Paul Preciado, el clásico moderno que propone un nuevo contrato sexual

Carolina Keve participó en Experiencia Leamos, el ciclo que la plataforma Leamos.com organiza como beneficio exclusivo para sus suscriptores, y contó las claves para leer al autor de como “Manifiesto Contrasexual” y “Testo yonqui”

Leamos - Carolina Keve

Una de las funciones de la literatura es dar cuenta de los debates que atraviesan a la sociedad. Entre estos, sin dudas, aparece la actualización de las consideraciones en torno al sexo y el género, y esto ha provocado que ciertos autores se convirtieran en grandes referentes y en clásicos modernos. Una de las voces más provocadoras es la de Paul Preciado.

Autor de Manifiesto Contrasexual, Testo yonki y Un apartamento en Urano, Preciado es imprescindible no solo por sus intervenciones sobre el movimiento queer sino también por la manera en que plantea pensar a la identidad como acto y al género como una construcción. En un encuentro de Experiencia Leamos, el ciclo que la plataforma Leamos.com organiza como beneficio exclusivo para sus suscriptores, la académica y periodista Carolina Keve habló de Paul Preciado. El encuentro estuvo moderado por Patricio Zunini y este es un fragmento de la charla. Cabe destacar que todos los libros de Preciado están disponibles en Leamos.

“Para comenzar”, dijo Keve, “Preciado es un pensador antiesencialista y postestructuralista. Si tenemos que definir esta corriente, una característica esencial es la pregunta por el sujeto: para estos autores, a priori, no hay sujeto. La identidad no es algo dado, algo fijo, algo determinado, sino que es una construcción: la identidad es acto. Esto es esencial para entender una noción central en el pensamiento de Preciado, que es la noción de género como construcción. El género ya no es visto desde una perspectiva biologicista —aquella que nos transmitieron desde chicos y que nos adecúa a un sistema binario—, sino que se lo piensa como construcción. La definición que elle da es el género como resultado de una repetición ritualizada”.

¿Con esa definición se acerca a Judith Butler?

—Es como el antecedente más inmediato. Es muy difícil hablar de Preciado sin Butler, porque están muy emparentados ambos pensamientos, ambos trabajos, ambas líneas teóricas. Porque piensan el género y la sexualidad como dispositivo. Preciado siempre dice que su objetivo principal es la abolición epistemológica del mundo hombre-mujer.

Paul Preciado

Los que ya nos formamos en esa idea binaria y crecimos en una educación rígida, ¿cómo hacemos para aceptar esta nueva propuesta?

—Es verdad... Yo tengo alumnos muy jóvenes y para ellos el género no es tensión. Mis hijos, ni hablar. Ellos ya están deconstruidos. En estos últimos años, esta palabra, “deconstrucción”, se popularizó tanto y, sin embargo, yo creo que cuando Derrida usó esta categoría jamás pensó que iba a lograr algo así. Tanto la deconstrucción cómo el uso del lenguaje inclusivo hablan, para volver a Preciado, de lo bien que funciona el dispositivo del poder. En definitiva, Preciado es hijo de Foucault, esa es la referencia teórica más importante de su obra, y Foucault siempre se preguntaba por el poder. Pero no un poder pensado por fuera de los individuos, sino un poder de los mecanismos de subjetivación de ese poder. Foucault se pregunta por qué adherimos a un sistema que nos oprime. Creo que hoy, en algunos aspectos estamos logrando cierto camino de deconstrucción. Eso es lo que se propone Preciado: la deconstrucción del dispositivo sexual, de la sexualidad como dispositivo.

¿Es muy complejo el universo de Preciado? ¿Con qué libro se puede entrar en él?

Un apartamento en Urano es un buen libro para regalar. Es un libro del año pasado; son una serie de crónicas que publica en Liberation, ya totalmente peleado con la Academia. Para entonces había dejado de dar clases. También recoge su experiencia autobiográfica donde decide adoptar otra identidad de género. En realidad, Preciado, cuando pasa de llamarse Beatriz a Paul no se define ni como hombre ni como mujer, sino que plantea una forma de dar estabilidad a su estar siendo varón. En esta serie de crónicas recoge la experiencia muy en primera persona, vinculándola a otras historias de migrantes y de las minorías.

¿Y Testo yonqui?

—Es mi libro favorito, el que me parece más rico. Ahí expone su teoría, pero también nos encontramos con su escritura. La manera que tiene de conjugar, de jugar con los géneros, de salirse de las fronteras y lo márgenes. Y Manifiesto contrasexual, su primera gran obra, desarrolla todo su edificio teórico y plantea cómo se construye ese sistema heteronormativo. De qué hablamos cuando hablamos de la sexualidad como dispositivo: básicamente es pensar en cierta hegemonía de los órganos reproductivos como órganos sexuales en detrimento de toda una sexualización del cuerpo. Esa es una de sus premisas más grandes. Preciado propone un nuevo contrato sexual. El libro no es un ensayo académico, es un manifiesto, es una proclama y en tanto proclama propone un contrato que es pensar productivamente todas aquellas prácticas que fueron marginadas por un sistema heteronormativo patriarcal que impone el sistema de dominación. Así plantea dejar de pensar la frigidez como un lugar de falta, como un problema biológico: por qué no pensarlo como el lugar del no deseo. O pensar las prácticas sado simplemente de reafirmación, tal vez de manera más exabrupta y radical, de las posiciones de represión que impone ese sistema de dominación.

Un miembro de la comunidad LGBTIQ en el desfile del orgullo en Madrid (Foto: OSCAR DEL POZO / AFP)

Aparece la idea de que lo personal es político, ¿no?

—Es interesante cómo esa consigna de los 70 en Preciado se hace carne. Preciado experimenta con su cuerpo y su desarrollo teórico va atravesando su biografía. Cuando pasa a nombrarse Paul no hace el cambio del documento de identidad ni se somete a una intervención quirúrgica porque eso sería entendido como una forma de normativizar ese deseo, y el dice que elige el nombre para darle estabilidad a ese estar siendo varón. Testo yonqui es un diario; Preciado lo define como un “ensayo de intoxicación voluntaria” porque se trata del registro día a día de lo que constituye su experiencia autoadministrándose testosterona. Esa experiencia es una contrarrespuesta a lo que define como la era farmacopornográfica. Esa es la gran tesis de su trabajo.

¿Qué es la era farmacopornográfica?

—Es algo que se empieza a dar desde los años 50 en dos dimensiones. Por un lado, una dimensión semiótica/simbólica, que es la de la industria pornográfica que impone Playboy, y, por otro lado, una dimensión más productiva/industrial que se da con los anticonceptivos. Lo pornográfico produce un desplazamiento del imaginario hegemónico del hombre de familia a un nuevo estereotipo que es el hombre soltero, que impone la virilidad como atributo esencial. Y, paralelamente, el desarrollo farmacológico que en la ola feminista genera muchas dudas y preguntas, que no apunta al control reproductivo ni a la regularización del ciclo menstrual sino ya al consumo orgánico para imponer un ideal regular, para feminizar a las mujeres y nuestras psiquis. Volviendo a la pregunta anterior, cómo se pone en juego lo personal es político: este es un sistema que estamos consumiendo orgánicamente y que desde ahí reproduce sus lógicas de poder.

Ver la entrevista completa.

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