Hace 20 años, Omar López Mato se propuso escribir la historia del cementerio de Recoleta. Ingresó a las bóvedas más emblemáticas, habló con las familias de los fallecidos e indagó sobre las obras artísticas que rodean y conforman a este gran patrimonio cultural porteño, con tal de preservar su memoria y mostrar respeto a nuestra historia. López Mato es médico oftalmólogo y un gran investigador de la historia y del arte. Es columnista en diversos medios, ha hecho programas de radio y televisión y creó el sitio “Historia hoy”, donde escribe sobre historia argentina y universal.
Publicó, además de Ciudad de ángeles: historia del cementerio de la Recoleta, numerosos libros, entre ellos: Francisco Borges: el inútil coraje --contenido exclusivo de Leamos.com--, La patria enferma y Ciencia y mitos en la Alemania de Hitler.
En un nuevo encuentro del ciclo “Leamos Historia Argentina”, que se desarrolla en el marco de Experiencia Leamos, López Mato conversó con Ezequiel Martínez sobre los mitos, leyendas, tradiciones y fantasmas que los siglos tallaron en el cementerio más famoso del país.
“Cada generación y cada civilización vivió la muerte en forma distinta”, comenzó. Desde los egipcios, los romanos, los griegos, hasta los aztecas; la evolución dentro de la sociedad occidental fue cambiando y así la forma de ser enterrado. ¿Qué es lo que nos queda de las civilizaciones? Una buena forma de saberlo es mirando los cementerios. Para el escritor, el Cementerio de la Recoleta nos habla de cómo la muerte era pensada por nuestros antepasados.
La belleza del cementerio radica, en gran parte, en las bóvedas y mausoleos de los distintos presidentes, premios Nobel, protagonistas de la historia argentina y habitantes de la vieja Buenos Aires. La primera escultura que se levantó en el Recoleta fue en la bóveda del caudillo riojano Facundo Quiroga. Su familia, explicó López Mato, poseía una gran fortuna. Cuando debieron enterrarlo, su yerno, el barón De Marchi, le encargó al afamado escultor italiano Tantardini una imagen que, si bien a primera vista parece una Virgen, “se trata en verdad de la imagen de La Dolorosa; que simboliza a la esposa de Quiroga llorando por la muerte de su marido”. Debido a su esplendor, fue replicada numerosas veces en otras bóvedas del cementerio.
Tal era el estatus que otorgaba ser enterrado en el Recoleta, que muchos pagaban por usar transitoriamente una bóveda lujosa. Las funerarias ofrecían una especie de simulacro con un entierro de una semana “donde todos pudiesen llorar y despedir al fallecido”, para después sacarlo y enterrarlo en un lugar menos ostentoso.
La mitad de las bóvedas del cementerio están a la venta. “Las familias tienen 300/400 descendientes, ¡y las bóvedas tienen lugar para 40!”. Llega un punto en que no alcanza ni el tiempo ni el dinero para seguir manteniendo a los antepasados. Además, en el momento de la limpieza, muchos se encuentran con que en las bóvedas no están sólo sus familiares; “en la bóveda de los Anchorena, por ejemplo, se encontraron con que estaba enterrado el mayordomo que acompañó a esa familia toda la vida”. Como nadie se ocupaba, “porque es un trabajo bastante desagradable”, se fueron acumulando ataúdes y restos. “Las nuevas camadas”, entonces, “no quieren enterrarse más allí y las ponen a la venta”.
Según López Mato, antes se convivía más con la muerte y cementerios como el de Recoleta son prueba y recuerdo de honra a las familias y de verdaderos rituales a su majestad, la Muerte.
Ver la entrevista completa en Experiencia Leamos.
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