“Siento que me enfermé para poder ayudar: siempre busqué cuál era mi propósito”, dijo Paula Estrada en una entrevista a cargo de Magda Tagtachian en un nuevo encuentro de Experiencia Leamos. Estrada es la mujer que resignificó su cáncer al inventar un casco para que el pelo no se caiga durante la quimioterapia.
Luego de terminar el tratamiento con todo su cabello, armó la red Quimio con pelo para acompañar y ayudar tanto a hombres como mujeres para que transiten sus tratamientos en compañía de personas que estén pasando por lo mismo y enseñándoles a hacer los cascos para mantener su pelo. Diseñadora en Comunicación Visual de la UNLP, el tsunami personal la acercó al coaching y lo abrazó en todas sus formas: ejecutivo, organizacional y ontológico. En el encuentro habló de su experiencia de vida y de cómo transitar el tratamiento con cabello la ayudó -y la ayuda- a sobrellevar la enfermedad.
--¿Cómo te enteraste que tenías cáncer de mama?
--Mi diagnóstico de cáncer no se veía en los estudios de imagen. Con los años me di cuenta que si yo no hubiera estado conectada conmigo misma y no me hubiera escuchado, quizá hoy ya no estaría acá. Porque los estudios me los hacía todos los años sin excepción y nunca salía ninguna alerta: fue recién cuando me escuché, cuando me di cuenta que no me estaba sintiendo plena, que decidí buscar ayuda y realizarme una biopsia. Cuando fui al médico con toda la pila de estudios, antes de decirme que tenía cáncer corrió todos los papeles a un lado del escritorio y me dijo: “Te quiero escuchar a vos, porque en tantos años que tengo de médico aprendí que las mujeres descubren sus diagnósticos mucho antes de que los estudios lo señalen”. Esto fue para mi un datazo, y lo repito siempre que puedo: hay que escucharse a uno mismo, hay que hacerle caso a aquellos ruidos que sentimos dentro nuestro.
--¿Cómo descubriste el “casco frío”?
--Mi oncólogo me dijo que tenía una de las quimioterapias más fuertes, que no había forma de que no se me cayera el pelo. Le aseguré que el pelo no se me iba a caer, de ninguna manera, le dije: “Doc, usted no me conoce, algo voy a inventar”. Y así fue. Comencé a investigar y a ver qué mecanismos había para poder evitar la caída del pelo. Me encontré con un estudio en caballos que probaba que si algunas partes de su cuerpo mantenían contacto con el frío, el pelo no se les caía. Pensé: ¡Si los caballos no pierden el pelo, Paula no pierde el pelo! Tenía que inventar algo que me congelara la cabeza. Empecé con ponerme hielos en la cabeza y se me derretían, no funcionaba. Hasta que me acordé de los geles azules que suelen usar los deportistas. Comencé a pegarlos, a armar una especie de caso arriba de mi cabeza para luego meterlo en el freezer y probarlo al día siguiente. Todo esto con una actitud muy optimista, con una gran expectativa. No solo me funcionó, sino que también permitió que mi preocupación de “tener que hacer la quimio” pase a ser que los cascos no perdieran el frío. Empecé a usar los cascos desde la primera quimio -si o si debe ser desde la primera-, y mientras pasaban las sesiones el médico me miraba el pelo, notaba que no se caía… ¡En un momento me llegó a preguntar si me estaba o no haciendo la quimioterapia! Pasaban las sesiones y yo seguía con mi pelo. No lo podía creer. El casco me permitió, mucho más allá de la belleza de conservar el pelo, verme y sentirme sana. Y cuando una (o uno) se ve sana, olvida que está transitando un cáncer.
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