El artista que entiende que su obra tiene un compromiso social sabe que debe mirar con profundidad el mundo que lo rodea. Es el caso de Nicolás Pauls, quien, desde la música —en la que tiene carrera vastísima; de hecho, aunque es más conocido por su figura en cines y series, su primera aparición en una película fue tocando la batería—, viene elaborando un proyecto humanista con el que persigue un cambio de mentalidad en la sociedad.
Coincidiendo con la presentación de su nueva canción, “Homeóstasis”, que grabó junto a Tito Losavio, Nicolás Pauls participó en Experiencia Leamos, el ciclo de encuentros que organiza la plataforma Leamos.com como beneficio exclusivo para sus suscriptores. En una entrevista a cargo de Patricio Zunini, Pauls habló de cómo entiende su lugar de artista y cómo espera intervenir en el presente para dejarle un futuro más pródigo a las próximas generaciones.
Publicamos aquí un fragmento del encuentro.
—"Homeóstasis" es un término que refiere a la autorregulación de un organismo. ¿Por qué tomaste esta idea para una canción, en momentos en que parece que estamos todos un poco desregulados?
—Tal vez por eso. Si bien no creo en las palabras, que son convenciones y todos tenemos una apreciación o una lectura distinta de las cosas, cuando escribo la letra para una canción quiero ser muy preciso. Me importa más la palabra que la melodía. Y hace un tiempo, cuando Tito Losavio me envió una melodía para que le escribiera una letra, en este caso, con la situación que estamos atravesando a nivel global, hice foco en eso. Siempre es un gran momento, pero hoy tenía que decir eso: la única salida es para adentro. Conocernos más, conocernos mejor. La homeóstasis habla de la autorregulación y, si como especie no nos autorregulamos, tal vez lo mejor es que venga el cometa Halley y se termine todo.
—Decís que siempre es el mejor momento y me viene a la mente aquella frase de Borges: “Le tocó malos tiempos por vivir, como a todos los hombres”. ¿Por qué es el mejor momento?
—Porque es el único que tenemos. No existe otro. Lo único que tenemos es el presente y la música es el reflejo más fiel de eso. Si uno no está en presente, la música no sonaría, no sucedería. Pero hay que ser muy claros en la idea del presente. Siento que el ser humano hace muchas cosas pensando a futuro, pensando que no va a haber un presente. Se han hecho tan mal tantas cosas por no pensar que nuestros hijos, nuestros nietos o nosotros mismos vamos a estar viviendo en ese presente devastado. Hay que ser consciente de que cada acto que uno hace en la vida tiene un efecto.
—¿Hay una responsabilidad colectiva de la pandemia que no la tomamos como tal?
—No voy al presente de lo que está pasando: yo creo que la enfermedad es la avaricia, la codicia, la ambición, una desmesurada búsqueda de un poder que no es el que hablaba Carlos Castaneda, sino un poder vil, un poder absolutamente efímero. Esa es la enfermedad del ser humano. El ser humano está encerrado en sí mismo y en el egoísmo. Eso ha llevado que a lo largo de la historia sucedieran cosas demenciales. Es la actitud del ser humano para con el otro. Hoy puede ser llamado covid, hace diez años gripe aviar o hace veinte años otra cosa y hace treinta HIV, pero definitivamente la gran enfermedad es la codicia.
—El “Homeóstasis” decís que “la única manera de escapar es entrar en vos”. En una respuesta anterior también lo dijiste, pero ¿qué tipo de introspección es entrar en vos?
—Hay que hacer un análisis muy profundo de cada acción. El budismo dice que todo en la vida, desde el momento en que nacemos, es dolor. Pienso en lo que te decía antes: cada acto tiene un efecto y cuanto menos dolor podamos causar, más livianos iremos nosotros y ayudaremos a que otros también vayan. Y cuando hablo de no causar dolor pienso que, tal vez, el pulóver que tengo puesto fue confeccionado en un lugar donde los trabajadores fueron mal remunerados en pésimas condiciones. Eso también es dolor e injusticia. Cuando digo “entrar en vos” digo de ser consciente de eso.
—¿Cómo educás a tus hijos en esa idea?
—El respeto es ante todo lo más importante que uno puede ofrecer, tanto para el otro como para uno mismo. El otro día iba por la calle y un chico me ofrece unas especias; lo miro a los ojos y me dice: “Sos la primera persona en el día que me mira a los ojos”. Eran las tres de la tarde y yo fui la primera persona que lo miraba en el día. No sé si a él le cambió el día, pero a mí sí. Hoy estamos en un momento en el que no solo nadie mira, sino que el otro es un potencial peligro y eso es muy riesgoso para la especie humana. Pensar que el que está al lado puede ser un asesino porque está infectado. Me da un poco de tristeza.
—La experiencia urbana es en general deshumanizante: uno no conoce a sus vecinos.
—Hace mucho que no vivo en edificios, pero lo hice durante mucho tiempo. Alguna vez pensaba que en la pared lindera con el departamento de al lado: tal vez a la noche mi cabeza y la del vecino quedaban separados sólo por eso. Como si estuviéramos absolutamente conectados pero, a la vez, no sé nada de la vida del otro. Siento que lo que hacemos en Casa de la Cultura de la Calle, que es una asociación sin fines de lucro que mi hermano Gastón montó hace muchos años y en donde se les da clases de teatro, de fotografía, de música a niños en situación de vulnerabilidad de derechos es la reinserción social a través del arte. El arte es una herramienta absolutamente transformadora. Entre los talleres, los chicos empezaron a escribir textos de canciones de cuna y yo tomé esos textos y empecé a convocar a músicos. Eso, siento, es dar la mano. Fue absolutamente revelador y transformador para todos. Tengo en la cabeza y en el corazón unas palabras que me dijo Luis Spinetta cuando me faltaba sólo su canción para entrar a masterizar y editar el disco. Me dijo: “Nico, tengo todo: tengo la letra, tengo la melodía, tengo la música, pero todavía no pude ponerme en piel para interpretar esa letra pavorosa”. Más allá de ser un compositor de otra galaxia, Luis era un intérprete y tuvo que atravesar la idea de ponerse en la piel de Luciano Nieto, que a sus 14 años había escrito una letra desgarradora llamada “Mañana despertar”.
—La familia Pauls es casi en sí misma una industria cultural: entre tus padres y tus hermanos intervienen en el cine, la pintura, la literatura, la actuación. ¿Eso es una ventaja o una limitación?
—Es el vocabulario que tengo. Desde muy chico sabía que quería ir por el lado de la música y después, cuando empecé a actuar, tuve también el acompañamiento de mis padres. Además, tener la posibilidad de vivir de eso me hace sentir un privilegiado. Un día, me acuerdo, un compañero de trabajo me dio un disco que había grabado. Lo que él hacía no me emocionaba, pero sí me emocionaba ver que él había logrado lo que quería hacer. Para mí, el éxito es hacer las cosas que te gustan. Si tiene trascendencia o no, si te va bien o mal en el sentido económico, eso es otra cosa. El éxito es hacer las cosas que uno ama, sea lo que sea: la jardinería, los números, pintar, cocinar. Y hay que ponerle amor, porque si no estamos fritos.
Ver la entrevista completa en Experiencia Leamos.
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