano Lutereau: La reducción de la parentalidad a la figura del padre y la madre supone ir podando todo un árbol, donde están los abuelos, los tíos, los amigos de los padres. La crianza o el acompañamiento tradicionalmente implicó un sostén mucho mayor. Por lo general creemos que el padre o la madre tienen que ser figuras que sepan y ahí hay un cambio propositivo: el padre o la madre debería ser alguien que se apoye en otros antes que alguien que tiene que saber.

» Ahí aparece un efecto de neurosis parental, que son estos padres que creen que ocupar bien el rol significa saber todo sobre el hijo. En la medida en que, si uno sabe todo sobre el hijo, implica algún tipo de garantía. “Si es mi hijo, cómo no voy a saber todo lo que le pasa”. Lo cual, muchas veces lleva a que los niños no quieran contarles cosas a los padres. El padre pasa a buscar al hijo por la escuela, le pregunta cómo le fue y la respuesta es: “No me acuerdo”. Claramente se juega algo de empezar a construir la intimidad. Si el adulto no se abstiene de saber ciertas cosas, la única resistencia posible es esta especie de amnesia forzada.

» Esto se relaciona con una segunda cuestión, que tiene que ver con lo difícil que es culturalmente aceptar que no podemos hacer mucho para que nos amen. Lo cierto es que uno es completamente impotente para producir amor; no hay manera de conseguir a través de un acto que alguien nos ame. Y, por supuesto, que con los hijos ocurre también: uno no puede hacer nada para que los hijos lo amen y eso para los padres es muy desesperante. Los padres de mi generación quieren ser amados por los hijos y quieren que los hijos les digan que los amen.

» Por eso, este libro apunta a esos momentos en que los padres estamos un poco solos al tomar algún tipo de decisión. El ejemplo típico es cuando hay que regañar a un hijo y a veces los padres nos quedamos peor que ellos y uno que se queda pensando “¿No se me habrá ido la mano?”. Si el libro tiene una línea es la de pensar que ese conflicto no se resuelva culposamente. El libro, en un punto, es una especie de antirreceta, de antirrespuesta. No dice qué hay que hacer; más bien trata de buscar cómo recuperar la palabra en la relación entre padres e hijos: cómo hablan los niños, cómo escucharlos hablar. Muchas veces el efecto de angustia surge de que nos cuesta mucho escuchar a los niños y, al mismo tiempo, cómo hablarles.

Trinidad Avaria
Trinidad Avaria

Los padres separados: la función parental y el erotismo

Luciano Lutereau: Mientras que hace cuarenta años la edad promedio para tener hijos rondaba los veintipico, hoy en día en términos generales, está más bien cerca de los treinta y cinco. Eso implica un movimiento muy grande respecto de la edad reproductiva y, al mismo tiempo, del modo de consolidar pareja y el armado de familia. Muchas veces el lugar del hijo está establecido en función de que la pareja no se organizó para otra cosa más que para tener al hijo.

» Ahí aparece un punto sumamente importante. Las parejas, de alguna forma, que se basan en la parentalidad reprimen su conyugalidad. Uno podría plantear una distancia entre lo que es una pareja conyugal o erótica y una parental. En algún momento tuvo cierto auge el ensamblado de familias; hoy en día la tendencia más común es la de padres separados que son padres de tal día a tal día y entonces en esos días quedan absorbidos completamente por su función parental y el resto de los días de la semana tienen una vida erótica.

» Es interesante pensar que eso muestra el problema que las funciones parentales no están pensadas como eróticas. Las funciones parentales suponen una creciente deserotización. Aunque haya cambiado completamente la configuración parental de cincuenta años a esta parte, sigue siendo un problema pensar que madre y padre son funciones que suponen un erotismo. Decimos “función materna” o “función paterna” para que no quede anclado en una persona, y creo que cuanto más decimos que la función parental es una función simbólica más reprimimos que son funciones basadas en la sexualidad.

» Sé que decir esto genera un tipo de conflicto o de malestar, porque decir que la sexualidad está adentro de la crianza todavía genera un escándalo. Algo que Freud pensó hace más de cien años todavía sigue siendo muy escandaloso. Entonces, tenemos que pensar es una sexualidad distinta o que no es una sexualidad tan sexual y buscamos eufemismos porque erotizar las funciones parentales se nos vuelven muy disonantes. Yo creo que ese es un gran problema.

Trinidad Avaria: La propuesta de cómo recuperar el placer de criar tiene que ver con erotizar la crianza, en algún nivel. En el erotismo el tiempo corre de otra manera. Es todo lo contrario al apuro, al reloj, a lo que tengo que hacer después, a la ansiedad. Es un tiempo en el que uno dice que ojalá durara para siempre. En el epílogo del libro, el placer tiene que ver con la recuperación de la palabra y con un tiempo donde uno no quiere estar en otro lugar que no se ese. No tiene que ser todo el tiempo así; eso ya sería establecer un ideal y otro mandato más, pero sí a ratos.

» Una de las propuestas tiene que ver con recuperar una idea de Françoise Dolto, una psicoanalista francesa, y es que nuestros hijos nos conocen cuando nosotros ya somos grandes. A mi primera hija la tuve a los treinta. Un tercio de mi vida —espero— había pasado cuando Leonor y yo nos conocimos. A ella le entretiene mucho que yo le cuente cosas que hacía cuando era chica, cosas que pasaban en el país cuando yo tenía 18 o 20, ver fotos. Mi hija chica, la Rosa, se enoja muchísimo cuando la Leonor habla como adulto: “No te da vergüenza”, le dice. Se resiste a pertenecer a esta casta inferior que somos los adultos. La grande quiere crecer. Para un niño, estar en el mundo es ver que hay un mundo más allá de ellos y que su deuda de vida no es amar a sus padres, sino que es una deuda hacia delante: es devolverle hacia el futuro, hacia generar algo más. No se les puede estar pidiendo a los hijos que sean eternamente la alegría del hogar y que “Si no fuera por ti mi vida sería una miseria”. ¡Pobre niño! “Te adoro, eres una parte muy importante en mi vida, pero hay más. Y los miércoles las mamitas salimos”.

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