Parafraseando a Charly García, cuando Michel Houellebecq publicó Ampliación del campo de batalla en 1994, el mundo hizo ¡plop! y nadie entonces podía entender qué era esa furia. Desde entonces pasaron más de 25 años y hoy Houellebecq sigue siendo una fuerza de la naturaleza indomable, pero es, además, uno de los más grandes escritores de la actualidad, una personalidad capaz de diseñar una forma de pensar que luego se difunde entre sus lectores —que se cuentan por millones— en Francia y en el resto del planeta.
Clásico moderno, Houellebecq encarna la tradición de la novela inhóspita, aquella de la que es imposible salir tal como se entró porque, en cierto momento, uno comprende que no hay salida. Si la literatura es un espejo, lo que devuelven las novelas de Houellebecq es una imagen ciertamente monstruosa: la de una peligrosa mayoría que se oculta en el anonimato y el desconocimiento, y la de quienes están dispuestos a entregarse irreflexivamente —en cuerpo y espíritu—a cambio de mantener una relativa seguridad.
El escritor, periodista y crítico Maximiliano Tomas, quien, además de ser un categórico actor de la literatura argentina con sus libros, sus notas y sus antologías, fue, junto al escritor y editor Gonzalo Garcés uno de los hacedores de la visita de Michel Houellebecq a Buenos Aires en 2016, participó en un encuentro en el que contó algunas claves para leer a Michel Houellebecq.
El encuentro se realizó en el marco del ciclo Experiencia Leamos, un ciclo que organiza la plataforma de lectura Leamos.com, donde están disponibles todos los libros de Michel Houellebecq. La entrevista completa puede verse en el sitio de Experiencia Leamos; publicamos aquí algunos pasajes.
—Alguna vez Fogwill le dijo a Pablo Gianera que había leído y a Houellebecq, no sé si fue Ampliación del campo de batalla o Las partículas elementales, y le dijo que con eso le alcanzaba, que ya no iba a leerlo de nuevo porque sabía que no iba a hacer nada como eso. Te propongo que empecemos la entrevista con esa observación.
—Supongo que Fogwill se habrá referido a Las partículas elementales. Ampliación del campo de batalla es una primera novela con todas las particularidades que las primeras novelas tienen. Es breve, es sencillita. En Las partículas elementales ya está el Houellebecq que incorpora conocimientos teóricos de otras áreas, de la biología, de la medicina, de la ciencia. Es un poco más compleja y más ardua. Creo que esa es la novela a la cual se habrá referido Fogwill, me imagino. Es muy atinado que convoques el nombre de Fogwill porque Houellebecq es una especie de escritor sociológico a la manera en que Fogwill lo era. Es decir: alguien que incorpora a sus narraciones ficcionales los problemas más urgentes de la sociedad contemporánea. Houellebecq es un bestseller mundial y Fogwill es un escritor de fronteras adentro, pero los dos trataban de una forma similar los núcleos claves de la sociedad contemporánea, del capitalismo tardío, que son el deseo, el sexo, el dinero, el poder.
—Hay mucho sexo en los libros de Houellebecq, pero tal vez sea el sexo menos erótico. Alan Pauls decía que tenía tres variantes: un sexo traumatizado, un sexo eficaz y un sexo literal. ¿Cómo funciona el sexo en la lógica de Houellebecq?
—Cuando estaba haciendo los deberes para la nota, encontré una nota tuya en la que decías que en Houellebecq el placer, el deseo y el amor están regulados por la lógica del mercado. Es uno de los grandes axiomas contemporáneos, pero, al mismo tiempo, es uno de los núcleos problemáticos de la literatura de Houellebecq. Toma al sexo como una mercancía, que, por otra parte, es como se consume en buena parte de nuestras sociedades. Houellebecq es una de las personas que más escribe las relaciones sexuales. A veces, de una forma mecánica, casi deshumanizada, y a veces le pone un poco de sensualidad e incluso erotismo. En Plataforma, que es del 2001, uno se calienta un poco. Eso solo te puede suceder cuando está realmente bien escrito. Es cierto que el sexo erótico es el menos transitado por Houellebecq porque, como tematiza el sexo como mercancía, lo quiere mostrar de esa forma mecánica. Pero creo que Philip Roth y Michel Houellebecq son los tipos que mejor describen la relación sexual en la literatura contemporánea.
—¿Puede haber en la novela El mapa y el territorio una ligera referencia al cuento de Borges “El rigor de la ciencia”?
—¿Vos decís por aquel mapa que iba creciendo hasta ocupar el espacio del propio universo? No lo había pensado, pero puede ser. Las novelas de Houellebecq parecieran contener siempre cierto ambiente decadente, cierto materialismo, cierto deseo empobrecido, el tema del dinero, el poder y el sexo. Eso es lo que está siempre. Después en cada una hay grandes áreas temáticas. En Plataforma era el turismo sexual, en Las partículas elementales la ciencia y la investigación biológica, en La posibilidad de una isla —que es una novela rarísima dentro de la obra de Houellebecq— es la clonación, en El mapa y el territorio el arte, en Sumisión el islam, y en Serotonina, donde hay un regreso a Ampliación del campo de batalla, es la masculinidad contemporánea. El mapa y el territorio lo terminó de convertir en un autor consagrado. Ya lo era por la crítica y el público, pero le faltaban los grandes galardones y con esa novela consigue el Goncourt, que es el gran premio literario francés. En esa novela, el gran tema es la crítica del arte, los artistas y el consumo, el valor de la obra de arte contemporánea, la vida como performance.
—Mencionabas el islam y es algo que ya aborda en Plataforma, una novela de 2001. No sé si es anterior o posterior a la caída de las Torres, pero escrita muy en sintonía.
—Ahí pasó una de las tantas coincidencias funestas que sucede con la obra de Houellebecq. En 2001 publica Plataforma, en la que habla de cierto arrebato religioso islámico analogable con el derrumbe de las Torres. Y cuando apenas empieza a distribuirse Sumisión, que ficcionaliza la llegada de un presidente islámico moderado en Francia, fue el atentado de Charlie Hebdo, donde mataron a doce personas; una de ellas era Bernard Maris, amigo de Houellebecq. Es como si tuviera una antena para captar ciertas desgracias que pueden suceder en el mundo real. No creo que anticipe nada, sino que es una persona sumamente atenta a los conflictos de su tiempo y, como toda persona que tiene una gran formación intelectual y una inteligencia muy particular, puede ver más allá de lo evidente. Su madre se convirtió al islam y cuando dijo que “La religión más idiota del mundo es el islam” estaba saldando cuentas con ella. En distintos momentos de su vida estuvo peleado con Francia; de hecho, vivió en España y en Irlanda, y ahora volvió a París porque dice que, de la cultura francesa, rescata dos cosas: el queso y la centralidad que tiene la libertad de opinión o de expresión.
—¿Qué aprendizaje te dejó la semana que lo acompañaste en Buenos Aires?
—Es un escritor extremadamente humilde. Es una de las pocas celebridades literarias que existen. Apenas llegó, la primera entrevista que dio fue a Canal 13. Imaginate que para que Canal 13 se preocupe por entrevistar a un escritor en el horario central, tiene que haber algo. Y, sin embargo, se comportó con gran humildad. No es una persona cariñosa ni amable: es humilde. Hizo lo que le pedimos en cuestiones de difusión, pero después, cuando nosotros lo queríamos liberar rápido de las salas, porque también teníamos un poco de miedo de que algún loquito quisiera atacarlo, él nos dijo de ninguna manera y se quedaba hablando con la gente, se quedaba firmando ejemplares. En el Centro Cultural de la Ciencia se quedó hablando con 20 personas que querían hacerle preguntas. Me dejó una impresión de profunda honestidad, de profunda humildad y de un tipo que no se la cree para nada.
Ver la entrevista completa en Experiencia Leamos.
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