Pasaron veinte años de la salida de Cuentos Decapitados, el mítico disco de la banda de rock Catupecu Machu. Nicolás Igarzábal, periodista con más de una década de trayectoria trabajando en medios gráficos, y autor de Cemento. El semillero del rock y Más o menos bien. El indie argentino en el rock post Cromañón indaga en su más reciente libro, Cosas sin nombre a kilómetros de hoy, la apuesta de Catupecu en uno de los proyectos más originales de la música argentina, a la vez que mira su propia historia atravesada por el relato periodístico, los recuerdos, la memoria.
En un nuevo encuentro de Experiencia Leamos, Nicolás Igarzábal habló con María Belén Marinone de aquel disco y de su libro, que, además, es contenido exclusivo de Leamos.com.
--¿Por qué Cuentos Decapitados es un punto de quiebre para la banda?
--Porque los hizo despegar. En sus dos primeros álbumes Dale! (1997) y A morir!!! (1998), el sonido era distinto. Cuentos es como una bisagra: comienzan a jugar con la electrónica, agregan samplers, apuntan a un sonido más mainstream. Mantienen la esencia del rock “gritón” que tanto los caracteriza, con onomatopeyas y siguen siendo power trío de bajo, guitarra y batería, pero en este disco el audio está perfeccionado, logran temas hiteros y una promoción que antes no tenían. Comienzan a sonar en MTV, en MuchMusic y llegan a tocar en el estadio Obras Sanitarias. Es un antes y un después.
--En el libro describís a Catupecu como una banda que emanaba un fuego indescifrable, ¿a qué te referís?
--¡Pensé en ponerle así al libro! Catupecu es una banda rarísima. Desde el nombre hasta las letras, la banda siempre fue un bicho raro. Hay cosas que hasta el día de hoy no decodifico, como una canción que dice todo el tiempo “No coso, no coso”. Me gusta no saber qué significa porque constantemente juegan con palabras inventadas que parecen de otros idiomas. Es muy original. A la vez, tienen una discografía rarísima. Nadie saca un disco de estudio y un disco en vivo; siempre la fórmula es tener varios discos de estudio hasta que un día haya material en vivo con los mejores temas. Y otra cosa rara es la presencia de los músicos: Gabriel Ruiz Díaz rapado, Fernando Ruiz Díaz con pelo cortito. Gabriel tocando en vivo descalzo y casi sin hablar mientras Fernando hablaba un montón, gritaba, charlaba con el público durante los temas. Miguel Sosa parecía un nene con la batería (tenía tan solo 15 años). Yo lo pienso como el niño de cobre de los Halcones Galácticos. Era de locos. El fuego indescifrable se debe a esto mismo, a la rareza de la banda en cuanto a sus elecciones artísticas, a que al día de hoy sean indescifrables.
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