Una asombrosa clase magistral. Así fue el encuentro que protagonizó en Experiencia Leamos el multifacético Julio César Crivelli —abogado, consejero de la Bolsa de Comercio, pero también coleccionista de arte, poeta, escritor, ensayista y actualmente presidente de la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes— en donde se ocupó de explicitar las claves ocultas entre la poesía de Jorge Luis Borges y la Biblia.
Crivelli comenzó señalando que “la Biblia es literatura sobre el lenguaje”: el lenguaje del Misterio, de un Dios sin Nombre, que paradójicamente, lo hace todo nombrando con la Palabra. Y el pecado de Adán hizo que se perdiera aquel lenguaje que poseía la Verdad y que se nos había sido dado para entendernos con Dios. De aquel lenguaje, señaló, nos quedó sólo el lenguaje de la representación: pura ilusión en la que vivimos, añorando el perdido Edén.
El Misterio y la metáfora
Después de la Caída, el único consuelo que nos queda es la metáfora: “nuestra única esperanza de culto frente al Misterio”. Ya que, mientras el lenguaje de representación nos permite cumplir las dos funciones del habla —comunicarnos y designar los objetos que componen el universo—, la metáfora es un “mensaje atrás del mensaje”: esas imágenes y esos conceptos tienen una magia inasible, como la de los enigmáticos mensajes de Hermes, el mensajero de los dioses griegos, o de los mensajes de los ángeles de Yahvé.
Esos mensajes herméticos son un enigma que nos confunde por estar “cifrado”, como diría Borges. Aunque eluden la falsedad de la razón, usan sus instrumentos y por lo tanto hay que “descifrarlos”. Pero, dijo Crivelli, oculta entre esas metáforas brilla la única Luz que nos quedó: una luz tenue, cansada, que apenas ilumina, que, sin embargo, nos aproxima al Misterio.
Con esta propuesta como Norte, Crivelli señaló que “Borges también construye su propia literatura sobre los dos lenguajes” y, al igual que la Biblia, su referencia siempre será la falsedad del lenguaje de la representación, y al mismo tiempo, la necesidad que tenemos de esta falsedad para sobrevivir. Borges no cree en un dios, pero tiene la humildad propia de los sabios y comprende o avizora que el Cosmos no nos ha sido dado aquí, que todo lo que nosotros pensamos que es un orden, es, en realidad, ilusión. Cada vez que puede, Borges se acerca al abismo y queda fascinado y horrorizado por el Misterio.
Borges y la Biblia
En la charla Crivelli se ocupó de mostrar las referencias que Borges hace de la Cábala, del Libro de Job, del Eclesiastés, del Génesis y Caín y Abel, de Adán y de Cristo. Casi como cumpliendo una serie borgiana enumeró del poema dedicado a Rafael Cansinos Assens, en el “Gólem”, en “La Vindicación de la Cábala”, en “Del Culto a los Libros”, etc.
Pero no son solo las referencias directas a la Biblia las que muestran el vínculo que desarrolló Borges con las Sagradas Escrituras. Borges no cree en dios, pero tampoco en la “creación” de los hombres. No podemos crear nada, porque la creación “ex nihilo” tiene su punto de partida en la nada infinita. Por lo tanto, según Borges --dijo Crivelli--, solo podemos “inventar”, o sea transformar, recordar lo que ya existe. De modo que, como en “Pierre Menard, autor del Quijote”, cuando creemos que ponemos algo nuevo en el mundo, cuando creemos que “creamos,” sólo repetimos algo que existió y que hemos olvidado.
Para Borges sólo somos amanuenses, intérpretes de la tradición que nos dicta y sólo podemos producir reflejos, como las imágenes de los espejos, o ideas que se repiten cíclicamente sin agregar nada.
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