Uno de los hechos más significativos de este 2020 marcado por la pandemia —y ahora también, cómo no, por la muerte de Diego Maradona— es la cantidad de gente que buscó refugiarse en los libros clásicos de la literatura mundial.
La plataforma Leamos.com, una suerte de Netflix de libros, organiza desde hace varios meses el ciclo de charlas Experiencia Leamos. Es un contenido exclusivo para sus suscriptores y entre los diferentes recorridos se proponen encunetros sobre libros clásicos: entre otros, Guillermo Saccomanno habló de Ana Karenina, de Tolstoi, Laura Ramos habló de las Brontë, Carlos Gamerro habló del Ulises de Joyce, Federico Jeanmaire habló del Quijote. Significativamente, las charlas sobre los clásicos fueron de los encuentros más convocantes.
Dentro de este ciclo de charlas, hace unos días Walter Romero habló de Los Miserables, la gran obra de Victor Hugo. “Los Miserables, en términos teóricos, supera la autonomía de la literatura”, dijo Romero. “Traspasó la letra y llegó a un estado otro”. Y ese otro estado podría pensarse en los diferentes soportes por los que atravesó la obra: el teatro, el cine, la música, hasta el cómic. La novela era tan importante y la expectativa tan grande que ya en 1860 —se publicó en 1862, pero dos años antes—, el New York Times anunciaba que Victor Hugo la iba a publicar.
No podría haber otra persona mejor elegida para hablar de Los Miserables que Walter Romero: académico, escritor, traductor, docente, especialista de la literatura francesa clásica y contemporánea, dueño de una erudición generosa y abierta. En un diálogo con Patricio Zunini, Romero destacó que “Victor Hugo creía que las palabras tenían un elemento medio sagrado: decía que tenía un carácter psicagógico, producían algo mágico”. Algo de eso se ve en cómo Los Miserables excede por mucho la categoría de clásico. “Hay un conglomerado de experiencias que Los Miserables genera en torno a su existencia como hecho literario insólito, único”.
La trama compleja de personajes de Los Miserables —hoy, a esa palabra que tiene un carácter peyorativo la reemplazaríamos por desfavorecidos, humillados, sometidos— forma un dibujo que toma la forma de la lucha entre el bien y el mal. Una de las obsesiones de Hugo, decía Romero, es cómo el mal intercede en todo: “Lo mejor que diseñó Hugo en esta novela es cómo los personajes se van intrincando y finalmente queda la idea de que todos estamos relacionados: los pobres con los ricos, los grandes con los jóvenes, los abuelos con los nietos. Todos estamos ligados y el gran Hugo, porque es un escritor mesiánico, pensaba en la casualidad con un término que a mí me gusta mucho: la ciencia de Dios”.
—La novela es muy extensa y está dividida en cinco partes que siguen a diferentes personajes, pero hay uno que es muy llamativo, que es el narrador de la novela. ¿Qué tiene ese narrador que cuenta las historias pero no puede dejar de meterse en ellas?
—Además hay un problema técnico, porque en ese entonces estaba Flaubert, que muestra a un narrador totalmente impersonal y neutro, que no quiere intervenir sobre las acciones de los personajes. Y acá vemos todo el tiempo a ese narrador que se mete y se tiñe y se mancha con las acciones de los personajes y que interviene y que habla por demás. Vargas Llosa, que le dedicó un libro a Madame Bovary, también hizo un largo estudio sobre Los Miserables en La tentación de lo imposible, que recomiendo, donde dice que el un narrador es un lenguaraz, no puede detener la lengua de hablar. Cuando salió la novela, más allá de que nosotros la amemos, muchos críticos y colegas de Victor Hugo dijeron que había que cortarla, que sobraban personajes y digresiones. Uno diría que, tratándose de Victor Hugo, no sobra nada. Está todo ahí y uno lo tiene que atravesar esta aventura de leer para darle la magnificencia que la historia tiene.
—¿Cómo es la relación entre la política, la sociedad y la novela?
—Los Miserables es una novela política, es una novela social, es una epopeya, es la canción de los humillados, de los pobres. Incluso hacia el final es cómo el submundo cuenta la verdad de la Historia con mayúsculas. En la novela está Waterloo y la Revolución del 32, pero, al final, con Jean Valjean llevando a Marius herido y emergiendo de las cloacas, hay, en ese hecho ascencional una metáfora que permite ver cómo en las pequeñas historias —de esas cloacas y prisiones y posadas malolientes— cuentan la Historia con mayúscula.
La charla fue atrapante por la novela y por la forma en la que Romero fue desgranando la trama y los diferentes efectos que producen. Se puede ver completa en el sitio de Experiencia Leamos. Hacia el final, llegó una pregunta del público que bien puede resumir una idea interesante: ¿por qué, habiendo películas y musicales y obras de teatro, uno debería ir al texto?
“Las versiones en otros soportes”, respondió Romero, “son el esqueleto de todo lo que ha construido Victor Hugo y amerita leer la carnadura. Muchas veces, los vínculos de los personajes en las versiones en otros soportes no están profundamente trabajados. La clave, entonces, está en volver al clásico y al texto. En las otras versiones está bueno revisar cómo han podido extraer lo estructura, pero el transfondo y las napas más profundas del pensamiento están en el libro”.
Los Miserables, una obra que ha atravesado a todos —la hayan o no leído— está disponible en Leamos.com.
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