Era un secreto a voces; aunque cada vez con más voces y cada vez menos secreto. Si aún le faltaba algo para tener el reconocimiento con la magnitud que merecía, la semana pasada Martín Felipe Castagnet fue señalado por la prestigiosa revista inglesa Granta como uno de los mejores veinticinco escritores latinoamericanos sub-39.
Conocido por dos novelas asombrosas, Los cuerpos del verano (Factótum, con la que obtuvo el VII Premio a la Joven Literatura Latinoamericana otorgado en Francia) y Los mantras modernos (Sigilo), es autor también de un breve libro de memorias en el que conjuga su infancia y adolescencia con el fanatismo por el club Gimnasia y Esgrima de La Plata. Un golpe en el pecho antes de salir a jugar, tal es el título, cuenta la infancia y la adolescencia de Castagnet con el marco del equipo dirigido por Carlos Griguol que mereció conseguir el campeonato de fútbol de primera división.
El libro forma parte de la colección digital Quiero verte otra vez —dirigida por María Belén Marinone y Matías Bauso— y es contenido exclusivo de la plataforma Leamos.com.
>> Leer Un golpe en el pecho antes de salir a jugar, de Martín Felipe Castagnet
“Es un libro de memorias que no se trata de un recuerdo específico, sino de la manera en que nos vinculamos con nuestros clubes”, dice ahora Castagnet en diálogo con Patricio Zunini en el ciclo Experiencia Leamos. Sigue: “Es un libro que, como todos los de esa colección, bien se podría leer en otros países. Los libros que cuentan la educación sentimental vinculada con el fútbol son necesariamente universales. No importa el color de la camiseta. Hay algo en la experiencia de formar parte de algo más grande que uno, de estar en una especie de familia sustituta”.
—En ese sentido, tu libro se vincula con, por ejemplo, el de Silvina Giaganti, que, para la misma colección, escribió sobre Independiente.
—Ahora lo tengo muy presente a Carlos Timoteo Griguol, que está internado, y fue el gran factótum de aquel Gimnasia… ¿puedo decir ganador?... de los años 90. De aquel equipo que cosechó tantos subcampeonatos, que también es una forma de ganar. Yo hago un repaso de esos años, pero no como una mera estadística en el libro, sino que los pienso en relación a mi infancia. Me crie en un barrio en las afueras de La Plata que se llama City Bell, que ahora es más conocido porque se está volviendo un polo gastronómico —y es interesante para un escritor cómo se producen las transformaciones, cómo cambian las personas y los lugares—. Me di cuenta de que no solo tenía un montón de cosas para decir como hincha de un equipo sufrido como Gimnasia, un equipo que gana en la derrota, sino también del lugar en el que me crie. El City Bell de calles de tierra y chicos en bicicleta y en las plazas, que es una vida que se está perdiendo. Escribir me sirvió para hacer una reflexión de lo que significó criarse a medio estribo, con un pie en la ciudad y un pie en el pueblo. Yo soy novelista y el acto de escribir novelas suele estar ligado a la imaginación, no a lo autobiográfico. Nunca pensé que iba a escribir un libro de memorias; me sorprendí a mi mismo.
—Hay dos equipos de Gimnasia que van a quedar en la historia. ¿Te quedás con el de Griguol o el de Diego?
—Maradona admiraba a Griguol. Creo que lo que más aprecio de él es cómo llevaba el fútbol más allá del fútbol. Hacía que los jugadores fueran personas. Griguol terminó siendo muy importante para Gimnasia, porque lo hizo revincular con el lema del club: Mens sana in corpore sano. Algunos críticos dicen que ese antiguo lema romano lo usó también el fascismo, pero ese lema muestra lo mismo que hizo Favaloro —nuestro hincha más famoso—. Con Griguol teníamos un cuerpo sano para jugar bien al fútbol y una mente sana para formarse como persona. Con sus enseñanzas, Griguol mostró que se podía tener una vara moral y al mismo tiempo hacer grandes equipos de fútbol. En ese sentido, lo pienso desde mi lugar de escritor y de docente. Recuerda que Bielsa, otro gran admirador de Griguol, cuando empezaba a dirigir, le preguntó cómo había hecho para convertirse en un gran técnico. Y Griguol le dijo que agarrara un grupo de chicos y creciera con ellos. Eso es un verdadero docente. Ese consejo de Griguol me parece conmovedor y supera al fútbol.
La fe en la tecnología
Los cuerpos del verano y Los mantras modernos son dos novelas que pueden leerse en sistema, como si fueran el Lado A y e Lado B. Las dos exponen una fe en la tecnología, se relacionan con ella —en una la muerte es abolida gracias a vivir en la red, en la otra las apps hacen que los seres humanos vivan conectados perpetuamente— y la plantean en relación al problema del cuerpo: el intercambio en una, el ocultamiento en la otra.
—¿Por qué hacés de internet un género fantástico?
—Me quedó grabada la frase que decís de la fe en la tecnología. Creo que esa frase sería un excelente título para resumir lo que busco en estas dos novelas y en una tercera que se va a publicar a comienzos del año que viene por Sigilo. Esta especie de trilogía involuntaria se resume bien en la fe en la tecnología porque, al igual que la fe, hay algo imperfecto. La fe está fundada en el misterio: hay algo que no se puede explicar y se tiene que ver. Nuestra relación con la tecnología no viene precisamente por el lado de la ciencia; por algo yo no escribo ciencia ficción dura. Yo escribo la ciencia ficción desde el lado de los usuarios. No es la ciencia ficción de los años 40 y 50, donde autores como Asimov pensaban los circuitos detrás de las máquinas. Yo hablo de un tipo de fe en la tecnología. Y, como decía antes, la fe depende del misterio y muchas veces falla. Trabajar internet como fantástico es una forma de ver a la tecnología como parte de la literatura fantástica. O verla como religión, que es en el fondo lo que significa tu propuesta de lectura. Creo que hay algo que radica en ese misterio que cada vez nos liga con esta multitud de aparatos que regulan nuestra vida, que nos hace ser adictos, que nos hace sentir que estamos metidos.
—En Los mantras modernos, la gente, en lugar de hacer el culto a la imagen, como pasa hoy con Instagram, desaparece. ¿Por qué?
—La desaparición en tanto imagen es algo que ya exploraba desde el primer párrafo de Los cuerpos del verano. Sentí que ameritaba una novela propia pensada desde el tacto. Vivimos en una sociedad completamente iconográfica y audiovisual. Quería pensar una novela sobre, como dijo Pablo Maurette, El sentido olvidado. Lo menciono porque porque ya había escrito Los mantras modernos cuando me encontré con que alguien había hecho lo mismo que yo, pero desde lo ensayístico. Dedicarle un libro al tacto, a un sentido esencial que está muy relacionado con la tecnología, porque aunque la virtualidad llevó todo a lo audiovisual, la tecnología tiene que ver con las pantallas táctiles y los aparatos materiales que efectivamente tocamos, enchufamos.
—Pero a la vez, esa palabra, desaparecidos, en la Argentina no se puede decir ingenuamente.
—En mi familia hay un desaparecido: Roberto Daniel Castagnet, de La Plata. Hace poco, buscando información sobre él, supe que secuestraron y desaparecieron a la novia y también a la hermana de la novia, que, afortunadamente, pudo sobrevivir y se exilió en Francia y vive en una ciudad donde yo estuve. Me dejó atónito que una testigo directa de todo eso esté en un lugar en donde estuve y al que puedo volver. Cuando escribía el libro, la idea primigenia fue que la gente desaparecía. Literalmente. ¿A la gente que desaparece cómo se la llama? Desaparecidos. Primero pensé que no podía escribir eso. Y después pensé que mi manera de encarar la literatura es volver reales las metáforas —literalizar las metáforas—, y que los desaparecidos históricos también eran una metáfora. No desaparecieron: fueron secuestrados, torturados, asesinados, mutilados, enterrados en fosas comunes o lanzados al río. Decir que alguien está desaparecido es precisamente usar la metáfora de los genocidas para invisibilizar el hecho de decir que fueron secuestrados, torturados y asesinados. Si yo le tengo miedo a una palabra es porque esa palabra está cargada y requiere que se la use. Los escritores son los que pueden tomar esa palabra y cambiarle el sentido cristalizado que tiene. Quién si no el escritor para sacudir las cosas, para que nos vuelvan a resonar, para que deje de estar petrificada y vuelva a tener vida. Entendí que, de una manera honesta conmigo mismo tenía que usar esa palabra y que, desde las contradicciones, sirviera para pensar los discursos en conflicto que están detrás de las palabras.
—Hay dos intereses tuyos que uno como lector te conoce: J.D. Salinger y literatura japonesa. Podría decirse que tanto en Los cuerpos del verano como en Los mantras modernos, ambos son claves tenues pero identificables.
—Dentro de la literatura, yo trabajo tres o cuatro temas: la ciencia ficción y el fantástico, la industria editorial, la literatura norteamericana y la literatura japonesa. Efectivamente, Nueve cuentos, el libro de Salinger que recopila sus relatos tiene un epígrafe que es un koan zen de la tradición japonesa. El koan es un acertijo que no busca una respuesta lógica sino lo contrario. Salinger trabaja la idea del silencio y el vacío, y la imagen de los patos en el Central Park que aparece en El cazador oculto es la manera de reformular desde lo local el viejo koan. Disfruto mucho de estos autores y creo que todavía tienen mucho para decir. Descreo de las franjas etarias como le pasó a Salinger, que como escribió un libro con un protagonista adolescente y se lo consideró como literatura adolescente. Creo que los jóvenes pueden leer lo mismo que los viejos y los viejos lo mismo que los jóvenes. En lo personal, lo que intento sacar de Salinger y de algunos autores de la literatura japonesa es el trabajo con los ancianos y los niños. Son obras que logran ser paradigmáticas y yo disfruto escribiendo sobre personajes así.
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