“La pandemia nos ha cortado la historia en dos partes: el mundo no volverá a ser lo que era.” La definición de Patricia Nigro, licenciada en Literatura, doctora en Comunicación Social (Universidad Austral) especializada en las Ciencias del Lenguaje, profesora, y coordinadora de posgrados en diferentes instituciones, no admite lugar a dudas: “En la prepandemia –digamos, antes de enero o febrero– teníamos mucha gente tecnófoba, preocupada por la adicción a las pantallas, el peligro para los niños, pero frente a este momento imposible de prever e imaginar, de golpe necesitamos las pantallas para estar comunicados.”
Invitada a participar del ciclo Leamos Filosofía de Experiencia Leamos, beneficio para los suscriptores de Leamos.com, la especialista consideró que la evidencia es más que suficiente: a contramano de las voces críticas que apuntaban contra los dispositivos que nos mantenían alienados, hoy la gente comenzó a utilizar videollamadas para contactarse con sus seres queridos, para comunicarse con los amigos, para trabajar, para estudiar, para atenderse con su médico, para escuchar música. La comunidad académica floreció en webinars y las reuniones vía Zoom se reprodujeron y adaptaron a las diferentes escenas de la prepandemia: del trabajo a los estudios, del “zoompamento” al “zoompleaños”.
Autora de artículos académicos, coautora y coordinadora de diferentes publicaciones sobre análisis del discurso, su último libro “Una defensa de la comunicación virtual”, recientemente publicado dentro de la colección Tiempo de Filosofía, contenido exclusivo de Leamos.com, hace foco en esta nueva forma de comunicación, a través de pantallas, analizando sus beneficios y evaluando sus consecuencias. Piensa, también, en continuidades y qué trae de nuevo. Alineada en la escuela del Análisis del discurso, según la cual la conversación tiene ciertas reglas –como saludo, interrupciones, convenciones, un cierre, agradecimiento–, Nigro piensa que pese a ciertos “déficit” respecto de la conversación presencial, a través de la pantalla también es posible percibir gestos, movimientos, tonos y hasta silencios. Es que la conversación se entrena y esta diferencia entre “lo literal” versus lo “conversacional” ya existía en la vida prepandémica con nuestros hijos, en nuestros trabajos, en la pareja: un silencio es un silencio, y los cortocircuitos también sucedían en la conversación cara a cara.
“Los que critican la conversación digital dicen que se pierde la gestualidad, en gran medida, pero en el Zoom –la conversación digital–, aunque incompleta, se ven gestos, atención, mirada, muevo las manos. No estamos en el mismo espacio, pero estamos en el mismo tiempo. Y casi estamos más cerca cuando nos vemos virtualmente, que cuando estamos en presencia”.
En definitiva, como han señalado tantos autores, es imposible comunicarse de una manera totalmente transparente, e intentar una conversación sin “pérdida” es simplemente una utopía. Siguiendo al teórico de la comunicación Carlos Scolari, de quien Nigro se reconoce discípula, a fin de cuentas, lo que importa no es tanto la tecnología –la pantalla– sino el uso que hacemos de ella.
La autora tampoco evita tópicos como la adicción al celular o las redes y el riesgo de la saturación de información o infodemia. Pero pone condiciones. “Antes de juzgar a los chicos, los adultos nos tenemos que preguntar qué ejemplo estamos dando con la tecnología. Hay que poner límites: no al celular, a uno mismo. ¡Silenciar los grupos, por ejemplo, o irse de ellos!” Si es imposible pensar al ser humano sin tecnologías, cada generación, tiene la suya. Para Nigro, es cuestión de aprovechar las cosas buenas, y entender cómo la usamos. Entusiasta y sonriente, concluye: “estoy segura es que la conversación virtual vino para quedarse”.
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