Tomás Abraham: “Si hay algo que me aburre es hablar de las redes sociales”

En su nuevo ensayo, “Aburrimiento y entusiasmo (y otras cuestiones filosóficas)” —contenido exclusivo de BajaLibros y Leamos—, el filósofo argentino hace un recorrido de su historia personal a la vez que plantea una defensa de la filosofía como eje del pensamiento contemporáneo.

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Tomás Abraham
Tomás Abraham

¿Qué es el aburrimiento? ¿Qué significa aburrirse? ¿Cuáles son sus causas? ¿Por qué divertirnos puede ser aburrido? ¿Cuál es la relación entre el entusiasmo y la filosofía? ¿Cómo se piensa hoy al aburrimiento; cómo al entusiasmo? En su nuevo ensayo, Aburrimiento y entusiasmo (y otras cuestiones filosóficas) —que se publica en formato digital y puede leerse en BajaLibros y en la plataforma Leamos.com—, Tomás Abraham parte de estas y otras preguntas, y, desde allí, propone un muy interesante análisis sobre la actualidad.

Es un libro urgente, pero no apresurado. Los filósofos saben que no hay que correr detrás de los tiempos que corren, sino que a la realidad hay que analizarla, estudiarla, asediarla, ponerla a prueba. Con la tensión entre aburrimiento y entusiasmo, entonces, Abraham elabora un recorrido personal —muy provocador, por momentos— en donde se pregunta por las drogas recreativas, la relevancia de Michel Foucault, a quien considera su maestro, el rol de Freud y el psicoanálisis en los últimos cien años, la situación de la economía globalizada, el resurgimiento de China.

"Aburrimiento y entusiasmo (y otras
"Aburrimiento y entusiasmo (y otras cuestiones filosóficas)", de Tomás Abraham. Contenido exclusivo de Bajalibros y Leamos.com

El ensayo es una gran defensa del ejercicio del pensamiento, de la libertad y el entusiasmo que provoca. Pero no es una invitación a pensar:

—No se invita a pensar —dice Tomás Abraham, ahora, en diálogo con Infobae—, sino que se provoca el pensamiento con la contradicción, y la dificultad. Si contradigo a alguien, se molesta porque algo y alguien lo despoja de un poder. Debe buscar palabras, elementos para recuperarse. Un asunto de dignidad. Así nació la filosofía en Atenas, con el Oráculo, el desafío entre un candidato a la sabiduría y un enviado de los dioses, brujo o pitonisa. Pensar duele.

¿Por qué?

—Porque da trabajo, porque no respeta nuestras creencias, porque demuele prejuicios, porque nos pierde. Pero también es lo que nos permite abrir nuevos espacios, romper candados, y viajar con la mente. Implica esfuerzo, estudio, investigación. Nadie puede meternos sus pensamientos en la cabeza, porque dejan de estar vivos: nos mete consignas, lugares comunes, palabras aduladoras aún con mímica rebelde; son leche muerta, cortada. Quienes se sientan para que les cuenten libros, les den miniaturas teóricas, les regalen palabras grandotas, se pierden el encanto de la filosofía. Estudiar, emprender el camino con un o una guía, y experimentar, de eso se trata. Pensar nada tiene que ver con la conciencia porque nos saca de la rutina, de la repetición. Pensamos cuando algo interfiere en nuestra cotidianidad, por un sobresalto. Es el inicio, la inquietud fundante, luego hay que darle forma, lo que lleva tiempo. Pensar es partir de una inquietud y trabajar una forma.

Nadie puede meternos sus pensamientos en la cabeza, porque dejan de estar vivos: nos mete consignas, lugares comunes, palabras aduladoras aún con mímica rebelde; son leche muerta, cortada

En el ensayo dice que el aburrido no siente su ser sino su estar. ¿Se puede pensar esta idea en relación al aislamiento que vivimos a causa de la pandemia de coronavirus? ¿De qué manera estar suspendidos en un lugar —la casa— modificó la relación con el aburrimiento?

—Heidegger, por su manía ontológica, todo lo lleva al “ser”; al menos le reconocemos que le da un lugar a un estado raro y no muy analizado en la filosofía. Uno “se” aburre porque “está aburrido”. Pero a veces pienso que hay quienes tienen el aburrimiento en el genoma: son los pusilánimes, esos que cualquier decisión los cansa y no arrancan más. No soy especialista en aburrimiento, me aburre el tema. Yo no me aburro, le tengo demasiado miedo a la muerte para aburrirme, siempre corro para que no me llegue. Soy tan puntual para las citas que llego antes para no esperar, absurdo porque siempre espero. Creo que el aislamiento angustia, y el aburrido zafa porque deja pasar el tiempo, lo vive al tiempo, le sobra. Al angustiado siempre le falta, y en el aislamiento no sólo nos falta el tiempo que se nos escapa, sino que también nos falta espacio.

¿Cómo se articula la serie aburrimiento, droga, entusiasmo?

—La droga nos levanta y, cuando se disipan sus efectos, nos bajoneamos. No hablo de adicción, ni de enfermedades. Las drogas se consumieron siempre porque son una fuente de alegría, y tienen su costo, como todo consumo. Tampoco hablo del narcotráfico y sus relaciones con la política. Ni de la falta de valores o de la ausencia de familia y otros lugares comunes de los puritanos que nunca hablan de los fármacos que consumen. Hablo de Baudelaire, por ejemplo, que habló del tema con talento y sin hipocresía.

Tomás Abraham (Foto: Franco Fafasuli)
Tomás Abraham (Foto: Franco Fafasuli)

Daría la impresión, que la oposición entre aburrimiento y entusiasmo es más provocadora que la que se plantea entre aburrimiento y entretenimiento. ¿Puede uno entusiasmarse y entretenerse?

—El aburrimiento nos llega cuando nos aburre divertirnos. Cuando ir a fiestas nos aburre, cuando ver un partido de futbol nos aburre, cuando las noticias nos aburren, cuando la política nos aburre. Porque siempre pasa “lo mismo”. La temporalidad del aburrimiento es la eternidad, nunca cambia nada, es el eterno presente. Como decía Witold Gombrowicz en Ferdydurke: la compota.

En el libro están los grandes filósofos: Platón, Spinoza, Schopenhauer, Nietzsche, etc. Si bien en el libro dice que no hay progreso de la filosofía, también señala que cada filósofo explica su propio presente. ¿Quién explica el nuestro? O, para decirlo en otros términos, ¿viene alguien después de Foucault?

—Foucault, pobrecito, no es Cristo, no diagramamos el calendario con un af y un df, por ejemplo, y como murió en 1984, vivimos en el año 37 de la era foucaultiana. Es gracioso. No hay “después” de ningún filósofo, nadie después de Platón. Nuestro presente no se explica con la filosofía porque es sencillamente inexplicable. No por eso es un misterio, sino una dispersión de la que formamos parte. Hay que tomar un atajo. O una inactualidad. Durante la pandemia escribí un libro sobre la matanza de judíos en Rumania, y ahora en la segunda ola me dedico a estudiar nuestra década infame, me refiero a la que va desde 1929 a 1943. Contribuye a pensar mi presente.

Las ideas nacen mientras leo pensamientos de otros y cuando escribo. No se piensa con los ojos cerrados y la mano en el mentón

¿Qué es para usted escribir: pensar, investigar, comunicar?

—Escribo para pensar, no pienso si no escribo. La escritura no es posterior al pensamiento. Las ideas nacen mientras leo pensamientos de otros y cuando escribo. No se piensa con los ojos cerrados y la mano en el mentón. Es una actividad dinámica compartida. No escribo para mí aunque no haya nadie. Nunca hay nadie pero no es para mí, me aburre hacerlo. Escribo para un lector desconocido y virtual. No tiene rostro.

¿En qué medida ser testigo del mayo francés lo formó intelectual y emocionalmente?

—En la medida en que los estudiantes como yo —fui testigo y partícipe— pudieron elegir. Hasta ese momento el discurso universitario manejado por una burocracia de mandarines y por patrones de cátedra, y la formación teórica de grandes amos del saber, brillantes sin duda, como Althusser y Lacan, que nos encorsetaban en teorías en las que el rigor esterilizaba y enmudecía, todo eso se rompió gracias al movimiento juvenil liderado por Cohn Bendit, y por filósofos como Foucault y Deleuze.

En el capítulo sobre Foucault destaca que toda verdad deriva de una fuente de autoridad. Me hace pensar —y entiendo que no tiene que ver con el objeto de la frase ni tampoco con el del libro—, en cómo operan las fake news y los relatos políticos en relación a esas fuentes de autoridad.

—Hablando de aburrimiento, si hay algo que me aburre es hablar sobre las redes sociales. No veo nada malo en que la gente comience a no creer en nada. Eso sí que invita a pensar.

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