Enfocarse en el paciente y en su rutina, encontrar las deficiencias de nutrientes esenciales para mejorar su calidad de vida: es el gran cambio de paradigma que la doctora Alejandra Rodríguez Zía abraza. Médica clínica recibida en la Universidad de Buenos Aires y especialista en Endocrinología, después de 30 años de experiencia en la medicina convencional, llegó a la medicina ortomolecular para prevenir otras patologías, formando así la ISOMEM, la Sociedad Internacional de Medicina Ortomolecular y Nutrición. Junto a María Teresa Ilari y Mariano Arnal escribió El Agua de Mar: El Agua de mar en el metabolismo.
En una entrevista a cargo de Carolina Balbiani en el marco de Experiencia Leamos, Rodríguez Zía habló de cómo funciona la bioquímica aplicada a la medicina. La medicina ortomolecular fue desarrollada en los años 60 por el bioquímico Linus Pauling, premio nobel de Química y de la Paz: se trata de ver al cuerpo humano desde la naturaleza, la biología, bioquímica y la fisiología. Con este enfoque, dijo Rodríguez Zía, se piensa diferente al paciente: “si tiene acidez, el médico ya no va a pensar en un antiácido, sino que se enfocará en por qué se generó ese malestar, llegará a los orígenes de la patología, e intentará revertirla”. Hay muchas aristas para lograr un resultado positivo, explicó, pero al fin del día, de lo que se trata la medicina ortomolecular es de darle al cuerpo la molécula propia no artificial que necesita y que había perdido. En palabras de Linus, “las moléculas correctas, en la cantidad correcta”.
“El azúcar es un veneno para nuestros cerebros”, dijo Rodríguez Zía que produce impulsos eléctricos, tanto en la corteza como en la base del cerebro. “Cuando ingerimos azúcar, al rato tenemos un pico de insulina. Esa insulina introduce el azúcar dentro de nuestras células a la vez que la baja de la sangre. Eso provoca que el cerebro se electrifique. No por nada, agregó, uno de los padres de la psiquiatría ortomolecular decía que entre el azúcar y la cocaína la diferencia es la jeringa.
El trabajo es cambiar los ritos alimenticios. Las papilas gustativas tienen receptores capaces de adaptarse a la alimentación que uno elija mantener. “Al esquimal”, dijo, “el ojo de foca crudo ¡le parece un caramelo!”. Al final del día, para Zía, todo es cuestión de hábitos.
Ver la entrevista completa en Experiencia Leamos.
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