Autor de Ética para Amador, La tarea del héroe, La peor parte y una profusa obra que convoca a miles de lectores en todo el mundo, el filósofo Fernando Savater estuvo invitado en el ciclo Experiencia Leamos, que la plataforma Leamos.com organiza como beneficio exclusivo para sus suscriptores, y a lo largo de una hora habló de los grandes temas que atraviesan a la humanidad —la libertad, la seguridad, la educación, la salud— y que, en cada época, necesitan ser revisados.
Algunas de sus frases:
“Vivimos esta epidemia como si fuera una novedad y las epidemias han existido a lo largo del tiempo. La historia humana está jalonada de epidemias, de encierros y mortandades”.
“Nunca me pregunto por lo que va a pasar sino por lo que vamos a hacer”.
“El capitalismo es cómo llaman a la sociedad los que no saben en qué consiste la sociedad”.
“La verdadera educación es la presencial”.
La charla tuvo como plataforma de despegue la novela El traspié (Anagrama), en la que Savater imagina un diálogo entre Arthur Schopenhauer y una joven artista, Elisabeth Ney, que le hizo un busto. El libro da cuenta de cómo el pensamiento del filósofo, caracterizado habitualmente como pesimista y misógino —una de la frase que más se recuerda de Schopenhauer en este sentido es la de que las mujeres son animales de cabellos largos e ideas cortas—, se pone a prueba con una artista sensible, inteligente que lo confronta y lo pone en cuestión.
—Antes de meternos en El traspié, el libro que tiene como protagonista a Schopenhauer, le propongo un rodeo previo: Borges, como sabemos, era un gran lector de Schopenhauer. ¿Qué toma de El mundo como voluntad y representación?
—Efectivamente Borges tuvo dos mentores filosóficos a los que leyó mucho, que fueron Spinoza y Schopenhauer. Schopenhauer fue un filósofo leído por los no filósofos. Era leído por escritores y artistas. Pensemos que era el único de los grandes filósofos que, en vez de pensar que nosotros estamos mal pero el universo está bien hecho, él pensaba que el universo era malo.
—Schopenhauer decía que los hombres padecemos un desastre que es cosa del cosmos.
—Normalmente los filósofos piensan que el ser humano se ha desviado del mundo armónico, divino, natural y lo que tenemos que hacer es recuperar nuestro lugar allí. Mientras que Schopenhauer, en cambio, piensa que este mundo es cruel, violento, de deseo perpetuamente insatisfecho y que los seres humanos haríamos bien en desligarnos de ese mundo y rechazar toda voluntad que nos exija continuar por el camino del deseo y el dolor. De alguna manera enlaza con la filosofía oriental, con el budismo.
—En la nota previa de El traspié, dice en un paréntesis que le preocupa un poco menos la posteridad que la memoria de la computadora. Con la salvedad de que “un poco menos” no significa “nada”, pero ¿se puede hacer filosofía del presente sin pensar en el futuro?
—Nunca hablamos más que en el presente. Lo que dijo Benedetto Crocce sobre la historia —que toda historia es historia actual— es verdad. Toda historia y toda filosofía son del presente. Por mucho que hablemos de los griegos, de los presocráticos, estamos hablando del presente. Por eso, esa piececita mía responde a preocupaciones del presente, de aquel momento de la España posfranquista y de los primeros años de la transición democrática.
—Hay una idea que recorre El Traspié, que nació que como guion televisivo y luego llegó al libro en un formato que respeta el guion y es puro diálogo. ¿Por qué después de tantos siglos, el diálogo sigue siendo la mejor forma para hacer filosofía?
—El diálogo es la forma filosófica preferida de Platón, que fue un poco el inventor de este asunto que es la filosofía. Porque Platón decía que no se podía escribir la filosofía, que la filosofía era lanzar una idea y que esa idea se desarrollara en otras mentes y que, a su vez, estas nos devolvieran el eco de la idea y así continuáramos permanentemente. Platón rechazaba la idea de escribir textos filosóficos porque escribir, aunque sea un diálogo, es una trampa. El diálogo está escrito por una persona que sabe las dos partes del diálogo; es como una partida de ajedrez donde eres los dos contendientes. Lo perfecto sería que el diálogo fuera real, pero lo más parecido a esa dinámica permanente del pensamiento, es reflejarla en forma de diálogo. Eso es lo que hizo Platón y de alguna manera se ha conservado.
—¿Qué tiene que aprender el filósofo del artista y qué tiene que aprender el artista del filósofo?
—Para Schopenhauer el arte era muy importante porque era la reproducción del mundo violento, del deseo de muerte, de la insatisfacción permanente, en una forma no agresiva para el sujeto. Todos admiramos la vida cuando la vemos reflejada en el arte, pero no queremos vivirla cuando estamos en la realidad. El arte ofrece una imagen beatificada que, en el fondo, es atroz. El arte es muy importante porque es la forma que podemos darle a la realidad sin ser dañados por ella. Es como el escudo que utilizó Teseo para luchar contra la Gorgona. Como no la podía mirar directamente, la ve reflejada en el escudo.
—Volviendo a Borges, en el prólogo de Nueva refutación del tiempo, cuando hablaba de su antepasado Juan Lafinur, dijo: “Le tocó, como a todos los hombres, malos tiempos por vivir”. Esa frase, que podría haber dicho Schopenhauer, se nos hace carne con la pandemia del coronavirus.
—Esa idea que es plenamente schopenhaueriana nace de constatar que todos los seres humanos hemos creído que vivíamos en mala época. Todos creemos que los demás han tenido más suerte y que en el pasado o en el futuro se vivía o se vivirá mejor, mientras que nosotros hemos tenido la mala suerte de nacer en un momento en el que hay violencia, avaricia, egoísmo, epidemias. Pero esa misma convicción la han tenido todos los seres humanos en todas las épocas. Vivimos esta epidemia como si fuera una novedad y las epidemias han existido a lo largo del tiempo. La historia humana está jalonada de epidemias, de encierros y mortandades.
—Hace unos meses, Alvaro Vargas Llosa le hizo una entrevista y hablaron de la libertad individual y la libertad colectiva. Pensando en el himno argentino, que clama por la “libertad, libertad, libertad”, y la Marsellesa, que habla de “libertad, igualdad, fraternidad”. ¿En qué lugar de la escala de valores queda hoy, en medio de la pandemia, la libertad?
—Libertad y seguridad son dos caras de la misma moneda. Naturalmente queremos libertad, pero desde la seguridad. Nosotros quisiéramos tener la libertad de no estar luchando por nuestra vida o por situaciones agónicas. Por lo tanto, si hay una epidemia no queremos una libertad basada en los contagios, en que personas irresponsables nos contagien. Queremos una libertad a partir de haber acabado con la epidemia, de vacunarnos. La libertad siempre tiene como reverso la seguridad. Eso pasa en la epidemia y en la vida cotidiana. De ahí la necesidad de las leyes y las regulaciones. Las leyes no son límites de la libertad, sino son puntos de apoyo de la seguridad a partir de los cuales desarrollar nuestra libertad.
—¿Cómo entra la democracia en ese juego de libertad y seguridad?
—La democracia es el sistema de las libertades. En otras épocas la seguridad estaba garantizada por un poder omnímodo en las manos de un rey o de dictador, que administraba la seguridad. En ese caso, el único libre era el que garantizaba la seguridad de los demás. En la democracia, nos arriesgamos a ser todos libres y a compartir la tarea de asegurarnos unos a otros. Por eso en la democracia, el guardián de la seguridad de los demás es cada uno de nosotros. No podemos ocuparnos de nuestra libertad desdeñando la de los otros. Ese es el juego democrático.
—Hace unos años, Marc Augé escribió un ensayo con el título El futuro. Allí decía que él sabía que no iba a ver el futuro, pero que igual podía imaginarlo. Si hoy usted escribiera sobre el futuro, ¿cómo lo imaginaría?
—Imaginar el futuro es una tarea inútil porque siempre ocurre lo inesperado. André Maurois, un escritor francés que en mi juventud era muy leído, tenía un libro que se llamaba así: Siempre ocurre lo inesperado. Eso es una norma. Hoy, cualquiera de nosotros maneja una serie de instrumentos y de aparatos que hace unos años era inimaginable. James Bond manejaba en las primeras películas unos aparatos que eran mucho más ingenuos y sencillos de los que usamos nosotros hoy en día. Un teléfono celular es infinitamente más ingenioso y más raro que todo lo que manejaba él. Los cambios nunca han ocurrido donde creíamos que iban a ocurrir sino en otros lugares. Por eso nunca me pregunto por lo que va a pasar sino por lo que vamos a hacer. La pregunta adecuada es qué vamos a hacer para que lo que creemos mejor prospere y lo que creemos peor se aparte o se cancele.
—Martín Caparrós dice que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Si hablamos de libertad, de democracia, es imposible no hablar de la economía. ¿De qué forma la pandemia alteró la idea del mundo globalizado?
—No alteró la idea, sino la práctica. Las epidemias atacan siempre la parte social de los humanos. La parte de comunicación, de cooperación. Una empresa es una cooperación de seres humanos y la irrupción de la epidemia corta el carácter empresarial de la vida. Las epidemias no son simples enfermedades, porque tienen una trascendencia social. Uno de los pensadores sobre la virología, Virchow, decía que fue las epidemias son sucesos sociales con algunos aspectos médicos. Entonces, no es que tengamos ideas nuevas, sino que no podemos llevar a la práctica las que tenemos. Por eso, cuando la gente se empeña en decir cómo será el nuevo mundo, yo quiero tener el mundo de antes. La epidemia no va a mejorarnos, no va a traernos la luz, no va a acabar con el capitalismo. El capitalismo es como llaman a la sociedad los que no saben en qué consiste la sociedad. Para los ingenuos, el mundo cruel es el capitalismo.
—En pocos días van a comenzar las clases y aquí hay un debate político y social acerca de si los chicos pueden o no volver al aula. ¿Cuál es hoy el valor de educar?
—Una cosa es la prudencia que debemos tener frente a la pandemia, frente a la enfermedad. No tengo conocimientos médicos suficientes y comprendo que las aulas van a ser lugares de posibles infecciones. No sé si hay que volver a la educación presencial con una serie de medidas de seguridad o todavía se debe esperar un poco más. Lo que es seguro y me parece importante, es que todos los medios de educación telemática tienen que ser transitorios. La educación realmente es presencial. Siempre. Nunca aprendemos a vivir más de que de otro ser humano. La educación es un ejercicio cuerpo a cuerpo, como el amor. No se puede hacer solo virtualmente. Insisto que no tengo conocimientos suficientes para saber si es prudente volver a las clases presenciales o continuar con unas clases por internet. Pero es importante saber que la verdadera educación es la presencial. No se puede pensar que vamos a educar a los niños como alumnos de una pantalla y no alumnos de una persona.
—Hay una palabra que seguramente a Schopenhauer le pondría los pelos de punta: “optimismo”. ¿Se puede pensar con optimismo el presente y el futuro? ¿Se puede revisar el pasado y seguir siendo optimista?
—Yo creo que hay un cierto malentendido en torno al optimismo y al pesimismo. El que tuvo una imagen negra del mundo era un optimista como Leibnitz, que creía que este es el mejor de los mundos posibles. Pero, hombre, ¡no sea pesimista! ¿No hay un mundo mejor que este? Por lo menos Schopenhauer piensa que es el peor de los posibles; si este es el mejor de los mundos posibles, ya estamos perdidos para siempre. Hay una milonga argentina que dice “muchas veces la esperanza son ganas de descansar”. El pesimismo inactivo y el optimismo que dice ya se resolverán las cosas solas son formas de pereza. Yo recomiendo que sea pesimismo u optimismo, pero que sea activos. No se pregunten qué va a pasar sino qué vamos a hacer.
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