Dice Darío Wapner que la “singularidad solitaria” del poeta Matías Moscardi concibió un libro que en su concreción son, básicamente, dos. El primero resulta de la voluntad de dedicar a la “máquina infante” una obra que explique a la gente pequeña quién fue el filósofo Gilles Deleuze, y la utilidad de su obra y hallazgos. El segundo es aquel que puede prescindir de esta premisa y funciona como una máquina poética de gran riqueza y dinamismo.
Ambos libros funcionan en simultáneo, en paralelo y en serie, no desaparece el uno en el otro, y cuando finalizamos su lectura nos sentimos como después de haber transcurrido por una fiesta. Un libro de ida y vuelta, exigente pero entretenido, con su poema del entusiasmo que proyecta luz a sus moléculas tan ricas, y sea así un gusto volver a ellas para pensarlas otra vez.
En un nuevo encuentro del ciclo Experiencia Leamos, Matías Moscardi, docente, poeta e investigador, habló de El gran Deleuze. Para pequeñas máquinas infantes (Beatriz Viterbo Editora). Moscardi describió la génesis y características de este curioso “artefacto”, que aprovecha la materialidad de un libro para engendrar un dispositivo-juego, inclasificable desde lo genérico, inspirador y cautivante, para todo tipo de públicos, pero especialmente dedicado a las infancias y la literatura infantil y juvenil, con referencias que van de Lewis Carroll a Peter Pan.
Una verdadera “feria de atracciones” que invita a sumergirse en el pensamiento del filósofo francés de un modo interactivo, lúdico y ligado a los afectos.
Los siguientes son fragmentos de la charla que puede verse completa en Experiencia.Leamos.com
—Solemos conocer a esta gran dupla de la filosofía, Gilles Deleuze y Felix Guattari, uno de la mano del otro. Pero aquí aparece sólo Deleuze: ¿cuál es la propuesta en El gran Deleuze?
—El libro intenta recuperar las figuras que trabajaron juntos Gilles Deleuze y Felix Guattari. Sobre todo me concentré en tres de sus libros: El AntiEdipo, Mil mesetas y Qué es la Filosofía. El libro propone un recorrido por esas figuras: las multiplicidades, el rizoma, la rostridad, las máquinas, el devenir animal, lo molecular, etc., a partir de una trama asociada a un relato que es como una novela de aventuras que tiene por protagonista un mago de dos cabezas, que a lo largo de su vida cotidiana va haciéndose ciertas preguntas y resolviéndolas a través de conceptos. La idea era no explicar, en el sentido pedagógico, sino narrarlo, poetizarlo, cambiarles el lenguaje, de la filosofía al de la literatura infantil.
—Podemos pensar que la literatura infantil es uno de los géneros que más se parece a la filosofía y a la poesía, tal vez porque comparten su inefabilidad, pero ¿cómo se hace para transmitir conceptos tan complejos, como el de “rizoma”, sin degradar las ideas?
—Fue uno de los grandes desafíos del libro. Es interesante, porque revisando los libros de Deleuze y Guattari, me encontré con que El AntiEdipo, que de subtítulo tiene “Capitalismo y esquizofrenia”, empieza con una imagen de Richard Lindner, “Niño con máquina”. Y el gran personaje del libro va a ser el niño, como personaje conceptual. Los niños atraviesan el libro entero, están constantemente. Después de escribir el libro, me di cuenta que la gran relectura que hacen ellos, que tanto Edipo, la figura que vertebra el psicoanálisis más ortodoxo, como el capitalismo, como el mundo de los adultos, el mundo del dinero, que también es el mundo de la falta, vienen instalados como un “sistema operativo” de la computadora, que nos lo impone la máquina social. En El AntiEdipo, el niño es justamente una persona que resiste esta figura del capitalismo que instala la falta como motor del deseo, la lógica del dinero, etcétera. En el niño, hay algo inherente, que parece ser resistente a todas estas lógicas. Como si el niño habitara otro tipo de orden –como el desorden habitual de su habitación, la mochila, la casa– que no es el orden jerárquico, sino más de superficie donde todas las cosas se encuentran relacionadas entre sí. De hecho, hay una escena al comienzo de Peter Pan, en donde el narrador dice que los adultos se meten a la noche en el cuarto de los niños “y les ordenan las ideas”. Justamente, una metáfora “particionista” del pensamiento. Toda esa lógica del orden proviene de lo que en el libro se habla como el mundo de los “adultos adultizados”.
> Leer El Gran Deleuze en Leamos
—¿Cómo aparece Lewis Carroll en el libro?
—Deleuze era un gran lector de Lewis Carroll y un gran lector de la literatura infantil. Aparece mucho en su obra y en la que hace junto a Guattari. Los niños suelen venir en auxilio de algún problema conceptual que tiene que resolver. Y ahí está. Si uno lee Alicia en el país de las maravillas o Alicia a través del espejo, los diálogos son complejísimos, el famoso diálogo con Humpty Dumpty, pero muy graciosos: si los leés en voz alta, no es una lógica de la argumentación ni de la racionalidad, tiene una lógica propia, que es lo que Deleuze llama “la lógica del sentido”, que sería del sinsentido. El sentido y sinsentido son hermanos muy cercanos... El chiste y ese tipo de registro se vive, se experimenta, no sólo desde lo intelectual, sino desde un montón de otras cosas que se activan en el momento de la lectura, como lo afectivo, la risa, el cuerpo, el ritmo, la velocidad, la intensidad... son fundamentales. Entonces, me parece que Lewis Carroll y la literatura infantil ponen a resonar un tipo de lenguaje, de músico, de ritmo.
—¿Y cómo ingresa todo ello en tu libro?
—Mi libro tiene párrafos muy cortitos, un ritmo bien aireado; pensé mucho cómo iba a disponer el texto: pasa de la poesía a la prosa, la poesía de pronto está centrada, o alineada a uno u otro margen, o armado como un poema de vanguardia, oscilando, que no se define por ninguna posición fija: no es prosa, no es poesía, no es ensayo filosófico, va haciendo el ritmo del mar, otra de las grandes figuras del libro, con la lluvia: las dos figuras importantes para el pensamiento deleuziano, movimientos “fluviales”, una inteligencia de las cosas, siguiendo al poeta William Carlos Williams.
> Leer Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll
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