Aunque Viviana Rivero es una escritora muy reconocida y tiene ya más de 12 libros, alguna vez participó en el premio Planeta. Se presentó de forma anónima, con seudónimo, tal como requieren las bases del concurso: “Quería hacerlo. Quería demostrar que se puede escribir sencillo de temas graves. Y un premio lo valida”. El libro se llama El alma de las flores y quedó tercero: se publicará en España. “Hoy lleva la faja del premio y eso atrae más lectores”, confiesa Rivero.
La narración de una historia de amor e inmigración en dos momentos históricos distintos le tomó de investigación el trabajo de un periodista o historiador: “No son novelas rosas, son historias de vida”, dijo. Algunas de sus novelas combinan relatos en dos tiempos. Uno de sus primeros libros, Secreto bien guardado (2008) se centra en el romance entre una joven argentina, hija de un empresario judío, con un alemán de ascendente carrera en las filas nazis que paraba en el mítico Hotel Edén de los años 40, en Córdoba. El año pasado, la obra se hizo miniserie.
En el octavo y último encuentro del ciclo “Leamos Romántico”, Magda Tagtachian conversó con la escritora de su obra, del género romántico y de sus nuevas publicaciones exclusivas para Leamos, Anne y Gonika y Los spaghettis de Gonzalo.
“Siempre hay prejuicios con la novela romántica”, dijo la escritora. Pero una novela que tiene romance no quiere decir que sea una novela rosa. Las escritoras de hoy, dijo, ya no narran historias perfectas, sino historias de segundas oportunidades, de hijos que llegan antes del casamiento, de la elección de quien no es el adecuado: “Hoy se narra un amor realista”.
Para el premio Planeta quiso escribir un libro que estuviera atravesado por un tema social, como la inmigración y la discriminación, pero también contar la historia de amor entre los protagonistas. Tampoco podía faltar la cuota de sexo: “Cada vez que me preguntan si la novela es erótica, respondo lo mismo: el sexo es como una pimienta en la cocina: enriquece. Es cuestión de tener cuidado de no ponerle demasiado porque sino no vas a sentir ningún gusto”. Según la escritora, es necesario “saber dosificar el deseo” para que el lector disfrute, “¡como en la vida real!”.
“En mis historias me gusta poner muchos amores”, confesó la escritora. El amor a la tierra, “porque a veces, si estamos lejos, somos capaces de lagrimear por sentir un aroma que nos recuerda a casa”, a los hijos “porque cuando tenemos uno no volvemos a ser los mismos”, el amor a las vocaciones “porque podemos estar hasta las tres de la mañana trabajando en algo que no sabemos ni cuánto nos van a pagar”, y el amor hacia un hombre o a una mujer “de esos amores por los que estamos dispuestos a viajar hasta la otra punta del planeta”. Porque para la escritora: “El amor en sí es el motor que mueve al mundo”, y vale la pena narrarlo.
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